jueves, 29 de diciembre de 2011

Mientras mueves el arroz



 Para Rafael Altuna y Raquel



Habla poco, pero sé que se alegra cuando estoy allí. Sale a fumar y da los paseítos por frente al edificio y vuelve y se sienta y, en algún momento, se tira en la cama aunque yo me esté despidiendo y dé mis besos y prometa que voy a regresar en la primera ocasión que tenga. Igual llego y, ese día, desgrana algún chiste de cuando coincidió en Sancti Spíritus, Caibarién o Manicaragua con Ricardo Riverón, Mario Brito, Veleta y William Calero; aquellos a quienes importaba menos el motivo de la reunión que la posibilidad de chocar, nuevamente, con el viejo hermano para pasarla bien. Tuvo el honor de que Una tarde en el río inaugurara la Editorial que en sus inicios, el sapo que nunca falta, denominó “papiros” pero que fue la Capiro que conocemos. Y que todos lo imaginaran imprescindible, necesario, grato en cuanto encuentro o tertulia se convocó. El personaje que puso, también, su tono; que dio el colorido que nos hizo falta; al que aceptaron, comprendieron y pasaron por alto el difícil carácter, puesto que estaba claro por qué espacios guardó lo que de verdad interesa; cuando tuvo su nombre, su primer apellido y, además, el segundo. Es cierto que, a veces, habla poco, que si lo intenta es para maldecir; que simulara no estar para nadie y no se empeñe en camuflarlo. Que prefiera su cigarro y su paseíto y su peculiar manera de ver la vida a la certeza de la “civilización”; a nosotros que pretendemos sostener la charla a fuerza de lo que fuimos. Y que transcurra la existencia sin que venga el deseo de transcribirla, de trastear por sus ramas y regalar la historia en la que, después, sumergirnos y soñar. También él debe arreglárselas como puede y resolver el problema sin que nadie asome; y malgastar su energía miserablemente en preocupaciones mundanas que quisiera lejos; y callar y aguantarse y hacer lo que hay que hacer cuando no queda más remedio que entrar por el aro de la necesidad. Encima, debiendo tragarse el cuento del conformismo porque los años no le acompañan y asumir que tu físico, tu condición, tu sexo, tu vestimenta, tu prestancia, la forma en que caminas y hasta las manchas de tu cara importan más que lo desprendido o auténtico, o humano, que sueles ser. Solo empuja el carrito con las últimas fuerzas de sus ganas y trata de estar amable con ese a quien lleva la compra justo hasta el sitio donde se encuentra el jeep; en busca de la compensación. Y hubo un momento en que confrontó con el hombre, con el hombre  y sus contradicciones, con las relaciones humanas y todos los vericuetos a que puede conducirlas un proceso de cambio, cuya esencia épica entronca con la materialización de sus más caras aspiraciones; otra época en que asumió hasta su propia negación en aras de confirmar las coordenadas de su pensamiento y quién sabe si hasta menos miedos tuvo, más valor y sobrado espíritu para armar la fábula y obligar a empezar en el mismo instante en que pusiera fin. Por ahora no hay fin ni principio ni la contraportada donde leer la frase que resuma su esfuerzo. Solo sale a fumar, a dar su paseíto; a quedarse allá, para siempre, aunque yo me despida y dé mis besos y prometa que estaré de regreso en la primera oportunidad que tenga y sepa que se alegra, que se alegra, aunque que no lo diga. 
Llego y, a veces, dice unas cuantas palabras y, otras, un ramillete. Allí, en lo que todos conocemos como la casa de Rafe y Raquel; donde uno puede fumar dentro y hablar alto y pararse y cruzar las piernas e ir al baño sin protocolo ni pedir permiso. Para sentirnos “como allá”, compartir “como allá”, soltarnos a la manera en que lo hacíamos “allá”; porque estamos conscientes que, fuera, los motivos igual que los culpables se difuminan. Mientras, en la cocina, Raquel mueve el arroz. 

Aramís Castañeda Pérez de Alejo
*Las palabras en itálicas corresponden a la nota de contraportada del libro Una tarde en el río de Rafael Altuna. 
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Autor: Rafael Altuna Delgado
Año de publicación: 1990
Colección: 
Zarapico
Editorial: 
Capiro
Género literario: Cuento

Reseña: Del hombre y sus contradicciones, de sus angustias e iluminaciones trata este libro. En él están analizadas las relaciones humanas y todos los vericuetos a que puede conducirlas un proceso de cambio, cuya esencia épica entronca con la materialización de sus más caras aspiraciones, a la par que las lleva, a veces, hasta la propia negación en aras de reafirmar las coordenadas de su permanencia. Estos son cuentos escritos con un estilo que, desde la sobriedad hemingwayana, nos comunican más con los silencios que con la profusa imaginería, donde el diálogo adquiere el inestimable valor de conductor de la acción, en tanto las descripciones son simplificadas a veces hasta la mínima expresión sin que con ello se resienta la estructura del relato.


Rafael Altuna Delgado (Santa Clara, 1945)

 Narrador.
Con su libro Una tarde en el río se inaugura la Editorial Capiro
Obra publicada
Premios y reconocimientos
• 1ª mención en el concurso 13 de marzo, 1974
• 1ª Mención concurso David 1976
Sus textos han aparecido en las revistas Verde Olivo, La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, Revolución y Cultura, y en los volúmenes de los premios y menciones de los talleres literarios 1979 y 1982, editados por Letras Cubanas.
En las editoriales de la provincia se ha publicado


Una tarde en el río
Publicado en Capiro en el 1990
Colección: Zarapico
Género: Cuento
Del hombre y sus contradicciones, de sus angustias e iluminaciones trata este libro. En él están analizadas
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Para leer más este trabajo reciente de Félix Luis Viera, en Gaspar el lugareño blog:

http://www.ellugareno.com/2011/12/en-memoria-de-rafael-altuna-delgado-por.html
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lunes, 19 de diciembre de 2011

Capítulo 16 de la novela APOCALIPSIS: LA RESURRECCIÓN


Capítulo 16

 El presidente se dirige a la nación, a todo el que quiera escucharlo. Asegura que hemos hecho muchas cosas. Hemos transformado el país. Hemos contribuido a la transformación y consolidación del mundo. Hemos conseguido que los aviones vuelen, los medicamentos curen, las mujeres paran. A las mujeres les gusta parir y han empezado a parir y siempre quisieron parir y eso es importantísimo. No va a quedar una sola mujer luego del último tsunami pero mientras hubo mundo hubo mujeres, y sin mujeres no hubiera habido mundo. Las mujeres hicieron crecer al país y al mundo desde sus vientres, contribuyeron con sus vientres a que el país y el mundo fueran lo que son, supieron reconducir el destino del mundo repoblándolo, repoblando el país. Un destino, lo sé, que ahora se nos revela adverso, pero que en su momento aplaudimos fervorosamente. Hemos levantado torres interminables bajo el cielo. Conquistamos el sistema solar. Fuimos agricultores. Cazamos. Pescamos. Forjamos el metal, inventamos la rueda. La invención de la rueda revolucionó las relaciones de producción: Nos propusimos objetivos y alcanzamos metas nunca antes imaginados. Descendimos a las profundidades oceánicas, descubrimos el átomo, domesticamos al gato, al toro, al caballo. Tuvimos un mundo feliz durante ciertas épocas y durante ciertas épocas pudimos ser todavía más felices, pero la perfección es tan escurridiza como el tiempo. Hemos descubierto la cerámica, fabricado utensilios de cocina, elaborado recetas culinarias. Hemos puesto al alcance del gran público la radio, el cine, la televisión. Cierto que el mundo va a acabarse pero durante todo este tiempo hemos estado a la altura de las circunstancias. Nunca nos echamos atrás. Jamás flaqueamos. Siempre entendimos que habíamos llegado para quedarnos, para transformar el planeta, el universo, la vida, el sentido de la vida. Siempre supimos que estábamos más allá, muy por encima de las pequeñeces y los subterfugios, que no íbamos a rendirle cuentas a nadie ni esperábamos que nos las rindieran. Hemos aislado virus, removido ciudades, conservado en latas de conserva. Hemos puesto el verde sobre el verde y el rojo sobre el rojo. Somos hombres y mujeres de bien: Levantamos este país con el sudor de nuestras frentes y lo hemos engrandecido procreando sin cesar, sacrificando nuestros óvulos, úteros y espermatozoides. Las mujeres estuvieron donde tenían que estar, contestando al reto de la Historia reconquistando esa Historia. Las mujeres sabían, en su momento vieron lo que nadie había visto antes: Ahora que todo termina tengo una palabra de aliento para ellas. Ahora que todo termina mi más sentido homenaje a las generaciones de hombres y mujeres que por los siglos de los siglos constituyeron la Humanidad toda, con sus hallazgos y virtudes, miserias y desesperanzas. Esa Humanidad que desaparece con la lección aprendida, que no debe nada a nadie, que se ha forjado a sí misma a través de incontables desmoronamientos y reconstrucciones. Así, el derrumbe final no nos sorprende. No habrá reconstrucción esta vez, desde luego, pero tampoco lamentaciones estériles o celebraciones artificiales. Fuimos, estuvimos, cumplimos. Jugamos nuestro papel. No estaremos en los próximos días, pero recorrimos un trayecto, señalamos un camino. En los próximos días nadie tiene idea de qué sucederá, puesto que ya nada sucederá, pero cualquiera que sea el comienzo ―todo final prefigura un comienzo― siempre tendrá su precedente. Sabremos desaparecer con dignidad. Nos hemos constituido en principio: Somos lo que por fin, a fin de cuentas, finalmente ha desaparecido.
No se trata de un discurso elaborado, claro está. No hay estrategia definida, ni pragmatismo, ni cadencia, ni suficiente elegancia ―mucho menos precisión― en él. No hay mucho seso tras él. Alguien se ha atrevido a decírselo, que se olvide del discurso. Porque eso sí, hay emoción en sus palabras, se trata de una alocución emocionada. Alguien le ha pedido que sea sincero al menos una vez, o le ha obligado a serlo. Que las circunstancias lo ameritan presidente, no tiene idea de cuánto lo hemos esperado.
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martes, 29 de noviembre de 2011

La ciencia avanza pero yo no: una vela blanca en el horizonte narrativo


 por Iliana A. Pérez Raimundo


Si pudiera tomarse como propósito u objetivo primario del escritor Aramís Castañeda, con su  colección de cuentos La ciencia avanza pero yo no, lo que declara en la primera de las historias: «quería que repararan en mi inteligencia», sin duda alguna, su tesis resulta probada a través de premisas consistentes, elemento que sobresale en medio de una producción narrativa que cada vez más tiende al descalabro.
Apartado de toda «moda» o tendencia estilística, Aramís asume la negación como categoría textual para entrometerse en puntos álgidos dentro del entramado social, sopesando para ello su tesis declarada: «queda muy poco de dónde agarrarse para llamar la atención con un cuento», la que será negada, no por tres, pero sí por siete veces.
Sin golpes bajos, asido a lo más genuino de la tradición narrativa cubana, Aramís se siente a sus anchas desde una perspectiva sarcástica y para ello, no «se refugia», «no ataca», «no se suma», sino que se desliga de la hojarasca de última hora y con ojo acucioso analiza  los fenómenos actuales, desde un plano objetivo, redimensionándolo a través de la tipicidad.
No son los entes marginales –tan caros a los narradores de la actualidad- quienes funcionan como motivos para su asunción narrativa, lo que resulta uno de los fundamentos a agradecerle, sino que aspectos canonizados por la sociedad, se desmitifican a través del nuevo matiz con que aparecen trabajados en cada una de las historias.


De ahí que sea la falsedad quien domine con protagonismo absoluto, en ocasiones a partir de los personajes que recrea y en otras, a través de lo que se narra, pero siempre con el fin acentuado de una nueva visión para lo supuestamente positivo y correcto, dentro de lo conductual en los planos sociales.
En las historias que propone Aramís, la «pose» resulta manera acomodaticia para asumir la condición individual, lo que se convierte, en motivo de recurrencia negativa en su tesis escritural.
El intelectual afiliado al cuestionamiento como vía para ser tenido en cuenta, viene a convertirse en impulso para el cuento Un sorbito de champagne y la «guerrita de los e-mail» aparece cual recurso revelador de todo lo retorcido que esconde lo circunstancial, porque, «podrán decirse muchas cosas, pero que los intelectuales de mi país se dejan pasar una, no».
De otra parte, ni lo que pudiera apuntarse como trivial, se escapa del proceso de negación, pues la misma sencillez o la supuesta inconsistencia de un tema, puede desencadenar hacia el cuestionamiento de principios básicos que han dado pie a la categoría de «lo cubano».
Juan y José, personajes de la historia Entre un hola y un adiós, basan su antagonismo en la demostración a través de la impugnación. Para uno lo cubano viene a ser el non plus ultra de todo lo que se conoce en materia geográfica, social, biológica…, por lo que su prototipo representa al gran porciento que ha vivido alimentándose de un ego impuesto y, por ende, sostenido sobre cimientos falsos; sin embargo su contrapartida, lo trae al escenario real por medio de evidencias, que una y otra vez, lo abocan hacia el desliz revelador, hasta que se arriba a la gran declaración: «Juan, que un país pequeño, pobre y hostigado por el enemigo; José, que estaba cansado del cuento de la Cenicienta».
La ciencia avanza pero yo no (título de la primera de las historias y del conjunto), se aferra a lo anecdótico desde un enfoque en el que el narrador, se inmiscuye como protagonista o se ampara en la omnisciencia que le ofrece la voluntad de quien ya está de vuelta de muchas cosas.
La pobreza de espíritu de algunos, unida a las escasas posibilidades de acceso tecnológico, viene a ser motivo primario para un análisis acentuado hacia los diversos tipos sociales que confluyen alrededor de un motivo eventual, en este caso, el  correo electrónico: abejean en su entorno la madre con un hijo en el extranjero, la mujer aferrada a una herencia sanguínea como vía de escape, la prostituta con un marchante foráneo… todos con un «más allá» como premisa para escribir, contestar, pedir auxilio.
Así las cosas, La ciencia avanza…, se entromete con una sociedad agónica que ha ido perdiendo desde su cotidianidad, todo aquello que en un momento anterior -no tan lejano- hubo de considerarse valedero, sobre todo en el plano espiritual y el «todo vale» asoma su oreja peluda junto al descrédito personal y el colectivo.
Sin embargo, no es el cinismo quien acude al encuentro de historias que, de tan cercanas, nos resultan cómodas en su disección: sus propósitos como autor van más allá de la crítica ligera sin tomar partido. Aramís asiste a lo que narra, él conoce de cerca cada uno de los « eventos » que toma como modelos y sus experiencias también están allí, dentro de lo local, porque es uno más en medio del todo que ocupa como espacio narrativo. 
El humor que envuelve a las situaciones, desde aquellas donde los caracteres sociales desfilan con la apariencia de sus modus operandis, hasta las que profundizan en lo subjetivo-conductual, van regodeadas del morbo con que atenúa lo horroroso de cada situación. 
Este es el caso de Con su blanca palidez, historia de “tipos” sociales con sus cargas aparenciales, filosóficas y conductuales. Aquí lo marginal se yergue como protagonista para un momento inicial; el personaje que funciona como hilo conductor, va atravesando por diversos status, en los que no encuentra acomodo porque se asiste al fin de los paradigmas: muy poco en qué creer y para qué actuar.
Cada grupo se revuelve en su propia manera de enfrentar lo cotidiano, la máscara se asume como táctica para resistir la pose que se solicita, como salvoconducto para ser tenido en cuenta: rockeros, poetas, trovadores –genial la inclusión de sus prototipos aparenciales -,  van incorporándose al desfile del relator, quien al final, se incluye, en la categoría que le resulta más cómoda para seguir su ciclo. Esta es sin duda, una de las historias más acabada, quizás porque al autor le son muy cercanas cada una de las aptitudes que afloran desde una narración depurada y consistente.
De otra parte, la historia Melodía desencadenada, para un lector poco avezado, quizás resulte una suerte de rompimiento dentro de la secuencia narrativa, sobre todo por el referente familiar que le da pie; sin embargo irrumpen desde lo secundario, elementos de la cotidianidad nacional que apuntan hacia la fauna de imperfecciones con que se ha convivido por tanto tiempo: la burocracia, el marasmo, la violencia…, y a las que puede dársele la espalda, negarlas con una postura de indiferencia o, sencillamente, escamotearlas con lo anodino, inventándose motivos, como suele hacer el personaje de la tía.
Sin embargo, de todas las historias que contiene el volumen, donde lo personal se convierte en motivo para la negación, pero esta vez desde lo marcadamente intimista, es en la segunda.

 

La proposición narrativa de Sigo siendo aquel, es el regreso a un país que el protagonista había sopesado desde la nostalgia y donde el «mundo austero», que le había mantenido viva la esperanza,  se desmorona con inmediatez, no más subirse al avión que lo conduciría al reencuentro de lo considerado como sacro. La realidad a la que concurre tras el retorno no se asemeja al arquetipo que, como ideal de vida, lo ha sostenido desde la añoranza                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   «Verdad que se los come la miseria pero, mira, hay algo en ellos que los hace distintos (…) inteligentes, desprejuiciados, creativos, francos…. » 

La aeromoza de Cubana con su maquillaje de tiza, es el detonante, el símbolo de la decadencia y la mediocridad a la que tendrá que enfrentarse mal que le pese; ella se vuelve imagen recurrente de sus obsesiones, quizás como Mefisto recordando que un pacto de ese tipo, no admite una segunda vez.
Sigo siendo aquel, desde su significación discursiva, viene a cerrar el ciclo de negaciones propuestas desde un inicio en la colección; Aramís asume la narración desde lo introspectivo y su condición particular queda expuesta  desprejuiciadamente: él a su vez es un tipo social, él también se enrola en todo el entramado que lo ha conducido a asumir una visión –otra- de lo nacional, una perspectiva que se agradece por no ser más de lo mismo.
El autor consigue con este grupo de historias, abordar aspectos de la existencia humana, con atrayentes estrategias desde la reflexión, consciente de que no puede desprenderse de lo circunstancial y, desde esa óptica, asume su punto de vista asiéndose de la negación como procedimiento bipolar, es decir, como teoría demostrable desde lo escritural discursivo y, por ende, desde el mismo estilo narrativo que asume para el volumen.
Lo anecdótico –tantas veces vapuleado por quienes lo consideran asidero cómodo para encaminar lo textual- apunta hacia el protagonismo argumentativo, consiguiendo con ello, lo que los narradores de la postmodernidad parecen haber olvidado: contar y, con ello, no desprecia Aramís, la esencia de este significado dentro del género, anotándose otro punto a su favor.
Hastiados de tanta reflexión compulsiva, de tanta fruslería tendenciosa que, al final, significa una pose más en busca de la aceptación, La ciencia avanza pero yo no, viene a enarbolar la bandera blanca del estilo diáfano y alienta, por supuesto que alienta a los que desde la inteligencia, dignifican el oficio de escritor, distinción que, dentro de la cuentística actual, ya no abunda. 
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ENTRE UN HOLA Y UN ADIÓS
Había pasado la media hora. Juan estaba a mi derecha y José, a la izquierda.
─¿Cuántas viste que pudieras considerar bonitas? ─el tono de Juan era malicioso.
─Veinticinco o veintiséis ─respondió José
─Y de esas veinticinco o veintiséis ¿Cuántas medirían más de uno setenta y cinco?
─Ninguna.
─¿Viste como Cuba no haría nada en un Miss Universo?
José había dicho que si las cosas cambiaban, él se haría dueño de un café. Luego aclaró que de un restaurant y finalizó determinando que mejor de un night club. Cuando avanzó la tarde lo tenía claro. Joseph´s Bar ─el nombre que pondría a su sitio─ sería amplio, muy amplio. Contaría con un salón principal, un reservado, una barra, una cafetería y una terraza. La terraza dispondría de unas cuantas mesas y muchas plantas para aquellos que gustaran de disfrutar el aire libre. La cantina se especializaría en desayunos y comidas ligeras, la barra estaría destinada para entremeses y bebidas alcohólicas, el reservado para quienes requirieran de privacidad y, el salón principal, para los espectáculos nocturnos o grandes fiestas. Se prestaría servicio las veinticuatro horas del día.
El sueño no quedaba ahí. José se veía a sí mismo sentado en medio del salón principal, aprobando o no a las personas que se presentarían al casting por él convocado. Las piernas cruzadas, un vaso de whisky en una mano, un cigarro en la otra. José será quien salve al cabaret cubano de la crisis en la que ha permanecido por más de treinta años. Sus espectáculos estarán repletos de grandes divas que desgarran su alma y sus ropas en el escenario ─mientras el público, frenético, se pone de pie y aplaude a rabiar─, cuartetos de voces armoniosas, rumberas de fuego, bandas gigantes con predominio de los metales, cantantes de voz recia, negros gordos al piano, viejos boleristas ─con el olor a aguardiente saliendo de sus bocas entre frase y frase─, festivos comediantes y, como añadido, algún que otro travesti.
A esas alturas fue que Juan interrumpió:
─Pues yo por lo único que agradecería un cambio, es para que Cuba pueda participar en el Miss Universo. Ahí sí se les caería el cartelito a las venezolanas y a las puertorriqueñas. Ya iban a saber todos lo que son mujeres de verdad.
Entonces José hizo la apuesta: nos sentaríamos los tres en la escalera de entrada a la cremería y, durante media hora, estaríamos viendo a todas las muchachas que pasaran. Concluido ese término, Juan seleccionaría a las que le hubieran resultado más hermosas.
No era la primera vez que se retaban. Una semana antes, Juan se ufanó en que la ranita más pequeña del mundo se encontraba en Cuba. Era la Eleutherodactylus limbatus y medía diez milímetros. José ripostó que no era así, porque ya se había determinado la existencia de otra aún más pequeña. Ahí Juan la sacó de debajo de la manga: «Sí, la Eleutherodactylus iberia que mide un milímetro menos; pero esa también es oriunda de Cuba, vive en Baracoa». Al día siguiente, José se apareció con que en Brasil se había descubierto también la existencia de una ranita que medía nueve milímetros: la Silosrigne didáctila. «Ahora Cuba tendrá que compartir el honor de la rana más pequeña con Brasil. Lo siento».
Las conversaciones entre Juan y José han terminado casi siempre en porfía. Ninguno se interesa mucho por la familia del otro, ni por cómo se encuentran de salud o les va su vida laboral. Han vivido prácticamente para retarse y tratar, cada uno, de ser quien gane el duelo.
Al igual que por la rana más pequeña, o lo altas o no que fueran las cubanas, Juan y José habían sostenido discusiones por los asuntos menos sospechados. En cierta ocasión la controversia giró en torno a Varadero. Juan aseguró tajante que era la playa más bella del mundo. José que en St Barts, una llamada Anse Du Grand Colombier, era considerada la mejor. Juan replicó que mejor no es lo mismo que bello; que tampoco sabía dónde quedaba el St Bars ese y que, además, José nunca había estado allí, por lo que su opinión no era sostenible. José habló entonces de la Anse Source D´Argent y de la Bird Island en las islas Seychelles, de la Bondy Beach en Sydney, Australia; de Ipanema y Copacabana en Brasil y de la Frenchman´s Cove en Jamaica. Todas integraban el top ten de las playas más hermosas sobre este planeta. «Siempre se ha dicho que Varadero es la más bella y, tanta gente, no puede estar equivocada»concluyó Juan y, en un torce de forcé, comenzó a hablar de los destinos turísticos preferidos en el Caribe.
José dijo que, según había leído en no sé qué revista, el primer lugar lo ocupaba la ciudad de San Juan en Puerto Rico y que después le seguían las islas de Antigua y Barbuda, Aruba, Bahamas, Barbados, Bermuda y las Islas Caimán. Para Juan, esas eran estadísticas desactualizadas; en los últimos años, Cuba había pasado a ser ─quizás─ el lugar favorito para los europeos y canadienses y, de quitarse el bloqueo, era totalmente seguro que los americanos dejarían a un lado todos los demás sitios para visitar, por miles y a diario, La Habana.
Cuando hablaron sobre cavernas, Juan enfatizó que la de Santo Tomás, en la zona de Pinar del Río, era la más extensa y profunda de América. Tres días más tarde, José llegó con nueva información. Era cierto que en América Latina ─y no en toda la América─ estaban ubicadas algunas de las cuevas más grandes y profundas del mundo; pero la mayor de ellas era la Guacharo, con nueve kilómetros de extensión, en Venezuela. Se incluían también: la Gruta de Guaguapo, del Perú, con una extensión de 7,025 pies; la Actun Tunichil Muknal y la Cebeda, en Belice, y la Sima Pumacocha, igualmente en la tierra de los incas. Esa de Pinar del Río, no aparecía por ningún lado en la relación por él consultada. «Tú sabes cómo son las cosas, a nuestro país nunca le dan crédito en nada. La de Santo Tomás tiene cuarentaicinco kilómetros de largo; pero me juego lo que sea que allá afuera, ni saben que esa cueva de Pinar del Rió existe. Es que no nos consultan, no nos hacen caso, no existimos para ellos». Y para Juan, la Guaguapo, la Actun Tunichil Muknal, la Cebeda y la Sima Pumacocha, fueron nombres que nunca se pronunciaron.
Juan, que Gutiérrez Alea; José, que Buñuel; Juan, que Memorias del subdesarrollo; José, que Los Olvidados. Juan, que la rumba, el bolero, el chachachá, el mambo y el son. José, que al mismo nivel del rock and roll, el jazz, el soul, el rhythm and blue, el hip hop, el samba y el bossa nova. Juan, que en la Olimpiada de Barcelona, Cuba había obtenido el quinto lugar por países; José, que en la de Beijing, el veintisiete. Juan, que Benny Moré; José, que Frank Sinatra. Juan, que Isabel Santos; José, que Meryl Streep. Juan, que un país pequeño, pobre y hostigado por el enemigo; José, que estaba cansado del cuento de la Cenicienta. Y, en ese punto, se pelearon por un mes.
Cuando volvieron a encontrarse, José confesó que extrañaba a Juan. Juan reconoció que él también a José.
─Bueno y… ¿de qué hablamos?
─De cuando Cuba era el principal productor de azúcar del mundo se adelantó Juan.
Tendré que hacer memoria, porque eso pasó hace mucho tiempo. Ahora los principales son Brasil, India, China, Thailandia, Pakistán y México ─ripostó José.
Y volvieron a estar un mes sin hablarse.
Entonces yo intervine. Les hice prometer que no discutirían más y, para cuando les fuera imposible contenerse, hice una propuesta: cogeríamos el periódico del día y allí donde se emitieran juicios encontrados, debía tomar partido cada uno, por uno de ellos. Durante semanas Juan y José estuvieron discutiendo sobre la Serie Nacional de Beisbol: era el único apartado, dentro del periódico, donde los reporteros polemizaban entre sí.
Al cabo, dijo José: «Me aburre estar hablando siempre de lo mismo», y por una vez en la vida, Juan estuvo de acuerdo con él.
Comenzaron, pues, a esclarecer quiénes las tenían más grande. «Ahí sí que no me puedes decir que no somos nosotros» ─alardeó Juan. «Por algo vienen tantos turistas aquí». Y José habló de una tal lapolla.com donde, tomando en cuenta la densidad de población, aparecían como las pingas más grandes la de los holandeses, en segundo lugar la de los hindúes y en tercero, la de los jamaiquinos.
─Pero nosotros nos movemos mejor en una cama ─ripostó Juan.
─Eso sí que no lo sé ─confesó el otro. Todavía no me he encontrado ninguna lista que evalúe una cosa así.
En otro momento, Juan apuntó que la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales cubana, poseía uno de los archivos musicales más grandes del mundo. José dudaba mucho que no los hubiera mayores en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, México, Italia, China, Brasil, España, Argentina, Rusia o Alemania. Y de ahí pasaron a la mortalidad infantil, los principales poetas vivos de la lengua española, los más famosos carnavales y fiestas tradicionales, las cocinas más célebres, los bailadores más afamados y el mayor índice de longevidad.
Luego de eso recalamos en el asunto del Joseph´s Bar y el Miss Universo.
─Ya sé ─a Juan le brillaron los ojos. Podemos mandar a una de las mulatas del equipo de volibol... cualquiera de ellas mide más de uno setenta y cinco… casi todas son lindas...
─De las cincuentaisiete ediciones de Miss Universo que se han celebrado, sólo en tres han ganado mulatas o negras. La primera fue Janelle Penny Comission, de Trinidad Tobago, en 1977; la segunda, Wendy Rachelle Fitzwilliam, también de Trinidad Tobago, en 1998 y, la última, Mpule Keneilwe Kwelagope, de Botswana, en 1999. Las posibilidades de que una cubana no blanca gane, son remotas.
Ese día decidí no hablarles más. Pero, al mes, ya comenzaba a extrañar a Juan y José.
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