por Iliana A. Pérez Raimundo
Si
pudiera tomarse como propósito u objetivo primario del escritor Aramís
Castañeda, con su colección de cuentos La ciencia avanza pero yo no, lo que declara en la primera
de las historias: «quería que repararan en mi inteligencia», sin duda alguna,
su tesis resulta probada a través de premisas consistentes, elemento que
sobresale en medio de una producción narrativa que cada vez más tiende al
descalabro.
Apartado
de toda «moda» o tendencia estilística, Aramís asume la negación como categoría
textual para entrometerse en puntos álgidos dentro del entramado social,
sopesando para ello su tesis declarada: «queda muy poco de dónde agarrarse para
llamar la atención con un cuento», la que será negada, no por tres, pero sí por
siete veces.
Sin
golpes bajos, asido a lo más genuino de la tradición narrativa cubana, Aramís
se siente a sus anchas desde una perspectiva sarcástica y para ello, no «se
refugia», «no ataca», «no se suma», sino que se desliga de la hojarasca de
última hora y con ojo acucioso analiza
los fenómenos actuales, desde un plano objetivo, redimensionándolo a
través de la tipicidad.
No son los entes marginales –tan caros a los
narradores de la actualidad- quienes funcionan como motivos para su asunción
narrativa, lo que resulta uno de los fundamentos a agradecerle, sino que
aspectos canonizados por la sociedad, se desmitifican a través del nuevo matiz
con que aparecen trabajados en cada una de las historias.
De
ahí que sea la falsedad quien domine con protagonismo absoluto, en ocasiones a
partir de los personajes que recrea y en otras, a través de lo que se narra,
pero siempre con el fin acentuado de una nueva visión para lo supuestamente
positivo y correcto, dentro de lo conductual en los planos sociales.
En
las historias que propone Aramís, la «pose» resulta manera acomodaticia para
asumir la condición individual, lo que se convierte, en motivo de recurrencia
negativa en su tesis escritural.
El
intelectual afiliado al cuestionamiento como vía para ser tenido en cuenta,
viene a convertirse en impulso para el cuento Un sorbito
de champagne y la «guerrita de los e-mail» aparece cual recurso
revelador de todo lo retorcido que esconde lo circunstancial, porque, «podrán
decirse muchas cosas, pero que los intelectuales de mi país se dejan pasar una,
no».
De
otra parte, ni lo que pudiera apuntarse como trivial, se escapa del proceso de
negación, pues la misma sencillez o la supuesta inconsistencia de un tema,
puede desencadenar hacia el cuestionamiento de principios básicos que han dado
pie a la categoría de «lo cubano».
Juan y José, personajes de la historia Entre un hola y un adiós, basan su antagonismo en la
demostración a través de la impugnación. Para uno lo cubano viene a ser el non plus ultra de todo lo que se conoce en materia
geográfica, social, biológica…, por lo que su prototipo representa al gran
porciento que ha vivido alimentándose de un ego impuesto
y, por ende, sostenido sobre cimientos falsos; sin embargo su contrapartida, lo
trae al escenario real por medio de evidencias, que una y otra vez, lo abocan
hacia el desliz revelador, hasta que se arriba a la gran declaración: «Juan,
que un país pequeño, pobre y hostigado por el enemigo; José, que estaba cansado
del cuento de la Cenicienta».
La ciencia avanza pero yo no (título de la primera de las historias y del conjunto),
se aferra a lo anecdótico desde un enfoque en el que el narrador, se inmiscuye
como protagonista o se ampara en la omnisciencia que le ofrece la voluntad de
quien ya está de vuelta de muchas cosas.
La
pobreza de espíritu de algunos, unida a las escasas posibilidades de acceso
tecnológico, viene a ser motivo primario para un análisis acentuado hacia los
diversos tipos sociales que confluyen alrededor de un motivo eventual, en este
caso, el correo electrónico: abejean en
su entorno la madre con un hijo en el extranjero, la mujer aferrada a una
herencia sanguínea como vía de escape, la prostituta con un marchante foráneo…
todos con un «más allá» como premisa para escribir, contestar, pedir auxilio.
Así
las cosas, La ciencia avanza…, se entromete con una
sociedad agónica que ha ido perdiendo desde su cotidianidad, todo aquello que
en un momento anterior -no tan lejano- hubo de considerarse valedero, sobre
todo en el plano espiritual y el «todo vale» asoma su oreja peluda junto al
descrédito personal y el colectivo.
Sin embargo, no es el cinismo quien acude al
encuentro de historias que, de tan cercanas, nos resultan cómodas en su disección:
sus propósitos como autor van más allá de la crítica ligera sin tomar partido.
Aramís asiste a lo que narra, él conoce de cerca cada uno de los « eventos »
que toma como modelos y sus experiencias también están allí, dentro de lo
local, porque es uno más en medio del todo que ocupa como espacio
narrativo.
El
humor que envuelve a las situaciones, desde aquellas donde los caracteres
sociales desfilan con la apariencia de sus modus operandis,
hasta las que profundizan en lo subjetivo-conductual, van regodeadas del morbo
con que atenúa lo horroroso de cada situación.
Este
es el caso de Con su blanca palidez, historia
de “tipos” sociales con sus cargas aparenciales, filosóficas y conductuales.
Aquí lo marginal se yergue como protagonista para un momento inicial; el
personaje que funciona como hilo conductor, va atravesando por diversos status,
en los que no encuentra acomodo porque se asiste al fin de los paradigmas: muy
poco en qué creer y para qué actuar.
Cada
grupo se revuelve en su propia manera de enfrentar lo cotidiano, la máscara se
asume como táctica para resistir la pose que se solicita, como salvoconducto
para ser tenido en cuenta: rockeros, poetas, trovadores –genial la inclusión de
sus prototipos aparenciales -, van
incorporándose al desfile del relator, quien al final, se incluye, en la
categoría que le resulta más cómoda para seguir su ciclo. Esta es sin duda, una
de las historias más acabada, quizás porque al autor le son muy cercanas cada
una de las aptitudes que afloran desde una narración depurada y consistente.
De otra parte, la historia Melodía
desencadenada, para un lector poco avezado, quizás resulte una
suerte de rompimiento dentro de la secuencia narrativa, sobre todo por el
referente familiar que le da pie; sin embargo irrumpen desde lo secundario,
elementos de la cotidianidad
nacional que apuntan hacia la fauna de imperfecciones con que se ha convivido
por tanto tiempo: la burocracia, el marasmo, la violencia…, y a las que puede
dársele la espalda, negarlas con una postura de indiferencia o, sencillamente,
escamotearlas con lo anodino, inventándose motivos, como suele hacer el
personaje de la tía.
Sin
embargo, de todas las historias que contiene el volumen, donde lo personal se
convierte en motivo para la negación, pero esta vez desde lo marcadamente
intimista, es en la segunda.
La proposición narrativa de Sigo siendo aquel, es el regreso
a un país que el protagonista había sopesado desde la nostalgia y donde el
«mundo austero», que le había mantenido viva la esperanza, se desmorona con inmediatez, no más subirse
al avión que lo conduciría al reencuentro de lo considerado como sacro. La
realidad a la que concurre tras el retorno no se asemeja al arquetipo que, como
ideal de vida, lo ha sostenido desde la añoranza
«Verdad que se los come la
miseria pero, mira, hay algo en ellos que los hace distintos (…) inteligentes,
desprejuiciados, creativos, francos…. »
La aeromoza de Cubana con su maquillaje de tiza, es el detonante, el símbolo de la decadencia y la mediocridad a la que tendrá que enfrentarse mal que le pese; ella se vuelve imagen recurrente de sus obsesiones, quizás como Mefisto recordando que un pacto de ese tipo, no admite una segunda vez.
Sigo siendo aquel, desde su significación discursiva, viene a cerrar
el ciclo de negaciones propuestas desde un inicio en la colección; Aramís asume
la narración desde lo introspectivo y su condición particular
queda expuesta desprejuiciadamente: él a
su vez es un tipo social, él también se enrola en todo el entramado que lo ha
conducido a asumir una visión –otra- de lo nacional, una perspectiva que se
agradece por no ser más de lo mismo.
El
autor consigue con este grupo de historias, abordar aspectos de la existencia
humana, con atrayentes estrategias desde la reflexión, consciente de que no
puede desprenderse de lo circunstancial y, desde esa óptica, asume su punto de
vista asiéndose de la negación como procedimiento bipolar, es decir, como
teoría demostrable desde lo escritural discursivo y, por ende, desde el mismo
estilo narrativo que asume para el volumen.
Lo
anecdótico –tantas veces vapuleado por quienes lo consideran asidero cómodo
para encaminar lo textual- apunta hacia el protagonismo argumentativo,
consiguiendo con ello, lo que los narradores de la postmodernidad parecen haber
olvidado: contar y, con ello, no desprecia Aramís, la esencia de este
significado dentro del género, anotándose otro punto a su favor.
Hastiados
de tanta reflexión compulsiva, de tanta fruslería tendenciosa que, al final,
significa una pose más en busca de la aceptación, La ciencia
avanza pero yo no, viene a enarbolar la bandera blanca del estilo
diáfano y alienta, por supuesto que alienta a los que desde la inteligencia,
dignifican el oficio de escritor, distinción que, dentro de la cuentística
actual, ya no abunda.
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ENTRE UN HOLA Y UN ADIÓS
Había pasado la
media hora. Juan estaba a mi derecha y José, a la izquierda.
─¿Cuántas viste
que pudieras considerar bonitas? ─el tono de Juan era malicioso.
─Veinticinco o
veintiséis ─respondió José
─Y de esas
veinticinco o veintiséis ¿Cuántas medirían más de uno setenta y cinco?
─Ninguna.
─¿Viste como
Cuba no haría nada en un Miss Universo?
José había dicho
que si las cosas cambiaban, él se haría dueño de un café. Luego aclaró que de
un restaurant y finalizó determinando que mejor de un night club. Cuando avanzó la tarde lo tenía claro. Joseph´s Bar ─el nombre que pondría a su
sitio─ sería amplio, muy amplio. Contaría con un salón principal, un reservado,
una barra, una cafetería y una terraza. La terraza dispondría de unas cuantas
mesas y muchas plantas para aquellos que gustaran de disfrutar el aire libre.
La cantina se especializaría en desayunos y comidas ligeras, la barra estaría
destinada para entremeses y bebidas alcohólicas, el reservado para quienes requirieran
de privacidad y, el salón principal, para los espectáculos nocturnos o grandes
fiestas. Se prestaría servicio las veinticuatro horas del día.
El sueño no
quedaba ahí. José se veía a sí mismo sentado en medio del salón principal,
aprobando o no a las personas que se presentarían al casting por él convocado.
Las piernas cruzadas, un vaso de whisky en una mano, un cigarro en la otra.
José será quien salve al cabaret cubano de la crisis en la que ha permanecido
por más de treinta años. Sus espectáculos estarán repletos de grandes divas que
desgarran su alma y sus ropas en el escenario ─mientras el público, frenético,
se pone de pie y aplaude a rabiar─, cuartetos de voces armoniosas, rumberas de
fuego, bandas gigantes con predominio de los metales, cantantes de voz recia,
negros gordos al piano, viejos boleristas ─con el olor a aguardiente saliendo
de sus bocas entre frase y frase─, festivos comediantes y, como añadido, algún
que otro travesti.
A esas alturas
fue que Juan interrumpió:
─Pues yo por lo
único que agradecería un cambio, es para que Cuba pueda participar en el Miss Universo. Ahí sí se les caería el
cartelito a las venezolanas y a las puertorriqueñas. Ya iban a saber todos lo
que son mujeres de verdad.
Entonces José
hizo la apuesta: nos sentaríamos los tres en la escalera de entrada a la
cremería y, durante media hora, estaríamos viendo a todas las muchachas que
pasaran. Concluido ese término, Juan seleccionaría a las que le hubieran
resultado más hermosas.
No era la
primera vez que se retaban. Una semana antes, Juan se ufanó en que la ranita
más pequeña del mundo se encontraba en Cuba. Era la Eleutherodactylus limbatus y medía diez milímetros. José ripostó
que no era así, porque ya se había determinado la existencia de otra aún más
pequeña. Ahí Juan la sacó de debajo de la manga: «Sí, la Eleutherodactylus iberia que mide un milímetro menos; pero esa
también es oriunda de Cuba, vive en Baracoa». Al día siguiente, José se
apareció con que en Brasil se había descubierto también la existencia de una
ranita que medía nueve milímetros: la Silosrigne
didáctila. «Ahora Cuba tendrá que compartir el honor de la rana más pequeña
con Brasil. Lo siento».
Las
conversaciones entre Juan y José han terminado casi siempre en porfía. Ninguno
se interesa mucho por la familia del otro, ni por cómo se encuentran de salud o
les va su vida laboral. Han vivido prácticamente para retarse y tratar, cada
uno, de ser quien gane el duelo.
Al igual que por
la rana más pequeña, o lo altas o no que fueran las cubanas, Juan y José habían
sostenido discusiones por los asuntos menos sospechados. En cierta ocasión la
controversia giró en torno a Varadero. Juan aseguró tajante que era la playa
más bella del mundo. José que en St Barts, una llamada Anse Du Grand Colombier,
era considerada la mejor. Juan replicó que mejor
no es lo mismo que bello; que tampoco
sabía dónde quedaba el St Bars ese y que, además, José nunca había estado allí,
por lo que su opinión no era sostenible. José habló entonces de la Anse Source
D´Argent y de la Bird Island en las islas Seychelles, de la Bondy Beach en Sydney,
Australia; de Ipanema y Copacabana en Brasil y de la Frenchman´s Cove en
Jamaica. Todas integraban el top ten de las playas más hermosas sobre
este planeta. «Siempre se ha dicho que Varadero es la más bella y, tanta gente,
no puede estar equivocada» ─concluyó
Juan y, en un torce de forcé, comenzó
a hablar de los destinos turísticos preferidos en el Caribe.
José dijo que,
según había leído en no sé qué revista, el primer lugar lo ocupaba la ciudad de
San Juan en Puerto Rico y que después le seguían las islas de Antigua y
Barbuda, Aruba, Bahamas, Barbados, Bermuda y las Islas Caimán. Para Juan, esas
eran estadísticas desactualizadas; en los últimos años, Cuba había pasado a ser
─quizás─ el lugar favorito para los europeos y canadienses y, de quitarse el
bloqueo, era totalmente seguro que los americanos dejarían a un lado todos los
demás sitios para visitar, por miles y a diario, La Habana.
Cuando hablaron
sobre cavernas, Juan enfatizó que la de Santo Tomás, en la zona de Pinar del
Río, era la más extensa y profunda de América. Tres días más tarde, José llegó
con nueva información. Era cierto que en América Latina ─y no en toda la
América─ estaban ubicadas algunas de las cuevas más grandes y profundas del
mundo; pero la mayor de ellas era la Guacharo, con nueve kilómetros de
extensión, en Venezuela. Se incluían también: la Gruta de Guaguapo, del Perú,
con una extensión de 7,025 pies; la Actun
Tunichil Muknal y la Cebeda, en Belice, y la Sima Pumacocha, igualmente en
la tierra de los incas. Esa de Pinar del Río, no aparecía por ningún lado en la
relación por él consultada. «Tú sabes cómo son las cosas, a nuestro país nunca
le dan crédito en nada. La de Santo Tomás tiene cuarentaicinco kilómetros de
largo; pero me juego lo que sea que allá afuera, ni saben que esa cueva de
Pinar del Rió existe. Es que no nos consultan, no nos hacen caso, no existimos
para ellos». Y para Juan, la Guaguapo, la Actun Tunichil Muknal, la Cebeda y la
Sima Pumacocha, fueron nombres que nunca se pronunciaron.
Juan, que Gutiérrez Alea; José, que Buñuel; Juan, que Memorias del subdesarrollo; José, que Los Olvidados. Juan, que la rumba, el
bolero, el chachachá, el mambo y el son. José, que al mismo nivel del rock and
roll, el jazz, el soul, el rhythm and blue, el hip hop, el samba y el bossa
nova. Juan, que en la Olimpiada de Barcelona, Cuba había obtenido el quinto
lugar por países; José, que en la de Beijing, el veintisiete. Juan, que Benny
Moré; José, que Frank Sinatra. Juan, que Isabel Santos; José, que Meryl Streep.
Juan, que un país pequeño, pobre y hostigado por el enemigo; José, que estaba
cansado del cuento de la Cenicienta. Y, en ese punto, se pelearon por un mes.
Cuando volvieron a encontrarse, José confesó que
extrañaba a Juan. Juan reconoció que él también a José.
─Bueno y…
¿de qué hablamos?
─De cuando
Cuba era el principal productor de azúcar del mundo ─se adelantó Juan.
─Tendré que hacer memoria, porque eso pasó hace mucho
tiempo. Ahora los principales son Brasil, India, China, Thailandia, Pakistán y
México ─ripostó José.
Y volvieron a estar un mes sin hablarse.
Entonces yo intervine. Les hice prometer que no discutirían más y, para
cuando les fuera imposible contenerse, hice una propuesta: cogeríamos el
periódico del día y allí donde se emitieran juicios encontrados, debía tomar
partido cada uno, por uno de ellos. Durante semanas Juan y José estuvieron
discutiendo sobre la Serie Nacional de Beisbol: era el único apartado, dentro
del periódico, donde los reporteros polemizaban entre sí.
Al cabo, dijo José: «Me aburre estar hablando siempre de lo mismo», y
por una vez en la vida, Juan estuvo de acuerdo con él.
Comenzaron, pues, a esclarecer quiénes las tenían más grande. «Ahí sí
que no me puedes decir que no somos nosotros» ─alardeó Juan. «Por algo vienen tantos turistas aquí». Y José
habló de una tal lapolla.com donde, tomando en cuenta la densidad de población, aparecían como las
pingas más grandes la de los holandeses, en segundo lugar la de los hindúes y
en tercero, la de los jamaiquinos.
─Pero nosotros nos movemos mejor en una cama ─ripostó Juan.
─Eso sí que no lo sé ─confesó el otro. Todavía no me he encontrado
ninguna lista que evalúe una cosa así.
En otro momento,
Juan apuntó que la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales cubana, poseía
uno de los archivos musicales más grandes del mundo. José dudaba mucho que no
los hubiera mayores en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, México,
Italia, China, Brasil, España, Argentina, Rusia o Alemania. Y de ahí pasaron a
la mortalidad infantil, los principales poetas vivos de la lengua española, los
más famosos carnavales y fiestas tradicionales, las cocinas más célebres, los
bailadores más afamados y el mayor índice de longevidad.
Luego de eso
recalamos en el asunto del Joseph´s Bar
y el Miss Universo.
─Ya sé ─a Juan le brillaron los ojos. Podemos mandar a
una de las mulatas del equipo de volibol... cualquiera de ellas mide más de uno
setenta y cinco… casi todas son lindas...
─De las cincuentaisiete ediciones de Miss Universo que se han celebrado, sólo
en tres han ganado mulatas o negras. La primera fue Janelle Penny Comission, de Trinidad Tobago, en
1977; la segunda, Wendy Rachelle Fitzwilliam, también de Trinidad Tobago, en
1998 y, la última, Mpule Keneilwe Kwelagope, de Botswana, en 1999. Las
posibilidades de que una cubana no blanca gane, son remotas.
Ese día decidí
no hablarles más. Pero, al mes, ya comenzaba a extrañar a Juan y José.
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