sábado, 7 de noviembre de 2009

Palabras a Lina de Feria.











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Saludos para la poeta Lina de Feria, desde Atocha
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Pasados 20 años de su premio y publicación supe de Casa que no existía, que sigue siendo una especial, ¿íntima?, manera de celebrar la nueva poesía cubana.

Para fortuna mía, y de varios neoambulantes de la capital, la casa de Línea de Lina de Feria fue refugio para buenos ratos, tardes selladas con alguno de sus poemas, leídos con la profundidad que asfixia a la poeta, y con el metrónomo de sus pies, que tensa o distiende según los versos, según los tiempos. Según recuerdo.

Casa real, ventana entreabierta, y cualquier pretexto para tocar.

No estoy seguro si antes me fui, o ya Lina estaba donde el pollo a 29 centavos la libra. Alguien me dijo que su locura era manifiesta, que no había aguantado tanta abundancia. Y pensé en Breton, que fue de alguna forma informal un pariente nuestro medianamente cercano: No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.

Ahora viajas, querida poeta, a Santa Clara, y yo no estoy para abrirte mi casa.

Ojala puedas alargar el viaje y llegar a mi villa vecina: te dirán sin esfuerzo porqué cuando se nubla sobre La Cabeza de Patricio, que es cierta zona, llueve con ganas. O cómo los 7 Juanes vírgenes lograron capturar al Güije. O podrás visionar el acta de la única vez que el Diablo ha sido llevado ante un notario. Caminar por los pasillos y entrar a las habitaciones de los García Caturla, que siempre produce el sobresalto de saberse donde un genio, que diría Carpentier. Titico es un buen guía.

Esto hasta que nos veamos, que puede ser en cualquier momento.

Entonces volveré a tocar en tu puerta de la calle Línea. Y te preguntaré por los últimos poemas, por la constante tristeza de nuestro querido Carlos Crespo, a quien hecho una falta sin fondo, para decirlo como a él le gustaría.

Y convendremos, que sí, que su tristeza es irremediablemente motivo de poeta, y que los poetas suelen ser melancólicos a ratos. Poco coleccionables, capaces de morir en la abundancia, en los palacios, como en aquella azul historia de Dario.

Gracias por tus poemas y cariños.

Dios bendiga a los poetas.

Con mi abrazo grande:

L.Santiago Méndez Alpízar / Chago
En Madrid, Atocha, 3/ 11 / 09





Lina de Feria lee sus poemas.

Lina de Feria en Santa Clara


***En 2004 publiqué Omisión de la noche, un libro que, injustamente, no ha tenido la atención que otros libro de Lina. Ella me pidió que escribiera este prólogo para un libro que no necesitaba de mis palabras. Las escribí, porque a Lina nadie sabe decirle que no. Pero fue encargo noble. Volví a ellas hoy tratando de recordar qué dije entonces y qué decir ahora. Y viendo que merece volver sobre a este libro, aquí vuelvo a enviárselas, a ella y a sus lectores, para que busquen esa zona de infinitud selenita de la que su obra sigue emergiendo cada día.

UN LIBRO DIURNO

***Quise pensar que este es un libro diurno. Un libro que se aleja de la noche o que viaja hacia ella. Va en la quilla indemne, la busca en las profundidades más clarividentes. Viaja, ora a ras de tierra, ora a ras de las nubes. Ya a favor del viento, ya a contracorriente. Las corrientes pueden ser nobles o tormentosas, pueden ser de aire y pueden ser de aguas. Odiosas y amables, turbias o cristalinas. Dualidades que insisten.

Quise pensar también que es un libro nocturno. Lunático. Escrito por un selenoide que huye de la ingravidez, que no haya diferencia entre el mar y la luna. Que ha bajado a las mazmorras más vetustas y ha regresado como quien vuelve de una estrella futura.

Lina de Feria nos entrega un nuevo libro –nunca mejor dicho. Un libro nuevo. Sin mayúsculas, es decir, sin alardes.

Sitiado por el intelecto, dictado por la pasión, desde la ambigüedad de las sombras y el fulgor del rayo, un libro se hace nuevo, debiéndole a esos libros que nos ha ido dejando, desde hace ya treinta y siete años, con la intensidad del que absorbe la vida, la traspira, la hace imagen y palabra vívida; de entre las fauces del dolor y la diatriba, hasta la devoción del líbido y su fatum, la ansiedad se hace imperecedera. No la ansiedad como patología, la ansiedad como aspiración. La ambición de la imagen, su persecución desquiciante. Oficio del poeta que se arma de todos sus dobleces y su diafanidad.

He perdido las distancias entre la casa que no existía y esta noche. Ambas, por omisión, como los abedules, crecen sobre las travesías.

La casa inexistente fue visitada durante más de veinte años por tantos mendicantes, ansiosos de encontrar su cobija, su amparo, que nunca estuvo sola; sí dolorida, si pesarosa, pero nunca olvidada.

Omisión de la noche no cierra ese círculo de adultez y superior misterio que es la poesía de Lina de Feria. Es quizás un eclipse, pero no en el sentido de paréntesis que cercenó el discurso del poeta por más de veinte años, sino en el de las prerrogativas que la unión de dos astros -toda su obra anterior, y la que aquí deviene- puede articular.

El libro ha sido dividido – quizás ardorosamente escindido– en dos secciones que cualquier descuido del lector puede acusar de inválidas. Una parte es telúrica, aún cuando sea pasto de un tiempo y un espacio azaroso; sólo su intensidad terrena nos salva del despiste pueril. En los lindes de lo surreal, en las depresiones de su propio cuerpo, el poeta sigue en la ruta que ha escogido con segura incidencia:

transito hasta encontrarme
en la iracunda plataforma
donde todos nos agrupamos
tratando de oxigenar la rala supervivencia.

La segunda sección acapara el sacramento de lo desconocido. La exploración de la ciudad, la acechanza de la muerte, la especulación erudita, la voluntad del viaje, ha sido sustituida por la búsqueda de lo inmaterial, pero lo hace con llaneza. No desde el encumbramiento ilustrado, sino desde el coloquio intimo, incauto casi:

la luna no tiene diferencia del mar
y son protectores de la infinitud selenita
los que nos recuperan el vínculo
del mediodía.


Pude pensar que este es un libro diurno, y lo es: matinal, vespertino, lúcido, iluminado. En su caos emotivo, en su alacridad libresca, en su fertilidad culterana.

Toda su obra se pudiera nombrar omisión de la noche. No sólo porque este libro enuncie todos los registros de Lina de Feria, sino porque rezuma ese martirio fulgurante que provee, a su poesía toda, de una humanidad sustancial y próxima, capaz de subvertir todos los códigos, trasgresora y fiel. La inversión se estipula:

en sentido contrario
suben los uvarios al plexo
y la noche es perfecta
.

No hay omisión. El poeta ha perdido. Su ponderación ya no le pertenece.

a veces uno carga
–como el puentecillo del mar arrebatado–
la vida.

La vida febril y contenida, dual, se ha entregado tras un grito silente, desmedido pero silente, como la explosión de una ojiva nuclear en la pantalla de un ordenador, con el fondo magnético de un preludio de Bach.


Alfredo Zaldívar
Matanzas, febrero 12 de 2004



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CON LINA DE FERIA

Sigfredo Ariel


***Muchas veces yo imaginé cómo sería el rostro de Lina de Feria. No tenía otra imagen suya que una foto pequeña y contrastada en una antología publicada en Canadá. Sus poemas me habían llegado un poco antes, casi a cuentagotas. Andando por toda Santa Clara, en unas madrugaditas de conversación interminable, Zaida del Río me dijo de memoria su humedece tus dedos... y aquel otro poema que dice hace una noche espléndida para morirse, el cual, creímos durante mucho tiempo, era continuación del primero. Ni Zaida ni yo antes o después vimos tantas estrellas ni tantas lunas llenas.

En medio de las lecturas desorientadas (más bien anárquicas) que hacía por esa época, las palabras de Lina poseían cercanía, extraña nitidez, con el acontecer de uno (hablo del acontecer sentimental) que con muy pocas excepciones no encontraba en otros poetas. ¿Se podrá escribir así? Eran años de solitaria y devoradora formación no sólo literaria, sino del modo de ser. La escritura de Lina me explicó cosas y me alumbró en encrucijadas graves, trances de primer amor, separaciones, caídas, decisiones de quedarme o irme, de tormenta familiar y remolinos sociales, sobre todo, aquellos que siguieron a los días del Mariel. Lina me acompañó con líneas de “La parentela”, el poema que retrata a la mujer loca del parque de la calle D y muchos otros de Casa que no existía, libro que no sé cómo consiguió Arístides Vega, milagrosamente. Aquel volumen pasó de mano en mano hasta casi borrarse el negro grabado op de su portada roja. ¿Se podrá escribir así?

No sé cuándo vi a Lina de Feria por primera vez en persona, ni me importa. Recuerdo en cambio muchos momentos míos junto a ella: una multitudinaria presentación de A mansalva de los años en la UNEAC ; una lectura colectiva que hicimos en una habitación de estudiantes universitarios en la que ella leyó su poema de María Mantilla a José Martí; una tarde en el Segundo Cabo que se estremeció con la voz de Freddy; una noche con Lien y Rey en la casa de Milanés, en Matanzas; sus lágrimas cuando habló de Virgilio Piñera en un homenaje a la revista Ciclón y muchos momentos más.

He participado de la alegría de cada libro suyo, cada Premio de la Crítica que ha recibido, en especial de El ojo milenario. Disfruto de encontrármela aquí o allá, la sonrisa que me dedica, el abrazo en la calle, sus llamadas por teléfono, a veces telegráficas, cálidas siempre.

Me encanta acompañarla en sus júbilos, verla gozosa, me gusta compartir con ella la música de filin que voy consiguiendo, porque a mí, como dice Pablo en una canción que lleva texto de Mercedes Ferrer, y Lina citó en su primer libro, las tardes me persiguen todavía. Quiero creer que se trata de una marca, digamos, de familia espiritual. Una de las alegrías que me trajo mi premio David fue saber que ella había sido la primera en recibirlo, pensé que de alguna forma nos aproximábamos más.

Creo que un montón de cosas me acercan a la Lina esencial, además de su poesía cada vez más poderosa, sin que jamás hayamos ahondado demasiado en el relato de nuestras respectivas historias personales. No hace ninguna falta, pues a la larga –y lo aprendí de ella– nunca acabaré de comprender la vida. Me sorprendo a veces preguntándome ¿qué pensará Lina de esta canción, de este poema o de esta voltereta del destino, la vida o como se llame la trama en que uno ahora está?

Por ejemplo: cuando conocí a Damaris Calderón hace más tiempo de la cuenta –en un hotel lleno de personas muy interesadas en acostarse con aquella muchacha de quince años que escribía unos versos tremendos–, hablamos de Lina de Feria, que era una persona-misterio, pues al parecer nadie sabía cómo estaba, ni dónde. Entonces comenzamos a imaginarla. En una servilleta copié para Damaris humedece tus dedos, entíbiame un poco, que se convirtió desde entonces en divisa de un vínculo que no ha conocido horror de lejanía ni tonto desencuentro a lo largo de todos estos años. A Lina le agradezco tener a Damaris cerca cada día, estemos donde estemos. Mi poesía le agradece unas cuantas cosas también; algunos críticos, como Prats Sariol, lo advirtieron hace tiempo.

Como lectora, como crítica tanto en el papel como en las conversaciones, doy fe de su generosidad hacia la poesía cubana, de su comprensión de la diversidad y la singularidad de trabajos poéticos que poco o nada tienen que ver con los suyos, de su paciencia con escritores en ciernes, aunque muchos sufran de una desmedida altivez que ya se les pasará. Alguna gente quizás no le perdone que sean los cada vez más jóvenes quienes la lean, la busquen, la halaguen, la tengan de modelo. No creo que a ella le afecten esos tontos reconcomios ni pasadas, presentes o futuras mezquindades hacia ella, hacia su obra.

Como cree de verdad en la poesía, la poesía no la abandonará. Hace unas cuantas mañanas, en la presentación de su libro ganador del Premio Guillén, la escuché leer su “Havana City”. Qué bueno que está y estoy aquí, Dios mío, me dije, antes de disimular el sobrecogimiento y cuanto antes meterme en conversaciones de nadería con algún amigo. No sé si comprendan lo que quiero decir: hay cosas que no se pueden manosear así como así, entre ellas, la poesía de Lina de Feria. Bienaventurados aquellos que se acompañen de ella y con ella.
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