miércoles, 23 de diciembre de 2009

LA LOCURA PRODIGIOSA DE RELEER A WHITMAN.

Leer a Walt Whitman sentado en una piedra sobre una altura desde donde divisaba mi pueblo a lo lejos, y se abría ante mi vista la locura prodigiosa, la fiesta de sentimientos con el que el poeta me abrazaba, los techos de tejas rojizos y el único tanque de acueducto del pueblo debieron parecerme altos rascacielos. Ayer caminaba por Manhattan recordando esa alegría de un jovencito que se escondió de todos en la casa, para que nada interrumpiera la magia de tan cara lectura, el libro muy manoseado y que sólo era un préstamo de dos días parecía que se deshojaba, que en cualquier momento las páginas se volverían polvo, como dice el poeta cuando le canta a la belleza desde su esplendor: ¡Atiendan! No doy sermones o un poco de caridad; Cuando doy, me doy yo mismo.

foto cortesía de Carolina Wilches

Beber de los versos de Whitman era repasar la fuente de los libros más proféticos y antiguos, y arribar a una libertad como individuo que nunca antes había experimentado. Se abrieron mis sentidos a esa libertad y a cantarme a mí mísmo con entereza y también desde lo primitivo del ser que descubre las grandes vocaciones que la naturaleza nos concede. Juro que deje de sentirme un peregrino sin estancia y sin identidad, me convertí desde ese momento, en un ser identificado con todo lo que me rodeaba, con los pies sobre la conciencia de ser y estar en un tiempo muy difícil pero único, arraigado y admirador de belleza, incluso donde antes ví con desgano tanta miseria humana. Creo que el grueso, la sustancia de los versos del poeta lo lograron, nunca pude entender si esa felicidad que el poeta provocó era demasiado temporal contra la realidad por donde transitaba, lo cierto que he vuelto una y otra vez al vicio de leerlo y siempre me emociona, me da ese espíritu de rebeldía que impide que envejezca y alas en el corazón para soñar sobre las alturas.
Isla de Manhattan

Su potente voz que se apoya en un canto moderno que jamás pasará de moda, con la fuerza de darnos filosofía de la existencia humana a través de un lenguaje que no sólo mantiene todo el tiempo el tono profético sino la forma perfecta de alumbrarnos en la relación hombre-entorno-naturaleza humana. Escogió la Biblia como retroalimentación de un espíritu que no esconde estas influencias, que a veces se adueña como tocado por la mano de Dios de esa originalidad que sólo se encuentran en las santas escrituras, pero sin ser repetitivo como un santurrón, más bien armoniza entre lo que fluye de su conciencia y lo que encierra para él decir su verdad y sólo la verdad que siendo nuestra desde la lectura nos haría reflexionar porque: Ninguno de mis amigos descansa en mi silla;No tengo cátedra, ni templo, ni filosofía; no llevo a ningún hombre a la mesa, a la biblioteca o a la bolsa; pero a cada hombre y cada mujer de ustedes los llevo a una cumbre.

Juan Carlos Recio, NY, Diciembre 23 del 2009.

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Canto a mí mismo. (Fragmento)

30.

Todas las verdades aguardan en todas las cosas.
No apresuran su propia entrega ni se resisten a ella;
No necesitan el fórceps del obstetra;
Lo insignificante es tan grande para mí como cualquier cosa
(¿Qué es menos o más que un roce?).

La lógica y los sermones nunca convencen;
La humedad de la noche penetra más hondo en mi alma.

Solo lo que se revela a cada hombre y a cada mujer es tal;
Solo lo que nadie niega es tal.

Un minuto y una gota de mí sosiegan mi cerebro;
Creo que los empapados terrones se tornarán amantes y lámparas,
Y un compendio de compendios es la carne de un hombre o una mujer,
Y una cima y una flor es el sentimiento que se tiene uno al otro,
Y deben expandirse ilimitadamente desde esa lección hasta que se vuelva

[omnicreadora,

Y hasta que cada uno nos deleite y nosotros a ellos.

Poetas que vendrán

¡Poetas que vendrán! ¡Oradores, cantantes, músicos que vendrán!
No es el presente para justificarme y responder por qué vivo;
Pero ustedes, una generación, nativos, atléticos, continentales,

[más grandes que lo conocido antes,

¡Levántense! ¡Levántense!-porque ustedes deben justificarme- ustedes

[deben responder.

Yo mismo solo escribo una o dos palabras anunciadoras para el futuro,
Yo apenas adelanto un momento, solo para girar y retornar pronto a la

[oscuridad.
Soy un hombre que huelga, sin detenerse por completo, vuelve una
[mirada ocasional a ustedes y luego aparta el rostro,
Dejándole a ustedes el confirmarlo y definirlo,
Aguardando de ustedes las cosas principales.


Soy el que se duele de amor

Yo soy aquel que se duele de apasionado amor;
¿No gravita la tierra? ¿No atrae toda materia, con dolor, a toda la materia?
De igual modo el cuerpo mío a todo lo que hallo o conozco.

Como Adán, temprano en la mañana

Como Adán, temprano en la mañana,
Al salir del jardín, descansado de dormir;
Contémplame al pasar –oye mi voz- acércate,
Tócame –desliza la palma de tu mano por mi Cuerpo mientras paso;
No temas a mi cuerpo.

Que soy después de todo

¿ Qué soy después de todo, sino un niño deleitado con el sonido de mi
[propio nombre?, repitiéndolo una y otra vez;
Me aparto para oír –nunca me cansa.
A ti, tu nombre también;
¿Pensabas que no había nada más que dos o tres articulaciones en los
[sonidos de tu nombre?

Cuando escuché al astrónomo erudito

Cuando escuché al astrónomo erudito;
Cuando las pruebas, las cifras, fueron puestas en columnas frente a mí;
Cuando me mostraron los cuadros, los diagramas, para sumar, dividir,
[medirlos;
Cuando, sentado, escuché al astrónomo, que disertó con mucho aplauso
[en la sala de conferencias,
Cuán pronto, inexplicablemente, me sentí cansado y enfermo;
Hasta levantándome, me escurrí afuera y vagué solo,
En el místico aire húmedo de la noche, y de vez en cuando,
Miraba en absoluto silencio a las estrellas en lo alto.


Vuelve, oh libertad

Vuelve, oh libertad, porque la guerra ha acabado
(De ahí y en adelante expandiéndote, sin dudar más, resuelta, recorriendo
[el mundo),
Vuelve de las tierras, retrospectiva, guardando prueba del pasado;
De los cantores que entonaron las acabadas glorias del pasado
De los cantos del mundo feudal –los triunfos de los reyes, la esclavitud,
[las castas;
Vuelve al mundo, los triunfos reservados y los que vendrán –rinde ese
[mundo pasado;
Deja a los cantores del porvenir –déjales el pasado acabado;
Pero lo que queda, queda para tus cantores –las guerras por venir son
[por ti
(¡ Dios! Cuán cabalmente te han curtido las guerras del pasado –y las
[del presente también te curten);
Así que vuelve, y no te alarmes, oh libertad –vuelve tu rostro inmortal,
Adonde el futuro, más grande que todo el pasado,
Ininterrumpidamente, seguro, se prepara para ti.

Una medianoche clara

Esta es tu hora, oh alma, tu libre vuelo a lo inexplicable,
Lejos de libros, lejos del arte, el día desvanecido, la lección concluida,
Emerges tú completa, silenciosa, contemplando, ponderando los temas
[que más amas.
La noche, el sueño y las estrellas.


El sollozo de las campanas
(Medianoche, 19 al 20 de septiembre de 1980)

El sollozo de las campanas, las súbitas noticias de muerte por doquier,
El despertar de los durmientes, el encuentro de la gente
(muy bien conocen ese mensaje en la oscuridad,
Muy bien devuelven, responden en sus pechos, sus mentes, las tristes
[vibraciones),
El apasionado tañido y el retintín –de ciudad a ciudad, juntándose,
[sonando, pasando,
Esos latidos de una nación en la noche.
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Walt Whitman (1819-1892) Poeta estadounidense que rompe con los esquemas tradicionales, valiéndose de un lenguaje innovador y desbordado que da rienda suelta a las sensaciones, a partir de un fuerte sentimiento de individualidad integrado a la naturaleza y una versificación libre en estrecha correspondencia con el significado o emoción de su poesía. Hojas de hierba constituye la obra de toda la vida de Whitman, quien aumentó y modificó este texto a través de los años, como lo evidencian sus múltiples ediciones. Esta selección es fruto de un acucioso trabajo del poeta y traductor cubano Manuel García Verdecia.
Título original en inglés: Leaves of Grass. (selección, traducción y prólogo, Manuel G Verdecia)Datos del autor tomados del libro Hojas de hierba, editado por la Editorial Arte y Literatura, 2006, del instituto cubano del libro.
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Para leer más sobre Walt Whitman, pulse aquí:

http://www.literaturaecuatoriana.info/whitman.html

http://www.scribd.com/doc/7207141/Walt-Whitman-Hojas-de-Hierbas

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lunes, 21 de diciembre de 2009

ROSTROS EN LA NIEVE.


Para aquellos amigos de mi generación.

Alguien armaba en la nieve unos rostros
los vi tras el cristal y sólo veía escombros;
muy cerca unos viajeros improvisaban loma abajo
pero todo lo que el cristal me dejó ver, era mi aliento.

Armar rostros en la frialdad, blancos rostros
que el atardecer oscurece sin detenimiento
armar la nada de una imagen que se deshiela
sin el arte de inventariarse otra estrategia;
la vida puede pasar sin que nos acerque
al calor de aquellos cañaverales alzando sus cenizas,


de aquellos rostros que conversaban a la luz de una mirada
frente a frente
y por los que el cielo se empinó
para que todos tuvieran un poco de ensueño en la neblina.


No puedo recordarles esas noches sin el rostro cifrado
al menos por una señal muy frívola,
lejano en una blancura que fue ahogada por el tizne;
que pudiera aún ser nieve y escombros.


Sólo sé que he cortado las huellas en la acera
que he puesto sal a la bendición de Dios
cuando la navidad luce sus fuegos naturales
y las avenidas como callejones de fango nos atrapan;
sólo es esto lo que me detiene por costumbre
alejado del ruido de los montes, de las guerras que inventé
para que cada bando tomara sus confrontaciones.

Todo ha sido en vano y aún sigo muy lejos.
Nadie me escucha. Nadie observa,
el aliento que absuelve otras formas en el cristal
el vidrio que nubla los blancos recuerdos,
las manos de los amigos que fueron enterradas
en la ficción de jugar a la guerra _y matarnos_
una delación tan cruda como toda nuestra intimidad
por un rostro de ensueño en las lejanas líneas y contornos
donde nuestra cobardía acumula por años
rostros de nieve que no han sido visto por el humo de los cañaverales
de una nieve que se ha acumulado por años en el vacío y la memoria.

fotos cortesía de Carlos M Pérez

viernes, 18 de diciembre de 2009

HE AMADO TUS VERGUENZAS Y ESO NO BASTA.

Para C. P.

No he amado mis manos como amo tus defectos
ni he tenido sangre y carne viva bajo tus besos
pero he visto tu corazón contra mis labios
y nada me importa si pase otra noche en desvelo
porque puedo parir tus encantos si hace falta
Puedo jugar a Dios con todo lo que alumbres.

No había amado antes ni siquiera el soplo de vida
donde tu calientas mis piernas y me evaporas;
juro que para ser Dios no he jugado a ser eterno
apenas alcanzo un poco de distancia de tus cuchillos.
Si tienes que matarme y si hay traición
puedes ponerle saliva a cada surco que la piel no miente;
he visto como siembras detrás de la espina de un rosal
algunas de esas libélulas que tanto me han dado en agonía
que tanto sea podrirse como la columna de una hoja
seca en la página final donde tú, has quemado aquellos días.

Tuve el presentimiento de las ropas hechas ceniza
de tu forma de llorar escondido
porque eras como la espina y terminaste lacerado
porque la bala entro justo en el agujero donde respiras.

Qué puede venir ahora si tu fantasma hace que recorra
cada límite de piel cada palmo violado con desgracia.
No he amado por gusto todo lo que evocas
pudiera quedarme incluso en el canto del cisne
adormecido en la frialdad después de ver el crimen
puedo cerrar tus ojos y que tu cadáver pase
río abajo como los trastos de una casa abandonada
puedo matarte cuantas veces me antoje
y cuando la soledad vierta como un diluvio toda mi tristeza.
Pero he visto el reflejo de la luz sobre tus párpados
a tiempo de que tus ropas ardan y tu corazón se vea
un punto muy gris al fondo del acantilado;

ayer era un niño que aún temía al hueco de una palma
que se elevaba como un ángel sobre la hierba.
Ayer supe que tus huesos como la sal
se vuelven profundos blancos de un fondo,
de un asiento de parque donde los borrachos dejan
confundidos
iniciales y adioses.

No he amado tanto como dije
Solo una porción de tu cinismo me conmueve.


Saldré por la puerta del fondo cuando nadie vea
tus pies bajo la sábana que también corren río abajo

martes, 15 de diciembre de 2009

LOS CUERPOS QUE EL POETA MIRA.



Un escritor puede darse el lujo de perder, a veces, la inconveniente memoria, pero no la nobleza de ser una buena persona, -que siempre será más importante que su obra-, y porque esto nos puede llevar hasta sus mejores instintos. Cuando me leí Los Siete Contra Tebas, (Teatro) de Antón Arrufat, admiré entender más al hombre que escribía la obra (como me lo imaginaba parte del conflicto), que lo que generacionalmente la obra me acercó (por su acierto), a un tiempo del pasado reciente donde fue escrita: en el mismo año en que me tocó nacer. Supe también que un escritor aunque escriba desde la euforia, por amor, por miedo, por odio, por impotencia o por supuesto estado de felicidad, nunca es tan intenso y real sino escribe desde su agonía, (cualesquiera que sean esas aristas agónicas), pero nunca un escritor escribe -al menos conciente de hacerlo- desde la felicidad. La felicidad no es el manejar la forma con oficio y entrega, el tener un texto listo para que pueda llegarnos, ni el éxito; la felicidad viene después que nos aliviamos de ese paso en agonía, a veces inconciente de lo que nos hace trascender, y nos lleva a dejar de ser menos atemporales que nuestra propia existencia; sino, cómo puede aún cuando la belleza nos envuelva y domestique, cómo puede el poeta cantar con armonía:

foto de Spencer Tunick

No palpo mis heridas/ ni el dolor reverencio./Donde hubo rabia, /algo crece sereno: /mi carne en la piedra, /mi nombre en el agua, /mi tiempo en la yerba.

En el prólogo al libro El Espejo del Cuerpo, (de donde tomé los versos arriba citados) Eugenio Marrón escribe: Poesía de la pluralidad temporal para configurar los avatares del cuerpo, que permite a su autor expandir la suficiencia de su mirada ubicua y convertirla en manejo de posesión bifronte, es la que entrega Antón Arrufat a lo largo de estos poemas. Por un lado, el ojo fotográfico se encarga de la mirada exterior –paisajes y objetos- y el ojo pictórico se confía de la mirada interior –vehemencia y remembranzas-. En el primero, la palabra adquiere un alcance testimonial que da fe del autor como peregrino sosegado, mientras que en el segundo, el verbo propone una consideración emocional que declara la certidumbre del poeta como espectador incesante del cuerpo y sus circunstancias. Peregrino sosegado y espectador incesante son señas que permiten a la poesía de Antón Arrufat un desplazamiento sin límite dentro de la fijeza y de la persistencia sin término fuera de la oscilación. Peregrino en las huellas del cuerpo y espectador en sus límites más ardientes.



Me resta ofrecer algunos poemas escogidos de este libro, como otorgamiento no simbólico, sino real, del cuerpo poético que confirma: lo que se reseña de la obra del autor.

Juan Carlos Recio/ NY 16 de Diciembre del 2009.
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Torneo Fiel.

Éramos tan amantes que a veces éramos tan amigos. O
Éramos tan amigos que a veces nos amábamos.
Para añadir un nuevo anillo a nuestra unión,
decidimos batirnos. Fuimos a escoger las armas: dos
espadas iguales en tamaño y temple.
Nos preparamos desde el alba. Ajustados lorigas y
yelmos, montamos a caballo y nos pusimos frente a frente.
Así estamos todavía.
sin tiempo, encarnizados, tratando de vencer de un
tajo y para siempre al otro.

Arte de la Ermita.

Era su casa una cueva, era su almohada una piedra.
De la yesca seca brotaba en la noche la luz.
Era la retama su alimento, su vino el rocío.
No tenía libros. En el tronco de los árboles
leía las inscripciones de los peregrinos,
en los sepulcros el nombre de los muertos.
Al viento respondía, hablaba con los pájaros.
Dejó de tener sueños, y cantando entrelazaba
Guirnaldas para adornar su frente solitaria.
Contempló el firmamento, la llama de la tarde.
Oyó el silencio en la tiniebla, el bullicio del día.
No conoció hombre ni mujer. Fue rey de su persona.
Su talle era de virgen, sus venas eran ríos.
En sus ojos calmados podía verse el paisaje.

El Río de Heráclito.


La Habana, noviembre, 1969



Meditaba estas cosas en el ómnibus:
se ama una ciudad, se vive de ella
con la certeza de que nosotros nos vamos
un día cualquiera, pero en casa, la reja
de esta puerta, el patio descubierto
en medio de la conversación, sé
que recibirán a otro y otros lo verán.
Amor de quien se despide, sin darse
mucha cuenta mientras graba su nombre
en las paredes, o con el silencio que
deja en la boca la sabiduría, contempla la ciudad.

Sé que amamos a una persona como mortal.
Besamos el labio que va a ser tierra,
se promete y se jura. Pero la sábana
del amor es una mortaja entre las manos
agitadas, y el velador encendido,
abriendo la negrura para tener su cuerpo,
chisporrotea imperioso como un cirio.
Y no obstante en ciertos momentos
tenemos la ilusión de enredarla
en los brazos y hacerla inmortal.

Mas tú, Habana, eres segura, edificada
como la eternidad para que nos reciba,
nos miras pasar, y creces con nuestro adiós.
Miré tranquilo. El ómnibus corría. Era
hermoso saber que todo perduraba.
Donde habías estado despidiéndote,
perduraba, piedra o hierro. Pensé
que el hombre, con su pequeña muerte
diaria en el costado, en el bolsillo
de su camisa de fiesta, hacía perenne
la ciudad, sacándosela de su costilla.

Pasó el horno llameante de la panadería,
las mesas largas de mármol, y regresó el sabor
de la madrugada en que lo descubriste:
el panadero atizó el fuego con la vara.
Viste al final del patio la cochera,
el coche sin caballo, con sus cueros azules,
lugares donde una vez alcanzaste el amor,
un poco aturdido, un poco cobarde,
pero con una dicha que todo avasallaba.
Te alegró que duraran el patio, el coche,
como si estuvieras amando todavía.

El ómnibus seguía. Estabas rodeado
de jardines, en aquel banco, al pie
de aquella estatua de encanto cursi;
un rizo en el cuello, un dedo tocando
leve el pezón de su seno de piedra.
Nada se había movido. Las cosas, el
recuerdo, dejaban su rastro invulnerable.

Volvía mirar. Se movieron de pronto.
Pasó la estatua. El acero crujió.
Los viajeros anónimos, desconocidos,
también se movían. Quise recordar,
detener el momento. Entonces me di cuenta:
el banco donde estabas era una larga nave
en la tierra de los jardines: parte
mientras la estatua cae, y los cueros
azules ennegrecen como una reliquia.
¿En qué museo estás y qué puertas se cierran?

Cruzamos una calle. Dos hombres repentinos
se ponen la mano en el hombro y se van.
Nada, ni esa mano, se detendrá. Ellos,
lo sé, lo experimento, se ocultan su suerte:
“Mira, los árboles, la casa, los árboles floridos
entran en el río de Heráclito, el río cambia
entre otros, y han aprendido a despedirse.
¿Por qué no se lo dicen? ¿Nada que no permanezca
nos interesa ni podremos amar?



Busqué

unos ojos entre los pasajeros, el modo de nombrar
cuanto ocurría, de compartirlo, y vi que
también me buscaban y hacían una seña.
Entonces: ¿lo saben? Estamos sentados
diciendo adiós, recogiendo adioses ¿y lo sabemos?
Al instante aquellos ojos fueron agua,
y mis ojos fueron agua para los suyos.

Un pájaro apareció en los cristales
y sin detenerse cantó, y se fue, se fue cantando.
Ahora las cosas eran iguales a nosotros:
se acercaban a los cristales, se perdían después,
después no estaban. Estar fue una palabra
y se deshizo en mi garganta, rodó al pasillo,
unos pies la aplastaron.


¿A quién se le parecían

estos pies, estas caras? Traté de recordar.
Los cuerpos fluyeron. Entraron en el río

foto de Spencer Tunick

transfigurados en la amante o la hermana.
Una cara era otra, era mujer aquella
que lenta llegaba y abría la sábana limpia
para hacer el amor. Un chasquido
fue el broche de la cartera de tu madre muerta,
otra vez despidiéndose en mitad de la sala.
Dije adiós, adiós, sin darme cuenta. Toqué
abanicos, hebras, un amuleto en los asientos.
Todos los labios se movían, y había monedas
en las manos y pañuelos.

Me sentí al fin pasajero. Miré mis manos:
había entregado la última moneda del viaje.
Comprendí, casi sin entender, que mi cuerpo
fuera otro, otro y el mismo sin embargo.
Recordé la huella del cangrejo en la arena,
luego el mar sonando en una de sus formas,
se tragaba la huella con su lengua variable.
Quise pensar otro recuerdo, y nada supe.
Se apagaba el rumor de la eternidad en mi pecho.

Busco la ciudad en el agua de los cristales
y la contemplo humana, fluyente. Nada
distingue a mis huesos del arado, a mi espalda
de la ciudad. Cuánta ternura por las cosas fluyen.
Quisiera acariciarte, otra y la misma, con la mano
con que se tiene un cuerpo, una llave, y levantamos
pacientes tus puertas, tus castillos, sabiendo,
como los hombres armoniosos, que somos mortales
y todo lo hacemos como inmortales, sin gusto de ceniza.

Vuelve el pájaro a cantar y salen las estrellas.
Te amo al fin con el amor de quines se abrazan
antes de regresar al viento, a la selva, al astro.



Recuento.


1

Yo vivo de los que parten,
de los que son extraños al presente
y dejaron su cara irreal.
Vivir de los que parten
es vivir de las aguas de un río,
de la lluvia o del fuego.
Si tú supieras,
esta noche antes del alba,
quise reconstruirte con mis manos,
y tocan sin embargo el vacío:
esta noche es más larga.

2

Si recuerdo borraré la tarde
o la fiebre.
Tenías una hoja en la mano…
Ese momento se salva del desastre,
esa hoja no podrá marchitarse.
De aquel mar llega el silencio
y tan sólo el silencio.
Tu ausencia emerge de un fondo de blancura,
déspota, enemigo que amo,
en la quemante aurora de la memoria.

3

Yo aprendí a escribir tu nombre
con lágrimas y rabias y horas
innumerables en que creí volverías.
He escrito tu nombre en la tapia del sueño,
porque sueño con cosas que fueron con el día,
sombras que volverán mañana.
Si mis manos juntaran tu cuerpo,
si mi memoria tuviera poder
de salvarme para hacerte real,
o mi cuerpo pudiera deshacerse en las sábanas.

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Para leer más sobre el poeta aquí:

http://www.poesiabreve.com/antonarrufat.html

http://www.cubaliteraria.cu/revista/laletradelescriba/n54/articulo-2.html

http://cuadernomayor.blogspot.com/2007/11/entrevista-antn-arrufat.html

http://congresosdelalengua.es/zacatecas/plenarias/cine/arrufat.htm




Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 14 de agosto de 1935) es una de las figuras capitales de la literatura cubana en la segunda mitad del siglo XX. Poeta, novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista, su obra tiene como distinción permanente la elegancia de un lenguaje que no desecha nuevas búsquedas formales y la voluntad de un estilo que no escatima añejas riquezas verbales. Novelas como La caja está cerrada (1984, con su edición definitiva en 2002) o La noche del aguafiestas, Premio Alejo Carpentier 2000, dan fe de su descollante y afinado despliegue narrativo, al que se unen, entre otros ejemplos señeros, la audaz pieza teatral Los siete contra Tebas, Premio José Antonio Ramos de teatro de la UNEAC 1968; y el cautivante libro de ensayos De las pequeñas cosas (1988). Su interés por la literatura y los autores cubanos del siglo XIX lo convierte en asidua referencia de revistas especializadas sobre el tema.
datos del autor tomado del libro,(Ediciones Holguín, Cuba) también ilustración: Canone di proporzioni, diseño interior y de cubierta:Roddier Mouso B
fotos de Spencer Tunick, desnudos, tomado de Homines.com
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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Para quedarnos en el sitio donde el poeta tiene su otoño.



Todo poemario que lleve esa música de hermoso misterio como ritmo interior que nos alerta y nos conduce al poeta, al ser humano que respira, ya es un logro, un tesoro, como pueden sorprendernos los jóvenes que no siempre están citados en los periódicos, que tampoco son los personajes de un filme que queremos sea nuestro filme. Todo poeta que se empina sobre su alma con las palabras precisas, y que busca dominarlas, y que esas palabras lo vistan como hacen los árboles cuando se les mira desde su majestuosidad, color, luz, y una sombra que sea fresca -y que no tiene que ser oscura-, porque es como un extraño mapa sobre la mano que tiembla, líneas del contenido de Algún sitio para este otoño… Todo poeta que tenga esa luz tiene la gloria....

y escapa ante estas verdades que no diré más. De todo eso como sitio donde el espíritu de Ihosvany Hernández tiende su forma de decir, las cosas que no podemos borrar; a la espera también (como un título de uno de sus poemas: A LA ESPERA DE UNA ESTACIÓN BAJO ESTE PÓRTICO), de sus lectores, como si se tratase de una flor furtiva, inexistente.
Es entonces el poeta un animal que no se tiende cansado en lo contemplativo, más bien nos conduce laborioso hasta su huella, nos invita a que miremos su destino, lo que él ha recorrido y lo define, porque: el poeta en su discurso no está conforme/ no se conforma.
vuelve a fundirse entre la inextricable sucesión de voces que velan su otoño desde este extremo donde alguien miente/ juega a mentir
.

Juan Carlos Recio/ NY/ Diciembre 8 del 2009.

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Foto cortesía Carolina Wilches


A LA ESPERA DE UNA ESTACIÓN BAJO ESTE PÓRTICO


No me moriré sin ver la nieve
Nelson Simón


creímos que una isla era un país vencido por el sol y el salitre con que adormecimos nuestros rostros durante años de juerga. al atisbar las primeras postales izamos el sueño de nadar hacia otras islas donde apagar la sed. París y Philadelphia fueron perfectos paisajes a color, y cerramos los ojos percibiendo un puerto, un agua de rosas, un jabón de tocador. al reverso iba la rúbrica del amigo deslumbrado con la nieve, la noche del veinticuatro de diciembre, noche donde la madre dormía en La Habana luego de bendecir al hijo y seguir
el sueño.

París y Philadelphia implantaron los rostros del extraño,
las banderas de lo incierto.

creímos que la isla era la cándida madre dispuesta a lamer las llagas. fuimos criaturas reduciéndose a perder lo poco de valor durante largos años de permanencia junto a la familia, propicia lealtad para no correr hacia las primeras quimeras. tiempo después, la madre a la puerta alzaba la mano y decía vuelve con ese puñado del que tanto hablamos e iza mi sueño inconcluso, ven a calmar la fiebre de este juego perdido a la espera de una estación bajo este pórtico.

nuevas postales llegan hoy a la isla, la madre clama por abordar la nueva patria del hijo, despojar la miseria de la mesa, el perdón de estos años
que nos llevan a toda la familia.

palabras inútiles
perforando las canciones de la tropa diezmada
jóvenes de pelo largo y botas deambulando por las calles
en busca de un sitio para el amor, de citadinas
palabras y no conocen
nada de este juego a lo aparente, de este azar
rutilante de las ciudades que aguardan
aquel otoño como si se tratase de una caricia.
se abren al vicio y sólo percibimos el olor/ el color/ la rosa/
otro joven desleal que se apetece y en su descuido
olvida la fiebre que nos hace mudos.

París y Philadelphia implantaron los rostros del extraño,
las banderas de lo incierto
.



ISLAS QUE UNA MAÑANA HALLÉ

persisten las islas que una mañana hallé,
tierras inertes donde hirió la boca mi cofradía.
veo toda la tierra sombreada en tu rostro,
duerme el color
en esa tibia imagen que años después
me provoca convocarte a la humedad fría de otras noches
en Montréal, en Moscú, en una plaza pública.

islas náufragas dibujadas también por Octavio Paz,
en una casita de la India,
bocas amordazadas por no liar todo el encanto de un amigo
cómplice frente al amigo esquivo, intolerante
en cada plaza que se abre como tu boca
en Montréal, en Moscú, en una plaza pública.



SIGO PENSANDO EN ROSTROS QUE ALGUNA VEZ FUERON

fui a brindar por el último día o quizás por la última reunión/ una reunión es como una utopía. una mano indicó la foto de antaño. todos en blanco y negro para alcanzar la manida felicidad. días en que no nos importaba la escasez. sólo íbamos ajenos al mar.

un bocado de perdón para mi inocencia, días de plenitud/
solicito en este ajetreo por hallar la nueva ruta.

¿por qué todos nos fuimos tras el otoño? ¿quién permaneció para salvar a los peces ya muertos de la lluvia? me pregunto en este sitio que apenas conoces, sólo porque te lo he descrito en alguna carta. sigo pensando en los verdes de aquellos rostros obsequiados por el fulgor del mediodía. yo tengo la posibilidad de recoger la placidez de octubre y hacer un río si se quiere y dentro del río dejar estos días de miseria, esta sensación que nos dispara a matar. bien conoces de la rutina, de la costumbre de encontrarnos frente a la ciudad, frente al páramo.

días disgregados vuelven a componer mi voz/
sálvalos.

volvamos a la iniciación. distribuyamos el pan, estos días de extraña abundancia. todo es posible en el instante que el adolescente extiende su mano y vuelve a abrir la puerta cuando mutilamos los árboles del parque que se expande ante mi ventana como si fuera un sitio real, frente a los ojos del que no logra dibujar el río, la luz de aquella otra ventanilla frente al Malecón.


TODO PARQUE ES UNA EXTRAÑA CIUDAD


Siempre son los parques los sitios donde comienzo un
libro, o me despido.
REINA MARÍA RODRÍGUEZ



I/


acaso porque me conmueve la fiebre de los parques, vuelvo a estos árboles. desde abajo sólo alcanzamos el verde y alguna hebra de luz que se filtra entre la hojarasca. es un parque común, y en su amplitud, la brisa soporta el día como un duende que llega a dilatarnos la conversación. sobre la hierba nos echamos, alguien pregunta por el paisaje.

todo parque es una extraña ciudad,
un racimo de codicia, de raros equívocos,
sirven los árboles para escapar de una vez,
sirven los parques para las últimas horas.

fuimos a convivir los últimos instantes que nos otorgó el verano. admiramos la ciudad desde allí, en donde algunas fotografías se prestaron a ser delicia. antes de que la luz acabara nos dedicamos a la contemplación. este delicioso páramo donde el sol tuvo su avenida, me hizo pesar en la posibilidad de un verbo insobornable.

al final, el parque se cerró a nuestras espaldas. la noche
comenzaba sobre el páramo.


II/


y pienso si me he salvado.
nada puede ser verdad,
aparentemente en la verdad que nos unifica.
si estoy a salvo (¿de la muerte o del peligro?). miro el tardo cielo,
seis de la tarde en Montréal, avenida Sherbrooke. admiro el verde,
el parque es inmenso, un hombre ha llegado para leer
lo que nadie recordará. es hermoso el paisaje,
tiene un aire de cierto distanciamiento
desde esta cumbre que nos aguarda. estoy a salvo en esta isla,
en la casa que tiene mi madre, pintada de cal
y soledad. permanezco, quizás,
admirando esos parques y los puentes del canal,
cuando vuelvo pleno de incertidumbre y presumo salvarme,
salvarme
y dejo todo en su lugar.



ÚLTIMAS MONEDAS
(Díptico)


I/

buscábamos la piedra, aquel sitio del país
que se marchitaba a los pies
la cuerda marcaba el regreso y confiados
nos dimos a la juerga sin importarnos
la luz que se fue retirando en la crispadura
fuimos hacedores de milagros
contorsionistas en una feria sin preludio
todo intento goza de su quimera
del vértigo que produce la confianza
todo juego lleva un nuevo paquete de cartas
unas monedas. al desapercibir el hilo
perdimos la orientación de las galeras
y no hubo rey a quien sobornar
no hubo albor prorrumpiendo en la oquedad
pretendimos ser salvados desde un pozo innombrable
maquinando otro juego
cuando las monedas fueron retiradas
el silencio fue un instante
una reminiscencia que entrego a la noche.

II/


dimos las últimas señales por si alguien nos observaba
fue extenuante la esperanza
largos días de zozobra y mudez
vencimos los pocos recursos intentando hallar la salida
vernos de vuelta
recobrar la lucidez de aquel ego prorrumpiéndose sin avergonzarse
de una imagen distorsionada e irreverente
la confusión fue inevitable
toda palabra engendra música
todo asechanza acaba por desmentir al hombre.

ay de mi mano
intentando dibujar aquella cuerda, intentando jugar al cero
ay del ídolo cayendo en su perfección sobre el agua de mi boca.

hoy me propongo sostener el rito que conferimos a la tarde
el vicio para subsistir sobre el país
que ya es un signo en medio del mar, un símbolo en el agua.

ay de mi mano que escribe estos horizontes
que dibuja otro cielo y otro nombre sobre estas palabras
que algún día tuvieron un sitio
para el otoño y quedaron allí
como un extraño mapa sobre la mano que tiembla
y escapa ante estas verdades que no diré más.

Poemas pertenecientes al libro: “Algún sitio para este otoño”
Proemio nueve, Poesía 2008
Copyright edición: Excmo. Ayuntamiento de Loja, Granada. - 2009

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Ihosvany Hernández González (Ciudad de la Habana, Cuba, 1974) fue escritor de programas dramáticos radiales. En el 2004 salió definitivamente del país. Desde entonces reside en la ciudad de Montreal, en donde continúa escribiendo narrativa y poesía. A finales de diciembre del 2008 obtuvo el premio de reseña literaria de Azafrán y Cinabrio ediciones (México) por el trabajo: “Boitel: entre la noche y la palabra” (sobre el poemario No llames en la noche, del poeta cubano Luis Manuel Pérez-Boitel). En septiembre de ese mismo año fue finalista del premio Jiménez Campaña (Granada, España) con el poemario: “Un sitio para este otoño”, que aparece publicado en la antología Proemio Nueve, 2009. En el 2006 también fue finalista, esta vez del premio internacional de poesía Desiderio Macías Silva (México), por el poemario: “Días despavoridos como ciervos”. En el 2005 obtuvo el segundo premio, de la categoría cuento, en el evento Tendiendo Puentes convocado por la Universidad de Toronto (Canadá), por el relato: “Salón Sahara”, publicado en la antología The political participation of Latin Americans in Canada (Jorge Ginieniewcicz & Daniel Schugurensky, editores. OISE/UT, 2006). Ha colaborado para varias revistas digitales como “Decir del Agua”, “Remolinos”, “Letralia”, “Cañasanta”, y “La zorra y el cuervo”, entre otras.
Blog del autor: http://laparadadelosmangos.blogspot.com/
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DONDE SE PUEDE LEER:
ALASCUBA:
http://alascuba.blogspot.com/2009/03/ihosvany-hernandez-la-habana-1974.html
CAÑASANTA:
http://www.canasanta.com/poesi-a/ihosvany-hernandez-poesia-000001.html
LA ZORRA Y EL CUERVO:
http://www.lazorrayelcuervo.com/zc10/ihosvany010.html
DECIR DEL AGUA:
http://www.decirdelagua.com/decirsc5/decirsc5_016.htm
LA URRAKA:
http://revistalaurraka.blogspot.com/2009/04/el-arte-de-la-palabra.html
LETRALIA:
http://www.letralia.com/165/letras08.htm

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martes, 8 de diciembre de 2009

A SAN FRANCISCO NO LLEGAN LOS AVIONES.






Antes de leer estás páginas, quizás debas hacer lo que Ondina, una de sus protagonistas; fabricar un teléfono con un hilo y dos caracoles. Sólo así podrás oír la brisa extraña que recorre sus historias de pueblo perdido, pero lleno de seres tremendos. Sólo así podrás llegar de veras a San Francisco: con la impavidez de Olga, la que por atesorar sus recuerdos fue capaz de enfrentar y detener el fuego, o con el empeño de Panchito, quien aun después de tu arribo seguirá escribiendo cartas a su amada ausente, para tratar de reencontrarla en los rincones sepias del poblado.

Si finalmente te arriesgas y recorres –siguiendo la línea de un tren imaginario- los sucesos de este libro, entenderás por qué la belleza surge de los pequeños detalles, esos que se amontonan a nuestro alrededor, y verás –de seguro- a su autora, tomando nerviosas notas para que la historia continúe más allá del aparente final.





Reseña tomada del libro.
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A San Francisco no llegan los aviones, ni las aves migratorias.
Alguna vez –se diría que por error- llegó el cine móvil, algún que otro destartalado circo.
Aquí los trenes, antes de haber pasado, ya han dibujado en el cielo y la neblina una nostalgia de viajes imposibles. Pero había que ver cómo silbaba el aire, dudaba el tiempo, danzaba el río, cuando soñaba Lela, reía Olga, cuando pasaba Hortensia: cómo hasta el mar se acercaba, enamorado, a unas baladas cantadas por Ondina.

A San Francisco no llegaban los aviones, ni las aves migratorias…




EL NACIMIENTO


Durante muchos años, cuando Ondina estaba por nacer, dejó de llegar el cambio habitual de las estaciones. Hubo un otoño tan enorme, que la gente cogió un color grisáceo, como de yerba seca.

Luego arribó una primavera loca, que no trajo la lluvia necesaria, sino un chin chin tristísimo, interminable, que ponía a la gente melancólica. Iba ya para tres años cuando un 15 de agosto en la mañana, cesó el chin chin, y nació Ondina.

Ahora todo normal en San Francisco. En su época habitual, cada estación sucede a otra, y, como siempre, no llegan los aviones ni las aves migratorias.






VENTOLERAS



Volando se va el tiempo –lo dicen todos-, y la niñez, la juventud…También volando se fue Lela, la pobre fea que tenía un árbol. Por eso, cuando sopla el viento, Ondina tan paranoica, se encierra y repite su oración pequeña, hecha con todas las poquiticas cosas que el viento fiero le dejó a su estirpe.






TU NOMBRE



<<Las flores de Damasco llevan tu nombre, y las calles de Suecia, y las estrellas que brillan en el cielo sedoso de París….>>, esto le cuenta la voz que la persigue en las noches de insomnio, cuando en el batey ya todos duermen, y el leve roce de una ventolera antigua sale a caminar con ella

<<¡Qué maravilla! , suspira oronda de ser tan importante.





LEONILA

Leonila estaba destinada a la felicidad. Lo aseguró una adivina, hará cuestión de unos 35 años. Pegada al radiecito, se imaginaba en las canciones de la década aquella, donde al final del largo y pedregoso camino, prevalecía la ilusión, sobre todas las cosas.
No fue a estudiar al pueblo, porque las mujeres –según su padre- se hicieron sólo para el trabajo de la casa y formar una familia. No vio de cerca las ciudades de verdad. No ha visto el mar. Cuando pasó el último circo del que se tenga aquí noticia, se enamoró de un trapecista que decidió casarse con ella, para el próximo viaje.

Sin embargo, siempre lo supo: iba a ser feliz.

Así cada mañana bien temprano, Leonila abre la puerta que da al largo camino, y con la misma ternura de hace 35 años, se sienta a esperar, siempre alegre, porque es así como dijo la adivina que se debe esperar –para que dure mucho- la llegada de la buena suerte.


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Para leer más sobre la autora haga clip aquí:



http://alascuba.blogspot.com/2008/12/maylen-dominguez-cruces-1973.html

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Maylén Domínguez Mondeja(Cruces, 1973).
Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Graduada de Información Científico-Técnica y Bibliotecología por la Universidad de La Habana. Ha sido profesora instructora de la UCLV y profesora adjunta de la Escuela Profesional de Arte Samuel Feijóo.
Ha colaborado con publicaciones nacionales como El Caimán Barbudo, La Letra del Escriba, Juventud Rebelde, La Jiribilla, La Revista del Vigía, Catauro, Huella, Signos, Hacerse el cuerdo, Ariel, Umbral, El Mar y la Montaña, y las extranjeras El Cuervo (Puerto Rico), Alhucema (España), Revista de La Universidad (Honduras), Diario Colatino (El Salvador), Lote (Argentina) y Carta Lírica (Estados Unidos), entre otras.
Aparece en las antologías Mujer adentro (2000), Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (2000), Los parques (2001), Una mirada: poesía cubana contemporánea (2004), La madera sagrada: poesía cubana (2005), Cuentos para despertar un vuelo (2005), Antología conmemorativa del Quijote (2005) y Palabras en la arena: jóvenes poetisas cubanas. Obtuvo la beca de creación literaria por «A San Francisco no llegan los aviones» (literatura para jóvenes) (2004). Ha obtenido otros reconocimientos como los premios Ada Elba Pérez (1999), Calendario (1999), Poesía del concurso nacional Amor Varadero (1999, 2005), La Edad de Oro (1999), Eliseo Diego (1999), Regino Pedroso (2001), Raúl Gómez García (1998, 2002), primera mención Abril 2006, entre otros. Miembro de la UNEAC y de la AHS.
Obras personales: Historias contra el polvo (1998); Estancias en lo efímero (2001); Evangelista y los recuerdos (2001) (Premio Calendario 1999 y Premio La Rosa Blanca 2002) (Narrativa para jóvenes); Bajo la noche inmóvil (2004) (Premio Raúl Doblado 2003), De lo que fue dictando el fuego (2004) (Premio de poesía Pinos Nuevos 2003); Bajo la noche inmóvil (2004) (Premio de poesía Raúl Doblado 2003); A San Francisco no llegan los aviones (2006; Beca Ciudad del Che 2004); Pero fue culpa del cuento (2007; Mención Abril, 2005 / La Edad de Oro, 2006).
Obras colectivas: Queredlas cual las hacéis (antología de jóvenes poetisas cubanas).
Datos y fotos de la autora tomados de verbiclara sección de poesía.
Ilustraciones Orestes Castro García.
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