sábado, 16 de octubre de 2010

La hoja sobre la cual se escribe la marca*



Por José Luis Santos Muñoz





Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
J. Martí








A Lourdes Gil infinitamente

I


Porque no espero regresar, porque nadie regresa ni puede ya decir New York, New York con la voz de Sinatra excavando en el oro, sino con los exordios del marino que adelanta sus manos al naufragio. Porque todos perdieron su navío, su pronunciamiento de sal en la bitácora. Todos su tren del siglo XIX reanimado con piedra y desatino, dramaturgias leves que lo harían un tren del XX, del XXI o simplemente un tren que deja sus excoriaciones en el recurso poético. Un tren: pasajeros y paisajes que no se pertenecen uno al otro, es decir, volitivo. Porque todos éramos pasajeros con un boceto del regreso a cuestas, conversaciones en una esquina de Alejandría que tornáronse rompibles, asordinadas casi. Mal boceto del regreso a cuestas, dicho sea de paso. Manos que agitarían un pañuelo como en la realidad que Dios sufraga en una postal. Quien habría de olvidar los gestos asimétricos, la pose de animal adolorido, señales que el guijarro archiva con presumible sintaxis de obituario (no porque la Pizarnik lo infiera la rosa será menos visible que la espina). Pañuelo dispuesto a hurgar en el aire, pequeñas extrapolaciones del sollozo que la tela soporta o evapora, esa clase de leitmotiv ya agotado. Agotado por Rimbaud, Baudelaire. Por mis hijos que no saben quien es Rimbaud ni quien Baudelaire. Que no saben como han de bregar aquellos por las imágenes que prefiguran sus juguetes en el minuto previo al desaliño. Juguetes-islas, fragilidad nunca antes ponderada.

II
Trenes a Kuala Lumpur/Wyoming/Copenhage/New Jersey/Sagua la Grande. En todos estuve, aciago e imperceptible como si abordara un tren de película silente o un tren que no existe digamos. Cierto: llegaría primero el Duke Hernández corriendo de home hacia sí mismo que estos trenes a su destino de ciudad erigida de curvatura a curvatura. Las ventanillas como agujeros de Reading por donde las ratas se asoman al infinito. Las ratas y su empeño en no parecer una invención de Warhol sobre mis papeles. En todos dijeron: es el mujik que ya no respira a través del símbolo, el que se bifurca: de un lado el tokonoma, del otro, partes insólitas del país que no caben en el tokonoma, así sea en forma de astillas. En todos estas esquirlas de mí que me apresuro a juntar sobre el agua, estas exánimes pertenencias que no compensa el poema y su cuerpo de letras parpadeantes, estos ojos de muchacho finisecular que imploraban un respiro en el atisbo del guardia (un respiro o menos todavía: un no-respiro). Mujeres que solo pudieran dar al sujeto lírico un impulso de cerveza triste me acompañaron. Acompañaban a un estado febril, a lo que tú seguramente llamarías un arañazo en la pared. En todos la tartamudez de un andén, una madre que despide a su hijo en código Morse, mundo de rayas y puntos que nadie salvo Dios entiende. Quien pudiera a la cuenta de tres, intervenir con un símil sus pensamientos, hermosearle el vestido y la fijación de sus tardes al ladrillo inhóspito. Quien.
En todos no smoking, no sufrir por un asunto llamado la lejanía, el estropicio o algo «que la herida permuta por sus cicatrices». No parecer un personaje de Spoon River Anthology que saca fotos de héroes transitorios, minúsculos al cambiar de ciclo la luna, perdonable pasatiempo de turista sin bufanda. Oh trenes de los que solo pudiera escindirme convirtiéndome en sus propios rieles; me dejaron la duda, del diamante la estría y lo que supura. ¿Levitar era doblegarse ante peces, árboles y aves que ni al calco reproducir pudiese, impensables desde horizonte parecido a camisas que por remiendo llevamos al sastre? ¿Regresar es no ser más el catador de migajas que solo confundir con la bonanza, esa rústica certidumbre de llevar a casa signos de harina elemental? Acaso volver a donde nunca se estuvo sino por inercia o ingravidez, leyes físicas que pasados los veinte años se olvidan con facilidad que causa estrépito.

III
Porque no espero regresar, dijiste, dije, dijeron. Eran - supongo - las voces que del risco no escogieron su mitad ni del mar la nota que más desafina el azul. Mar, risco, insípidas dualidades que una lágrima sobrepasa en tamaño y desplazamiento. Cierto: en la lágrima fijo el domicilio, remuevo la tierra para plantar el almendro que esparcirá sombras o quizás no. De todos modos, dijiste, dije, dijeron, vendrá el recaudador de impuestos con sus inabarcables ojos plomizos. De todos modos vendrá el cierzo, será invierno y los amantes invocarán asuntos más volátiles que la patria o el ser. Eran - supongo - las voces que la nieve se ocupaba de rebanar. Grandes o pequeñas rebanadas de sílabas agridulces. Grandes o pequeños territorios de vikingos que estrictas nieves demarcaban: aquí las inflexiones que cuantifican el bajo cero, allí la añoranza en el tránsito de estilete a referente. Aquí los que se dejaron seducir por su dictadura de copos oleaginosos. Allí los que contentáronse con una nieve a deshora, tímida, incrédula, percibida de lejos como en un film que relataba endebles asuntos de Rusia. Y claro, también de triviales nieves se fabrica una pose, un desgarramiento mínimo. Nunca he sabido porque la nieve hace de nuestros asuntos un himnario, para luego ceder su mejor estrofa al verano.

IV
Porque no existe la palabra regreso. Apenas la mitad del sinónimo pude retirar del escalpelo. Ve mis manos y convéncete de «su parecido a un acordeón que viniese de un naufragio». Dios, que insulto es ver rapada la buganvilia mientras preguntamos cosas a los hombres que inventariaron cada palabra. Porque alguien dijo «reloj detén tu camino» y todos pensaron en un tiempo que no excede los fragmentos que la dialéctica ha de barruntar. Todos en el ridículo minuto que un Poljot dramatiza, jamás en el prontuario de un tiempo que se remonta al sufrir de una casa sujetada con alambres a un destino de orillas. Porque caminé sobre erizos y turistas atolondrados en busca de la palabra regreso y no me fue mejor que a Alfonsina en su cataclismo. Y busqué y busqué en las paredes donde se juntan los mayores desatinos: corazón de fulano hecho añicos por causa de mengana, como en una melodía donde hasta la vida sin nenúfares ni ungüentos es posible, como algo que Dios ni los hermeneutas pueden transferir al idioma de mis hijos. Como si un corazón solo se despedazara en la metáfora que lo atasca. Y le pregunté a L. Gil que a su vez preguntó a L. Cabrera, que su vez preguntó a J. Martí que a su vez preguntó a C. Casey, y todos dijeron al unísono: es como buscar las palabras últimas que se dijeron Héctor y Andrómaca; al fin y al cabo los contextos no distorsionan la herida, el agua salada de estribor hacia los ojos o viceversa. Encerrado en el «no espero regresar», igual que mi padre en el menoscabo del verbo amar, así debieran recordarme.


poema inédito de José Luis Santos Muñoz
8 de septiembre de 2009
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Datos del autor:


José Luís Santos Muñoz (Santa Lugarda, 1968) Poeta y narrador. Ha publicado los libros Escaleras al cielo, Ediciones Sed de Belleza, 2004, y Mónologo de Jean Basquiat, Ediciones Capiro, 2005. Ha obtenido mención y primera mención respectivamente en los concursos David y Eliseo Diego (2001) y los premios provinciales de cuento Enrique Labrador Ruiz (2004) y Onelio Jorge Cardoso (2000 y 2005); finalista en los premios La Gaceta de Cuba y Ser en el tiempo. Antologado en Tercer libro de Celestino, Ediciones Holguín, 2003




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2 comentarios:

I. Hernández dijo...

este poema inédito de José Luis Santos Muñoz está genial...

Escombros Hablaneros dijo...

Juanca, gracias por darlo a conocer es un excelente poema.