lunes, 24 de enero de 2011

Balada de un extraño.













a Tania que añora su tierra

y para Gloria Elvira, si todavía no lo sabe.



Cuando vine aquí

todo me pareció extraño,

miraba a mi alrededor

y no pude consolarme;

atrás quedaba la tierra

donde aún en silencio

era capaz de dormir en la niebla

con esplendor.

Como extranjero tengo

cúmulos de bienes

y muchos montículos de la felicidad.

He visto muertos por esas angustias.





Venados, algodón, nieve,

arboles multicolores.

La vida me deslumbra ante ello,

pero una verdad persiste

un sendero en lo alto

del mapa de aquella memoria;





una distancia, otra,

una casa en el campo,

y otra,

perros;

y el caballo donde mi padre

al atardecer

aparecía cansado en el horizonte

que también regresaba del pueblo.

Cuando he tenido la compulsión de las luces

solo aquellos escondites












en el hierbazal de la cañada

podrían reconfortarme,

igual a las veces que desnudo

toqué la tierra húmeda debajo de las plantas.

Cuando vine aquí

todo lo nuevo era un tesoro,

























incluso,

no sabría regresar sino es a morirme.

Y aunque no regrese,

en aquellas serenatas y tonadas

se encuentra lo que soy y fui sin entenderlo

y por alguna entrañable razón,

nada podría cambiarlo.


Aún cuando todo me parece extraño

solo una cosa no pertenece al olvido,

aquella forma en la que vi flotar

el vientre de mi vecina río abajo,

entre las miradas embobecidas

de los animales sueltos al borde del barranco;

metidos por qué no, y por fuerza natural

en ese universo donde todo es posible.

Cuando vine aquí

supe que Dios me había bendecido

y que no dejo de ascender hasta el límite

de mi propia libertad ya conquistada.

Más no dejo de asistir a aquellas horas

donde me hice flor





















como un grano en el surco,

justo antes de mirar al cielo

para luego aparecer en el tamaño

donde esa magia y la belleza

impresiona a la gente.











Cuando vine aquí

sin saberlo, también supe

que mis huesos nunca fueron de un cristal irrompible

y que aquellas cascaras de ciruelas

no eran solo un destrozo
















sino un tramo del perfil de mi inocencia:

ya lo dije –aunque viva aquí y no me queje-

desde el oscuro fondo de aquel río

me ladrarán siempre los perros.

Juan Carlos Recio

NY/ 23 de enero del 2011

3 comentarios:

Escombros Hablaneros dijo...

Cuánta belleza en esa melancolía. Gracias por darlo a conocer.

Ada Augier dijo...

Tantas cosas no pertenecen al olvido, lo que se recuerda no tiene que doler, puede abrigar y aún más ser el lugar seguro donde sabes que eres tu mismo
todo lo bueno es eterno

Alma Rodríguez Cárdenas dijo...

Re: Aún cuando todo me parece extraño solo una cosa no pertenece al olvido, aquella forma en la que vi
me recordataste un verso de tagore, que dice más o menos que cuando me llegue la muerte diré que lo que ví no pudo ser mejor. optimista para un ser en las postrimerías de su vida, y bello para que lo digamos cualquiera de nostros a cualquier edad.
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