martes, 27 de mayo de 2014

Breviario de margaritas

 
 
Escribir sobre Breviario, no se me daba. Como suelo escribir mejor desde el lector, confieso me dio cierta desazón de que la vejez ya estaba dándome duro en el espinazo. Entonces lo entendí todo. La poesía que desmadra de esta mujer (que además no esta loca de remate y por contradicción es la mejor parte de ella para descubrirla). Resulta que sí,  a veces se escribe contra uno mismo, contra los demonios que nos hacen sangrar y porque los ovarios puestos en su justo sitio, con dignidad, digo, hacen que hablar por los codos no sea un defecto, a lo sumo, es un acto a contracorriente de cualquier cobardía.
 
 
 Muchos escritores con razones de peso y leyes de lo que suponemos es poesía, defienden que no debemos ponernos a contar. Lo cierto que hace mucho me vale un tarro y mil, y parece que a la autora le ocurre parecido, ella cuenta.  Su narración no es un hilo, son cortes, tampoco, desde el yo ramplón, todo lo suelta sin ingenuidad ni falso criterio, cuando se vive a quemarropa de un disparo, se enviuda, el amor nos calienta, a cada rato explota, incluso, se reconquista aquello que parecía frustrado,  y hasta el gato de la casa da sus contiendas por un alimento de calidad, no existe metáfora ni falta de juicio, ni dualidad de ser dos, al revés, la poeta es múltiples partes de la mujer que es, y a cada cosa le da su espacio, igual que nos intimida como lectores para entenderla. No lo hace como una amenaza, es la reflexión del espejo, de esa imagen nítida que deberíamos tener a mano.
 
 
 Ya la neblina aquella cuando pastábamos en el potrero nacional, ha pasado, y Margarita no se anda por las ramas, nos da ese hachazo de cuaje, uno necesita dejar de rodar, poner cable a tierra y de eso se trata. Pero si cree que el arte del elogio es incorrecto, quizás no me crea, no necesitas creer realmente en nada, debes tocarlo. Ve y advierte dar un clip y encontrarte ante la poesía del último libro de Margó, Reina de Groenlandia, le ánimo, a que entre, lo único que necesita es llevarse a ud mismo, es decir, no pretenda buscar al otro, la mujer que escarba en sus viseras, tiene un objetivo muy preciso, no hay otra forma de vivir que no sea desde una realidad a la que se penetre desde el sudor y la lágrima, porque desde que le dijeron que se callara y no lo hizo, es:
 
Una mujer común,

con una camisola de hospicio

rasgada, amarillenta,

sin identificación.

que te confiesa

llamarse Margarita.
         
 
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«Un demonio, al nacer,


me dio el arte cruel de ensangrentar


la peña y de escarbar en la herida».

Charles Baudelaire.
 
 

 
 




Confesiones de una vagabunda.

  

 


¿Cuál amistad tendrá con nada 
el que en todo es contrario de sí mismo?
Francisco de Quevedo

 

Antes de perder la cabeza

pondré sobre la mesa

la herida.



Quiero esconderme

en la plaza pública,

donde siempre he estado

al alcance,

a la mano

sin perturbar

o llamar la atención.



Quiero tener paz

al nombrar cada esencia

que me ha matado.



De nada os sirvo,

podéis cerrar el cuaderno,

quemarlo,

escupirlo

depositarlo en el bolsillo

del suicida.



De todas formas

soy culpable:

he bebido poco

he fornicado menos

pero embriago



-borracha,

no admito finuras

en carne descompuesta-



ebria de sentir

como olisqueas en un verso

buscáis consuelo donde no hay,

buscáis compañía

cuando huyo.



Escasea el tiempo,

me voy a traicionar,

voy a vender

como postalita

mi circunstancia.



Decorticaré cada ciudad,

cada perro,

seré breve como un rayo:

no me ha acompañado

la suerte.



Desde que partí de mi tierra

no he recomenzado,

solo cuadernillos,

mendicidad

y este breviario

de vagabunda estacada.



Me dijeron calla,

pero no he obedecido.



Aprende: no soy perla

de altar, ni manto

que busque espalda.



Quizás hasta posea

lo que necesitas,

pero puedo mancharte,



estoy sucia como una

frase de usurpación

a la deriva del Danubio.



He fallado:

quise retenerme adolescente,

quise que mi hija fuese siempre niña,

pero usé el santo que no  conviene,

jugué el número que no tocaba,

usé la bárbara costumbre nórdica

de la sal



 

sal gruesa en la acera,

sal en la puerta

para espantar la nieve,

el mal ojo, la escasez,

la fatalidad.



 

Pero llueve

y sobre el nueve la lluvia,

rastrojos de mudanza,

ropa usada,

fotos en el cajón de cocina

junto a utensilios oxidados

como tú y yo,

extranjeros de especie.



 

Una mujer común,

con  una camisola de hospicio

rasgada, amarillenta,

sin identificación.

que te confiesa

llamarse  Margarita.

 
 




 

 



Leonard Cohen reza la mecánica sagrada

  

Escucha, cae el tejado,
una teja tras otra se desliza al suelo
y suena a cráneo que quiebra.
En casa de mi madre
mi padre ha muerto,


nadie grita orden
frente a la escasa cena
para una persona


viene de un fogón de leña
donde pavorosamente
se juntan los hermanos.


Cada paso es lento,
marcado por la tristeza del alero.


Me aconsejan que visione
un mar de flores blancas,
pero hoy relampaguea,
me aprieta el pecho
como si fuese
un botín de cuero

hasta que comienza a rezar
Leonard Cohen,
el pie en una carta
de tarot mal dibujada,
bajo un cielo inexistente
que me devuelve la virginidad.



Leonard reza y su voz desmaya
a querubines y Delfos amanerados,
me ampara de estruendos,
confina la puerta


con su mecánica sagrada
y mi seno derrama amor
      en la hierba
bajo el primer extraño,
           que tengo a mano.





 
 

Balada de la regente.


No he tenido que matar,

mis esposos han muerto

de viejos, de cáncer,

de exceso de droga,


no cuentan,



copié versos de muchos poetas

en la esquela mortuoria



insistí en los vivos: "vengan a casa,

copulen mientras duermo,

quiero despedir a mis esposos"


pero fue pretexto para fiesta.



Nadie sabe

a quién dedico textos,

si son míos.



Iré a quejarme,

nadie comprende que

en cualquier momento

suprimo la palabra humano.



Fertilizaré la cabellera

de los ausentes, cortaré cabezas,

siempre corto el pelo

a quien amo,

antes de que sea gris y apeste a

cocaína de novato

que perfora coños

y vende boletas de podredumbre.



Dejaos de celebrar

no escribo para entretener,

me suda la loca,

soy la puta sílaba,

sobre la goma pegajosa que ensucia

la hoja y deja un ciclé

semejante al culo de una perra.




Me voy a ver mis pastizales de vaca,

plastas de mi poder

soy I' am

la que ha nacido para perder.
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Margarita García Alonso. Matanzas, Cuba, desde 1992 reside en Francia. Periodista, poeta, y artista visual. Autora de diez poemarios, cuatro novelas y de cuadernos de arte. Licenciada en periodismo de la Universidad de la Habana. En Francia obtuvo el Máster en Industrias gráficas. Posee numerosos premios de pintura, artes visuales y literatura. Aparece en más de cinco antologías y variadas revistas. Premio de la Taberna de poetas francesas en el 2006. Premio de la Fundación cultural Miguel Hernández por su creación gráfica Pájaros azules para el poeta, 2014. Su trabajo en el arte contemporáneo es considerado Patrimonio de la Normandía. Ha sido facturada en la Colección "Spotlight on France", de la galería Saatchi- on line, de Londres. Dirige la poco rentable, desconocida pero histórica Editions Hoy no he visto el paraíso.


 

sábado, 17 de mayo de 2014

La vasta lejanía



 



                                  Por   Jorge Luis Arcos



La vasta lejanía es el título de este libro de poemas de Agustín Labrada, prologado por el también poeta Emilio García Montiel, quien, por cierto, centra sus reflexiones en torno al tema del viaje. Y es el viaje, sin duda, el centro latente de este intenso poemario. Tema arduo, difícil, como que está en el mismo centro de la tradición lírica insular, porque lo está en las vivencias fácticas o imaginarias de muchos de sus poetas más sobresalientes. Si en las historias de la literatura cubana la historia de la poesía suele comenzar por la referencia a los tres manueles, sobre todo por los poemas contrapuntísticos de Zequeira y Rubalcava sobre la naturaleza, ya convertida en retórica neoclásica, de estirpe greocolatina, y en pugna con la incipiente expresión de otra percepción de la naturaleza, que en realidad no se expresa con verdadera originalidad hasta elDiario de Martí, yo prefiero comenzar la historia de la poesía cubana con otro poema de Zequeira "La ronda", que es el viaje tanático, la pesadilla nocturna, imaginal más que imaginaria, de un poeta que revelaba desde un principio su secreto anhelo de desidentidad, invisibilidad, con ese viaje simbólico hacia la muerte o hacia la locura donde finalmente recaló. Sí, ese abismo que también nos mira, como diría Nietzsche, está también en los orígenes de nuestra poesía. Desde ese esqueleto que deambula por las murallas de la ciudad hasta ese otro esqueleto con que dialoga José Martí en Versos sencillos… Emilio García Montiel hace alusión en su prólogo al énfasis que le sorprende a Casal, o a lo casaliano más bien, dentro de las trasposiciones simbólicas de nuestras poesía. Pero Agustín Labrada, aunque acaso pertenece, por soterrada vocación existencial, a ese linaje casaliano, expresa de una manera muy diferente su relación con el viaje.
 
 
El viaje, en Casal, es el viaje hacia lo otro, hacia un trasmundo. Es, en cierto modo, el vértigo ante al abismo, como en El demonio de la perversidad, de Poe. Ya se sabe, el viaje físico es imposible para Casal ("Mas no parto, si partiera, al instante querría yo regresar", confesó). Impulso que llega a Raúl Hernández Novás: "Ya no basta la vida. Hay que viajar." Pero ¿hacia dónde? ¿Hacia la muerte? Es el reverso sombrío del viaje. A Raúl no lo compensaron sus viajes simbólicos, imaginarios, ni esas espléndidas comarcas, a lo John Donne, que creó como en una suerte de geografía visionaria. Raúl terminó embarcándose en la nave de los locosy, con su pistoletazo final, rompió la pantalla, la página blanca, el lienzo donde había desplegado sus construcciones imaginarias, para sumergirse en lo otro, lo desconocido, que añoraba que fuera de nuevo éxtasis oceánico, el mar amniótico, el origen indiferenciado de la materia primordial, las aguas maternales del origen, y que en realidad fueron las aguas putrefactas de su légamo primordial… Es que Casal y Raúl, como pocos poetas cubanos, tuvieron, padecieron, la vivencia de lo sombrío. Aquella que se expresa ya en "La ronda" de Zequeira, y que también, por cierto, visitó a Martí. Agustín, en cambio, está más cerca del viaje como aventura, como fábula posible. Si Martí odiaba el mar, si Casal incluso lo ignoraba, Agustín lo afirma como camino para el viaje. Por eso su Odiseo es tambiénotro. No es el Odiseo que escucha "Sólo el mar es tu casa". Agustín escribe en otra vuelta de tuerca: "No es el mar nuestra casa, aunque nos sea dada la sal todos los días." Agustín es el Odiseo que quiera regresar a Ítaca, el que se convierte en el porquerizo Eumeo. No es Espelnor, que se queda en los infiernos, mi viajero preferido y marginal. Por eso su vivencia más intensa es la recuperación imaginaria de la isla desde la lejanía. Sus visiones son primordialmente luminosas, aunque sus bordes estén como comidos por las dentelladas inevitables, como latentes, de lo sombrío. Por eso recupera la imaginería que le viene de la infancia. Insisto en esto. Cuando a un poeta lo separa de su infancia el mar insondable de lo sombrío, ya esa infancia no puede ser rescatada. Está en otro planeta, un cuarto, un reino, a donde no tenemos acceso, como el personaje de Kafka frente al ángel del límite, ante las puertas de la ciudad, como el mendigo ante el umbral… No es, por fortuna, éste, el destino de Agustín.
 
Quiero decir, Agustín hizo el viaje antes de que lo avasallara por completo lo sombrío en su propia tierra, en su propia alma. Por eso no puede ser nunca el expulsado, porque el expulsado ya lo está antes en su propia comarca. Agustín sí siente la lejanía, vivencia imprescindible para un poeta. Una lejanía magnífica, digamos, una lejanía dadora de vivencias, una lejanía que atesora eso que Lezama llamaba "riqueza infantil de la creación", como algo que también un poeta debe conservar. Tiene esa dicha Agustín Labrada, dicha sólo ensombrecida a ratos por una enorme nostalgia o melancolía de un paraíso del cual no comprende que haya sido expulsado. Agustín tiene entonces la vivencia del poeta del litoral, como le llamó Lezama en su diálogo con Juan Ramón Jiménez, el poeta que mira en lontananza los "barcos que pasáis en la alta noche por la azul epidermis de los mares", digo con el conocido verso de René López. Pero no conoció a ese otro que aúlla frente al mar por un destino mejor o peor, mejoría o peoría que, al decir de Juan Ramón, puede ser la muerte, pues Juan Ramón quería para Cuba el poeta que mira, que vive hacia dentro, como signo de madurez. Pobre profecía la de Juan Ramón. Agustín, como tanto poeta cubano, no puede mirar, vivir hacia dentro de su tierra porque correría el peligro de enloquecer. Pero Agustín, en fecunda compensación, conoció en el viaje la plenitud. Todos sus poemas sobre el viaje prestigian ese peregrinaje como dador, aunque doloroso, de conocimiento. Sólo lo acosa a veces cierta extrañeza, pero tampoco hace de ella tierra prometida.
 
Me he demorado en estas comparaciones, estos deslindes, porque yo mismo tengo una vivencia muy diferente de la de Agustín. Me ha gustado comprobar, como un ejemplo de diversidad de registros y vivencias de que se nutre la actual poesía cubana, esa diferencia, ese otro camino posible. Porque no hay que insistir en que la mayoría de los poetas cubanos son ahora mismo vivan dentro o fuera de Cuba poetas en fuga o en diáspora, como un universo en expansión, como fragmentos huyendo de su imán. O fluyendo hacia otro imán, como hiperbóreos (en mi caso), o alucinados frente a un dios desconocido, como en el pasaje final de Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Una expansión caótica como toda expansión. Una expansión donde se cumple la ley de la entropía. Mientras mayor sea la plenitud (el conocimiento, el orden creado), mayor energía es disipada y mayor desorden se expande por el universo. ¿Es una expansión suicida? Puede ser, pero por lo pronto muy fecunda.
 
La poesía de Agustín pertenece, de una manera natural, aunque con sus características singulares, a la llamada poesía de la Generación de los Ochenta. Ése fue su ámbito formativo. Quiero decir, ya nació su poesía como el testimonio de un hijo diferente. Por eso participa de muchas de las maneras generales, estilísticas y cosmovisivas, comunes a aquella comunidad poética, tan diversa en el fondo. Desenvuelve una suerte de conversacionalismo lírico, con un lenguaje muchas veces regio, suntuoso, en la estela de un Eliseo Diego, o, incluso, de un Octavio Smith, encuentro mucha afinidad en la percepción de la realidad de este último gran poeta casi desconocido con la fábula del viaje de Agustín. Su parnasianismo, que no simbolismo, se amista con la naturaleza. Por eso su deuda con Casal es relativa. Hay la naturaleza atroz, que él no conoce, como esa naturaleza turbiamente simbólica que avasalló a Ángel Escobar; hay la naturaleza por omisión o imposibilidad (Casal); y hay la naturaleza simbólica como compensación imaginaria o como imagen futura de plenitud (Raúl). La naturaleza para Agustín es en cierto modo la plenitud posible, aquí y ahora, como para Martí, pero sobre todo porque está en Agustín vinculada a la memoria o en todo caso al légamo reminiscente que recupera de su infancia, de ahí que sus imágenes naturales aparezcan como todavía salvadas de "los horrores del mundo moral". En esto coincide con Kozer, aunque su expresión no sea como en aquel tan manierista. En todo caso su relación con la naturaleza es erótica y sensual y, en el fondo, inocente.
 
Si una lejanía es vasta ¿es porque es habitable? Puede ser. O tal vez es vasta porque estamos perdidos en ella. No sé. Tal vez. Quién sabe. Esa incertidumbre recorre en todo caso el poemario. Pero ¿no es acaso la incertidumbre lo privativo del poeta moderno, hijos como somos refrendaría el Padre Ciorán, patriarca de nuestra edad de un Satán revisionista como aventurara en una ocasión Albert Beguin? El poeta va ofreciendo el testimonio de pequeñas certidumbres, de instantáneas plenitudes. Urde con ellas una historia como quien teje un lienzo, un mapa de un país imposible. No sé por qué me vienen a la memoria estos versos de Smith: "La fiesta a que no somos convidados" y "Destronado fui mientras dormía", pero sobre todo éste, de Rubén Darío: "El reino que no era para mí." O sí: acaso sea porque ese amargo sabor final es el que prefiero en la vasta lejanía de Agustín Labrada.


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PRIMER POEMA DEL VIAJE



 

Errar en los códigos

que atravesaste soñando como ángel,

no justifica tu piedad por los años baldíos.

¿Cuántas veces al pie de la frontera

se hizo tu piel el doble que te habita?

Aquel deseo fue eclipsándose,
 
traicionado y traidor —como mal mercader

que sólo obtuvo pérdidas y un hilo de misterio.

Andar por la llanura desolada

es una endurecida libertad,

y aunque no arribes a la entrada del templo,

vive la plenitud

que al levantarte ofrecen estos amaneceres.

No se deslizan tus pecados al fondo,

la salvación vuelve con la memoria

de los que morirán en tu recuerdo;

pero no reconozcas al marcharte

cuánto pudiste hacer y quedaste en lo oscuro,

pero no reconozcas haber perdido

si el paisaje no está vedado ante tus ojos.

 

 



INVENTARME EN EL VACÍO

 


En la balanza,

otros ojos definirán mi luz y mi tiniebla.

Mi propia nobleza fue la espada enemiga

y navegué muy solo,

sin poder elegir el arpa o el Infierno.

Qué denso es el camino de dos caras.

Si mentí, fue para inventarme en el vacío.

Si viajé sin llegar a la muerte,

fue para mí un misterio.

Vengo desde un pozo

adivinando el mundo entre la incertidumbre,

mientras un viejo siglo cruza

ante ese juez más sabio que es el tiempo.




SI SE ACERCARA EL FIN


 

Junto al cementerio toca una banda municipal,

las efigies de sus músicos

labran una oración bajo la arena

y en sus notas se fugan los domingos.

Si lloviese, la cruz sería culpable.

Si pasara un murciélago

y se acercara el fin,

ninguno de nosotros hurgaría en sus ruinas.

Entonces, ¿por qué negar el testimonio

de esos seres que aplauden

como si tañeran la única certidumbre?

Has sentido de golpe cómo pasan las horas,

ya nada probará cuanto has vivido.

Desunes estos naipes en que lo cuentas todo

y aún te aguardarán,

antes de ser la arena donde tocan los músicos.

 



LA PAZ ENTIGRECIDA

 



Miro en el charco la tarde en que me entierran

y reverdece

la paz entigrecida en torno a mi cadáver,

donde no se despuebla ni una nube,

ni se escucha un solo girasol entre las almas.

Oigo volar por el sauce a los perros

que en una lágrima

entonan su liturgia mientras llueve la tierra,

y afianzan ese grito

cuando todo naufragio va lamiendo el paisaje.

Me acosa el temporal que presagia al silencio

y entristecen

ésos que me despiden,

sumergidos y ocres en su guerra,

sobre un lánguido charco en medio de la tarde.

 



DI NOMBRE A UN ASTRO




Di nombre a un astro

y oscureció mi pez como ese lirio,

negro para su estirpe,

frágil ante los soles,

borrado en el desierto por la luna.

Morirá una cigüeña,

si permito volar frente a este muelle

cuerpos y mares

que no navegaré,

cuando sean deseados y no vuelvan sus olas.

Doy mi pecho a las dagas

si arrastro a los demás hacia el naufragio

y pago cada reino

(su ballet y su pólvora)

sin atarme al verdor de una sola aventura.

Pero los epitafios

no rozarán mi sangre con su arena

mientras cruce el perfume

que refugia en sus alas

el placer insondable del más profundo estío.

 

 


 
 

A LA MUCHACHA GRIEGA TRAS LOS MUROS

 



Si creyeras en la virginidad de toda alianza,

te asombraría la luz

en el peligro

y su esplendor que ciñe tu tristeza.

Una hora más

y alcanzarías la cuerda

conque Ariadna

atraviesa el oro de los siglos,

hasta ver a la muchacha griega tras los muros,

los guerreros que son esa playa que pisas.

¿Qué extraño testamento has confesado

para saldar tus deudas con la antigüedad,

que se inclina y señala ante tus pies el fuego?

Desde hace miles de años,

a las altas murallas retornan los difuntos,

es el humo de Troya

que iba a testimoniar su discordia en la Tierra;

siempre habrá un fiel guerrero y una joven hermosa,

siempre la misma luz

legada por el amor de Zeus a tu memoria.



CÍRCULO Y UTOPÍA

 


De falda en falda se trenza nuestra huida,

porque la libertad

se alisa con el miedo,

y muy contados hombres

podrían sostenerla entre sus cardos.

De la madre a la novia,

de la esposa a la amante,

de la amiga a la muerte,

buscamos esa hoguera que nos ata

todo un enorme siglo hasta el otro derrumbe.

Círculo y utopía,

¿dónde hay mayor oscuridad,

en la mesa sagrada o en la ciega aventura?

Ninguna flor nos gusta,

añoramos una seda inaccesible.

Nostálgicos, ansiosos,

no encontraremos nunca la caverna


con su llama feliz

ni un prado que nos baste


para saciar los sueños y morirnos.




 

PARA UNA FOTO SEPIA


Desgarra un vals

las farolas del muelle

donde imagino:

mi madre en la pradera,

tras la línea del éxodo.

Bailando el vals,

sonríen a color

cinco italianas

para una foto sepia,

como son mis recuerdos.

Viví profundo

cuando todo soñaba,

sin sumergirme

en el rumor de estelas

que izan los alcatraces.

Me abismo así

bajo ese remolino,

en que se alía

con el remo y su espuma

la pasión del ancla.

Pudiera estar

ahora en Jerusalén

o en el Danubio,

seguro arrastraría

esta misma tristeza.



CON EL VIENTO Y LA SUERTE



Se extiende mi voz,

alfanje hacia su noche,

hiere las máscaras,

se anilla entre los libros

y alumbra como tigre.

Libertad mía

de diálogo sin rostros,

¿me escucharás

como yo escucho al orbe

ahogarse en un naranjo?

Dibujo el fin

y agradezco al maizal

con sus espigas,

si los peces y el canto

viajan hasta mi mesa.

Ya vi borrarse

la sombra de aquel bote

rumbo a mi infancia,

y no trocó el regreso

ninguna melodía.

Madero soy

a la deriva o en el humo,

sin esa luz

de una boda secreta

con el viento y la suerte.

 
Fin


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Datos de Agustín Labrada:




Agustín Labrada Aguilera (Holguín, Cuba, 1964)estudió literatura en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, de Cuba; y ciencias de la comunicación en la Universidad Interamericana para el Desarrollo, de México, país donde reside desde 1992 y en el que se dedica al periodismo.
 
Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago (1987, 2013), Viajero del asombro(1991, 1995 y 1997) y La vasta lejanía (2000, 2005); de la antología de poesía amorosa cubana Jugando a juegos prohibidos (1992); y del libro de ensayos  Teje sus voces la memoria (2011).
 
Ha publicado también los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995), Más se perdió en la guerra (1999), Un paseo por el Paraíso (2006); Seis caminos (2012) y Ellas están de paso (2013); y el disco Milonga para Isa y otros poemas de Agustín Labrada (2012).
 
Sus poemas figuran en más de 50 antologías publicadas en el mundo y en los discos Un lugar para la poesía (1986, 2006), Guerra y literatura del siglo XX (2003) Los ángeles también cantan. Ha ofrecido lecturas en Cuba, México, Nicaragua, Bulgaria, España, Uruguay, Panamá y Francia.



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El autor lee un soneto.
http://www.youtube.com/watch?v=FsLB0kB0Myw

Otros poemas de A Labrada.

http://alascuba.blogspot.com/2008/01/agustn-labrada-holgun-1964.HTML

Más sobre el autor:

 http://www.elcalamo.com/agustin.HTML


http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=376&t=Tercer+poema+del+viaje&p=Agust%EDn+Labrada+Aguilera&o=Agust%EDn+Labrada+Aguilera

http://www.youtube.com/watch?v=wALEw74PQa0

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