martes, 29 de noviembre de 2011

La ciencia avanza pero yo no: una vela blanca en el horizonte narrativo


 por Iliana A. Pérez Raimundo


Si pudiera tomarse como propósito u objetivo primario del escritor Aramís Castañeda, con su  colección de cuentos La ciencia avanza pero yo no, lo que declara en la primera de las historias: «quería que repararan en mi inteligencia», sin duda alguna, su tesis resulta probada a través de premisas consistentes, elemento que sobresale en medio de una producción narrativa que cada vez más tiende al descalabro.
Apartado de toda «moda» o tendencia estilística, Aramís asume la negación como categoría textual para entrometerse en puntos álgidos dentro del entramado social, sopesando para ello su tesis declarada: «queda muy poco de dónde agarrarse para llamar la atención con un cuento», la que será negada, no por tres, pero sí por siete veces.
Sin golpes bajos, asido a lo más genuino de la tradición narrativa cubana, Aramís se siente a sus anchas desde una perspectiva sarcástica y para ello, no «se refugia», «no ataca», «no se suma», sino que se desliga de la hojarasca de última hora y con ojo acucioso analiza  los fenómenos actuales, desde un plano objetivo, redimensionándolo a través de la tipicidad.
No son los entes marginales –tan caros a los narradores de la actualidad- quienes funcionan como motivos para su asunción narrativa, lo que resulta uno de los fundamentos a agradecerle, sino que aspectos canonizados por la sociedad, se desmitifican a través del nuevo matiz con que aparecen trabajados en cada una de las historias.


De ahí que sea la falsedad quien domine con protagonismo absoluto, en ocasiones a partir de los personajes que recrea y en otras, a través de lo que se narra, pero siempre con el fin acentuado de una nueva visión para lo supuestamente positivo y correcto, dentro de lo conductual en los planos sociales.
En las historias que propone Aramís, la «pose» resulta manera acomodaticia para asumir la condición individual, lo que se convierte, en motivo de recurrencia negativa en su tesis escritural.
El intelectual afiliado al cuestionamiento como vía para ser tenido en cuenta, viene a convertirse en impulso para el cuento Un sorbito de champagne y la «guerrita de los e-mail» aparece cual recurso revelador de todo lo retorcido que esconde lo circunstancial, porque, «podrán decirse muchas cosas, pero que los intelectuales de mi país se dejan pasar una, no».
De otra parte, ni lo que pudiera apuntarse como trivial, se escapa del proceso de negación, pues la misma sencillez o la supuesta inconsistencia de un tema, puede desencadenar hacia el cuestionamiento de principios básicos que han dado pie a la categoría de «lo cubano».
Juan y José, personajes de la historia Entre un hola y un adiós, basan su antagonismo en la demostración a través de la impugnación. Para uno lo cubano viene a ser el non plus ultra de todo lo que se conoce en materia geográfica, social, biológica…, por lo que su prototipo representa al gran porciento que ha vivido alimentándose de un ego impuesto y, por ende, sostenido sobre cimientos falsos; sin embargo su contrapartida, lo trae al escenario real por medio de evidencias, que una y otra vez, lo abocan hacia el desliz revelador, hasta que se arriba a la gran declaración: «Juan, que un país pequeño, pobre y hostigado por el enemigo; José, que estaba cansado del cuento de la Cenicienta».
La ciencia avanza pero yo no (título de la primera de las historias y del conjunto), se aferra a lo anecdótico desde un enfoque en el que el narrador, se inmiscuye como protagonista o se ampara en la omnisciencia que le ofrece la voluntad de quien ya está de vuelta de muchas cosas.
La pobreza de espíritu de algunos, unida a las escasas posibilidades de acceso tecnológico, viene a ser motivo primario para un análisis acentuado hacia los diversos tipos sociales que confluyen alrededor de un motivo eventual, en este caso, el  correo electrónico: abejean en su entorno la madre con un hijo en el extranjero, la mujer aferrada a una herencia sanguínea como vía de escape, la prostituta con un marchante foráneo… todos con un «más allá» como premisa para escribir, contestar, pedir auxilio.
Así las cosas, La ciencia avanza…, se entromete con una sociedad agónica que ha ido perdiendo desde su cotidianidad, todo aquello que en un momento anterior -no tan lejano- hubo de considerarse valedero, sobre todo en el plano espiritual y el «todo vale» asoma su oreja peluda junto al descrédito personal y el colectivo.
Sin embargo, no es el cinismo quien acude al encuentro de historias que, de tan cercanas, nos resultan cómodas en su disección: sus propósitos como autor van más allá de la crítica ligera sin tomar partido. Aramís asiste a lo que narra, él conoce de cerca cada uno de los « eventos » que toma como modelos y sus experiencias también están allí, dentro de lo local, porque es uno más en medio del todo que ocupa como espacio narrativo. 
El humor que envuelve a las situaciones, desde aquellas donde los caracteres sociales desfilan con la apariencia de sus modus operandis, hasta las que profundizan en lo subjetivo-conductual, van regodeadas del morbo con que atenúa lo horroroso de cada situación. 
Este es el caso de Con su blanca palidez, historia de “tipos” sociales con sus cargas aparenciales, filosóficas y conductuales. Aquí lo marginal se yergue como protagonista para un momento inicial; el personaje que funciona como hilo conductor, va atravesando por diversos status, en los que no encuentra acomodo porque se asiste al fin de los paradigmas: muy poco en qué creer y para qué actuar.
Cada grupo se revuelve en su propia manera de enfrentar lo cotidiano, la máscara se asume como táctica para resistir la pose que se solicita, como salvoconducto para ser tenido en cuenta: rockeros, poetas, trovadores –genial la inclusión de sus prototipos aparenciales -,  van incorporándose al desfile del relator, quien al final, se incluye, en la categoría que le resulta más cómoda para seguir su ciclo. Esta es sin duda, una de las historias más acabada, quizás porque al autor le son muy cercanas cada una de las aptitudes que afloran desde una narración depurada y consistente.
De otra parte, la historia Melodía desencadenada, para un lector poco avezado, quizás resulte una suerte de rompimiento dentro de la secuencia narrativa, sobre todo por el referente familiar que le da pie; sin embargo irrumpen desde lo secundario, elementos de la cotidianidad nacional que apuntan hacia la fauna de imperfecciones con que se ha convivido por tanto tiempo: la burocracia, el marasmo, la violencia…, y a las que puede dársele la espalda, negarlas con una postura de indiferencia o, sencillamente, escamotearlas con lo anodino, inventándose motivos, como suele hacer el personaje de la tía.
Sin embargo, de todas las historias que contiene el volumen, donde lo personal se convierte en motivo para la negación, pero esta vez desde lo marcadamente intimista, es en la segunda.

 

La proposición narrativa de Sigo siendo aquel, es el regreso a un país que el protagonista había sopesado desde la nostalgia y donde el «mundo austero», que le había mantenido viva la esperanza,  se desmorona con inmediatez, no más subirse al avión que lo conduciría al reencuentro de lo considerado como sacro. La realidad a la que concurre tras el retorno no se asemeja al arquetipo que, como ideal de vida, lo ha sostenido desde la añoranza                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   «Verdad que se los come la miseria pero, mira, hay algo en ellos que los hace distintos (…) inteligentes, desprejuiciados, creativos, francos…. » 

La aeromoza de Cubana con su maquillaje de tiza, es el detonante, el símbolo de la decadencia y la mediocridad a la que tendrá que enfrentarse mal que le pese; ella se vuelve imagen recurrente de sus obsesiones, quizás como Mefisto recordando que un pacto de ese tipo, no admite una segunda vez.
Sigo siendo aquel, desde su significación discursiva, viene a cerrar el ciclo de negaciones propuestas desde un inicio en la colección; Aramís asume la narración desde lo introspectivo y su condición particular queda expuesta  desprejuiciadamente: él a su vez es un tipo social, él también se enrola en todo el entramado que lo ha conducido a asumir una visión –otra- de lo nacional, una perspectiva que se agradece por no ser más de lo mismo.
El autor consigue con este grupo de historias, abordar aspectos de la existencia humana, con atrayentes estrategias desde la reflexión, consciente de que no puede desprenderse de lo circunstancial y, desde esa óptica, asume su punto de vista asiéndose de la negación como procedimiento bipolar, es decir, como teoría demostrable desde lo escritural discursivo y, por ende, desde el mismo estilo narrativo que asume para el volumen.
Lo anecdótico –tantas veces vapuleado por quienes lo consideran asidero cómodo para encaminar lo textual- apunta hacia el protagonismo argumentativo, consiguiendo con ello, lo que los narradores de la postmodernidad parecen haber olvidado: contar y, con ello, no desprecia Aramís, la esencia de este significado dentro del género, anotándose otro punto a su favor.
Hastiados de tanta reflexión compulsiva, de tanta fruslería tendenciosa que, al final, significa una pose más en busca de la aceptación, La ciencia avanza pero yo no, viene a enarbolar la bandera blanca del estilo diáfano y alienta, por supuesto que alienta a los que desde la inteligencia, dignifican el oficio de escritor, distinción que, dentro de la cuentística actual, ya no abunda. 
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ENTRE UN HOLA Y UN ADIÓS
Había pasado la media hora. Juan estaba a mi derecha y José, a la izquierda.
─¿Cuántas viste que pudieras considerar bonitas? ─el tono de Juan era malicioso.
─Veinticinco o veintiséis ─respondió José
─Y de esas veinticinco o veintiséis ¿Cuántas medirían más de uno setenta y cinco?
─Ninguna.
─¿Viste como Cuba no haría nada en un Miss Universo?
José había dicho que si las cosas cambiaban, él se haría dueño de un café. Luego aclaró que de un restaurant y finalizó determinando que mejor de un night club. Cuando avanzó la tarde lo tenía claro. Joseph´s Bar ─el nombre que pondría a su sitio─ sería amplio, muy amplio. Contaría con un salón principal, un reservado, una barra, una cafetería y una terraza. La terraza dispondría de unas cuantas mesas y muchas plantas para aquellos que gustaran de disfrutar el aire libre. La cantina se especializaría en desayunos y comidas ligeras, la barra estaría destinada para entremeses y bebidas alcohólicas, el reservado para quienes requirieran de privacidad y, el salón principal, para los espectáculos nocturnos o grandes fiestas. Se prestaría servicio las veinticuatro horas del día.
El sueño no quedaba ahí. José se veía a sí mismo sentado en medio del salón principal, aprobando o no a las personas que se presentarían al casting por él convocado. Las piernas cruzadas, un vaso de whisky en una mano, un cigarro en la otra. José será quien salve al cabaret cubano de la crisis en la que ha permanecido por más de treinta años. Sus espectáculos estarán repletos de grandes divas que desgarran su alma y sus ropas en el escenario ─mientras el público, frenético, se pone de pie y aplaude a rabiar─, cuartetos de voces armoniosas, rumberas de fuego, bandas gigantes con predominio de los metales, cantantes de voz recia, negros gordos al piano, viejos boleristas ─con el olor a aguardiente saliendo de sus bocas entre frase y frase─, festivos comediantes y, como añadido, algún que otro travesti.
A esas alturas fue que Juan interrumpió:
─Pues yo por lo único que agradecería un cambio, es para que Cuba pueda participar en el Miss Universo. Ahí sí se les caería el cartelito a las venezolanas y a las puertorriqueñas. Ya iban a saber todos lo que son mujeres de verdad.
Entonces José hizo la apuesta: nos sentaríamos los tres en la escalera de entrada a la cremería y, durante media hora, estaríamos viendo a todas las muchachas que pasaran. Concluido ese término, Juan seleccionaría a las que le hubieran resultado más hermosas.
No era la primera vez que se retaban. Una semana antes, Juan se ufanó en que la ranita más pequeña del mundo se encontraba en Cuba. Era la Eleutherodactylus limbatus y medía diez milímetros. José ripostó que no era así, porque ya se había determinado la existencia de otra aún más pequeña. Ahí Juan la sacó de debajo de la manga: «Sí, la Eleutherodactylus iberia que mide un milímetro menos; pero esa también es oriunda de Cuba, vive en Baracoa». Al día siguiente, José se apareció con que en Brasil se había descubierto también la existencia de una ranita que medía nueve milímetros: la Silosrigne didáctila. «Ahora Cuba tendrá que compartir el honor de la rana más pequeña con Brasil. Lo siento».
Las conversaciones entre Juan y José han terminado casi siempre en porfía. Ninguno se interesa mucho por la familia del otro, ni por cómo se encuentran de salud o les va su vida laboral. Han vivido prácticamente para retarse y tratar, cada uno, de ser quien gane el duelo.
Al igual que por la rana más pequeña, o lo altas o no que fueran las cubanas, Juan y José habían sostenido discusiones por los asuntos menos sospechados. En cierta ocasión la controversia giró en torno a Varadero. Juan aseguró tajante que era la playa más bella del mundo. José que en St Barts, una llamada Anse Du Grand Colombier, era considerada la mejor. Juan replicó que mejor no es lo mismo que bello; que tampoco sabía dónde quedaba el St Bars ese y que, además, José nunca había estado allí, por lo que su opinión no era sostenible. José habló entonces de la Anse Source D´Argent y de la Bird Island en las islas Seychelles, de la Bondy Beach en Sydney, Australia; de Ipanema y Copacabana en Brasil y de la Frenchman´s Cove en Jamaica. Todas integraban el top ten de las playas más hermosas sobre este planeta. «Siempre se ha dicho que Varadero es la más bella y, tanta gente, no puede estar equivocada»concluyó Juan y, en un torce de forcé, comenzó a hablar de los destinos turísticos preferidos en el Caribe.
José dijo que, según había leído en no sé qué revista, el primer lugar lo ocupaba la ciudad de San Juan en Puerto Rico y que después le seguían las islas de Antigua y Barbuda, Aruba, Bahamas, Barbados, Bermuda y las Islas Caimán. Para Juan, esas eran estadísticas desactualizadas; en los últimos años, Cuba había pasado a ser ─quizás─ el lugar favorito para los europeos y canadienses y, de quitarse el bloqueo, era totalmente seguro que los americanos dejarían a un lado todos los demás sitios para visitar, por miles y a diario, La Habana.
Cuando hablaron sobre cavernas, Juan enfatizó que la de Santo Tomás, en la zona de Pinar del Río, era la más extensa y profunda de América. Tres días más tarde, José llegó con nueva información. Era cierto que en América Latina ─y no en toda la América─ estaban ubicadas algunas de las cuevas más grandes y profundas del mundo; pero la mayor de ellas era la Guacharo, con nueve kilómetros de extensión, en Venezuela. Se incluían también: la Gruta de Guaguapo, del Perú, con una extensión de 7,025 pies; la Actun Tunichil Muknal y la Cebeda, en Belice, y la Sima Pumacocha, igualmente en la tierra de los incas. Esa de Pinar del Río, no aparecía por ningún lado en la relación por él consultada. «Tú sabes cómo son las cosas, a nuestro país nunca le dan crédito en nada. La de Santo Tomás tiene cuarentaicinco kilómetros de largo; pero me juego lo que sea que allá afuera, ni saben que esa cueva de Pinar del Rió existe. Es que no nos consultan, no nos hacen caso, no existimos para ellos». Y para Juan, la Guaguapo, la Actun Tunichil Muknal, la Cebeda y la Sima Pumacocha, fueron nombres que nunca se pronunciaron.
Juan, que Gutiérrez Alea; José, que Buñuel; Juan, que Memorias del subdesarrollo; José, que Los Olvidados. Juan, que la rumba, el bolero, el chachachá, el mambo y el son. José, que al mismo nivel del rock and roll, el jazz, el soul, el rhythm and blue, el hip hop, el samba y el bossa nova. Juan, que en la Olimpiada de Barcelona, Cuba había obtenido el quinto lugar por países; José, que en la de Beijing, el veintisiete. Juan, que Benny Moré; José, que Frank Sinatra. Juan, que Isabel Santos; José, que Meryl Streep. Juan, que un país pequeño, pobre y hostigado por el enemigo; José, que estaba cansado del cuento de la Cenicienta. Y, en ese punto, se pelearon por un mes.
Cuando volvieron a encontrarse, José confesó que extrañaba a Juan. Juan reconoció que él también a José.
─Bueno y… ¿de qué hablamos?
─De cuando Cuba era el principal productor de azúcar del mundo se adelantó Juan.
Tendré que hacer memoria, porque eso pasó hace mucho tiempo. Ahora los principales son Brasil, India, China, Thailandia, Pakistán y México ─ripostó José.
Y volvieron a estar un mes sin hablarse.
Entonces yo intervine. Les hice prometer que no discutirían más y, para cuando les fuera imposible contenerse, hice una propuesta: cogeríamos el periódico del día y allí donde se emitieran juicios encontrados, debía tomar partido cada uno, por uno de ellos. Durante semanas Juan y José estuvieron discutiendo sobre la Serie Nacional de Beisbol: era el único apartado, dentro del periódico, donde los reporteros polemizaban entre sí.
Al cabo, dijo José: «Me aburre estar hablando siempre de lo mismo», y por una vez en la vida, Juan estuvo de acuerdo con él.
Comenzaron, pues, a esclarecer quiénes las tenían más grande. «Ahí sí que no me puedes decir que no somos nosotros» ─alardeó Juan. «Por algo vienen tantos turistas aquí». Y José habló de una tal lapolla.com donde, tomando en cuenta la densidad de población, aparecían como las pingas más grandes la de los holandeses, en segundo lugar la de los hindúes y en tercero, la de los jamaiquinos.
─Pero nosotros nos movemos mejor en una cama ─ripostó Juan.
─Eso sí que no lo sé ─confesó el otro. Todavía no me he encontrado ninguna lista que evalúe una cosa así.
En otro momento, Juan apuntó que la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales cubana, poseía uno de los archivos musicales más grandes del mundo. José dudaba mucho que no los hubiera mayores en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, México, Italia, China, Brasil, España, Argentina, Rusia o Alemania. Y de ahí pasaron a la mortalidad infantil, los principales poetas vivos de la lengua española, los más famosos carnavales y fiestas tradicionales, las cocinas más célebres, los bailadores más afamados y el mayor índice de longevidad.
Luego de eso recalamos en el asunto del Joseph´s Bar y el Miss Universo.
─Ya sé ─a Juan le brillaron los ojos. Podemos mandar a una de las mulatas del equipo de volibol... cualquiera de ellas mide más de uno setenta y cinco… casi todas son lindas...
─De las cincuentaisiete ediciones de Miss Universo que se han celebrado, sólo en tres han ganado mulatas o negras. La primera fue Janelle Penny Comission, de Trinidad Tobago, en 1977; la segunda, Wendy Rachelle Fitzwilliam, también de Trinidad Tobago, en 1998 y, la última, Mpule Keneilwe Kwelagope, de Botswana, en 1999. Las posibilidades de que una cubana no blanca gane, son remotas.
Ese día decidí no hablarles más. Pero, al mes, ya comenzaba a extrañar a Juan y José.
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sábado, 26 de noviembre de 2011

Las únicas perfecciones posibles


Si fuera pensar y no existir

recuerdos del recuerdo

cómo se vivió en lo ya pensado,

aquellas vidas que al pasar

no desaparecieron

y desde la mente nos evalúan

intactas:

personas que fueron

igual a esos amores pensados para vivirlo.

Reales  en trazos

ajenos a sus clarividencias.

Sin entender que se perdían

por esas vidas

de otros amores en otros cuerpos

a los que pusimos también a vivir

en función de todo eso.

Si fuera lo que se pudo imaginar

las actuantes simples del resplandor

de esos amores que fluyen

unas perfecciones sin que olvidáramos

cómo se verán sus latidos

cuando a la hora de la muerte

imaginen la belleza de sus rostros

como un crimen.

Si fuera decirlo con encanto

y colocar las palabras en sus piedras

pensadas con la exactitud

de lo mínimo donde nadie

miraría por ejemplo:

un charco no visible de saliva

sobre un borde del labio menos mordido;

si de verdad fuera lo imposible

ninguno de los amores creados

pudieran asumirse por compasión

en algunas de las formas

donde ignoran por crueldad su derrota.


Juan C Recio
NY/ 26 de noviembre del 20011

lunes, 21 de noviembre de 2011

Llueve al otro lado del espejo

 Por Anisley Negrín          

     Si yo pudiera decirte, mi santa, que el mejor espejo es uno mismo, que basta solo con mirarnos dentro, que no hay lado bueno ni malo. Si lo entendiera yo y me dejara de acicalar para ti, que no me ves ni me escuchas, y cesara mi lástima por ese al que empujaste a un final que no era el suyo: el hombre que hubiera podido hacerte feliz.

Él se ganó toda mi lástima al venir, como los demás, por una mezcla de curiosidad y temor. Curiosidad por toparse con esa pitonisa que parecía una diosa cuando se paseaba por las calles sin asfaltar, toda de blanco, desarmando hombres a su paso. A esa hora no importaba si el destino se muestra a través de los caracoles, las carnes abiertas de los peces, la borra del café, los naipes o la mano. El saber asusta.

    Él no sabía lo de la enfermedad, ni tú tampoco. El destino de ese hombre no se mostró ante ti de forma clara. Ni el pez ni el caracol hablaron para él; pagó tan caro tus palabras…..Así surgió la lástima, mi santa, lloviendo lenta y espesa. Las gotas de mi compasión se demoran en lamer los cristales de ese pobre infeliz. La contemplo caer dilatada, cual reptil de vientre aceitoso. La lluvia y la lástima tienen su propia dialéctica, que no necesariamente tiene que ser la nuestra, o la tuya; aunque tú desafíes todas las leyes con esos ojos que echan chispas, y esa osamenta descomunal, y esos pechos puntiagudos que laceran miradas. Mi santa, tú desafías hasta la gravedad cuando te paseas por estas calles sin asfaltar del fin del mundo, cual sobre una pasarela, y eres pitonisa y modelo y reina…Todo a la vez, mi santa, todo a la vez.

   ¿Qué te hizo, si él vino a rendirse a tus pies, a intentar darte un poco de su amor de infeliz? Solo quería acercarse a tu lado divino y tomar prestada un poco de luz. Nada más. Lo sé yo, que me la pasé metido en su cabeza, y sus pensamientos fueron un libro abierto para mí,  porque era un ser inofensivo y lineal, predecible hasta el fin. Te valiste de eso, ¿no es cierto, mi santa? Se nota tu suspicacia. Sí, le vaticinaste sus días fastos, nefastos e intercisos con total precisión. Pobrecito, yo lo veía asombrarse por todas esas patrañas que le vendiste sin ningún escrúpulo, y lloraba por él. Poco, pero lloraba. Poco, pero eran profundas mis lágrimas, como intensa era mi lástima. Asentía a cada pregunta tuya, con sus manitas de grande por gusto hechas un río de sudor. De haber brotado sangre se te hubiera muerto ahí mismo. Entonces trocaría mis lágrimas en risas cuando no supieras qué hacer, si esconderlo en el patio o llamar a alguien, vivo o muerto, da igual, a esa hora nos mezclamos todos, chocamos y nos damos cabezazos. Pero no, mi santa, no hay quien ablande tu corazón de jade. Ni tu madre agonizante conseguiría el milagro de ablandarte. Me gustaría verte convertida en un charco verde sobre el suelo, semejante al vómito.  Sé que odiarías mucho la comparación, pero las imágenes acuden a mí sin yo llamarlas, mi santa, y nada puedo hacer.

        No me dejas otra opción que hablarte y hacerte entrar en razón. Estoy intentándolo desde el primer día en que se apareció el infeliz y esperó paciente su turno, como todo buen muchacho, tan correcto, tan educado cuando se trata de conocer la pitonisa más hermosa de estos parajes.

Me paseaba por las habitaciones de tu casucha, confundido con los clientes que esperaban tu llamado, el día de su llegada. Oír tu reclamo. El siguiente, era un corrientazo que revolvía los estómagos. De ahí la señal subía al corazón y luego al cerebro, que conminaba: Vamos, levántate ya, idiota, que la pitonisa no tiene todo el día para dedicártelo. Entonces el cliente iba a ti, a una mesa con un vaso de agua en medio, que es tan mágico, y un rico olor a palos de incienso, y una atmósfera púrpura como de burdel, y tus ojos, mi santa, girando en sus órbitas; señal de caer en trance, o hacer como quien cae.

     Quise alertarte de los riesgos de fingir el trance, pero no tienes  paciencia para escuchar mi voz, que es un soplo de viento fresco jugando con tu pelo o las cortinas, al que siempre maldices por volarte los naipes. Mi voz es fugaz y tú, sorda. Ella advertía: Mi santa, no finjas el trance, que los espíritus  son unos roñosos de mierda.  No tendrán en cuenta tu figura grácil, o tu piel de delfín, o tus obscenos veinte años, para enviarte una maldición de la cual ni yo mismo podría salvarte. No deseaba eso para ti.

    Es muy dura la vida, lo sé: y el dinero no alcanza, tienes hambre, aunque la disimules tras dietas inventadas para hacerte la actriz de cine que cuida su figura, el techo amenaza con sepultarte. Es dura, pero basta de justificaciones. Después de todo, se huele el gusto que le has tomado a la farsa. Pero, dime si era necesario abusar…Esa criatura se puso en tus manos sin ninguna reserva, y mi piedad por él supera lo mucho que te quiero, mi santa. Te ruego me disculpes. No lo puedo evitar. Él hace que mi lástima llueva lento y el corazón se me comprima, si es que lo tengo.    Estar situado frente a él equivalía a verme reflejado en un espejo, mi santa, y ya te dije: el mejor, uno mismo. Lo miraba y sentía piedad por mí. Me veía como una triste flor de alcantarilla, una florecilla endeble pero bella, siendo arrastrada por la corriente albañal. Ni el lodo mismo podría empañar tal belleza. El lodo no, pero esa predicción sí. Le auguraste un mal que lo roería lentamente. Padecimos juntos al escuchar tu vaticinio, dicho así, tan tranquila. Haga todo lo que tenía pensado hacer, y hágalo pronto, quizás el tiempo no le alcance. Ese fue el puntillazo que faltaba para que comenzara a caer, mi compasión, en finas gotas, preludio de una lluvia de obesos y pausados goterones. El tiempo es lo que más teme un hombre, mi santa. ¿Acaso no lo sabes? Con el tiempo de un hombre está prohibido jugar.

   Si tuviera certeza de que recibes mis palabras, me detendría a enumerarte los esfuerzos que hice para que te creyera. Le puse a mano una herradura, de muy buena reputación contra los daños, hice aparecer en sus bolsillos de infeliz cientos de patas de conejo, prendí azabaches a los cuellos de sus camisas, puse yerbas bajo su colchón; pero el muy tonto te creyó y no le tuvo fe a ningún amuleto. ¡Qué cruel fuiste, mi santa! Y quisiera sentir que me has decepcionado, pero ni eso logro. Tú no me decepcionarás nunca. Es por eso que temo. Y el temor por nosotros es inmenso, idéntico a mi lástima.

    Ese insignificante animalejo se derrumbó, justo como aseguraste, y no debiste…, no debiste. Él no pretendía lastimarte. No podría aunque quisiera, porque las pitonisas como tú son casi invulnerables. Se proveen de algo así como una coraza, que les impide ser atravesadas por sentimientos tan vulgares como ese poco de cariño que él te entregó sin pedir nada a cambio. Presencié todo el proceso de su decaimiento, mi santa, y era triste, muy triste verlo encogerse, hacerse cada vez más pequeño, leer su mente cuando pensaba: Me voy a morir, la pitonisa me lo dijo, los espíritus se lo dijeron a ella, nadie sabe más que los espíritus. Iluso, siempre hay quien sabe un poco más, incluso que aquellos que más saben.

Yo me zambullía dentro de él, al punto de hacerlo resplandecer como una estrella, y el espejo se empeñaba en reflejar su deterioro. El espejo discrimina, sin piedad, todo lo gran hombre que pudimos ser algún día, lo que de bondad nos queda, los sentimientos puros; y nos enseña esa mala cara que llegamos a detestar con tanta furia, como si no fuese la nuestra. Maldigo al espejo, mi santa, y me maldigo, porque quizás pude hacer más por ese desdichado que te quería de veras, igual que te quiero yo, y no lo hice. ¿No te has preguntado qué hubiese sido de él, de no haberlo condenado? Bien se hubiera visto de padre de familia. Una vida normal, como la de los demás seres normales, llena de paz, de ese sosiego que tanto se parece a la dicha. A lo mejor te enamoraba ese primer día en que vino a consultarse contigo y te hacía su esposa. Ahora te verías tú, mi santa, convertida en madre, en dueña de casa, una casa mejor que esta choza miserable que ya no te sirve de refugio, en gran amante…Él se hubiera conseguido un buen trabajo y no tendrías que vender patrañas para ganarte la vida. Y yo estaría orgulloso de ambos y bendeciría tu hogar con miles de conjuros blancos y siempre tendría buenos sueños. Quizás hasta te visitara y conversáramos en completa y absoluta frecuencia. Eso sería maravilloso, mi santa, pero la realidad es otra, muy distinta. Por eso imploro clemencia para él, lloviendo mi lástima a cántaros;  que termine por inundar las calles sin asfalto, aplaque el polvo del camino, desborde los ríos, las cloacas, refresque los corazones como el tuyo, destupa tus oídos y lave tus ojos, para que me puedas percibir tal como soy. Pero está la culpa. Hay que echársela a alguien. Qué remedio queda, sino depositar en ti toda la culpa por las desgracias que sufrió ese pobre infeliz que vino, sincero, a amarte. Un desdichado que recibió los dardos de tu falsa predicción.

     ¡Ay…, mi santa!, si entendieras cada cosa que digo, te concedería el privilegio de verme sin afeites, ni aire de caballero, ni estilo chic. Echaría a un lado esta apariencia fluorescente y me vestiría de carroña para ti.  Quién sabe si te mueres del susto, sola, en tu casucha de mala muerte, y te vuelves etérea como yo, y contemplamos juntos cómo descubren tu cadáver pasada una semana, por el hedor, y escuchamos a la gente que se apiade de ti y dice: Pobre, no vio en las cartas que iba a morir…, y nos dejamos arrastrar por las aguas turbias de las cloacas, como dos flores de alcantarilla, con la esperanza de abrazar el mar.
_______________________Fin___________________
Tomado de su libro: Temporada de Patos.
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Cada libro niega al anterior, y el anterior me niega a mí (entrevista a Anisley Negrín)

Por:  Yaniuris Nápoles Rodríguez

“Hay talento joven pujando un lugar en las letras”, dijo en algún momento Gaudencio Rodríguez Santana. Yo diría que los jóvenes narradores están inmortalizando sus creaciones en tiempo record. Por ejemplo: Anisley Negrín Ruiz, Santa Clara, noviembre de 1981. Primera investigación: apenas unas publicaciones en revistas literarias. Segunda búsqueda —dos años después—: Sueños morados/sueños rojos (Editorial Sed de Belleza); Feeling, Premio de Cuento “Félix Pita Rodríguez”, (Editorial Unicornio); Temporada de patos, Premio de Cuento “Alcorta” (Editorial Cauce); Isla a mediodía, mención en el Concurso Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, Diez cajas de fósforos (Premio de Cuento “David”, todavía en edición).

Enigmática, como suelen ser algunos letrados, accedió a esta entrevista. Demasiado cuidadosa, quizá, para hablar de sí misma y de sus dotes literarias. 

¿Desde cuándo escribes cuentos?

Desde siempre. Desde el estupor ante el enero del 2004 que nacía muerto, y de pronto se estuvo muerto para que yo lo narrara. Desde el primer poema  pésimo que pintó mi pluma y pisoteó mi pie. Desde la primera letra que aprendí, la a, y la segunda, la be, y la tercera, la ce, y la sensación agónica (o canónica) de juntarlas. Desde una acera de mi infancia, frente a un parque. Desde un parque de mi juventud, frente a una acera. En el 2004 me graduaba de una carrera que te enseña que legalidad y justicia no tienen por qué ser lo mismo, y cobraba mi primer salario por decidir no ejercer ni la una ni la otra, sino enseñar a otros que legalidad y justicia no tienen por qué ser lo mismo. En el 2004 intentaba ser otra: me dejé crecer el pelo, me vestí de domingo, me senté en un banco y observé. Decidí que el año estaba bastante muerto ya, así que no había nada que me impidiera escribir. Y escribí. Y estamos hablando de unos cuantos cuentos.

Del primero no me acuerdo, o no quiero acordarme. Lo que tengo como primer buen cuento es un suceso bastante reciente: la lectura de un texto, la inconformidad que sucede al haberse quedado con ganas de más, la tentadora posibilidad de escribir aquello que me hubiera gustado leer. Dicen que eso mismo hacía Eliseo Diego (de hecho, lo dijo él en una entrevista). Así surgió La acera infinita. De mis textos, el que con mejor suerte ha corrido. Y aclaro, es infinita, no eterna.

¿Concibes alguna maqueta de inicio, desarrollo y final de un cuento, o nunca sabes lo que va a pasar en una historia, ni hasta dónde puede llegar el comportamiento de algún personaje?

Me trazo una maqueta, pero nunca sé lo que va a pasar ni a dónde puede llegar, no un personaje, sino yo. Me parece en extremo frío concebir una historia y conseguirla, y por ello, absolutamente fascinante.

¿Cuál es tu fórmula para escribir cuentos? Quiero decir, ¿tienes una?

Sí: E=mc².

¿Hay algún horario que prefieras para escribir, o aprovechas el ataque de la musa dónde quiera que estés?

Prefiero las tardes. Si están nubladas y hace frío, mejor. Si la escritura se hace acompañar de un buen café, un buen té, un buen vaso de vino, perfecto. Si lo que escribo me complace, no quedaría nada por pedir. Pero eso casi nunca sucede. Y a mi musa, si es que la tuve, le dio un ataque al corazón hace bastante tiempo. De ahí que escriba cuando pueda, como pueda, donde pueda: en un tren, de camino a una ciudad que no me pertenece, en la sala de espera de un hospital, mientras mi abuelo abre los ojos al mundo, o el mundo le abre los ojos con un bisturí Nº 10, a falta de láser para extirpar la catarata, en un aula, frente a 45 ó 50 estudiantes, siendo observada por 45 ó 50 pares de ojos. En el mientras tanto que nos permite la vida diaria.

¿Podría decirse que mantienes alguna disciplina para la creación?

Las privaciones, más que inconvenientes nos son innatas. Nos privamos de cosas todo el tiempo. Nos sacrificamos por cosas todo el tiempo. Y escribir me gusta. Así que no me arrepiento. Pudiera decirse que soy disciplinada. Como mismo lo sería el heroinómano cuando persigue la dosis que le hace falta para pasar el día. Escribir es mi heroína. Podría considerarse heroico el acto de hacerlo aún en contra de las relaciones sociales y laborales y el resto del tiempo que me queda para compartir. Pero para héroes basta con Batman, Superman, Constantino, y aquellos que la Historia se empeña en clasificar como tales. A mí la Historia me disolverá, como a la heroína en sangre.


¿Por qué le concedes tanta importancia a los títulos?

Titular es un arte y yo no soy artífice; en todo caso, artificio, obra y gracia del Espíritu Santo. Mi madre lleva el nombre de María, que nunca le pusieron, colgado al cuello. De niña me llevaban a inyectar a ese lugar llamado Nazareno, que para mí era un Calvario. Los títulos me cuestan. Digamos que mi necesidad de explicar atenta contra mi poder de síntesis. Muchas veces opto por el paratexto, como si cuento y título estuvieran al mismo nivel y no se supeditara el uno al otro. Otras, tomo de aquí y allá títulos prestados, siempre que me funcionen, y el texto lo agradece, no así yo.

Háblame sobre algunos personajes de tus cuentos o sobre aquellos que sean agradables para ti.

Recuerdo un vago agrado por todos. Un vago odio por todos. Podría hablarte de algunos, pero creo que te aburrirías. Prefiero hablarte de cuando fui asesino, femme fatale, barrendero, asesino otra vez y víctima, a un tiempo, y las aceras parecían infinitas (o lo eran); de cuando me llamaba Tony y me enamoré de un gato muerto que se parecía demasiado a Dios (o lo era); de cuando usaba ese vestido de guinga rosa que me hacía lucir abierta como una sombrilla de siete mil aristas (¿o lo era?); de cuando una niña con muñeca me bailó muy cerca del rostro, como si yo fuera ciega (¿o lo era?); de las veces que he sido un personaje de mi propia ficción (o lo era), para mi propia afición, o lo que fuera.


O mis personajes están muertos, o soy alguien muy retorcido, porque le guardo afecto a mis personajes negativos —cabría mejor decir oscuros (no creo que los personajes tengan carga eléctrica como las baterías). No podría identificar en mis textos quién es el bueno y quién el malo. Supongo que todos son un poco como yo. En ese caso escribir se convertiría en un juego de espejos, donde el héroe y el villano, cuando se enfrenten, terminarán matando al autor.

¿Le das tus textos a alguna persona que tenga opiniones determinantes para ti?

No los doy, me los roban. Digamos que escribo bajo la supervisión de un gran ojo, similar al de Dios, que absorbe las palabras en la medida en que las escribo. Y el ojo ha ido cambiando. El ojo de los padres. El ojo de un amigo. El ojo escritor. El ojo lector. El ojo censor. El ojo editor. El ojo crítico. El ojo propio. Siempre hay alguien velando la escritura. Alguien que evita (re)velarla demasiado. Alguien que no sabe lo que sobra o falta, pero te hace creer que sí. Alguien con una opinión determinante “sobre” mí.

¿Crees que te ha aportado acercarte a algún grupo de escritores, compartir con ellos, introducir tu nueva creación en algún taller, por ejemplo el “Carlos Loveira” que atiende Lorenzo Lunar?


"Escribir es un acto que se consuma en absoluta soledad". La frase se ha convertido en un lugar común—parafraseando un cuento de Lorenzo—, pero no por ello deja de ser cierta. Lo opuesto sería la vida bohemia. Otra vez los extremos. Mientras, el zen recomienda el equilibrio. Y el equilibrio está en un encuentro mensual, o dos, donde exponer unas pocas ideas y escuchar las que los otros tengan que exponer. "Escribir es un vicio". Otro lugar común o frase hecha. Hecha a la medida. El vicio se vuelve enfermedad. La enfermedad necesita tratamiento, rehabilitación. El taller ideal funcionaría entonces como una especie de clínica, o como los encuentros de Alcohólicos Anónimos. Somos escritores AA, alcalinos, recargables. Don’t throw in fire.


¿Qué tan importantes son para tí los criterios de otros escritores amigos, o no tan amigos?

¿Criterio viene de crítica, o al revés? ¿Podría decirse que uno hace al otro? No sé. No tengo edad suficiente para conceptuar. Todavía. Pero en cualquier caso me interesa lo que los "escritores" tengan que decir sobre mi escritura (¿excritura?). Intento sacar provecho de esos criterios y decidir si un texto malo no lo trabajo más y simplemente lo dejo ahí, con su maldad, para que se defienda por sí mismo. Hay dos palabras que pudieran —descontextualizadas—, significar cualquier cosa, pero que definirían mi posición ante la posición ajena para con mis textos: receptiva y abierta (o al revés). 

¿En qué lugar pones la crítica y qué resulta más importante para ti: la opinión de un escritor en ciernes como tú, un consagrado cazador de publicaciones, o un simple lector alejado del mundo de la creación interesado únicamente en saborear historias?


¿La crítica?, en primer lugar, para que los críticos no se molesten, aunque creo que no abundan, y en último, para no molestar a los escritores, que cada vez son más, a juzgar por la cantidad que gradúa el Centro Onelio Jorge Cardoso anualmente. En ese caso, el lector sería el crítico primigenio, en tanto cuenta con aptitud para emitir un juicio sobre lo que consume. El escritor en ciernes, por su parte, estaría permeado por un alto grado de competitividad. Y el cazador de publicaciones consagrado (¿crítico de profesión?) me suena demasiado a perito, y quién sería —entonces— experto en literatura; pero sobre todo: qué es la literatura.


¿Cómo manejas las teorías literarias, supongo en algún momento hojearás tu ejemplar de Los desafíos de la ficción?


Aún no aprendo a manejar. Soy pésima al volante. Y la teoría literaria es como un autobús lleno de gente. Habría que estar pendiente a todo, de cada señal, de cada cambio de luces, y bajo esa presión no hay quien maneje, solo los expertos (¿peritos?). Los Desafíos de la Ficción me los leí antes de pasar por el taller del Centro Onelio, gracias a la generosidad de una amiga. Luego lo guardé en mi librero, con una advertencia: cuidado, no lo intentes en casa. Y, si me permites, podría compartir contigo una máxima que me ha funcionado bastante bien hasta la fecha: a la teoría hay que tomársela muy en serio para poder escribir, y luego dejar de tomársela tan en serio para poder escribir.

La literatura escrita por los jóvenes de hoy está más hambrienta de la categoría de premiado que interesada por la culminación más lograda de sus obras, ¿clasificas también dentro de esta premisa?

No.


¿Crees en la veracidad de los premios; haberlos ganado te da confianza en tu pluma, te hace creerte cosas, o son un punto de partida?


Emile Cioran no envió obra alguna a concurso, murió con sed de belleza, tras una vida de gaceta, de gacetilla, de folletín rosa; no conoció a Carpentier, a pesar de haber vivido en Francia muchos años; no estuvo presente en ninguna fundación de la ciudad. Cioran, rumano (degeneración de romano), dijo: "siempre viví entre contradicciones y nunca sufrí por ello". Los premios son una novela de Cortázar y también esa contradicción que Cioran no sufrió, como tampoco yo. Por supuesto que son veraces (hay cifras contantes y sonantes que lo demuestran), como mismo es veraz la ficción. Merece un premio tanta veracidad. Pero el dinero no trae la seguridad a una pluma de por sí segura de que lo que escriba nunca será definitorio o absoluto.


Ganar algunos premios, por lo general, te convierte en jurado de sucesivos concursos, ¿cómo es esa Anisley, defensora de sus gustos estéticos y temáticos, o de la buena creación?


Difícil (la pregunta). Cuando te enfrentas a un buen número de textos y debes seleccionar uno, o unos pocos, los conceptos de buena y mala literatura dejan de ser una cuestión subjetiva para convertirse en sinónimos. Lo cual indica que no debe uno fiarse de ellos, sino ir más fondo, a la intención de los textos ―si se puede―, a aquello que nos tengan que decir; ser el soporte mismo donde se pauta la palabra: piedra, papel, página virtual. A la hora de evaluar un texto más que censor, soy lector.


¿Te identificas con el realismo,  el absurdo, o el existencialismo?

Con alguno me tengo que identificar, qué opción me dejas. El realismo y lo fantástico están tan distantes entre sí que casi se tocan las espaldas. Además, no hay tendencia literaria pura; como mismo no hay artista puro. La pureza sigue siendo un mito. "La pureza de los clérigos/ la pureza de los académicos…/ la pureza de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro para saber qué cosa es la pureza"  —dejó dicho Guillén en un poema, quizás el único de su pluma que me gusta, quizás porque no hay que abrir muralla alguna, quizás porque ya fue derribada la muralla, quizás porque me recuerda a Berlín, quizás porque nunca he estado allí. Digo que yo no soy una mujer pura. Lo juro. Qué más. Me identifico con todos, pero no practico ninguno. Al menos no a conciencia, no del todo. Como mismo me identifico con Dios sin atenerme/someterme a ninguna religión.


¿Qué opinas de la censura que defiende la narrativa limpia de malas palabras, sin divergencias políticas, ni sexo, ni violencia, ni lenguaje de adultos?

Que es demasiado aséptica para mi gusto.


¿Lees algún género literario en específico?


Leo. No decanto. No discrimino. Me interesa la escritura como acto violento. Escribir es violentar; leer, ser violentado, violado, penetrado por el otro. Jurídicamente hablando, cuando hay placer en la víctima no hay violación. Leo entonces desde el displacer, desde la resistencia. Me resisto a ser convencida. Como lectora soy exigente y exigua. Implacable desde mi infinita pequeñez. Como escritora (¿excritora?), el tiempo lo dirá.


¿Alguna influencia?


Mi influencia es la afluencia. El espacio donde confluyen estéticas e historias, retórica y didáctica, juego y jugo. Mencionar nombres, movimientos o escuelas sería un ejercicio estéril. Pero no podrían faltar en la lista ejemplificativa: Ray Bradbury, Charles Bukowski, Carson McCullers, Ena Lucía Portela, Hemingway, Pedro Juan Gutiérrez, Raymond Chandler. Aunque yo no los vea por ninguna parte en mi escritura. De hecho, lo que escribo es bastante personal —lo cual no significa autobiográfico—, y por tanto, desmarcado de todo lo que no sea experiencia vital. Claro, que dentro de mi experiencia vital ha estado el leer algún que otro libro, preferir algún que otro estilo. No deberíamos confundir preferencias con influencias. A fin de cuentas, lo que consumes no te define; porque de ser así, ya nos hubieran salido escamas por comer pescado y, que conste, esto es solo una metáfora.

¿Seguirás escribiendo sobre las mismas temáticas, tienes proyectos para contarles a los jóvenes o a los niños lo que interpretas desde sus perspectivas?


Cada libro niega el anterior, y el anterior me niega a mí. No tengo en planes contar nada. En cuestiones de escritura suelo ser egoísta e ignorante. Escribo para mí sin saber lo que escribo, sin importarme. Si los niños me leen, bien; si los jóvenes, las mujeres embarazadas, los ancianos, igual; si todos a la vez, ¡viva!; si ninguno, no importa, me tengo a mí. Para explicarte mejor, hago mías las palabras de un amigo que me dio en respuesta a una pregunta parecida: No pienso ya en términos de tema. Yo añado: Nunca he pensado en términos de tema. He escrito y escribo sin otro propósito que no sea el exorcismo, y mis demonios no están clasificados.


Mi creación se interesa por el género texto. Sea lo que sea que esto signifique. Por jugar con las palabras y su significado. Que el ejercicio lúdico devenga estética de la reiteración. Me repito, me multiplico, me clono. Extrapolo frases, imágenes, personajes a otros ámbitos, donde son los mismos (o lo mismo) y a la vez otros. Ensayo lo que me gusta llamar teoría del destierro, intentando demostrar que para la palabra no existe el término pertenecer. La palabra no tiene patria. Nada existe que la ate a un texto en específico. Por lo que esa deslocalización, esa fragmentación de una frase, una imagen, un personaje, contribuiría a la idea de universo, de cosmos. Como mismo hubo un Big Bang, o al menos eso dicen.

¿Ser abogada y profesora universitaria de la carrera de Derecho, limita o estimula tu creación?

Ni me limita ni me estimula, me condiciona la escritura. Y ya sabemos qué quiere decir condicionar. Lo mismo ayer que en el futuro. A propósito, olvidaste preguntarme por el futuro. ¿Eludes las preguntas tradicionales, o es idea mía? Mejor. Del futuro no tengo nada que decir.

Del futuro no tiene nada que decir. Por el momento será respetado su secreto. Luego veremos, ¿indiferente o profeta? La genialidad es amiga de los antagonismos. Para los científicos es aceptable que lo nuevo niegue lo viejo. En asuntos de literatura, no siempre es así. La arena ya ha comenzado a llenar el cristal, tras el cúmulo quedará la respuesta.
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Para leer sobre la autora:

Diez cajas de fósforos






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Portada de otros  libros:
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Sueños morados sueños rojos
ISBN: 978-959-229-123-2
Autor: Anisley Negrin Ruiz
Año de publicación: 2008
Colección: Ábrego
Editorial: Sed de Belleza
Género literario: Cuento

Reseña: Espejos del alma, puertas de acceso y de evasión, fuentes de luz o agujeros negros son los ojos. Manera engañosa de hacer lo corpóreo subjetivo, de asimilar la realidad y hacerla otra en nuestra mente. Los personajes de estos cuentos parecen mirar la existencia a través de un prisma individual que la bifurca en misteriosas facetas como la luz blanca en el espectro. La autora se desdobla y experimenta sus angustias; escarba en sus fobias; transgrede lo real o cuestiona lo onírico; legitima el absurdo. Nada escapa a su mirar intranquilo del que también somos partícipes. Por sus ojos nos embargan al unísono la vida y la muerte, la perplejidad ante su oscura semejanza.
La joven y talentosa narradora Anisley Negrín presentará sendos libros de cuentos. Diez cajas de fósforo, Premio David en el 2009 y que ha salido bajo el sello editorial UNION y Sueños morados/sueños rojos, una redición de la colección La puerta de papel, del Instituto del Libro.
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Datos:

Anisley Negrín: (Santa Clara, 1991) Licenciada en derecho. Graduada  del centro de formación  Onelio Jorge Cardoso. Premio Nacional de narrativa Monorosa 2006. Premio de cuento Fotuto 2006. Premios Minicuentos La casa tomada 2007. Temporada de patos  Premio Alacorta 2007.
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