jueves, 29 de diciembre de 2011

Mientras mueves el arroz



 Para Rafael Altuna y Raquel



Habla poco, pero sé que se alegra cuando estoy allí. Sale a fumar y da los paseítos por frente al edificio y vuelve y se sienta y, en algún momento, se tira en la cama aunque yo me esté despidiendo y dé mis besos y prometa que voy a regresar en la primera ocasión que tenga. Igual llego y, ese día, desgrana algún chiste de cuando coincidió en Sancti Spíritus, Caibarién o Manicaragua con Ricardo Riverón, Mario Brito, Veleta y William Calero; aquellos a quienes importaba menos el motivo de la reunión que la posibilidad de chocar, nuevamente, con el viejo hermano para pasarla bien. Tuvo el honor de que Una tarde en el río inaugurara la Editorial que en sus inicios, el sapo que nunca falta, denominó “papiros” pero que fue la Capiro que conocemos. Y que todos lo imaginaran imprescindible, necesario, grato en cuanto encuentro o tertulia se convocó. El personaje que puso, también, su tono; que dio el colorido que nos hizo falta; al que aceptaron, comprendieron y pasaron por alto el difícil carácter, puesto que estaba claro por qué espacios guardó lo que de verdad interesa; cuando tuvo su nombre, su primer apellido y, además, el segundo. Es cierto que, a veces, habla poco, que si lo intenta es para maldecir; que simulara no estar para nadie y no se empeñe en camuflarlo. Que prefiera su cigarro y su paseíto y su peculiar manera de ver la vida a la certeza de la “civilización”; a nosotros que pretendemos sostener la charla a fuerza de lo que fuimos. Y que transcurra la existencia sin que venga el deseo de transcribirla, de trastear por sus ramas y regalar la historia en la que, después, sumergirnos y soñar. También él debe arreglárselas como puede y resolver el problema sin que nadie asome; y malgastar su energía miserablemente en preocupaciones mundanas que quisiera lejos; y callar y aguantarse y hacer lo que hay que hacer cuando no queda más remedio que entrar por el aro de la necesidad. Encima, debiendo tragarse el cuento del conformismo porque los años no le acompañan y asumir que tu físico, tu condición, tu sexo, tu vestimenta, tu prestancia, la forma en que caminas y hasta las manchas de tu cara importan más que lo desprendido o auténtico, o humano, que sueles ser. Solo empuja el carrito con las últimas fuerzas de sus ganas y trata de estar amable con ese a quien lleva la compra justo hasta el sitio donde se encuentra el jeep; en busca de la compensación. Y hubo un momento en que confrontó con el hombre, con el hombre  y sus contradicciones, con las relaciones humanas y todos los vericuetos a que puede conducirlas un proceso de cambio, cuya esencia épica entronca con la materialización de sus más caras aspiraciones; otra época en que asumió hasta su propia negación en aras de confirmar las coordenadas de su pensamiento y quién sabe si hasta menos miedos tuvo, más valor y sobrado espíritu para armar la fábula y obligar a empezar en el mismo instante en que pusiera fin. Por ahora no hay fin ni principio ni la contraportada donde leer la frase que resuma su esfuerzo. Solo sale a fumar, a dar su paseíto; a quedarse allá, para siempre, aunque yo me despida y dé mis besos y prometa que estaré de regreso en la primera oportunidad que tenga y sepa que se alegra, que se alegra, aunque que no lo diga. 
Llego y, a veces, dice unas cuantas palabras y, otras, un ramillete. Allí, en lo que todos conocemos como la casa de Rafe y Raquel; donde uno puede fumar dentro y hablar alto y pararse y cruzar las piernas e ir al baño sin protocolo ni pedir permiso. Para sentirnos “como allá”, compartir “como allá”, soltarnos a la manera en que lo hacíamos “allá”; porque estamos conscientes que, fuera, los motivos igual que los culpables se difuminan. Mientras, en la cocina, Raquel mueve el arroz. 

Aramís Castañeda Pérez de Alejo
*Las palabras en itálicas corresponden a la nota de contraportada del libro Una tarde en el río de Rafael Altuna. 
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Autor: Rafael Altuna Delgado
Año de publicación: 1990
Colección: 
Zarapico
Editorial: 
Capiro
Género literario: Cuento

Reseña: Del hombre y sus contradicciones, de sus angustias e iluminaciones trata este libro. En él están analizadas las relaciones humanas y todos los vericuetos a que puede conducirlas un proceso de cambio, cuya esencia épica entronca con la materialización de sus más caras aspiraciones, a la par que las lleva, a veces, hasta la propia negación en aras de reafirmar las coordenadas de su permanencia. Estos son cuentos escritos con un estilo que, desde la sobriedad hemingwayana, nos comunican más con los silencios que con la profusa imaginería, donde el diálogo adquiere el inestimable valor de conductor de la acción, en tanto las descripciones son simplificadas a veces hasta la mínima expresión sin que con ello se resienta la estructura del relato.


Rafael Altuna Delgado (Santa Clara, 1945)

 Narrador.
Con su libro Una tarde en el río se inaugura la Editorial Capiro
Obra publicada
Premios y reconocimientos
• 1ª mención en el concurso 13 de marzo, 1974
• 1ª Mención concurso David 1976
Sus textos han aparecido en las revistas Verde Olivo, La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, Revolución y Cultura, y en los volúmenes de los premios y menciones de los talleres literarios 1979 y 1982, editados por Letras Cubanas.
En las editoriales de la provincia se ha publicado


Una tarde en el río
Publicado en Capiro en el 1990
Colección: Zarapico
Género: Cuento
Del hombre y sus contradicciones, de sus angustias e iluminaciones trata este libro. En él están analizadas
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Para leer más este trabajo reciente de Félix Luis Viera, en Gaspar el lugareño blog:

http://www.ellugareno.com/2011/12/en-memoria-de-rafael-altuna-delgado-por.html
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lunes, 19 de diciembre de 2011

Capítulo 16 de la novela APOCALIPSIS: LA RESURRECCIÓN


Capítulo 16

 El presidente se dirige a la nación, a todo el que quiera escucharlo. Asegura que hemos hecho muchas cosas. Hemos transformado el país. Hemos contribuido a la transformación y consolidación del mundo. Hemos conseguido que los aviones vuelen, los medicamentos curen, las mujeres paran. A las mujeres les gusta parir y han empezado a parir y siempre quisieron parir y eso es importantísimo. No va a quedar una sola mujer luego del último tsunami pero mientras hubo mundo hubo mujeres, y sin mujeres no hubiera habido mundo. Las mujeres hicieron crecer al país y al mundo desde sus vientres, contribuyeron con sus vientres a que el país y el mundo fueran lo que son, supieron reconducir el destino del mundo repoblándolo, repoblando el país. Un destino, lo sé, que ahora se nos revela adverso, pero que en su momento aplaudimos fervorosamente. Hemos levantado torres interminables bajo el cielo. Conquistamos el sistema solar. Fuimos agricultores. Cazamos. Pescamos. Forjamos el metal, inventamos la rueda. La invención de la rueda revolucionó las relaciones de producción: Nos propusimos objetivos y alcanzamos metas nunca antes imaginados. Descendimos a las profundidades oceánicas, descubrimos el átomo, domesticamos al gato, al toro, al caballo. Tuvimos un mundo feliz durante ciertas épocas y durante ciertas épocas pudimos ser todavía más felices, pero la perfección es tan escurridiza como el tiempo. Hemos descubierto la cerámica, fabricado utensilios de cocina, elaborado recetas culinarias. Hemos puesto al alcance del gran público la radio, el cine, la televisión. Cierto que el mundo va a acabarse pero durante todo este tiempo hemos estado a la altura de las circunstancias. Nunca nos echamos atrás. Jamás flaqueamos. Siempre entendimos que habíamos llegado para quedarnos, para transformar el planeta, el universo, la vida, el sentido de la vida. Siempre supimos que estábamos más allá, muy por encima de las pequeñeces y los subterfugios, que no íbamos a rendirle cuentas a nadie ni esperábamos que nos las rindieran. Hemos aislado virus, removido ciudades, conservado en latas de conserva. Hemos puesto el verde sobre el verde y el rojo sobre el rojo. Somos hombres y mujeres de bien: Levantamos este país con el sudor de nuestras frentes y lo hemos engrandecido procreando sin cesar, sacrificando nuestros óvulos, úteros y espermatozoides. Las mujeres estuvieron donde tenían que estar, contestando al reto de la Historia reconquistando esa Historia. Las mujeres sabían, en su momento vieron lo que nadie había visto antes: Ahora que todo termina tengo una palabra de aliento para ellas. Ahora que todo termina mi más sentido homenaje a las generaciones de hombres y mujeres que por los siglos de los siglos constituyeron la Humanidad toda, con sus hallazgos y virtudes, miserias y desesperanzas. Esa Humanidad que desaparece con la lección aprendida, que no debe nada a nadie, que se ha forjado a sí misma a través de incontables desmoronamientos y reconstrucciones. Así, el derrumbe final no nos sorprende. No habrá reconstrucción esta vez, desde luego, pero tampoco lamentaciones estériles o celebraciones artificiales. Fuimos, estuvimos, cumplimos. Jugamos nuestro papel. No estaremos en los próximos días, pero recorrimos un trayecto, señalamos un camino. En los próximos días nadie tiene idea de qué sucederá, puesto que ya nada sucederá, pero cualquiera que sea el comienzo ―todo final prefigura un comienzo― siempre tendrá su precedente. Sabremos desaparecer con dignidad. Nos hemos constituido en principio: Somos lo que por fin, a fin de cuentas, finalmente ha desaparecido.
No se trata de un discurso elaborado, claro está. No hay estrategia definida, ni pragmatismo, ni cadencia, ni suficiente elegancia ―mucho menos precisión― en él. No hay mucho seso tras él. Alguien se ha atrevido a decírselo, que se olvide del discurso. Porque eso sí, hay emoción en sus palabras, se trata de una alocución emocionada. Alguien le ha pedido que sea sincero al menos una vez, o le ha obligado a serlo. Que las circunstancias lo ameritan presidente, no tiene idea de cuánto lo hemos esperado.
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