lunes, 27 de septiembre de 2010

LA SANGRE DEL TEQUILA

Fragmento del libro en preparación La sangre del Tequila, de Félix Luis Viera.



Verónica Illescas partirá en cualquier momento. Lo voy a sentir. En Cuba le dirían una trigueña de pelo lacio. En Cuba quizás sólo en la región oriental se encontraría una mujer con el físico de Verónica Illescas; parecido. Ahora la estoy esperando; son las siete y quince minutos de la mañana, debe de estar terminando los cuatrocientos y tantos metros que separan su puerta de la mía. En una columna que tengo en un periódico, de prosa poética erótica, escribí un texto sobre los pezones de Verónica Illescas, Cerezas negras, se titula; creo que con eso todo queda explicado. Es decir, Verónica Illescas es morena, morena entre clara y oscura pero más arrimándose a lo segundo (porque hay aquí morenas de sumos matices, con las cabelleras lisas y negras la mayoría, las menos con el cabello encrespado). Yo bien a bien, desde mi isla, desconocía lo que eran las morenas. Parece que siempre en mi inconsciente amé a las mulatas sin saberlo. Porque las morenas mexicanas, en cuanto al color de la piel digo -si bien la tienen más fina-, son lo mismo que las mulatas (no tardé poco en darme cuenta). Y sucede que estas morenas, como Verónica, sólo de mirarlas, me hacen chispas; cadenas de chispas. La voz de Verónica Illescas tal parece tener jugos; derrame de frutas, quiero decir. No sé si me explico. En cuanto a su entonación va en subida, como la de muchas mujeres y hombres aquí -más realzado el de las mujeres-: algo así como la curva melódica típica del francés; la curva en ascenso hasta hacer sonar agudas ciertas palabras llanas. Aquí muchos hombres se divorcian, se separan, abandonan a las mujeres pero éstas siguen siendo de ellos, como un encendedor, una botella de tequila, una camisa. Son pertenencia de ellos aunque ya anden con otras; las siguen chequeando, hostigando, pidiéndoles el estado de cuenta bancario, llamándolas sorpresivamente por teléfono a ver quién, quiénes están en la casa. El marido de Verónica Illescas andaba, anda por Tampico. No sé justamente dónde queda este sitio. Sí que lejos; pegado al mar; es un puerto donde el marido trabaja de ingeniero; allí vive con otra mujer desde hace tiempo. No les pasaba ni un grano de maíz de pensión a Verónica y al hijo de ambos. Pero ella seguía siendo de él. Tanto que hace una semana la llamó y le dijo: ven. Y ella va. Él es su marido y ella va, dice ella, me ha dicho ella. Todo el corrido de la ausencia del marido ella ha tenido que trabajar, duro, insertándose en un grupo de vendedoras de estas zonas que proponen desde cosméticos hasta geles para bajar de peso, pasando por discos compactos "piratas" y libros de autoayuda. Aquí entre los edificios hay pasillos cementados, y casi todos arbolados, que llaman andadores y tienen nombre. El andador que cruza entre el fondo de mi apartamento, donde se halla el cuarto en que duermo, y el frente del otro edificio, se llama andador El Cántaro. El insomnio se me había hecho cada noche más agudo, más largo, más desesperante. No tenía con qué comprar los sedantes. A la una de la mañana, minutos más, minutos menos, pasaba por El Cántaro, de izquierda a derecha, un taconear de mujer que me expugnaba las lágrimas. ¿Habrá algo más triste que un hombre solo, insomne, urgido de sexo, a la una de la mañana, que escucha el solitario taconear de una mujer?

Descorría las cortinas, pero las luces no eran suficientes como para determinar rasgos ostensibles de la mujer que taconeaba, la cual se iba perdiendo hacia el fondo del andador. No te asustes, le dije cerca de la una de la mañana en el arranque del Cántaro, en la avenida Acoxpa, no soy un ladrón, ni un violador, soy sólo un pobre tipo que ya no puede más con tus tacones. Eso es, soy cubano, luego de que ella mencionara mi acento, mi pronunciación extraños. Dos soledades, Verónica Illescas, dos soledades, le dije cuando estuvo de acuerdo, después de un hilar interminable de reparos, a que la acompañara unos doscientos metros, la distancia entre el comienzo de El Cántaro, en Acoxpa, y el punto del andador frente a la ventana de mi cuarto. Temblando leve -manos, mejillas, cabello (la observé bien en medio de la semipenumbra)- se dejó acompañar. Temblaba porque estaba haciendo algo mal hecho, aclaró, no por el frío, que hasta hoy digo que aquel invierno de 1995 fue el más canalla que me ha tocado en esta tierra que tanta hiel oblicua me ha dado, que tanto placer mojado en lágrimas me ha prodigado. Hasta frente al punto luminoso de mi ventana estuvimos llegando como diez días consecutivos, a la misma hora, cuando ella terminaba sus recorridos de labor. Nunca me habían hecho esto, declaró la primera mañana que estuvimos en la cama, más bien como si lo proclamara, en voz baja, ante el mundo, rezumando lágrimas; como acongojada de felicidad, diríamos. Se refería al sexo oral. Tienes sólo treinta y dos años, Verónica, si como dices, al recibir de mí tal ofrenda te has sentido tan feliz como debe sentirse esa florecilla donde hurga el colibrí, pues nunca dejes de exigirlo, Verónica, que el hombre que no va a parar de cara en el sexo de una mujer, no la ama. Ella sólo puede venir en las mañanas, estar treinta, cuarenta minutos, antes de partir a romperse el ánima en busca de la subsistencia en esta interminable ciudad que ya desde entonces yo me había dado cuenta que es como una máquina muelegente. Cuando regresa por la noche tiene el tiempo contado: una vecina le cuida al hijo, a precio económico. Ella está al llegar, por última vez. En la acera, pueden ir sonando, amanecido, quince o veinte pares de tacones, pero yo conozco los de ella. Aun así, por la ventana de mi apartamento que da a la calle - El Altillo, se llama esta calle, de una sola cuadra-, que nace en Acoxpa, como El Cántaro, miro con la cortina levemente corrida. Ella viene envolviendo al frío, no lo contrario, se me ocurre. La puerta está entreabierta al mínimo. Ella empuja. Viene con el miedo acumulado por más de quinientos años de atavismos: sus ojos negros y grandes palpitan como esos purasangres cuando huelen un relámpago. Yo le he pedido que me haga también el sexo oral. Ha cumplido, pero mal.

Luego descubriré que Verónica Illescas es una excepción: no tengo todos los ases, pero hoy estoy seguro de que en una contienda mundial de mamancia habría que contar con las mexicanas; más que una felación ordinaria, realizan un acto de fe, un engarce de jaculatorias, una prosternación donde el placer y las lágrimas se hacen trizas entre sí, pene en ristre; consiguen que el pene nazca de nuevo, lo esculpen, lo reesculpen, con la mente y el alma arrodilladas. Verónica Illescas acaba de entrar con sus ojazos negros hasta el encandilamiento y su piel morena relumbrante y sus pezones como cerezas negras y sus senos de talla media que el Todopoderoso habrá tocado con todo su amor alguna vez, puesto que no creo que a mujer alguna, como sucede en ella, le haya sido dado el milagro del néctar de las frutas ungido en una especie de compactación suprema de la carne. Se ha quitado el sobretodo, lo ha dejado sobre el sofá y ha ido al cuarto. Hoy ha salido de su casa media hora antes, la ígnea batalla de esta mañana, como será la última -si no ocurre un milagro (aunque ya yo estoy bastante viejo para esperar por los milagros, que suelen dar tantas largas vueltas en círculo antes de ir a dar en el blanco…si es que al fin dan en éste)- durará una hora. Ha determinado ella. Yo la siento desvistiéndose allá en el cuarto. Me he quedado con los codos apoyados en el minúsculo escritorio donde hay una máquina de escribir Remington de 1954, escuchándola: sacarse el pantalón, la chaqueta, los zapatos, las medias a la cintura, el blúmer, el sostén, desengancharse la cabellera negra, que le enmarca la cara, le cosquillea en la espalda. No la veo, pero la estoy viendo. Allí está, desnuda, es posible olerla toda; y hasta acá llega el vigoroso olor de su vagina.

Está desnuda boca arriba, bajo la colcha, esperándome con las manos sobre los senos, perniabierta. Yo ahora partiré hacia ella, me quitaré la ropa de dormir, azul, gruesa, afelpada, jersey y pantalón, que me regaló mi amigo Mario Trejo. La habré de lamer desde las uñas de los pies hasta la frente, el cabello, la espalda, pasando lentamente por las piernas, el vientre, el ombligo, los pechos, la vuelta y la espalda desde la nuca, el túmulo de la espina dorsal, el canal entrenalgas, las nalgas, las corvas, las pantorrillas, hasta los talones. Pero no la amo. Yo soy un soldado. Yo no puedo amar a nadie. Yo tengo la misión del soldado que debe sobrevivir y hacer que sobrevivan tres súbditos que se hallan lejos. Le voy a aplicar el sexo oral hasta hacer que su campanilla quiebre, la voy a penetrar hasta donde dice "no hay paso", la voy a besar hasta que sus ovarios tintineen, le voy a libar y chupar sus senos hasta sacarle las gotas del durazno; ahora mismo llevaré a cabo todas las posiciones pro sexuales que me sé, que nos sabemos, que hemos inventado o descubierto; le daré todo el líquido semental que casi siempre me atribula; ella tendrá uno, dos, tres multiorgasmos como, dice, ha aprendido a tener después de aquella primera mañana.

Estaremos una hora carbonizándonos la sangre. Retreparemos cima y sima. Pero a mí no me importa. No me importa que se vaya hoy para siempre. No puede importarme. Yo estoy aquí para no amar. Yo estoy aquí para salvarme y salvar. Yo no amo. El marido la espera en ese sitio que se llama Tampico y ella llegará hasta los brazos, las axilas, el pene, la lengua y los labios del señor, inmaculados en cuanto a vaciarse en los labios del sexo femenino, el clítoris, vulva adentro, y a mí no me importará; él se la copulará como se puede poseer una maquina de sacar semen, un reservorio, una victrola que copule o que se deje copular -infiero de lo que ella me ha confesado- sin tomar en cuenta que ella no asciende al orgasmo, y a mí no me importará. Yo aquí soy el soldado en el frente de batalla, no un amador. Verónica Illescas: sales del apartamento con el olor de la última vez y yo te beso en la frente como se besa a un mármol tierno y me voy al cuarto y descorro las cortinas y me quedo mirando el andador El Cántaro, por el cual taconeabas a la una de la mañana metiéndole, sin saberlo, azogue ardiente a mi insomnio. Y no me importa. Me importa medio trago de agua que te vayas para siempre, no verte nunca más. Entras en este libro, en estos apuntes, mejor dicho, demasiado pronto o demasiado tarde, y te vas demasiado pronto y para siempre de estas líneas; en estas líneas de "todo revuelto", de personajes, o mejor decir personas, que entrarán y saldrán como entran tantas gentes en una vida otra, y no te amo, no te amé, no te extrañaré, un soldado por la supervivencia tiene un fin: sobrevivir con dos cerebros; el segundo, el que debe suplir al corazón. De cualquier manera, ojalá que estas páginas alguna vez sean leídas por alguien, por varios, por muchos, y te engrapen en sus memorias, no te olviden; creo que lo mereces por lo ya contado. De cualquier manera, mirando hacia el andador El Cántaro, comprendo que las despedidas duelen, son difíciles; aun las despedidas de los adversarios pueden doler.


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Datos del autor:

Félix Luis Viera: (Santa Clara, 1945) Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La que se fue (2008, Red de los Poetas salvajes, México); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986. ) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2003) y la novela corta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2002, 2006 y 2008, Edizoni Il Flogio, Italia.) Su más reciente novela, Un ciervo herido –que aborda el tema de las Umap, eufemísticamente llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción y, en realidad, campos de trabajos forzados establecidos en Cuba en la década de 1960–, ha sido traducida al italiano por la editorial L´Ancora del Mediterráneo. Actualmente es ciudadano mexicano.
Datos del autor tomados de La Primera Palabra, Blog de Heriberto Hernández Medina.
Dibujos y Pinturas: Gélico

jueves, 23 de septiembre de 2010

BOITEL: ENTRE LA NOCHE Y LA PALABRA





Por Ihosvany Hernández González


"desde el alero, el majestuoso paisaje nos convence. la lluvia de septiembre nos provee de falsas expectativas, de un sugerente aroma. entre las gradas alguien hace señas". Desde este otro lado, redimo lo que creo majestuoso, y es entonces que pongo todo mi objetivo en este libro que tengo delante mí. Hablo del poemario No llames en la noche, de Luis Manuel Pérez-Boitel (Remedios, Cuba, 1969), autor que ya cuenta con premios como el Casa de las Américas 2002 (Cuba), y el Marius Sampere 2007 (España).
Si la poesía persuade, provoca, estimula, y sobre todo, sugiere que la belleza estímula inexorablemente a cada paso, entonces debo reconocer que este libro, por el que aquí abogo, me hizo detener ante algún paisaje circundante que podía ser celebrado por este bardo cubano, del que poco se ha hablado, a pesar de su sólida trayectoria iniciada con la obra "Unidos por el agua", de 1997, y con la cual obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara.
Este libro llegó a mis manos como dádiva, agradecida por siempre. Azafrán y Cinabrio ediciones es el responsable de esta publicación del 2005, tras ganar su autor el I Premio Internacional de Poesía Desiderio Macías Silva. Desde entonces, desde aquel verano, he acariciado largamente la posibilidad de alzar mi voz sobre este poemario, que mucho me ha aportado desde aquellas primeras lecturas, y del que poco o nada se ha dicho.
Recuerdo perfectamente aquellos días en que no me apartaba de estos poemas. Al terminarlos, volvía a ellos descubriendo una atmósfera sugerente. Leía y aprehendía del verso nuevas estrategias, nuevas rutas a seguir para escribir y comprender mejor la poesía; y confieso, estos versos me hicieron crear lo suficiente como para notar, un poco más tarde, un salto cualitativo en mi escritos.
No llames en la noche me acompañó en mis viajes en el metro, en mis esperas en algún café, en mis momentos de paz en esos parques y sitios que buscamos para el goce de nuestras lecturas. Casi dos años más tarde vuelvo a estas páginas, estimulado por esos recuerdos de algún estío, cuando el amor y la lírica me acompañaron espléndidamente, como si no existiera un mejor acólito que estos versos trazados desde la noche, desde esa soledad propicia para la creación.
Cuando disfruté por primera vez de este poemario, pude percatarme de que me encontraba ante ese "todo" del que habló Cesare Pavesse, y que descubrimos tras la fuerza de la palabra. Pero fundamentalmente noté que estaba ante un vanguardista, ante un escriba que nos deleita con su compleja y eficaz estructura poética.
El buen ejercicio de la lírica y lo experimental arranca desde el pórtico hasta el cierre; y a través de todo el itinerario percibimos audacia, candor e inteligencia, viéndonos irremediablemente frente a evocaciones, a recuerdos de la infancia y de la adolescencia. Los poemas han sido creados como si su autor fuera un alquimista que dice conocer el mundo a plenitud y nos muestra bosques y puertos, hombres que van y vienen en el convivir de un tiempo idílico. La dinámica avanza y nos trasmuta hacia otros cielos, hacia esos sitios distantes en el tiempo y en el espacio, unificados por la poesía. San Juan de los Remedios, la Ciudad de la Habana, Santa Fe de Bogotá, Madrid, París, Alejandría, vienen a formar parte escenográfica en este universo que crece entre la nostalgia y el erotismo (léase sensualidad), como por ejemplo ocurre en el poema En el abrumador bosque lo que se salva es el tiempo, en donde Constantino Kavafis vuelve por esas callejuelas y entonces se hace delicia: ´(…) "La delicia y el perfume de mi vida / es el perfume de esas horas de mi vida / en que encontré y retuve el placer tal como lo deseaba". ellos atravesaron el portón aquel donde la inocencia se evadía, la ceremonia me recordaba el verano de Patmos. parece extraño suponer que ellos han quedado solos, supuestamente solos bajo ese falso techo que es la noche*.
Sin embargo, apartándonos un poco de esa sensualidad que nos lleva de la mano a lo largo de la lectura, notamos en el poema La bella Època existe en el dibujo y en la lluvia, esa nostalgia que se impone al recordar la figura paterna, indeleble a pesar de la ausencia física. Aquí el padre regresa a la noche para habitar en esas horas de insomnio: "yo me había acercado en el preciso instante en que cruzaba a la penumbra. le confesé mi obsesión por las palabras, el temor por transitar entre esas columnas que el tiempo nos depara y nos distancia, y nos aniquila, como si fuéramos esos pastores que nunca logran encontrar su rebaño*. Dice y nos hace partícipe de su propia vida, de esa intimidad que se expande para saber de aquella muerte de 1998, golpe que lo impela a entregarse por completo (y con lauros) a la poesía, sin abandonar su carrera como abogado.
En otros poemas como Un día de verano, atravesamos un mundo rutilante, en donde inmortales, como Frida Khalo, asoman sus rostros desde la urdimbre del verso; rostros que llegan para solidificar más el encuentro entre la noche y la palabra, evidenciando ese ritmo que se lía al verso, la imaginación, y, la meditación.
Otro aspecto notable a señalar es la apreciación sutil ante lo que forma parte del hábitat, admirando toda arquitectura, y sustraigo de Este es un paisaje insustituible, estos versos que lo denuncian explícitamente: "nada nos cuesta detenernos en aquel balcón neoclásico del siglo XV para ocultar nuestras miserias. el próximo verano será insustituible, tal como el paisaje que ahora tenemos"
También, en otros poemas descubrimos la meditación ante el fin del XX y el inicio del siglo XXI, y la reflexión sobre el futuro bajo formas sublimes, dotando al poemario de una elevada trascendencia, de cierta contemporaneidad. La complejidad resalta tras preocupaciones humanas, el hombre visto desde dentro: sus miedos, ambiciones, y fracasos. Aquí se dialoga inevitablemente, y uno acaba por preguntarse si algún ángel de la guarda ha llegado a nosotros para soplarnos al oído estos versos que se hacen cuita entre los páramos que escogemos para el deleite.
Al leer esta obra se aprecia cierta continuidad en esos hechos que han marcado la vida del poeta, y aquí nos lo exterioriza como un juego de barajas, al que nos asomamos a ver su destino: el amor, la muerte, los viajes; temas de siempre, sumidos, desde luego, por otra voz, que se hace crédula a los oídos del lector.
Boitel nos abre un espacio grácil donde llega a convencernos del brío y de la utilidad de la palabra como herramienta magnánima de salvación. Su lírica, a pesar de tener momentos experimentales, como menciono al inicio, escapa de ser pura pirotecnia. La sensibilidad, sobre todo, nos arrastra a lo largo de esas noches que serán iluminadas por estos versos que ya resuenan en mi memoria, como un eco que me insta a repetir el juego interminable de la lectura. Y vuelvo a ellos infinitas veces, apresado por el ritmo y la fluidez que se hace música y dibujo.
Sencillamente, esta afortunada edición resalta por su magnitud literaria y el elegante estilo con el que han sido escrito estos poemas. Además, la voz tan personal, inquietante y vivaz de Pérez-Boitel me permite afirmar que es un poeta cubano imprescindible dentro de los de su generación, como Reina María Rodríguez, o Sigfredo Ariel, entre otros.
No llames en la noche queda definitivamente como un obsequio llegado desde Aguascalientes, para aplaudir tanto verso adentrándose en mi inquietud a mansalva, redimiendo esos días en que la novedad de un discurso poético atraviesa el umbral de este mortal dispuesto a perpetrar la validez del verbo; pero sobre todo porque en sus páginas asistimos a la ceremonia donde un hombre dialoga con su sino*, a la ceremonia de un bardo jugándose la vida con la palabra tras la noche y sus misterios.

*versos de Pérez Boitel



I.Hernández
2008

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Galería de fotos Luis Manuel Pérez Boitel:






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Datos del poeta Ihosvany Hernández:

Ihosvany Hernández González (Ciudad de la Habana, 1974), escritor y poeta. Fue guionista de programas dramáticos para la radio. Desde el 2004 reside en Montréal, Canadá.2008: Premio de reseña literaria por la obra “Boitel: entre la noche y la palabra”.Azafrán y Cinabrio ediciones (México).2008: Finalista del premio de poesía Jiménez Campaña por la obra “Algún sitio para este otoño” (categoría del premio internacional Artífice de relato corto y poesía, Granada, España); obra que aparece en la antología Proemio nueve (Ayuntamiento de Loja, 2009).2006: Finalista del Premio Internacional de Poesía Desiderio Macías Silva, por laobra “Días despavoridos como ciervos” (México).2005: Segundo Premio, categoría cuento, por la obra “Salón Sahara”, del evento Tendiendo Puentes convocado por la Universidad de Toronto (Canadá); obra que aparece en la antología: The political participation of Latin Americans in Canada (Jorge Ginieniewcicz & Daniel Schugurensky, editores. OISE/UT, 2006).Ha colaborado para varias revistas digitales como “Decir del Agua”, “Remolinos”, “Letralia”, y “La zorra y el cuervo”, “Cañasanta”, entre otras.
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DONDE SE PUEDE LEER:

ALASCUBA:http://alascuba.blogspot.com/2009/03/ihosvany-hernandez-la-habana-1974.html

CAÑASANTA:http://www.canasanta.com/poesi-a/ihosvany-hernandez-poesia-000001.html

LA ZORRA Y EL CUERVO:http://www.lazorrayelcuervo.com/zc10/ihosvany010.html

DECIRDELAGUA:http://www.decirdelagua.com/decirsc5/decirsc5_016.htm

LAURRAKA:http://revistalaurraka.blogspot.com/2009/04/el-arte-de-la-palabra.html

LETRALIA:http://www.letralia.com/165/letras08.htm
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lunes, 20 de septiembre de 2010

LA BELLEZA DE ESCRIBIR SIN INGENUIDAD SOBRE NUESTRA BELLEZA


La conciencia de saber lo que se escribe, y de asumir sus riesgos, presume de un acto de valentía que por muchos años no me atreví a tocar como tema entre amigos y mucho menos en alta voz. Por una necesidad de no sentirme desprotegido. Pero René Coyra, el poeta de Banes, adoptado como hijo ilustre por la ciudad de la benefactora Marta abreu, me ha devuelto claridad sobre el tema, y la curiosidad del lector que se siente complacido con el logro de su libro. Si partimos que no todo fluir de la emoción depende de el acto espiritual del subconciente, o de estados de ánimo, "supuestos tiempos propicios ante el espacio que abre la mente" cuando se enfrenta ante la página en blanco. En su libro Agreste, (ediciones Mecenas, Cienfuegos, Cuba, 2004), el poeta hace el recuento de vivir o de estar vivo dentro de la realidad de una vida austera o quizás, no siempre cómoda al acto idóneo para la escritura. En las 48 páginas el lector avanza con la magia que propone la inspiración de un joven maduro desde su existencia, que desborda, casi igual a como se enamora, con unos versos escritos sobre la sal de los días y la herida, la cotidianidad, donde hace un resumen también de pensar y existir con lo necesario.
Agreste no deja de ser un libro que inspira, ni se aleja de la belleza que toda escritura necesita para disponer del interés por su lectura. Uno aprende a entender al ser humano que detrás ha entregado una forma también conciente de confesarnos con mucha inteligencia, la zona supuestamente escondida de sus sentimientos:

" hablabla solo y solo dormía sobre la yesca del monte
y era bello aunque amaba como un hombre feo,
sin paciencia."

De modo que ilustrar casi como un iluminado ese acto donde la escritura no es el dominio de la emoción, sino que ha pasado a otra lectura que sin propónerselo sublimiza, el hecho de que la contensión y la síntesis, no corta, o no impide el filosofar de una manera desenfadada, con enfásis en el modo profundo de valorar las experiencias existenciales a través de las relaciones humanas, y coherentes con el manejo hacia el terreno fértil, donde el poeta no solo alumbra su vida, su permanencia en el entorno social, también sus dolores o carencias, vistos como un cristal que nos deja ver más de lo que cualquier apariencia proporciona; él nos obliga a que le escuchemos, sin caer en ese falso juego, donde otros impresionan por metáforas tras metáforas, como si se tratase de un muestrario o duelo, de adornar la palabra para salir airoso con un presupuesto estético. En este aspecto, hay un vicio marcado, que generaliza a muchos poetas de las últimas generaciones, sobre esto y sobre otros que en la búsqueda de su originalidad, se van al otro extremo e intentan acomodar sin gracia el uso de lo antipoético, con resultados que en su mayoría francamente aburren. Agreste, no cae en ningúno de estos vicios, sabe descomponer los símbolos y reiniciarlos con otra lectura, que lo hacen postmoderno sin cambiar la forma que la poesía, necesita mantener, esa forma que no debe traicionar el elemento lírico, el ritmo y la rima interna de unos versos que si son escritos para los demás, asuman lo que el poeta dice:

"si fuese por lo difícil del alimento sobre la mesa
escribiría un verso tras otro,
pero es más bello el paisaje gótico
de flores silvestres
en las montañas amarillas,
clara alusión a lo que debe existir
en nuestro destino
y nos resulta imposible de entender."


Lo que no es imposible para el lector, ni lo fue para el poeta, es dejarse penetrar por unos versos ya pensados:

"medité sobre el cuaderno-cubierta de libro por escribirse.
palabra agreste sobre piedra del fondo
la distancia que produce disfrutar del acto
desde la contemplación de vivirlo."

Finalmente, el gusto que Agreste provoca, viene también de ese yo, que desgarra su verdad, con sincera armonía:

"yo tuve este cuerpo
y el diminuto cuerpo tuyo
y el de quien pidió un poco de dinero
y nada de fulgor"



Juan Carlos Recio
NY/ septiembre 18 del 2010

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Apostilla sobre el poema el gran apagón

iríamos a ver el mar, entre los robles.
donde antaño hubo unos robles inmensos
-ahora quedaban algunos robles macilentos
y algunos pinos-.
la gente se abrazaba de trás de las caletas
y utilizaba los pinos -bastante flacuchos- como soporte.
se encontraban para abrazarse,
alguna vez debimos estrellarnos en un par de ojos bellos,
un buen abrigo, una ráfaga de espuma.
me vestía para ir a tu encuentro
cuando la señora que alquila el cuarto,
que siempre viene a pedir algo,
barruntó sobre el futuro. se llevaron la luz:
no teníamos luz, no teníamos casa.
iría a buscarte para ver el mar
se tragaba la media luna de agosto,
el rojo-plata sobre el fondo azul.
la gente transitaba sin curiosidad,
nada acontecía en sus vidas, no esperaban nada.
la incomodidad de vestirse a media luz
provocó que pensara sobre la vida por venir
recordé el cuadro
medité sobre el cuadro-cubierta de libro por escribirse.
palabra agreste sobre piedra del fondo
la distancia que produce disfrutar el acto
desde la contemplación de vivirlo.
le di el algo que buscaba la dueña del cuarto,
le pareció poco, fui a tu encuentro para llevarte al mar
donde se posarían unos pájaros negros hambrientos,
anidaban sobre los pocos robles que quedaban:
el amanecer es más caro que el oro, pensé
y supuse debía escribir sobre ello.

3



si haz de mentir hazlo.
presérvate a ti mismo
desconfía del hombre mísero
hurga en el pasaje desconocido
vuélvete prudente.
la prudencia del hombre sabio
permite la exaltación ante la belleza.
este olor es el que se necesita
en estas altas horas.
volvíamos por las noches
a sentarnos sobre el malecón
la piedra fosca que el hombre dejó sin pulir
y sirve ahora de soporte a la palabra vida
invierno transeúnte soledad
yo te complacía en tu deseo de contemplar
el agua, rosa tártara.
el hombre mísero te quiere mal
y por ello los astros están contigo.

La piedad

recogía guijarros en la orilla,
como un niño pobre reunía caracoles y pensaba
en la música que deja el mar sobre el diente de perro,
en los carcos de la roca mojaba su cara
y las aguas le servían como espejo,
hablaba solo y solo dormía sobre la yesca del monte
y era bello aunque amaba como un hombre feo,
sin paciencia.
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la mujer gorda no ha asistido a las clases de estética
no sabría explicar sobre lo bello o lo sublime
la distancia del guijarro el estridente aire del camafeo
la belleza del farol tiznado en las noches sin luz.
ella pasa por el pan, con su pan bajo el brazo
conoce el secreto de la oferta
y la hora que debe llegar para ir con su pan a casa.
puede suponer lo inhumano de las conflagraciones
y deduce que es mejor del lobo un pelo,
el horrendo cuerpo de pedegrí sin retorno
el hombre sin filogenia, el hombre que grita
y escupe.
no sabe de asuntos tan extraños al hombre común
como el de la regia arquitectura
de lo que otrora fue mansión
y hoy angosta casa de familias
dividida en infinitos compartimentos.
tiene ojos azules, más amables que el más fino zafir
o la mirada de las cosas disueltas por la sangre.
el poeta tardaría en poner a arder los pedazos
de cedro o ébano
aunque no luciera la ropa extremadamente limpia
como los hijos de la mujer (negra por demás).
la mujer no está dispuesta a contarnos algo de su vida.
¿tocaste su seda en el cordel?
poco diferencia el sonido de sus pasos
de la agonía del pájaro que en el cercado serpentea.
su nostalgia es más vasta que los mares.
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Datos sobre el autor:

René Coyra (Banes, 1970). Poeta y editor. Ha obtenido importantes premios nacionales entre los que se destacan: premio Los Pinos Nuevos, Ser Fiel, Regino E. Boti, Fundación de Fernandina de Jagua...Es autor de Las vidas miserables, En el jardín de Epícuro, El oráculo de Delfos.

Textos suyos aparecen antologados en Cuba y el extranjero, además de publicar trabajos en las más importantes revistas cubanas.
ISBN: 959-7035-53-7Autor: Juan René Coyra GonzálezAño de publicación: 2000Colección: FazEditorial: CapiroGénero literario: PoesíaReseña: En atención -entre otros méritos -"al equilibrio y unidad del discurso poético" se concedió el Premio Ser Fiel 1999 a Las vidas miserables. Lleno de evocaciones, éste sólido poemario irrumpe felizmente en el conglomerado de voces que viene a dar testimonio de nuestros días. "Tras las argucias del recuerdo", el poeta canta. La nostalgia, los más claros afectos, y aún el rumor de las cosas cotidianas, son valiosas claves para comprender su fe. Las ciudades recorridas a deshora, aquellos parques de estar con los amigos, la inconfundible noche de la ínsula, iluminan estos versos que el lector, sin duda, reconocerá como suyos.
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para leer más sobre el poeta:

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Alejándose del resto



Mis viajes a Santa Clara a la Biblioteca, a los encuentros de talleres literarios, y en una época donde andaba con un manojo de textos por pulir de los poemas que luego formarían mi primer libro: El Buscaluz Colgado... si deseara calificar esos viajes, siempre diría: -de descubrimientos-; de esos primeros encuentros con otros escritores contemporáneos, uno de ellos, Julio Mitjans, se me acercó una tarde después de una lectura en la biblioteca Provincial Martí, (estaba entonces en el servicio militar obligatorio, vestido yo, con un uniforme de pase) y luego de presentarse, dijo que quería conocer más de mis textos y leerme algunos de los suyos.
Luego, junto a Rafael Soriano, Norge Espinosa, Noel Castillo, Jorge Felix, Aramís Castañeda, fuimos ese tipo de grupo espontáneo que necesitaba fluir. Pero con Julio Mitjans, se me hizo recurrente visitarlo, y en muchas ocasiones en la sala de su casa, con un té de acompañamiento, logramos algunas tertulias donde el carácter de pulidor de versos, cuchilla en mano, salió a relucir. Siempre afable, el amigo, quien luego me presentara al poeta holguinero quedado en la ciudad, René Coyra, Mitjans no se quedaba en el elogio, y buscaba las partes débiles del poema, las que le parecían gratuitas. Entonces, con una capacidad de escuchar, de oído atento para el ritmo, y de saber leer sus textos, en ese tono en el que aún lo recuerdo, como un remanso de aguas claras, él me leía los suyos y supe desde aquellos momentos que tenía ante mí, un poeta constante con una red de esas de pescadores que regresan al atardecer, cargados con las huellas de las playas y la sal y con peces. La comparación viene de esta secuencia donde un muchacho veinteañero, sentado en un sillón de la sala de su casa, también lee sus poemas inéditos, y sin sobresaltos, con los rasgos que define unos versos escritos como agua, con el tono suave de quien no trata de dar un paso en falso, limpia su voz como limpia la entonación, que contiene la pausa justa y las ideas concisas, un tejedor también del tiempo, su tiempo.
A veces los temas, tocaban desde la cotidianidad y sus vivencias, esa retrospectiva de quien cuenta lo soñado o visto y lo reproduce sin temor con exactitud, y le pone la sustancia que requiere la imaginación, sin perderse de quién busca con palabras sencillas, la profundidad que usa con lo que queda de la lectura a sus versos, esa sensación de haber visto a quien se sumerge profundo en los encuentros, con mundos, puertas, cuerpos, sentimientos y todo lo que forman su cosmos poético. Otras se da el lujo de hurgar desde su nostalgia, en esos laberintos de adentro, donde por increíble que parezca, uno asoma como lector y no se pierde sino que asume su propio manejo de sus experiencias. No importa si es a veces un paisaje de dolor o del recuerdo de un encuentro que lo ha perturbado, o del enamoramiento y la fuga de un imposible, poco importan sus propios experimentos del poeta que ha cruzado por caminos llenos de polvo, donde su huella, marca también la música que parece desde tonos siempre suaves, sin estridencias, que a su vez lo acompaña, y nos acompaña como un noble ofrecimiento.
Lo que importa, mucho más, es su forma de acercarnos a esas líneas precisas que el poeta traza, horizontes y cercanías, aire, azar a veces, y más que nada, versos escritos con el placer que le provoca, reincorporarse desde un estado de ánimo diverso por sus matices, pero sin perderse en sus propias mezclas, amor y desamor, pasión y memoria; nada se contradice en su poética, él sabe su camino y lo que desea recorrer y te lleva sin trampas a sentir ese deseo, casi como un misterio de descubrimiento, el deseo de escuchar esa voz interior que si desgarra o se confiesa, no es con potencia falsa de quien se empina y nos deja caer, Julio Mitjans, desde aquellos días hace casi 20 años, hasta hoy, escribe de una manera tenue, una manera que profundiza sin escandalizarnos y que uno recuerda, como esa idea de la presencia de un ángel que ha preferido un encuentro de luz, que sabe usar las palabras, y que contiene el suceso: (como en este fragmento que cito de su poema Bajo otra vida el otoño)


Alguien habló de la vida,
y una brisa llenaba el paño, bordeando los torsos
aún escondidos por el pudor
Extraña conversación
sabiendo que la cifra es la soledad
de una boca a la otra, de un tercero
a una conquista definitiva, profunda.
¿Qué podríamos callar?

No quiero callar este deseo de reencontarme con el poeta, ya he alcanzado su espiritualidad en este libro de donde tomo sin permiso unos textos para sentar en el aire, pertenecen a su libro Alejándose del resto, Premio Calendario 2000, donde el jurado, César López, Edel Morales y José Félix León, con mucho acierto lo evaluaron, razón por la que la Editora Abril, en el 2002 lo publicara, casi dos años después de que yo me alejará, supuestamente de mis amigos, justo para volver por esos contornos y trazos que poetas como Julio Mitjans me devuelven alucinado tal vez por ese toque suave y conciso, de no olvidar el resto de lo que he vivido


Juan Carlos Recio
NY/ Septiembre 15 del 2010
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Recogiendo el dolor de nuestra herida
salgamos del dolor de nuestra herida
recogiendo la amargura de nuestro cuerpo
salgamos de la amargura de nuestro cuerpo.
Yorgos Seferis

de Noches que aún me debo



PARA NO PROFANAR el sendero que abro entre las aguas
no diré isla o país:
no me hallarán entre las horas que la tarde
va granando en la ventana,
ni el secreto voluptuoso de mis frutas
calmará la sed.
Hay cansancio en mi heredad
a veces invoco su gracia
a veces los poderosos cascos de la lejanía
sobre su pecho.
Esta pasión debe ser igual
a la de los cuerpos de ayer; nuestros dioses
nunca dirán mi nombre, del toronjil a la ceiba,
de la caoba al silencio ellos sorprenden al bosque
después de cada despedida.
Ha reunido el peregrinaje a la familia
descifradora de augurios en las hojas muertas
en las vísceras secas, y en las playas adonde nadie regresa.
Por las noches en un último acto de fe
se lanzan hacia una luz artificial,
el hermano mayor piensa que todo ha sido un juego,
una ruta tomada al azar, un signo para la infancia.
Sin embargo, los poderosos cascos siguen
hasta dejarme sin dolor.

Alejándose del resto


También tenía un puerto, un esclavo del agua,
un ídolo,
una flor siempre escurridiza.
Quiso quedarse, decíanse los dos.
Van ofreciéndose vivos misterios
como quien viene a sagitar el propio corazón
no la vida que acecha.
Sobre la roca indiferente toman las bridas
uno del otro. Sin saberlo, él se detuvo,
a merced del tráfico dijo algo...
volvieron a besarse:
-Armando.
Era el valle de carbones apagados
donde un perro ladra en torno a un rudo mantel.
Quiso quedarse escuchando aquella melodía
hasta encontrar la sajadura de los antepasados,
la serena expiación, la dicha.
Dejaron que el resto se alejara, un ciclista
pudo ver la sombra, los demás
creyeron que era la noche.

Bajo otra vida el otoño

Fue por azar, aún no sé quién escuchaba primero.
No podría decir: gentiles o tiernos;
eran joyas de la noche,
en sus ojos la llama de una fiesta más dolorosa
delataba el fino oficioso de hacerse consolar.
Alquien habló de la vida,
y una brisa llenaba el paño, bordeando los torsos
aún escondidos por el pudor.
Extraña conversación,
sabiendo que la cifra es la soledad
de una boca a la otra boca, de un tercero
a una conquista definitiva, profunda.
¿Qué podríamos callar?
Paso de esta claridad,
el deseo a la deriva
entre las hojas que el viento arrastra
durante los meses que debieron traernos el otoño.

Noches que aún me debo





Secretos paisajes del ochentiocho, amigos,
no he podido renunciar al dolor, la confianza
o el abismo
entre un peregrino y mi cuerpo.
Lares de ayer merecidos por la desesperación,
allí perdí la palabra que puede
salvarme de la felicidad.
En un río de jóvenes me sumerjo una y otra vez,
al regreso no soy el mismo.
Sólo voy aliviando, arquero, tu sed
con mi sed errante
y no encuentro destinos más inciertos que mi corazón.
Amigo, peregrino,
noches que aún me debo:
puertas semiabiertas
solares yermos, vidas
por las que echamos a rodar una pregunta
sin más respuesta que la víspera de siempre.



de DIME SI TE SOBREPONES


Mientras el agrimensor toca
el arpa para mí.



Hasta aquí regresas porque te he amado
cómo oír lo que dices
si antigua en tus ojos es la noche de los míos.
Perenne el paso del puente hacia las dos riberas
hallamos una sensación durable
la de los días en que la fiebre detiene al tiempo
entre la neblina de los cuerpos.
Haciendo una ventana interior
trazas tu propio paisaje
y humilde develas el cause seco
de todos los amores que antes fueron.
La vida amable
el agua, la luz, la sombra misma
manan en un susurro
desde el voraz soliloquio de los amantes.
No hemos preguntado nada. Frente a frente
la oscuridad de las bellezas iguales
no es un destino sino la puerta estrecha
por donde apenas se oye el ruido de la luz
si abres de pronto.

La tregua

Ya fuimos mucho tiempo estremecidos
por el canto de los padres.
Ahora somos tránsito
río perdiéndose a sí mismo, camino de ser la noria.
Demasiado tiempo estremecidos por nuestro propio canto.

Breve alusión para un mapa
de la isla




para Emilio Ichikawa

Días enteros en la manigua
a favor de las mínimas alianzas:
lo que fue guía, bejuco rastreador
ya es rama, cúspide, raíz aérea
conversación que se expande.
Sopla viento, lleva el mapa de la isla
de un camino a otro, avienta y esparce la palabra
mientras el primogénito traza largamente
el cerco de las aguas.
Ahora que el símbolo se anima en el misterio
de la pregunta, días enteros en la manigua...
Desde todas partes acude ventisca
alivia el dolor del sediento
y no le des descanso a nuestros peregrinos.

Dime si te sobrepones



para sigfredo ariel

La belleza como las aguas del río
deja cansado a quien sigue el torrente.
Mira ese rostro, esa fragilidad antigua
y dime si te sobrepones.
Nadie puede evocar su esplendor como nosotros,
sin embargo fluye, de aluvión en aluvión
no nos pertenece...
Es un secreto de ese rostro, también sereno
desde el dolor que provoca en mí.
cómo es posible tanto dominio.
He asistido al retraimiento de los manantiales,
a la premura de estos versos
en los que un día sólo hallarás el encanto
que ahora los rinde.

un pájaro planea sobre nuestras cabezas,
gira y es la rosa náutica, es mi vértigo
ave que lanza un acertijo y se va.
-Busca dentro de ti:
el sendero cuando tu pecho era una sombra,
por primera vez una manigua,
recuerda
la palabra del amigo abriéndose como un refugio,
sigue hacia los espacios donde aún te reclama
algo más que una pena,
busca en los nombres que a veces dejamos
al cuidado de un árbol, busca
hasta que puedas decir: -no lo he vivido.
Tal vez ese bosque era tuyo.

**************fin******************

Datos del poeta:


Julio Mitjans (Santa Clara, 1965). Miembro de la Asociasión Hermanos Saiz. en 1994 funda las ediciones sed de Belleza. Tiene publicado el cuaderno de poesía Venía diciendo una fábula, 1994. Textos suyos aparecen habitualmente en publicaciones periódicas de cuba y el extranjero.
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lunes, 13 de septiembre de 2010

Alejandro Dumas. Vida y Obras. (Libro)

La obra de Alejandro Dumas siempre ha apasionado al público de habla hispana. Muchos de sus libros se tradujeron al español pocos meses después de su publicación. Por eso, cuando Dumas visitó España en 1846, se quedó sorprendido al ver que desde el ofical de la frontera hasta el dueño del hotel y el cochero de Madrid lo reconocieron como el autor de Los tres mosqueteros.
Este interés por la obra de Dumas también está muy extendido en América. A partir de materiales recuperados por los autores, surge la primera colección de argumentos, análisis literario y revisión bibliográfica en español de la obra del prolífico autor, entre novelas, narraciones y biografías que cubren la historia de Francia, desde 1328 hasta 1832, así como cuentos, libros de viaje, artículos políticos, teatro y un largo etcétera.
La agrupación de las obras por temas y el excelente trabajo gráfico de Carlos Juvera, que no solo ambienta la lectura desde el punto de vista estético, sino que refuerza la comprensión de cada obra con la imagen de la edición príncipe en la mayoria de los casos y un remate bibliográfico que incluye las ediciones originales, según la Bibliografia de Alejandro Dumas, de Frank Reed, y las ediciones disponibles en español.
En las primeras páginas se puede encontrar la biografia del autor, y, en las últimas, la información correspondiente a ciertas obras que le han sido adjudicadas, pero que no fueron escritas por él.
nota de
Isabel Jubera
Editora del libro
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foto tomada de facebook

Los Tres Mosqueteros (Les Trois Mousquetaires, 1844)

El joven D'Artagnan viaja a París con una carta de recomendación de su padre para Treville, jefe de los Mosqueteros del Rey. Estamos en la Francia de 1629. En el camino se encuentra a Rochefort, sicario del cardenal Richeliu, primer ministro y dueño del destino de Francia, quien lo arresta y le perdona la vida, pero le arrebata la carta.
A su llegada a París, D'Artagnan traba amistad con tres jóvenes mosqueteros que se hacen llamar Athos (el mayor y más reflexivo), Porthos (el más fuerte e inocente) y Aramís (el menor de los tres, deseoso de pertenecer a la Iglesia pero también de no abandonar su vida de galán). Para covertirse en mosquetero se incorpora como parte de la guardia del Rey. Un dia, el dueño de la pensión donde vive le pide que vigile a su esposa, una joven llamada Maria de Bonacieux, doncella de la Reina Ana de Austria, por quíen D'Artagnan se siente atraido.
Al enterarse Richeliu de que Lord Buckingham en Londres, tiene uno de los aretes que el Rey Luis XIII le regaló a su esposa Ana, le sugiere a éste que haga una fiesta en la cual le pida que los luzca. Es el momento en que D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramís deberán ayudar a la reina a recuperar la joya viajando a Ingleterra, pero Milady, cómplice de Recheliu, se encargará de evitarlo.
En el prólogo, el autor hace referancia a que el tema lo encontró en sus investigaciones sobre la vida de Luis XIV en la Biblioteca Real y al leer el libro Memorias de D'Artagnan. Luego, con la ayuda de Auguste Maquet, escribió esta interesante novela de aventuras, muy ajustada a la historia y que constituyó un gran éxito que superó el de las anteriores y le permitió seguir con la saga. El biógrafo Frank W. Reed nos dice: "...cada día el entusiasmo y la exitación de los lectores crecía; pronto esa historia de intriga fue el principal tópico de conversación en París, y llegó a opacar la breve guerra con Marruecos...".
Es de destacar que existen hasta tres versiones revisadas de esta obra. Según una investigación hecha por Frank W. Reed, la única original es una que fue publicada en Bruselas al mismo tiempo que aparecia en el diario parisino; es decir, una edición pirata. Para la publicación original en Francia (París, Baudry, 1844), el texto fue revisado por el propio Dumas, modificando palabras, frases y hasta páginas completas que, aunque mantuvieron la misma línea del texto, en algunos capítulos son más notables, como el de la ejecución de Milady.
Esta obra fue llevada al teatro por Dumas en un drama en cinco actos con el título La juventud de los mosqueteros, que se estrenó exitosamente en su Theatre Historique el 17 de febrero de 1849, con la actuación del famoso actor Melingue en el papel de D'Artagnan.


Manuel Galguera visita la casa de Alejandro Dumas
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Los autores del libro:
Mercedes Balda es licenciada en psicología, coleccionista y estudiosa de la vida y obras de Dumas, creadora de la página web Alejandro Dumas, Vida y Obras, y coordinadora del Club literario Dumas en yahoo. Reside en Lima, Perú.
Manuel Galguera es doctor en medicina e, igualmente, coleccionista y estudioso de la obra de Alejandro Dumas. Reside en Miami, Florida.
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Para leer sobre este libro pulse aquí:
http://servicioseditoriales.net/

http://www.facebook.com/profile.php?id=614349242&v=wall&story_fbid=154396587913631#!/pages/Alejandro-Dumas-Vida-y-Obras-Libro/111639998877337

http://www.facebook.com/l.php?u=http%3A%2F%2Fbiblioteca.uv.es%2F&h=18083
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jueves, 9 de septiembre de 2010

EL CALLEJÓN DE LAS RATAS



Una novela maldita: El Callejón de las ratas1
por Geovannis Manso Sendán

Presentación de El Callejón de las ratas
en la Feria Internacional del Libro de La Habana,
en la sala José Lezama Lima de San Carlos de La Cabaña.

Si usted, definitivamente, es de los que cree en esa falacia vital definida como literatura, sin dudas se estremecería al verse en el parque Lezama, en Buenos Aires, cerca de la estatua de Ceres, donde Martín —por vez primera— confunde a Alejandra con su propio mundo;2 se estremecería igual en alguna esquina de la calle Trocadero, en el mismo corazón de La Habana Vieja, pues sabe que en cualquier momento José Cemí se encontrará con Fronesis3 y pasarán a su lado, así como si nada, sin que ninguno de ellos comprenda la vastedad de mundos que nos han donado.
Hoy, entonces, al recorrer las páginas de El Callejón de las ratas, de Jorge Ángel Hernández, confío en que ustedes, como yo mismo, sus lectores, sabrán sentir el estremecimiento, de habitar el espacio que protagonizan los personajes que conforman el corpus total de esta novela. Estremecimiento que nos entrampa al prefigurarnos en el centro mismo del fuego que cien años atrás nos negara acceder a cierta memoria histórica, memoria que, desde ángulos diversos, obsede a su autor en buena parte de obra. Historia que transcurre desde la constante bifurcación, quizás uno de sus rasgos más peculiares y preclaros. En El callejón de las ratas, Jorge Ángel Hernández nos niega toda posibilidad de acceder a lecturas lineales y, con ello, en incesante juego, convierte al lector en actor, en autor, en ser pensante, en “lector macho”, como lo definiera Julio Cortázar. Nos obliga a hilvanar una historia desde el ejercicio provocador a que invita su fragmentado discurso —no desde la pasividad constante—, y esta fragmentación se unifica siempre en su lenguaje, en los giros gramaticales —barrocos, preciosistas, coloquiales— que terminan por absorber una trama coral donde confluyen multiplicidad de tiempos y espacios —si el plural no fuera en contra de esos preceptos tan caros a Jorge Luis Borges, siempre negador de sus pluralidades. Si lo deseamos, El callejón de las ratas se convierte en múltiples novelas, múltiples historias, múltiples mundos insondables y fantasmales. Así estas novelas recorren un camino de amores esquilmados, pasiones, desencuentros, esperanzas, orgías, violaciones, muertes y resurrecciones. Recorren —en dosis equilibradas, signadas por su vocación preciosista— un cúmulo de sentimientos humanos, de obsesiones torrenciales que se bifurcan, se entrecruzan, bien desde la magnificencia popular que representa La Parranda, bien desde los inciensos, cantos litúrgicos, oraciones y festejos del día de Candelaria que presiden a La Patrona del pueblo; bien desde las torturas y humillaciones que enfrenta un hombre, o bien desde esas postales, simbólicamente cursis y sinceras, que el tímido escritor, personaje de una de las historias contadas en el mosaico total del texto, entrega a esa mujer de rasgos apagados por la abulia. Novela de resonancias trágicas —como bien lo define Jorge Ángel Hernández en la “Posible guía al lector” [pp. 7 – 8] que encabeza el texto: “el sentido de la trama” es sostenido por los “fáusticos entrecruzamientos” de sus historias. En ella nos convence, afiliándose a plenitud a aquella sentencia de Octavio Paz, de que “por esto, todo amor, incluso el más feliz, es trágico. Porque el amor humano es la unión de dos seres sujetos al tiempo y a sus accidentes: el cambio, las pasiones, la enfermedad y la muerte.” El callejón de las ratas entreabre un vasto jardín de senderos que se bifurcan, que se alimentan entre sí en la desesperación de un fatum que antecede y define a sus personajes, tal y como sucede en el mito constantemente invocado, y que surca la novela con su espíritu vivificador, pues Fausto, entregado a Mefistófeles, no podrá escapar de él, es decir, del Infierno. Si una de las funciones de la literatura es la representación de las pasiones, aquí el novelista ha cumplido con creces su objetivo. El callejón de las ratas representa —en su sentido más universal— un entramado de pasiones que se redimensionan, más allá de la propia pasión del personaje mismo. También subyace en todo el corpus de la historia narrada la pasión por la escritura, y el riesgo apasionante que significa hurgar en el pasado. Así, los personajes con el propio autor se convierten en cronistas locales que van atesorando cada una de esas minucias con la esperanza de que un día no lo sean; regresando por la historia del pueblo, hacia el tiempo que todo lo soporta [pp. 61 – 82]. Y el día ha llegado. Con la publicación de El callejón de las ratas por la Editorial Capiro, esas “posibles minucias” transgreden toda localidad para inscribirse, con signos perturbadores y fecundos, en las esencias que conforman lo cubano. El pueblo muta y se adhiere a las cosmovisiones que definen esta novela. La Aldea deja de serlo para convertirse en esa polis que para los griegos reflejaba el centro mismo de todas las irradiaciones. No invito a los lectores a leerla. Leerla es sólo el primer escalón, esencial y primario. Los invito a pensarla, a vivirla con la intensidad que gravita en sus páginas. Sólo así llegarán a comprenderla a cabalidad, a sentirla en todas sus bifurcaciones posibles. Cuando accedan a la imponente, inevitable explosión de sus finales, las palabras que la conforman —como vidrios— se incrustarán en sus ojos. Para entonces, habrán develado una parte de los misterios, una parte de su vía crucis esencial y fecundante. El fuego, que todo lo consume, se avivará; y habrá usted de volver a un nuevo sendero —quizás inexplorado— en la lectura iniciática. Sí, es una novela maldita. Pero bendita maldición la suya, que nos conmina a vivir su aventura, inevitable, trágica y humana…
1. El Callejón de las ratas: Jorge Ángel Hernández. Editorial Capiro, Colección Ulán, Santa Clara, Cuba, 2004. 2. V. Sobre Héroes y tumbas, de Ernesto Sábato. 3. V. Paradiso, de José Lezama Lima.

***********************fin de la presentación*****************

Fragmento de El callejón de las ratas:


El callejón de las ratas donde los muertos perdieron su osamenta.
Ovidio.
Metamorfosis



UNO: TIZA ROJA EN LA PIZARRA
El Proyecto

FAUSTO: Te voy a enseñar. Ven.
(Se incorpora, completamente desnudo. Tiende una mano a Helena
para ayudarla a levantarse. En el piso, paralela al estante que divide la
cátedra de Inglés y de Español, casi de pared a pared, descansa la
colchoneta donde han hecho el amor. El sudor de sus cuerpos se ha
extinguido y el fresco ligero de la noche les recuerda que afuera el viento se
pega a los cristales y repta, formando sombras casi imperceptibles. Ella
recoge la sábana y se envuelve, en un gesto raudo, continuado, uniforme.
Él está emocionado. Su afán de relatar le impide pensar en que pudiera
tirarse una chaqueta por los hombros. Hacen mutis, aunque en verdad
significa que deben permanecer sobre la cama, ante la cuarta pared que no
descubren.
Abre la pue ta que da al aula, y la conduce a través de los pupitres. Ella
alisa la sábana por detrás de sus nalgas y se sienta encima de una mesa,
justo de frente a la pizarra. Sus piernas forman un ángulo sumamente
agudo en las rodillas, sus pies descalzos se apoyan en la tabla arañada por
cuchillas y creyones de alumnos aburridos Él puede ver entre la sábana
blanca sus pechos y entre las columnas abiertas de sus piernas la línea fina
de vellos que va desde el ombligo al pubis. Como en los cuadros
obedientemente retocados por El Braguettone la tela cubre el lugar de la
vulva, seguramente húmeda, enrojecida y abierta. Con tiza roja, él va
trazando nombres, flechas, curiosas llavecitas sobre el verde gastado en la
pizarra.)
FAUSTO: Este es el esquema. Ahora te explico.
(Fausto es un hombre que marcha muy bien hacia la madurez: conserva
una joven apariencia. Le gusta explicar. Mientras señala los nombres,
remarca los subtítulos y sigue el curso de las flechas, su elocuencia se
extiende, multiplicando direcciones y vivaques. Sus manos son pequeñas,
inquietas, y sus brazos estrechos y sin músculos. Los vellos del pecho no
son en realidad abundantes, menos aún los que bajan desde allí al ombligo
y del ombligo a la pelvis. El sexo, fláccido, se mece libremente entre sus
muslos mucho más resistentes y musculosos que sus brazos. En las piernas,
que van de un sitio a otro, tampoco el vello es abundante pero sí se
detectan huellas de sistemáticas jornadas de ejercicio físico y carreras de
fondo o medio fondo. De vez en cuando el viento aúlla en los cristales y
golpea con suavidad las persianas para que emitan un sonido de marímbula
falsa y malograda. Sobre el verde gastado, en la pizarra, personajes,
argumentos, épocas y escenarios de tiza se bifurcan, se cruzan y se funden
entre flechas y simpáticas llaves de polvo alérgico y rojizo.)
FAUSTO: Aquí está el punto clave de la historia. Mira.
(Helena sigue los giros inquietos de sus manos. Sin saberlo, persigue el
hipnotismo en que esas manos la hundieron mientras hacían el amor, un
rato antes. Sin saberlo, tampoco, a ese hipnotismo se suma el hipnotismo
del tono de la voz, dulce, viril, didáctico y seguro en el curso preciso de las
inflexiones. Las historias, sus múltiples caminos, y hasta sus inexplicables
conexiones, son maravillosas. Le gustaría vivirlas, una por una. Le gustaría
preguntarle si es posible apropiárselas, sin más, sin que nadie venga
después a decirle que es absurda, infantil y alocada; pero teme que él le
explique, con esa voz didáctica y segura, insoslayable, que es ridículo,
absurdo, infantil y alocado pensar que la literatura se puede vivir como la
realidad. Helena es joven, muy joven, adolescente en realidad. Es bella
también; llena de vida y de deseos. Es la mujer ideal para los ojos que más
pudieran exigir. Cuando se deja contemplar parece que nunca será vieja,
que su piel será siempre tan tersa y deseable, que jamás su espléndida
materia será materia orgánica y carroña. Mientras escucha, hipnotizada,
cómo ese hermoso cuarentón, su profesor, ha logrado vivir durante un siglo,
quisiera también arribar tan joven y tan bella al final del siglo próximo. Sin
saberlo, comienza a añorar la eternidad.)
FAUSTO: Presta atención. Iré copiando la trama en tiza roja.

I
Mefistófeles:
Apenas estamos en el ABC de nuestro espíritu, cuando ya, como los
demás hombres, se te trastorna el juicio. ¿Por qué formas causa común
con nosotros si no puedes soportar las consecuencias? ¡Quieres volar y no
te ves aun libre del vértigo! ¿No eres tú el que llamaste?
Goethe
Fausto
.

Las piedras de tus ojos


La sorpresa inicial, vertiginosa, abrió paso al estremecimiento, jamás bien
recibido en confesiones literarias. Para arrancar las piedras de tus ojos y
ponerlas a reír y a llover en mi vida, recordaba un poema apenas un minuto
antes, sin comprender, saturado por la espera inútil, que ese ómnibus acaso
inadvertido cambiaría su mutismo. El abrazo fue largo. Se apretaban,
suspendidos por la intensa ternura que los malos autores consiguen
esquilmar mientras los mejores, aquellos que sólo el tiempo reconoce, la
guardan en sus cofres y la entierran con celo en sus reminiscencias. La
felicidad del encuentro, esperado, pero súbito al fin, restaurador del
cansancio y la vigilia, los unía en un tiempo que bien pudiera ser un infinito.
Y olvidaron el mundo. Olvidaron la angustia de los días de lejanía. Olvidaron
la tensión y las presiones familiares. Olvidaron la esencia de los trucos y
artimañas urdidos para reencontrarse. Olvidaron la impaciencia de la víspera.
La inseguridad, la profunda desazón que agotaba el tiempo de la espera.
Olvidaron. Únicamente sentían la velocidad del corazón, la respiración
emocionada, la presencia de otro cuerpo que respondía al aliento del abrazo.
(Y olvidaban así la dimensión que las palabras se pueden permitir; y hacían
que sus linderos se tornaran frágiles, deteriorados por el tiempo; y hacían
que se quebraran los altos humos que el lenguaje se impone en busca de un
lugar irrebatible). Reconocían el olor del otro cuerpo, turbado por el nervio,
para envolverse en él —y convertir así el sudor en una manta, que sería
entonces metáfora y presencia, propiedad exclusiva del autor, sin derecho a
futuras rebeldías— para no salir jamás de aquel abrazo largo, intrínseco —
Desmesurada presión del leitmotiv para que el tiempo sea infinito—.
La gente —bifurcación abarcadora, atmósfera que expande la anécdota
cerrada en que se estanca el cuerpo de la historia— arremolinaba su alegría
por las calles del pueblo, llenas de kioscos, vendedores ambulantes y
plataformas de madera construidas para albergar en su precariedad la
distorsión y el estruendo de los equipos de audio. (El ojo atento de la
descripción presto a sacudir la apacible mirada del lector para saberse dueño
del trasfondo). Husmear en cada mostrador, balancearse al paso de la música
rajada en las bocinas, recorrer cada calle entre chistes y jaranas —propiedad
universal del carnaval— y beber, y cansarse, hasta que toda la fuerza de la
vida cotidiana se desplome, se diluya sin remedio en los desagües. Era el
bullir de la fiesta, la víspera de un carnaval que sería absorbido sin remedio
por el suceso mayor de la Parranda. Antevíspera de la noche en que los bríos
contenidos durante todo el año concurrían en la calle, libres de restricciones
habituales. Esperaban, ajenos a ese abrazo alargado, intemporal, la orden
oficial de comenzar con la venta de cerveza.
—Menos mal que viniste —dijo él.
Al separarse, se reconocían en la mirada, buscando una vez más la
dimensión paralela del abrazo.
—Menos mal que llegué —contestó ella.
Y expiró los últimos vestigios de inquietud que la acosaban.
Se dejó conducir.
El bullicio general los recibió sin reticencias, al ver que marchaban
tomados de las manos, apretando los dedos, aquilatando el roce de las
palmas sudorosas. La multitud no reparaba en su forma de entrar al carnaval,
de sumarse al torrente; apenas les permitían ser felices en lo simple del
contacto, asirse a la cultura y proponer significados sublimes al futuro.
Tampoco suponía, ni advertía siquiera, que de la mano y sonrientes
comenzaban a borrar un prolongado tiempo de separación. La turbamulta era
un monstruo simpático, ávido, hambriento, que engullía ese momento crucial
de la pareja. Una ballena que arremolinaba en su vientre la burbuja en que
ahora navegaban, seguros, no obstante, de que sus vidas debían palidecer
definitivamente al margen de ese encuentro.
—Menos mal que llegaste —dijo, como si no le importara el prejuicio de
la repetición.
Con la frase, ella le devolvió una caricia y lo besó en el hombro. A través
del laberinto de personas lo seguía, extenuada, trabajosamente. Apenas
lograban avanzar, recorrer algunos metros en medio de la humana corriente.
Como guerreros delante de un castillo medieval, o como obreros que
cumplen sin desvío su faena, los habitantes de ese mar arrastraban hijos y
sobrinos hasta los mostradores. Sólo delante de sus rostros de infinita
esperanza podrían adquirir las golosinas. Una medida, pensó él, de protección
al salario. Por fin un soplo de ironía, una complicidad ajena al tono cursi —
sentimental al menos— del encuentro. El monstruo, esa ballena feliz
interminable, les obligaba a aclimatarse en su interior.
No sabían —o no querían, tal vez— medir la dimensión de su alegría. Sólo
sentían el roce de la piel en las palmas de las manos y se adentraban con
orgullo por la hilera de kioscos y paseantes. Recorrían la trocha —la manía
del emblema buscaba un subterfugio— como si fueran los protagonistas de
todo el carnaval. Aquellas neveras humeantes, improvisadas, levantadas
encima del asfalto, cuyas cervezas darían el verdadero estallido, no podían
competir con su protagonismo. Eran ellos (cómo el autor se va dejando ganar
por su función de autor, va atesorando la incansable nomenclatura de la
imagen) quienes arrastraban el centro de atención, el hilo conductor, sine
qua non, de aquella fiesta.
—¡Chino! —llamó él.
Había descubierto un rostro conocido en uno de los kioscos. El humillo
que emergía de la nevera creaba un paisaje de neblina, un contraste veloz
con el calor que envolvía a los paseantes.
—¿Cuándo? —gritó de nuevo.
El índice golpeó suavemente en su muñeca derecha. Acto seguido, los
brazos abiertos hicieron compañía a la pregunta inaudible; expresada, tal vez,
para que el autoconvencimiento reforzara la eficiencia del gesto. Desde la
gasa de neblina, los ojos achinados se agrandaron a la vez que las manos
ofrecían la respuesta: cinco dedos extendidos más un pulgar solitario. Su
pulgar solitario —de la mano derecha, pues la izquierda no renunciaba a
aferrar la mano amada—, con el puño cerrado, agradecía la información.
—A las seis la venden —aclaró, por lo bajo.
Ella se echó a reír, ligeramente. Lo besó una vez más. Un gesto de
ternura que podía escamotear el protagonismo en que se habían adentrado.
Se apresuró a pensar, a transmitir (ningún autor logra abstenerse en su
función, ninguno reconoce la pureza de su rol descriptivo) figuras analíticas.
Los brazos abiertos, con un giro de las palmas hacia arriba, podían significar
tanto interrogación como asombro o desconcierto. También ese pulgar con
que perdona el César había cumplido la función de número —romano: cinco
más uno— y de solidaridad en el saludo. Los dedos golpeando en la muñeca,
sin embargo, parecían más unidos a una significación. Un laberinto agotador,
interminable en sus bifurcaciones, emergía de ese otro laberinto formado por
un mar de personas en el interior de una ballena que, a toda lógica, debe
tener otro mar —¿Carlos?, ¿Groucho?, ¿quetti?, ¿adona?— como hábitat. Y
así hasta llegar al infinito.
—O hasta volver al mismo lugar de donde partes.
Ciertamente, es difícil hallar una muchacha que avance delante —o a la
par— de tu sagrado pensamiento. Lo mejor, generalmente, es crearla,
escribirla, modelarla según tu semejanza. Ella te indica (¿sin saberlo?) cómo
se puede figurar. No es una Musa —o al menos no es sólo una Musa—,
impasible, lejana, hermosa o entregada. No es ni Beatriz ni Laura: es Ariadna,
un personaje. Merece, cómo no, un beso largo, en los labios, a despecho de
todas las miradas y soportando con cruel indiferencia los golpes y empujones
de aquellos que intentan avanzar. (Para un personaje es perfectamente
normal fungir el protagónico).
—Te prometo empezar un ensayo con el tema —le dijo, tras el beso.
Ella abrió, grandes, los ojos ¿felicidad?, ¿asombro?, ¿duda?,
¿desconcierto? quizás para entregarle el primer signo.
No es fácil —no todo el mundo puede, en el momento y lugar
determinado, reconocer a su mujer y casarse con ella— hallar a esa
muchacha que va a ser precisamente tu pareja. Por eso algunos piden el
favor de Mefistófeles, la ayuda de Voland, el pacto con el Diablo. Si él puede,
¿por qué no dejarse conceder lo que buscamos, por qué resistirse a aquello
que soñamos obtener?
—Oh, mi adorable. Oh, my sweet.
Como no siempre es posible encontrar a Mefistófeles, toparse con Voland
en algún parque, a veces no queda otro remedio que inventar esa muchacha,
que inclinarse delante de un buró —el dolor en los huesos va dejando el
sabor de una metamorfosis, va esquilmando una parte de sí al creador— a
componer las líneas de verso de su historia. En verdad es más peligrosa cada
línea de verso acendrada en el amor que aquellas heroicas del poema épico o
que las intrincadas del poema ético. (Tristán e Isolda vs. La Ilíada, La Odisea,
El paraíso perdido...).
—Aquellas son apenas impulsos personales mientras que estas son
grandes movimientos de la Historia.
Pero el hombre va a vivir en La Historia alguna que otra vez; en cambio
está obligado a enfrentar su cotidianeidad hora tras hora. No es, como se
dice, un buen diseñador de su destino. Así que está obligado a mentir; a
engañarse toda vez que enfrenta el peligro de descubrir que no es feliz en
realidad. Por eso, justificadamente, se erige en Creador: y besa a Ariadna.
—¿Y servirá de algo? —le pregunta, escéptica insufrible.
Si el dios se atreve a besar su creación, si puede amarla con pasiones
humanas, ya no es un Dios omnipotente y único, ya no es la idea absoluta de
la creación, sino un pensamiento fragmentado y laborioso, un dios voluble,
antojadizo e inseguro: un poeta.
—Al menos servirá para escribirlo —fue su respuesta.
Ella lo ama, porque es su creación, es su diseño del destino. No le ha
pedido el favor —que no sería un favor precisamente, sino una compra a un
precio tal vez exagerado— a Mefistófeles. Ella lo ama allí, entre esa
turbamulta feliz, llena de gloria absoluta tres días en el año. Allí, donde es
creada, en ese atajo que se desprende del encuentro fortuito —en pos de
amarse en la vida, encuentro que es en realidad una bifurcación de una
bifurcación, hasta llegar al infinito o hasta volver al mismo lugar de donde
partes.
El olor de las rositas de maíz, blanquísimas y tibias, la aguijoneó de
pronto e hizo que el recuerdo del hambre brotara, multiplicado sin fin sobre
el caldero ardiente. Un día de terminales repletas de viajeros, encendidas de
calor, sin agua, rebosantes de colas y de moscas en sus deplorables
merenderos, la había hecho sufrir la tiranía indolente de sus tripas vacías —
las tripas, llenas o vacías, no suelen ir muy bien con la sublimidad lírica del
poema amoroso—, aunque verse abrazada —después besada abierta y
descaradamente, como al final de aquellos viejos filmes— le había hecho
olvidar ese aguijón —si olvidaron el mundo, qué no decir de esa insignificante
hambre.
—Disfruta ese magnífico maíz pop.
Intentaba, egocéntrico, extender el auditorio, epater con sus
conocimientos de idiomas a los proletarios y abnegados vendedores. El placer
vendría al dejarlos bizcos, reírse de cómo se quedaban de una pieza,
buscando el nudo que unía la música pop a una rosita de maíz.
—Oh, yes, it's a popcorn —respondió el vendedor.
Aguafiestas. Profesor de inglés que aprovechaba el carnaval para buscar
mejorías de salario. Pero una derrota no es una derrota hasta tanto el
derrotado no reconozca su fracaso. Podía pensarse, en ese caso, que era
mejor analizar que los profesionales vivían inventando —escapando, diría el
lenguaje popular—, dependientes del comercio menor —e ilegal casi
siempre— para no dejarse arrastrar por la derrota. Él mismo, ¿no había
conseguido ese contrato informal que le atrasaba el salario hasta tres meses,
para escribir historias locales y folklóricas? Se sabe: la lástima es el mejor
atenuante en la derrota. Más fácil, no obstante, sería recuperar la línea
argumental.
—¿Y a tus padres, cómo les va con sus sainetes?
(Sus padres juegan un tranquilo ajedrez sobre la mesa de cristal. Piensan
cada jugada. Meditan cada movimiento. Sufren cada vez que se ven
obligados a ceder un nuevo escaque. Pero las piezas son magníficas, bellas
en sí mismas. Un ajedrez de madera que hubiera envidiado el propio
Capablanca. Los peones son bellos, arrogantes. Aunque más pequeños que el
resto de las piezas, parecen crecidos; parece que llevan la conciencia de toda
la fuerza del empuje. El Rey, majestuoso, acorta las distancias con sus
súbditos y suprime cualquier vestigio hierático en su imagen. La bella Dama
es ágil, mortal, poderosa en su hermosura. Los alfiles, mellizos indescifrables,
capitanes de guerra que bien disimulan el odio a sus semejantes, enemigos
que han perdido la raza y el valor. Los caballos, briosos, marcan todo el
arrojo del combate, muy bien que disimulan los feroces empujes con su
alzada. Y las torres, preciosas construcciones que han ganado el recuerdo de
toda la leyenda y han perdido su lógica realista, sus paredes inútiles y
horribles. Torres bellas, funcionales también, que ya no son de Babilonia
Roma, Jerusalén o La Habana, sino de todos esos lares a la vez, sin ser de
alguno solo. Torres que acopian el pasado diseñando un futu o de vívidas
defensas. Sus padres son dos seres perfectos que juegan un tranquilo
ajedrez sobre la mesa de cristal.)



ELLA: Las ballenas han ido a suicidarse a la orilla del peñón.
EL PADRE: ( Maniobra, absolutamente natural, con el caballo.)
LA MADRE: ( Observa, con ligera extrañeza, la maniobra.)
ELLA: Las ballenas que han ido a suicidarse en el peñón sacrifican su vida
porque no vale la pena vivir una vida que no vale la pena.
EL PADRE: Cuida el alfil.
LA MADRE: ¿Por qué siempre me adviertes la jugada?
ELLA: Me gustaría llorar por las ballenas que van a suicidarse a la orilla
del peñón.
EL PADRE: No me gusta ganar siempre tan fácil.
LA MADRE: Me adviertes para que haga la jugada que has previsto.
ELLA: Aunque más me gustaría ser una de esas ballenas que van a
suicidarse a la orilla del peñón.
LA MADRE: Esta vez no voy a obedecerte.
EL PADRE: Pues, ganaré fácilmente.
ELLA: ( Llora.)
ELLA: ( Quisiera ser una ballena suicida que muere en el peñón.)
LA MADRE: No voy a hacer esa jugada.
EL PADRE: ( Se encoge de hombros, seguro de sí .)
ELLA: ¡Vengan a mí, ballenas que pueden comprender que no vale la
pena vivir una vida que no vale la pena; seguid todas mi ejemplo!
ELLA: (¿Cómo puede llamar a las demás una ballena que ya logró
suicidarse a la orilla del peñón?, piensa
.)
ELLA: (¿Cómo puede arrastrar a otras ballenas una ballena que promete
el suicidio colectivo si aún no ha llegado a cumplir su propio suicidio
individual?, duda
.)
LA MADRE: ( Deja el alfil sin protección.)
EL PADRE: ( Toma el alfil, natural, como siempre, seguro de sí mismo.)
ELLA: ( Llora.)
ELLA: ( Da una perreta de niña consentida.)
ELLA: ( Imita, sin proponérselo, el llanto arrollador de las ballenas.)
LA MADRE: ¡Jaque!
EL PADRE: ( Mueve el Rey a la casilla anterior.)
ELLA: ( Llora.)
LA MADRE: ¡Jaque!
EL PADRE: ( Vuelve el Rey a la casilla anterior.)
ELLA: ( Llora.)
LA MADRE: ¡Jaque!
ELLA: ( Grita.)
EL PADRE: ( Mueve el Rey de casilla.)
ELLA: ( Da la perreta.)
LA MADRE: Perpetuo. Jaque perpetuo.
ELLA: ( No puede hablar. Llora, tal y como lloran las ballenas que han ido
a suicidarse en el peñón
.)
EL PADRE: ( Vuelve el Rey a la casilla anterior.)
ELLA: ( Sabe que las ballenas están yendo a suicidarse a la orilla del
peñón
.)
LA MADRE: Jaque perpetuo: ¡Tablas!
EL PADRE: ( Mueve el Rey a la casilla, seguro de sí mismo.)
ELLA: ( Llora.)
ELLA: ( Grita.)
ELLA: ( Da la perreta.)
( Pero nadie la ve.)
Lejos de saciarse, el hambre se avivó con aquellas rositas de maíz.
Bocaditos de cerdo, tamales, algodón de azúcar, lascas estrechas de jamón,
pizzas, olores que el año escamotea y la pobreza hace raros y preciados, se
agolpaban ahora en un segundo, en tres días que harían del presente un
pasado infinito. ¿De qué podría servirles protestar, emplazando a ese astuto
vendedor que les robaba? Era preciso olvidarse del mundo, saciar, si no el
hambre de los huesos, al menos esa hambre de verse (que el sonido
pudiera transformar: de verso) que hostigó tantos días de vigilia. Devorar,
de pronto, el peso largo y sostenido de la cotidianeidad. Y, cómo no,
devorarse —salud de la metáfora— ellos mismos.
—¿Juntos? —se asombró.
—Me da pena con tu familia —objetó.
—No es lo mismo —intentó excusarse.
—Primera vez que vengo —se explicó—, y lo primero que hago.
—Apenas acabo de saludarlos —argumentó.
—Qué pensarán —dudó, sin preguntarse.
—¿Y no se pondrán bravos? —se interesó.
—La habrás ido acostumbrando —reclamó.
—Será normal... —y suspendió la pausa.
—Pero también es descortés —relacionó.
—Juntos —protestó.
—No soy penosa —admitió.
—De acuerdo —rebatió—, pero no es lo mismo.
—Acabo de aparecer —recordó.
—Para una recién llegada —ironizó—, nada más apropiado.
—Qué clase de puta, van a decir —dijo.
—Quizás no protestan —especuló— sólo porque les da pena.
—O te has impuesto —acusó.
—Normal sí es —aceptó.
—Tal vez lo inapropiado es el lugar —contrarrestó.
“¡Juntos!”, piensa.
“Qué audaz”, se alegra.
“Me gustaría”, se excusa.
“Una locura”, se entusiasma.
“Después de todo”, valora, “vine sólo por él.”
“Las épocas varían”, se alimenta.
“No sería bueno”, desde luego, “enemistarse.”
“Pero a mí”, se encoge de hombros, metafóricamente.
“Si él está tan seguro”, advierte.
“Acostumbrados estarán”, admite.
“Juntos”, piensa.
—Juntos —repite.
Y acompañando el gesto afirmativo, le responde:
—Está bien.

Dibujo de Alberto Lescay

El olor tibio del jabón recorre un cuerpo y otro. Las manos, mojadas y
espumosas, también recorren el cuerpo del otro. En la otredad se buscan. En
la otredad se desean. En la otredad —de pie, ella encajada en él— se inician.
Encontrados, fundidos así —ahogando los jadeos con el chorro de agua— son
uno: andrógino, asexuado. Un ser bifronte cuya mirada se completa a sí
mismo. Únicamente solo, el ser humano ostenta un sexo. Solo, también, el
ser humano ramifica el género: es dos —o tres, o acaso cuántas
ramificaciones. Es un contrasentido. Un enunciado en singular que expresa
una pluralidad. Sólo en la cópula el ser humano es consecuente con su
enunciado singular. Trabajar cansa, es cierto, pero no tanto como fornicar de
pie. Tampoco es comparable la retribución del salario con la satisfacción de la
memoria. El ser humano es uno cuando vive y otro, además, cuando
recuerda. Uno cuando escribe que muere en el orgasmo y otro cuando siente
morir en ese instante.
Un beso en la mejilla —leitmotiv— es el premio mejor, la mejor forma de
entregarse a la resurrección.
La decoración rara del cuarto, los objetos —una piel de conejo, una nuez
de coco graciosa como un animalito, una pelota de baseball, reproducciones
de famosos desnudos, graffitis, un alambre torcido, otro de púas, un tenedor
de bicicleta quebrado en una pata, un paraguas sin lona y una máquina
Singer de coser sobre una mesa de disección— que nada significarían si no es
porque se supone que fueron puestos allí por alguna razón significante, la
dejan extasiada, perpleja, gratamente impresionada. La cama estrecha, un
par de sillas, la mesa de trabajo, las hileras de libros que gatean las paredes
hasta el techo; todo es distinto, todo es tan diferente a sus lugares
habituales. Le parece haber llegado de pronto al extranjero.
—Conozca a Cuba primero y al extranjero si puede —dijo él.
Sus amistades no comprenderían algo así.
KATIUSKA: Ojalá no venga Kiki hoy.
LIUBA: ¿Me queda bien?
ELLA: El mundo pudiera ser pequeño como una cáscara de nuez.
KATIUSKA: ¿Tú crees que venga Kiki hoy?
NATASHA: Con esa pasmadera no vas a ligar nada.
ELLA: Pudiera ser pequeño como una semilla de coco; y con esos tres
huequitos que parecen los ojos y la boca de un simpático animal.
ANIUSKA: ¿Por qué siempre me gustan los novios que tienen mis
amigas?
KATIUSKA: Me va a dar pena decírselo. Mejor es que no venga hoy.
NATASHA: Goza, mi'jita, que el que no goza no goza.
ELLA: Si el mundo fuese pequeño una pudiera hacer con él un
magnífico número de circo.
ANIUSKA: Pues yo ni pie ni pisada le perdería a Kiki, es la verdad.
LIUBA: ¿Y los aretes? ¿Combinan bien?
ELLA: Cuando se abre, la cáscara de nuez no recupera su forma
original.
ELLA: Cuando se rompe, la semilla del coco no vuelve a ser simpática
y redonda.
KATIUSKA: Ojalá no venga hoy; ojalá no venga más.
LIUBA: El mes que viene me compran unos zapatos de charol.
NATASHA: La juventud hay que aprovecharla.
LIUBA: Aunque no sé si comprarme unos botines.
ELLA: Si fuera como una pelota de béisbol pudiera ser lanzado a gran
velocidad, y bateado, y devuelto al terreno sin magulladuras.
NATASHA: Mira a mi tía. Era un fenómeno y ahora parece un aura.
ELLA: Si el mundo fuera bello como un desnudo delante de un espejo
mi cuerpo desnudo delante del espejo sería bello.
LIUBA: O unas zapatillas con una saya-short.
ELLA: Y puede ser pequeño como este seno de tan fino pezón, pero
bello.
ANIUSKA: Yo nunca los obligo; ellos lo hacen porque quieren.
ELLA: Y si es pequeño y oscuro como este sexo que no abulta ni con
shores estrechos y apretados, pero bello también.
KATIUSKA: No sé, pero ojalá no venga Kiki hoy.
(La escena se oscurece apenas cinco segundos. Cuando vuelve la luz, todos los profesores se encuentran
dócilmente sentados en un aula. El espectador se esfuerza en capturar un elemento de ruptura, pero la vista
se le pierde a través de las interminables hileras de cabezas. El aula es infinita. La imagen se reintegra a su
continuidad en tanto los educadores toman notas, inmutables. Como la vista es más rápida que las ideas, y
las ideas más rápidas que el razonamiento, y el razonamiento más rápido que su comprensión, y su
comprensión más rápida que la construcción de su modelo, este instante demora apenas diez segundos.
Entonces, se escucha una música bailable atronadora. Un grito unánime y plural brota en el momento en que
las luces del dancing estremecen todo el escenario. En cada pupitre muchachas y muchachos bailan,
contorsionan el cuerpo, gritan —siempre unánimes— cortados en mil trozos por las luces, se estremecen
mientras sus aburridos profesores escriben sin cesar en los cuadernos de clase. En el momento en que cesa la
canción —que parecía infinita— aparecen los padres, padrastros, madrastras y tutores de esos muchachos
que ahora se divierten. Pero no aparecen para prohibir o regañar, sino para sentarse junto a los absortos
profesores, a ver televisión. Como todo modelo es más lento que su comprensión, y toda comprensión más
lenta que el razonamiento, y todo razonamiento más lento que las ideas, y toda idea más lenta que la vista,
esa incorporación se produce en diez segundos: el tiempo justo que demora en comenzar otra canción.

La sucesión de actos, también, es infinita. Se incorporan así las
sagradas entidades sociales que miran y rigen a esos jóvenes has a llegar,
con mucho tacto —se recomienda la interpretación simbólica—, al pode
político y las fuerzas militares. El espectador, ante el hecho indeleble de la
sucesión interminable, y para no aburrirse, puesto que no puede
marcharse ya que una cuarta pared cierra la salida, pasará de la imagen a
la idea, de la idea al razonamien o, del razonamiento a su comprensión, y
de esa comprensión a la construcción de su modelo; y le sob ará tiempo
para seguir contemplando el infinito. Aunque, en un momento hábilmente
camuflado por la dramaturgia, en la escena estará ella con sus tres
amigos: Kirk, Robin y William.)
t
r
t
r
KIRK: ¿Qué bolaíta, asere; cómo tú ves el movimiento? Das de güey o-jó
o-jó ai laiki.
WILLIAM: Hoy me dice que sí o yo me cambio el nombre.
ROBIN: Conmigo no hay ningún problema. Esa niña y yo acabamos.
ELLA: ( Piensa: Quizás no convenza este disfraz. Debí ser cuidadosa en los
detalles.)
WILLIAM: Le gusta, compadre, que le caigan atrás.
KIRK: Anoderguan baits de dost
Anoderguan baits de dost
WILLIAM: Y a mí no hay nada que me caiga más mal que rendirle a una
mujer.
ELLA: ( Piensa: Una persona disfrazada es también una persona.)
WILLIAM: Irka me dijo que ella se pasaba el día hablando de mí.
KIRK: Ampáranos, Señor, en este día difícil de robarnos la prueba del
Privado y en el otro más suave de copiar las respuestas por Amelia. Oh,
yeaaah.
ROBIN: Rencor yo no le guardo ninguno a los amigos.
KIRK: Esteyin e laif, esteyin e laif,
oh oh oh
esteyin e laaaaaa a a a a a a a i f ...
ROBIN: Si una chiquita y yo acabamos, puedes hacer lo que quieras con
ella.
ELLA: ( Piensa: Si una muchacha se disfraza de varón, y es descubierta,
¿qué le harán? ¿Tendrá derecho a hacer carreras universitarias? ¿No la
enviarán directo a un grupo aficionado de teatro?)
ELLA: ( Piensa: Parece que va bien este disfraz.)
ELLA: ( Piensa: Después de todo es solamente un disfraz; nada de
personalidad travestida.)
ROBIN: Otra cosa es si ella y yo tenemos algo.
ELLA: ( Piensa: Quien emprende un disfraz no acomete una metamorfosis.)
KIRK: Bueno, asere, nos vemos en el dancing. Non estop discodencin ouh
beibe.
ELLA: ( Piensa: Un disfraz es un signo significado por su propio significado.)
WILLIAM: ¿Qué te parece si vamos hoy al cabaret?
ELLA: ( Piensa: Un disfraz cansa; mucho más si es tan bueno en los
detalles, mucho más si nadie lo denuncia.)
( Cuando toda la escena se oscurece, la tercera generación de
espectadores, ansiosa por revolucionar ese teatro donde, como sus
padres, han crecido, derriba las estatuas del director, de los actores, todas
las estatuas, en fin, cuyo dominio comprende tres paredes. Cambian los
nombres de los personajes, los nombres de las obras, y hasta los diálogos.
Cambian la escena de manera tal que ya no hay diferencia entre los
escenarios derribados y los renovadores escenarios que sustentan.
La obra termina, lógicamente, con el caos, que es anterior a la
imagen.)
De las gavetas polvosas, con el olor de cucarachas ahítas, brotan
historias y poemas.
¡Buf!
El mundo se remite a sí mismo. El hombre también a sí mismo se remite.
El dios es además su propia creación. Y el poeta cuece en sí mismo su sed
de Creador.
¡Buf!
El ambiente, íntimo y seguro, los ruidos exteriores, la música rajada en las bocinas, y hasta el
propio bullicio de la casa, parecen tan lejanos que, desnudos y abrazados, se duermen, como si ya no
importara esquilmar la ternura con la imagen golpeante; como si no estuviese siendo reclamado por
la vida inmediata. Un volador que estalla entre la noche lo puede despertar, lo puede hacer consciente
de que el mundo inmediato espera su concurso.
—Estoy atrasado.
Ella abre los ojos sin saber aún en qué mundo ha despertado, de quién
es ese rostro que la mira, amable y apremiante. Sin atreverse a saber
cuánto de sueño bifurca su relato.
—Apúrate —y le da un besito ruso.


*****************************fin del fragmento********************
Datos del autor:

Jorge Ángel Hernández Pérez (Vueltas, 1961)
Poeta, narrador y ensayista.Editor-fundador de Hacerse el cuerdo, publicación de crítica del Comité provincial de la UNEAC en Villa Clara, que aparece en el sitio digital CentroArte Fue miembro de la Asociación Hermanos Saíz y pertenece a la UNEAC. Editor (fundador) y director de la revista UMBRAL, cargo que desempeñó hasta el 2005.Ha publicado• Relaciones de Osaida. Sectorial Provincial de Cultura, Villa Clara, 1990 (poesía)• Paisajes y leyendas. Ediciones Capiro, 1991 (poesía para niños y jóvenes)• Hamartia. Ediciones Capiro, 1995 (cuento)• La Parranda. Fundación Fernando Ortiz, 2000 (ensayo)• Las etapas del odio. Ediciones Capiro, 2000 (poesía)• Ensayos raros y de uso. Sed de Belleza editores, 2001 (ensayo)• El peligro del viaje. Ediciones Luminaria (poesía)• Antojos de tía Másicas, editorial Capiro, 2002 (cuento para niños y jóvenes)• La luz y el universo. Editorial Oriente, 2002 (novela)• El callejón de las ratas, Ediciones Capiro, 2004 (novela)• Carmen de Bissett, Editorial Letras Cubanas 2004 (novela)• Ojos de gato negro, Editorial Capiro, 2006 (poesía)• Criaturas finitas y contables, Ediciones Unión, 2006 (poesía)• Sobre un pony de corcho. AHS Nueva Gerona 1985 (poesía)• Las islas. Sectorial Provincial de Cultura, Villa Clara, 1987 (poesía)• Charlot hace equilibrios encima del tejado. AHS Camajuaní, 1988 (poesía)• César López en la circularidad del cuento, en EL AUTOR Y SU OBRA 6. Dedicado a César López, editorial Letras Cubanas, 2004 (ensayo)Premios y Reconocimientos.• Mención del Premio Nacional de Talleres literarios en poesía, 1987 («Las Islas»)• Mención del Premio 13 de Marzo, 1987 (Postales en el tiempo) y 1988 (Paisajes y leyendas), en literatura para niños y jóvenes. • Premio Nacional de Talleres literarios en poesía, 1988 («El tocador de pífano»)• Mención DAVID de la UNEAC en literatura para niños y jóvenes, 1989 (novela Los Hornos)• Premio 13 de Marzo en literatura para niños y jóvenes, 1989 (Elogio del poeta)• Premio de poesía Fundación de la ciudad de Santa Clara, 1989 (Relaciones de Osaida), de cuento, 1994 (Hamartia), y de poesía, 2005 (Ojos de gato negro)• Primera Mención en poesía en Evento Nacional de poesía la AHS, 1990 ()• Premio Primera Bienal de Poesía de la AHS, 1992 («Monólogo del títere»)• Finalista del Premio Fundación de la ciudad de Santa Clara en cuento, 1992 (Hamartia), en literatura para niños y jóvenes, 1993 (Los Hornos), en poesía, 1995 (La otra mejilla del diablo), en ensayo, 1998 (Ensayos raros y de uso), en décima 2000 (El cisne tranquilamente) y en literatura para niños y jóvenes, 2001 (Lámpara en el tiempo)• Premio Internacional Mono Rosa, de cuento, 1995 («El humo en la cobija»)• Premio de poesía Fayad Jamís, 1995 (El peligro del viaje)• Premio de novela III Bienal de Narrativa de la AHS, 1997 (Hallar a Mefistófeles)• Premio DADOR de ensayo. Instituto Cubano del Libro, 1999 (Figuras en la fiesta)• Premio BECA DE CREACIÓN "FERNANDO ORTIZ", ensayo, 1999 (La Parranda)• Premio de novela “José Soler Puig”, Editorial ORIENTE, 2001 (La luz y el universo)• Finalista del Premio Oriente de ensayo 2001 (El nombre de la risa)• Finalista del Premio Alejo Carpentier, de cuento, 2001 (Los graduados de Kafka)• Premio Razón de ser de novela, Fundación Alejo Carpentier, 2002 (Las horas que no pasan)• Nominación para el Premio Ser Fiel 2005 • Premio Ser en el Tiempo de la UNEAC, 2005, por las novelas premiadas El callejón de las ratas y Carmen de Bisset)• Le fue otorgada la distinción de Trabajador distinguido Provincial por el Sindicato de la Cultura, 2001, la Distinción por la Colaboración con la Ciudad de Santa Clara, en 2002 y la Distinción por la Cultura Nacional en 2004. Ha sido considerado como Destacado por la filial de la UNEAC desde el año 1999 hasta el presente.
En las editoriales de la provincia se ha publicado

Hamartia y otros cuentos
Publicado en Capiro en el 2009
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Género: Cuento
Se dice que la hamartía, un concepto que debemos a Aristóteles (384-322 a.C.), es un atributo de ...
Ojos de gato negro
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El cuaderno Ojos de gato negro vendría a ser la confirmación de la pertenencia como autor de Jorge Á...

El callejón de las ratas
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Cuando el mítico Fausto le dice a Helena: "Te voy a enseñar. Ven.", comienza una historia que no tiene personajes protag...

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Orgánico, desgarrado y seguro, este poemario, que resume casi 20 años de experiencia creadora
Hamartia
Publicado en Capiro en el 1995
Colección: Premio
Género: Cuento
La tradición del absurdo en la cuentística cubana se enriquece con este cuaderno

Paisajes y leyendas
Publicado en Capiro en el 1992
Colección: Aldaba
Género: Poesía
Paisajes y leyendas se inscribe dentro de una tradición poética que, con antecedentes en el quehacer paisajístico
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