Por:
Alejandro Batista López
Todo pescador tiene sus historias, miedos y desafíos
relacionados con el mar. Existen insólitos pero bellísimos mitos sobre
animales, plantas, fenómenos naturales que suceden en la vida diaria, y más de
un centenar de criaturas transformadas —con una manera inexplicable de actuar—
que cautivan, ya sea por el temor o por la fascinación de sus encantos.
La oralidad ha sido un factor fundamental para que perdure
gran parte de estas historias de pescadores. Transmitidas con cierto
misticismo, dejan al descubierto la creatividad de múltiples imágenes, usadas
de manera peculiar por los artistas a fin de lograr obras de gran riqueza
popular, en las que se refleja cuidadosamente un sinnúmero de visiones
aparentes, entretejidas en los artísticos hilos de la pintura, la escultura y la literatura, delimitando así el auténtico folclor de estos pueblos.
Sin lugar a duda, la Parranda es una de las tradiciones más
genuinas de gran parte de la provincia Villa Clara. En ella se hacen palpables
un conjunto de signos que dan vida a cuantiosas ficciones, y dejan consigo un
evidente sedimento cultural en nuestras fiestas populares. Las carrozas,
espectáculo principal, es un imprescindible escenario donde los artistas dejan
materializada parte de su obra. Como todo arte de imitación, la Parranda no
deja escapar las leyendas y personajes surreales del ambiente marino, y los
suma a la gama de temas propuestos cada año.
Camajuaní, Remedios y Caibarién, poblados que hacen parrandas
de barrios, tienen en su cronología unos cuantos títulos de carrozas que
reflejan el mar. Tratar este tema siempre ha sido voluntad de cada proyectista
durante más de un siglo de tradición, inspirados siempre en las cercanías a la
costa y en esa visión que cada uno tiene al diseñar su propia mitología marina.
Así se logra que este arte festivo se una al folclor urbano,
y a partir de su creatividad constante nacen nuevos personajes, variadísimos
mitos con aristas modernas. De una manera más elaborada, todo este conjunto
hace que agilicen la imaginación, que produzcan fantasías y rememoren momentos
brillantes de lo acostumbrado en los pueblos pesqueros y sus zonas aledañas. Es
arte que gusta, que estimula y alcanza a revitalizar lo ya olvidado.
OLAIKÚ, LA MALDICIÓN DE LOS MARES
Recuerdo que por aquellos días, Carmen Ortega, una gran
amiga, escritora e investigadora de temas folclóricos, terminaba una pequeña
obra que trataba sobre cierto personaje afrocubano que habitaba en los mares
cercanos a nuestras costas remedianas. En eso me inspiré para concebir la
carroza, y agregué el paisaje de los litorales cercanos y este contenido verbal
de nuestra cultura cubana en su entorno. Todo ello sería perfecto para crear
una nueva imagen que tanta falta le hacía al barrio San Salvador, que por
muchos años no ganaba una parranda.
Olaikú, que fue el nombre dado a esta mezcla de lo cubano
popular con lo africano tradicional, no fue más que un personaje fantástico que
significaba la muerte y el mar, con una visión muy pintoresca de nuestros
cuadros folclóricos.
Para llevar todo esto a una carroza tuve que pensarlo muy
bien. Fue el clásico tema sin referentes culturales, fue hacer realidad una
idea que tú mismo te haces de estar sumergido en el fondo del mar, de poder
apreciar todos sus componentes e imaginarte a aquellos personajes de la
mitología cubana gobernando como dioses desde tu perspectiva.
Tomar aquellas ideas que tuve del mar desde mi niñez fue el
primer paso. Utilicé los delfines, porque de verdad, todo proyectista siempre
abre su carroza con delfines tirando de una concha como si fuera un carruaje… y
así lo hice. Las bambalinas fueron hechas como un sistema de rocas, y con unos
gajos medio secos les fuimos dando las formas y simularon muy bien las piedras,
cavernas, huecos, los que magistralmente Juanito Velázquez —carpintero
recientemente fallecido— ayudó a confeccionar.
Era la manera de lograr aquel fondo lleno de concavidades, de
sobresaltar la superstición de lo complejo de esta vista, del fondo tropical
nuestro. A partir de este abigarramiento salían al mismo nivel las estructuras
de la carroza, terminadas con un retablo de corte neogótico, para equilibrar
más la idea. En el centro se encontraba la figura de un pulpo gigantesco,
animal que representaba el mal, con sirenas en sus tentáculos, y que se
enroscaba por las columnas de la construcción como si quisiese devorarla con
toda su maldad. Una idea muy bien lograda al final.
Mi obra de arte fue terminada con muchos detalles: erizos que
coronaban las torres, las cuales terminaban en afiladas agujas, como si
estuviesen tratando de alcanzar la superficie. No faltó la presencia de
corales, peces, abanicos, y la cúpula central era un alga que florecía. En fin,
a la hora de la salida el espectáculo fue un éxito. La carroza la completó el
vestuario, y lo logrado que quedó cada personaje, con sus vestimentas típicas,
toques exagerados y de nueva creación, lo que enriquecía gran parte de las
leyendas remedianas.
Alejandro
Calzada, proyectista del barrio San Salvador, Remedios.
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SIMBRA, UNA EXTRAÑA EN REINO DEL MAR
Mis padres vivían antes del triunfo de la Revolución en
pequeños bohíos de guano y yagua que se encontraban en los cayos próximos a
Caibarién. Allí, en medio de aquella pobreza extrema, se pasaban las tardes
haciendo cuentos a la orilla del mar. Por primera vez escuché hablar de la
sirena que salía en el canal de los barcos, del pánico que le tenían a la guasa
del pontón, que no era más que un monstruo de dimensiones inimaginables, con
ojos enormes y una boca descomunal. No dejaban de mencionar casi siempre las
voces que oían, era el sonido peculiar del viento al chocar con los árboles.
Ellos alegaban que parecían brujas hablando; y hubo quien hasta las vio volando
con sus escobas por toda la punta de Periquillo.
Estas y otras leyendas siempre estuvieron ocultas en mi
imaginación, y por fin en el año 1993 desaté aquellas variadísimas invenciones
de mis padres y abuelos. La Parranda fue la que me introdujo en el camino del
arte. Desde que era muy niño tuve inclinación por ella, era el referente
cultural más atractivo y más cercano que tenía. Logré hacer mi carroza del
fondo del mar en el barrio La Loma, y que esta armonizara parte de las
tradiciones de Caibarién, un pueblo netamente pesquero.
Mi obra abría con tres grandes peces. Las bambalinas las hice
en escalones, daba la impresión de que los peces iban rompiendo las olas del
mar. Las trabajé con luces entre azules y blancas para simular el agua. La
carroza empezaba con dieciocho pies de ancho y cerraba con veinticuatro, era de
forma triangular. Tomé como patrones algunos dioses de la mitología griega.
Incursioné con mucho atrevimiento en unas sirenas, tan famosas en los cuentos
de mi familia. Las hice bien cubanas, muy naturales; no fueron las típicas
mitológicas, pues las busqué morenas, y las colas tenían la forma a la de la
tintorera, lo más tropical posible. Se trabajó con buena peluquería, tocados de
cabeza, el pelo modelado hacia arriba como si estuvieran sumergidas, figurando
como nuevas diosas cubanas.
Simbra era el personaje principal y diabólico de mi leyenda,
inspirado en aquellas brujas; la convertí en una hechicera que bajaba a las
profundidades para hacer un pacto con Neptuno. El palacio, con lo típico de la
región: caballos de mar en forma de columnas, erizos gigantes como cúpulas y
abanicos para rematar las terminaciones. No faltó tampoco la guasa del pontón;
hice el monstruo tal como lo describían. Era el centro de la carroza, el
guardián de aquel mundo. Para lograrlo no fue muy fácil, hubo que darle la
forma con papier maché y mano a pie de obra, hasta que se logró el efecto que
se perseguía.
Santiago
Pérez Ruiz, proyectista del barrio La Loma, Caibarién.
MÁS ALLÁ DE LOS MARES
Yo no soy como cualquier proyectista que se haya formado en
una casa de trabajos. Viendo las carrozas de mi barrio Chivos, de Camajuaní, es
que empecé a sentirme identificado con este arte popular. Estudié Geología en
La Habana y cuando vine a mi pueblo hice unos estudios por las costas de todo
el litoral de mi provincia, junto a pescadores y otros profesionales que me
estaban asesorando.
Terminado el trabajo en las tardes, nos sentábamos siempre en
la arena de aquellas playas a conversar y planificar labores para el día
siguiente. Hubo una fotografía natural que disfrutaba mucho y era el constante
movimiento cíclico de las olas apuradas
en llegar a la orilla, lo cual siempre me llamó la atención para explotarlo en una
carroza. Eso sí, soy muy buen dibujante y me extasía pasar parte de mi tiempo
pintando y dando vida a todas mis ideas.
Así fue que nació mi carroza en el año 2005, titulada Más
allá de los mares, en el barrio Santa Teresa, Chivos, de Camajuaní. La primera
escena fue esa, dibujar las olas, la espuma del mar, dar vida a aquella imagen
poética para mí, concibiendo la figura
humana de una mujer bien ataviada, con un traje blanco, que la simbolizaba.
Venía abriendo la carroza, subiendo a la superficie, maniobrando cuatro
caballos totalmente diferentes a los que se ven en el fondo
del mar. Eran un tipo de caballos mitológicos que yo mismo
dibujé de forma extraña. Tomé la silueta de un caballo normal y le agregué
aletas en las patas, cola de pez y la crin no era más que un abanico de mar.
Aquello estuvo muy bien logrado, eran mis propios bosquejos paseando por la
señorial avenida parrandera de mi pueblo.
La narración fue sencilla, pero describía todo muy detalladamente.
Recuerdo que el supuesto palacio eran unos brazos estilizados y puntiagudos dando
la impresión de estar frente a los abismos de las profundidades. Me afané en
las burbujas y en un arrecife coralino para adornar todo aquel retablo. Un
grupo de tiburones merodeaba al personaje de mi historia, que representaba el
mal, mientras que los delfines acompañaban a jóvenes tritones y sirenas. Los
que diseñé con una cualidad incomparable, una cola en cada pie, como si estos
caminaran bajo el mar.
René García Acosta, proyectista del barrio Los Chivos, Camajuaní.
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Foto 1. Más allá de los mares, carroza del barrio Santa
Teresa, Chivos, agosto del 2005
Foto2: La Espuma del mar, personaje representado en la
carroza “Más allá de los mares”
Foto3.Los Peces, carroza del barrio La Loma de Caibarién
Foto 4.Comparsa de Caibarién con carroza.
Foto 5. Olaikú, la maldición de los mares, carroza del
barrio San Salvador
Foto 6. Olaikú, la maldición de los mares, carroza del
barrio San Salvador
Foto 7. Olaikú, la maldición de los mares, carroza del
barrio San Salvador
Foto 8. Esbozo de la carroza Olaikú, la maldición de los
mares, carroza del barrio San Salvador
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Por cortesía
de Alejandro Batista López, publicado en la Revista Signos n0 61 sobre el mar
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1 comentario:
Ruth Ana López Calderón te ha mencionado en a comment.
Ruth Ana ha escrito: "Bueno, no era tu poesía, pero en cambio si, un excelente escrito relacionado con el mar, mucho me gustaría poder escribir acerca de el, más que sólo pequeños poemas, me gustaría poder describirlo como lo hace Elejandro, pero el hecho de no conocerlo me lo impiden. Te agradezco infinitamente haber compartido esto conmigo, todo lo relacionado con el mar para mí es un misterio que siempre me atrapa en lo más hondo de mi ser...gracias Juan Carlos Recio, saludos!"
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