jueves, 3 de noviembre de 2011

El mar en las carrozas

Por: Alejandro Batista López

La prolífera imaginación de los moradores de los pequeños poblados de Cuba ha creado un ambiente propicio para que el folclor se adueñe de ellos, y pasen a ser herederos de sus propios patrones artístico populares. Las comarcas pesqueras no escapan a este tipo de arraigo cultural. Una vida entera frente a las costas hace que se identifiquen con cada una de sus bondades y fábulas


Todo pescador tiene sus historias, miedos y desafíos relacionados con el mar. Existen insólitos pero bellísimos mitos sobre animales, plantas, fenómenos naturales que suceden en la vida diaria, y más de un centenar de criaturas transformadas —con una manera inexplicable de actuar— que cautivan, ya sea por el temor o por la fascinación de sus encantos.

La oralidad ha sido un factor fundamental para que perdure gran parte de estas historias de pescadores. Transmitidas con cierto misticismo, dejan al descubierto la creatividad de múltiples imágenes, usadas de manera peculiar por los artistas a fin de lograr obras de gran riqueza popular, en las que se refleja cuidadosamente un sinnúmero de visiones aparentes, entretejidas en los artísticos hilos de la pintura, la escultura y la literatura, delimitando así el auténtico folclor de estos pueblos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Sin lugar a duda, la Parranda es una de las tradiciones más genuinas de gran parte de la provincia Villa Clara. En ella se hacen palpables un conjunto de signos que dan vida a cuantiosas ficciones, y dejan consigo un evidente sedimento cultural en nuestras fiestas populares. Las carrozas, espectáculo principal, es un imprescindible escenario donde los artistas dejan materializada parte de su obra. Como todo arte de imitación, la Parranda no deja escapar las leyendas y personajes surreales del ambiente marino, y los suma a la gama de temas propuestos cada año.







 
Camajuaní, Remedios y Caibarién, poblados que hacen parrandas de barrios, tienen en su cronología unos cuantos títulos de carrozas que reflejan el mar. Tratar este tema siempre ha sido voluntad de cada proyectista durante más de un siglo de tradición, inspirados siempre en las cercanías a la costa y en esa visión que cada uno tiene al diseñar su propia mitología marina.

Así se logra que este arte festivo se una al folclor urbano, y a partir de su creatividad constante nacen nuevos personajes, variadísimos mitos con aristas modernas. De una manera más elaborada, todo este conjunto hace que agilicen la imaginación, que produzcan fantasías y rememoren momentos brillantes de lo acostumbrado en los pueblos pesqueros y sus zonas aledañas. Es arte que gusta, que estimula y alcanza a revitalizar lo ya olvidado.
OLAIKÚ, LA MALDICIÓN DE LOS MARES












Recuerdo que por aquellos días, Carmen Ortega, una gran amiga, escritora e investigadora de temas folclóricos, terminaba una pequeña obra que trataba sobre cierto personaje afrocubano que habitaba en los mares cercanos a nuestras costas remedianas. En eso me inspiré para concebir la carroza, y agregué el paisaje de los litorales cercanos y este contenido verbal de nuestra cultura cubana en su entorno. Todo ello sería perfecto para crear una nueva imagen que tanta falta le hacía al barrio San Salvador, que por muchos años no ganaba una parranda.
Olaikú, que fue el nombre dado a esta mezcla de lo cubano popular con lo africano tradicional, no fue más que un personaje fantástico que significaba la muerte y el mar, con una visión muy pintoresca de nuestros cuadros folclóricos.
Para llevar todo esto a una carroza tuve que pensarlo muy bien. Fue el clásico tema sin referentes culturales, fue hacer realidad una idea que tú mismo te haces de estar sumergido en el fondo del mar, de poder apreciar todos sus componentes e imaginarte a aquellos personajes de la mitología cubana gobernando como dioses desde tu perspectiva.

Tomar aquellas ideas que tuve del mar desde mi niñez fue el primer paso. Utilicé los delfines, porque de verdad, todo proyectista siempre abre su carroza con delfines tirando de una concha como si fuera un carruaje… y así lo hice. Las bambalinas fueron hechas como un sistema de rocas, y con unos gajos medio secos les fuimos dando las formas y simularon muy bien las piedras, cavernas, huecos, los que magistralmente Juanito Velázquez —carpintero recientemente fallecido— ayudó a confeccionar.

Era la manera de lograr aquel fondo lleno de concavidades, de sobresaltar la superstición de lo complejo de esta vista, del fondo tropical nuestro. A partir de este abigarramiento salían al mismo nivel las estructuras de la carroza, terminadas con un retablo de corte neogótico, para equilibrar más la idea. En el centro se encontraba la figura de un pulpo gigantesco, animal que representaba el mal, con sirenas en sus tentáculos, y que se enroscaba por las columnas de la construcción como si quisiese devorarla con toda su maldad. Una idea muy bien lograda al final.

Mi obra de arte fue terminada con muchos detalles: erizos que coronaban las torres, las cuales terminaban en afiladas agujas, como si estuviesen tratando de alcanzar la superficie. No faltó la presencia de corales, peces, abanicos, y la cúpula central era un alga que florecía. En fin, a la hora de la salida el espectáculo fue un éxito. La carroza la completó el vestuario, y lo logrado que quedó cada personaje, con sus vestimentas típicas, toques exagerados y de nueva creación, lo que enriquecía gran parte de las leyendas remedianas.
Alejandro Calzada, proyectista del barrio San Salvador, Remedios.
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SIMBRA, UNA EXTRAÑA EN REINO DEL MAR
Mis padres vivían antes del triunfo de la Revolución en pequeños bohíos de guano y yagua que se encontraban en los cayos próximos a Caibarién. Allí, en medio de aquella pobreza extrema, se pasaban las tardes haciendo cuentos a la orilla del mar. Por primera vez escuché hablar de la sirena que salía en el canal de los barcos, del pánico que le tenían a la guasa del pontón, que no era más que un monstruo de dimensiones inimaginables, con ojos enormes y una boca descomunal. No dejaban de mencionar casi siempre las voces que oían, era el sonido peculiar del viento al chocar con los árboles. Ellos alegaban que parecían brujas hablando; y hubo quien hasta las vio volando con sus escobas por toda la punta de Periquillo.
Estas y otras leyendas siempre estuvieron ocultas en mi imaginación, y por fin en el año 1993 desaté aquellas variadísimas invenciones de mis padres y abuelos. La Parranda fue la que me introdujo en el camino del arte. Desde que era muy niño tuve inclinación por ella, era el referente cultural más atractivo y más cercano que tenía. Logré hacer mi carroza del fondo del mar en el barrio La Loma, y que esta armonizara parte de las tradiciones de Caibarién, un pueblo netamente pesquero.
Mi obra abría con tres grandes peces. Las bambalinas las hice en escalones, daba la impresión de que los peces iban rompiendo las olas del mar. Las trabajé con luces entre azules y blancas para simular el agua. La carroza empezaba con dieciocho pies de ancho y cerraba con veinticuatro, era de forma triangular. Tomé como patrones algunos dioses de la mitología griega. Incursioné con mucho atrevimiento en unas sirenas, tan famosas en los cuentos de mi familia. Las hice bien cubanas, muy naturales; no fueron las típicas mitológicas, pues las busqué morenas, y las colas tenían la forma a la de la tintorera, lo más tropical posible. Se trabajó con buena peluquería, tocados de cabeza, el pelo modelado hacia arriba como si estuvieran sumergidas, figurando como nuevas diosas cubanas.
Simbra era el personaje principal y diabólico de mi leyenda, inspirado en aquellas brujas; la convertí en una hechicera que bajaba a las profundidades para hacer un pacto con Neptuno. El palacio, con lo típico de la región: caballos de mar en forma de columnas, erizos gigantes como cúpulas y abanicos para rematar las terminaciones. No faltó tampoco la guasa del pontón; hice el monstruo tal como lo describían. Era el centro de la carroza, el guardián de aquel mundo. Para lograrlo no fue muy fácil, hubo que darle la forma con papier maché y mano a pie de obra, hasta que se logró el efecto que se perseguía.
Santiago Pérez Ruiz, proyectista del barrio La Loma, Caibarién.


MÁS ALLÁ DE LOS MARES
Yo no soy como cualquier proyectista que se haya formado en una casa de trabajos. Viendo las carrozas de mi barrio Chivos, de Camajuaní, es que empecé a sentirme identificado con este arte popular. Estudié Geología en La Habana y cuando vine a mi pueblo hice unos estudios por las costas de todo el litoral de mi provincia, junto a pescadores y otros profesionales que me estaban asesorando.
Terminado el trabajo en las tardes, nos sentábamos siempre en la arena de aquellas playas a conversar y planificar labores para el día siguiente. Hubo una fotografía natural que disfrutaba mucho y era el constante movimiento cíclico de las  olas apuradas en llegar a la orilla, lo cual siempre me llamó la atención para explotarlo en una carroza. Eso sí, soy muy buen dibujante y me extasía pasar parte de mi tiempo pintando y dando vida a todas mis ideas.
Así fue que nació mi carroza en el año 2005, titulada Más allá de los mares, en el barrio Santa Teresa, Chivos, de Camajuaní. La primera escena fue esa, dibujar las olas, la espuma del mar, dar vida a aquella imagen poética   para mí, concibiendo la figura humana de una mujer bien ataviada, con un traje blanco, que la simbolizaba. Venía abriendo la carroza, subiendo a la superficie, maniobrando cuatro caballos totalmente diferentes a los que se ven en el fondo
del mar. Eran un tipo de caballos mitológicos que yo mismo dibujé de forma extraña. Tomé la silueta de un caballo normal y le agregué aletas en las patas, cola de pez y la crin no era más que un abanico de mar. Aquello estuvo muy bien logrado, eran mis propios bosquejos paseando por la señorial avenida parrandera de mi pueblo.
La narración fue sencilla, pero describía todo muy detalladamente. Recuerdo que el supuesto palacio eran unos brazos estilizados y puntiagudos dando la impresión de estar frente a los abismos de las profundidades. Me afané en las burbujas y en un arrecife coralino para adornar todo aquel retablo. Un grupo de tiburones merodeaba al personaje de mi historia, que representaba el mal, mientras que los delfines acompañaban a jóvenes tritones y sirenas. Los que diseñé con una cualidad incomparable, una cola en cada pie, como si estos caminaran bajo el mar.
René García Acosta, proyectista del barrio Los Chivos, Camajuaní.
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Foto 1. Más allá de los mares, carroza del barrio Santa Teresa, Chivos, agosto del 2005
Foto2: La Espuma del mar, personaje representado en la carroza “Más allá de los mares”
Foto3.Los Peces, carroza del barrio La Loma de Caibarién
Foto 4.Comparsa de Caibarién con carroza.
Foto 5. Olaikú, la maldición de los mares, carroza del barrio San Salvador
Foto 6. Olaikú, la maldición de los mares, carroza del barrio San Salvador
Foto 7. Olaikú, la maldición de los mares, carroza del barrio San Salvador
Foto 8. Esbozo de la carroza Olaikú, la maldición de los mares, carroza del barrio San Salvador
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Por cortesía de Alejandro Batista López, publicado en la Revista Signos n0 61 sobre el mar
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Ruth Ana López Calderón te ha mencionado en a comment.

Ruth Ana ha escrito: "Bueno, no era tu poesía, pero en cambio si, un excelente escrito relacionado con el mar, mucho me gustaría poder escribir acerca de el, más que sólo pequeños poemas, me gustaría poder describirlo como lo hace Elejandro, pero el hecho de no conocerlo me lo impiden. Te agradezco infinitamente haber compartido esto conmigo, todo lo relacionado con el mar para mí es un misterio que siempre me atrapa en lo más hondo de mi ser...gracias Juan Carlos Recio, saludos!"