Advertido por la contracubierta
del libro En busca de piernas blancas de Jorge Luis Rodríguez, donde Ernesto
Peña nos interroga y responde para provocarnos su lectura, entre otras cosas y
cito: Y quien pensara que el autor falta a la “verdad histórica” a favor de la
emoción épica, debería recordar las palabras de Herodoto en elogio a
Homero:“que no es poeta quien no sabe fingir”. Advertido, pude entrar y he
imaginado cosas:
Un libro donde las respuestas a
hechos que no son vistos desde la fidelidad a la historia misma, lo que pudo
ser mejor desde la fabulación sobre lo que se supone ha sido, narraciones
creíbles que si mienten son funciones para un lector que queda atrapado y se
trata mucho de ir a un tiempo al que no sabemos bien, si verdaderamente ahora
se ha vuelto, o si por allí fuimos. Lo cierto, narrado con una sagacidad para
hacer que entremos a esa maquina atemporal donde personajes y situaciones nos
permiten ser también unos cómplices muy ensimismados en ese logro del autor,
donde uno cree en la lectura desde la posible idea de que las cosas pudieron
suceder realmente como se fábula, al menos crea un paralelo sobre lo que
finalmente nos hace reflexionar, un gusto por pensar en ello como una
posibilidad finalmente vivida.
Sin dudas diez narraciones donde
el autor deja claro su dominio de constructor de tramas que no pueden ser
desapercibidas por la abundancia de publicaciones y porque una y otra vez,
algunos quieren repetirnos historias apenas dispuestas sobre libros de textos,
lo cierto que Jorge Luis ha dado pasos agigantados en este caso, y toma un
rumbo contrario, a veces importa mucho que nos cubran con esa magia de
contarnos cosas que quizás lo menos importante, es saber si pertenecen a alguna
realidad concreta, o si desde esa realidad las cosas que puedan dar otras
lecturas, cobran su importante lugar en la historia que fue, mejor es pensar
que la búsqueda no es finita, las historias bien contadas nos responden cosas
desde otra reinvención que siempre supera a la que nos dijeron, no es la
imaginada.
Lo siento en el aire y Ud.,
imagine desde ahora que su propia vida pude ser otra, o que es un reflejo
futuro de lo que se supone ha dado el pasar por ella sin pretender que todo con
exactitud es un sueño.
Juan C Recio, NY, Febrero 17 del 2012
EN BUSCA DE PIERNAS BLANCAS
Siguieron hablando de guerras, de
muchas anécdotas y del asco de los partidos de ahora, del bochorno de ese José
Miguel Gómez, que Menocal lo resolvería todo cuando llegara, y nuestra zona,
miró a Basterrechea con orgullo, será expandida hasta lo increíble, abrió las
manos y posó la derecha en tu hombro. Era una invitación al partido, a su grupo
de guayabitos, al barrio de San Isidro, a donde la Petite Berthe, y aceptaste.
Ya eras parte de ellos y lo fuiste hasta que lo mataron. Era otro comienzo, y
de premio las piernas blancas siempre a tu disposición, la garganta húmeda como
un pozo sin fondo: ¿Con pegrrito o sin pegrrito? Con esa pregunta bajaba el
aluvión por tus piernas. Has tenido muchas mujeres: negras, blancas, mulatas,
chinas de un solo ojo, indefinidas por la costra de churre de varios días de
campaña y algunas obligadas, son las más sabrosas, esas que se retuercen en los
brazos o en las piernas las más fieras... Sientes arrepentimiento y llevas el revólver
a la sien. Deseas apretar el gatillo, recorres el guardapolvo, una y otra vez,
con solo bajar el dedo sería problema resuelto. Pero no. Lo retiras agotado por
levantarlo tantas veces y sientes el sudor en la nuca con olor a monte y a
hembra. Aún guardas el olor de la blanca de Mal Tiempo, qué hembra aquella,
piensas. Su resistencia con el español aquel y los gritos de rabia por no poder
zafarse del soldado, los arañazos que viste en el cuerpo tieso cuando acabaron
y fueron descubiertos por Quintín. Ella se te dio por agradecimiento, al
principio con recelo, como las batallas que se empiezan y se tiene miedo por
inferioridad numérica o de pertrechos, se te dio aún con el cañoneo por encima
de su cabeza y los trotes de caballos desbocados; todavía sientes su olor a
monte en la nuca, olor a ceiba florecida, al algodón pulposo de la ceiba, y
descubres que nunca le has preguntado a las putas de San Isidro si el algodón
que usan es de ceiba. Con las francesas no has sentido el olor, pero te has
sentido distinto, con solo decir: ¿Con pegrrito o sin pegrrito? Sus silabeos de
erres sueltas, de sinsontes libres en tu oído; los ojos verdes, azules,
violetas y los negros noche de la Petite Berthe, con su nacimiento de senos
lechosos por debajo del encaje rosado. El revólver se levanta en tus piernas
con la erección. Eres un perdido, hasta en esta hora te hombreas con el
recuerdo de putas.
Es un trabajo fácil, fácil para
ti que has guerreado y ríe Yarini, Basterrechea lo secunda, tienes tres tragos
y todo te da igual, ríes también. Tendrás los gustos copados y las hembras (las
mejores hembras de La Habana, por cierto) a tus pies, afirma Pepito
Basterrechea y ríe, ahora Yarini lo secunda; parecen hermanos, jimaguas
hermanados por la bragueta y asientes sin pensarlo, sin importarte que tengas
que matar gente que no conoces, que nunca conocerás. Pero no piensas, es mejor
no pensar y dejar las cosas a esa altura. Les estrechas las manos y toman rumbo
a San Isidro, el barrio de la tolerancia, donde todo se puede y Yarini lo va
mostrando distinto a tus ojos como algo particular, como se muestra un traje en
el armario; él va mostrando las putas, sus cualidades, sus piernas, les da
cachetadas de cariño, algo duras a tu parecer, los lunares naturales de alguna;
sientes tus ojos ávidos de ellos y de esa piel blanca y te susurra al oído cómo
les gusta a cada una que se lo hagan, ellas ríen y saludan a la muchedumbre que
los persigue, no habías vuelto a ver tanto deleite por un hombre, desde que
entró Máximo Gómez, con la diferencia de que aquel era un héroe escuálido y
Yarini un chulo joven, un guayabito de alcurnia. Aceptas y esa misma noche
oficias al primero, un militar de artillería que se ha negado constantemente a
pagar sus noches. Es una muerte fácil, de sólo hundir el puñal en el abdomen, y
te marchas de la callejuela a darte unos largos ginebrazos. Deambulas por las
calles, como harás de ahí en lo adelante hasta altas horas de la noche, por
frente a los nuevos dueños, a los palacetes que se construyen como panales de
avispas y te muerdes la boca todas las noches al verlos ostentar la libertad
que a tanta gente desangró en el pasado. Recuerdas la primera carga al machete
en que participaste, sentiste miedo pero sabías a dónde ibas y fuiste con los
ojos cerrados a enfrentarte a la muerte, eras un simple esclavo escapado del
ingenio Santa Rita, cómodo en el inicio de la lucha, sintiéndote ilustre por
los recibimientos apasionantes en los puebluchos, era ese ser querido, aceptado
por la gente, el que te motivó a luchar y llegar hasta coronel cortando cabezas
hasta más no poder; como ahora ser querido por todas estas putas y este partido
no menos puta. Aunque sea olvidando el prestigio regio, la galanura del paso,
las leyes de la hombría que creías salvaguardar después de la muerte de Quintín
y que lograron alcanzar a filo de machete y que crees reconquistar con un puñal
ahora. El revólver es un temblor y oscila entre leves movimientos de izquierda
y derecha, tus ojos lo siguen y crees ver la cara de espanto del segundo,
tuviste que tomar varios ginebrazos para darte valor y oficiarlo desprevenido.
Con los otros después no sentiste nada, solamente hundir el puñal hasta el cabo
y cambiar la vista de la cara, para no perder el valor. Se había regado tu
nombre de guerrero fogoso, reconquistó su lugar y te recordaban junto al otro
negro de fuego, ahora agregaban las putas el renombre de macho templón y por lo
bajo el de puñalero entre vendedores de baratijas y pequeños negocios que
cambiaban la acera para saludarte con una leve inclinación del sombrero. Los
chulos franceses cambiaban de calle pero en sentido contrario; no por miedo,
que estabas seguro que no le temían a nada, sólo estaban acéfalos y esperaban
un mejor momento para actuar, cuando llegara el famoso Louis Letot. También lo
aguardabas dándote a la Petite Berthe, que Yarini te ofreció como obsequio por
la fama; que ya llegaba a palacio su reputación como dueño absoluto de San
Isidro. Se alababa tu nombre en el pueblo y en las filas de los veteranos,
divididas, unos envidiaban tu posición y otros enlodaban tu nombre a diestra y
siniestra, hasta te gritaron desde una volanta, a todo pulmón, que eras un
bochorno y siguieron a un paso agitado por la calle, no les ibas a contestar
nada, te recostaste a un poste, querías irte, quizás a Costa Rica, junto a los
cubanos que no quisieron volver con Maceo para una guerra incierta, llena de
palabras y abalorios. Irte, comenzar de nuevo, pero desististe, todo sería
igual, la misma porquería. Dejas en la silla el revólver, vas hasta la tinaja y
sacas un poco de agua que echas en la jofaina. Humedeces una tela y recorres el
cuello varias veces. Miras la bandera de Céspedes, el primer blanco que hizo
algo de verdad por nosotros. Te sientas afuera, el clamor de los pregoneros se
mantiene inalterable a pesar de estar oscureciendo y el barrio de San Isidro no
tener dueño. La Petite Berthe está muerta, también Letot, y Yarini; Pepito
Basterrechea mató a Letot, cuando éste mataba a Yarini, y ahora está preso. Se
ha dado un entierro por Yarini que ha conmovido hasta a los espíritus más
puritanos. Yarini era Cuba, porque era mierda. Murió en manos de un extranjero
de su misma estirpe como hemos muerto en manos de otro sin saberlo; a traición
con un recadito de puta, con una asistencia de un barrio de tolerancia.
Levantas el revólver y lo llevas a la sien, lo bajas al cuello con un gesto de
pesar hasta la cicatriz que semeja un surco de caña, igual a los de Santa Rita,
largo y doloroso. Después lo bajas con resignación, no tienes cojones para
matarte, lo sabes. Lloras unas lágrimas redondas que se enmarañan en la barba,
se enroscan y van desapareciendo en el pelambre canoso y sucio del tabaco, en
lo ceniciento de las cerdas como te dijo Maceo una vez: Limpie esas cerdas, que
los negros también lucimos.
Ya es de noche. Desististe hace
rato de matarte, no eres hombre para eso, te falta valor, nunca serás Céspedes.
Sales a la calle y deambulas; el revólver en el cinto del uniforme intachable,
salvo los grados, que no quieres usar otros de tienda, sino los de campaña.
Caminas y caminas de un lado para otro sin intentar adentrarte en una taberna.
La noche y La Habana están cerradas, muchas patrullas de policías y artilleros
de a dos, de a tres los más, te miran intrigados, vas pulcro como hace tiempo
no andas y sólo miras La Habana; no la imaginabas así, solitaria y bochornosa.
Una volanta pasa veloz y el caballo deja caer sus mierdas a tu lado como en
esas escenas móviles de los teatros que tanto están de moda. Vas directo a una
patrulla de artilleros y abres fuego sin pensarlo, sin importarte que no le
apuntes a ellos sino a la vieja muralla, la vieja división de la ciudad.
Disparas con los ojos cerrados, porque no has sido hombre y no irás con el otro
negro de fuego, sino con la turba de piernas blancas y gargantas húmedas.
Sientes los gritos, los pasos, imaginas las piernas como cascos de caballos en
tropel y los fogonazos de la patrulla dan en tu pecho, te flexionan las
rodillas, pero ya nada sientes y sólo ves estrellas en tu cabeza, tres
estrellas refulgentes que se desvanecen al abrir los ojos cuando caes y te
socorren en dirección al hospital más cercano, donde las putas reposan sus
sífilis y las demás inmundicias del cuerpo y del alma.
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Datos del autor:
De pie Jorge Luis Rodríguez Reyes, en el lanzamiento de mi libro.
Nació en
Trinidad, Sancti Spíritus, Cuba
en el año 1980. Es Licenciado en Humanidades. Profesor adjunto en el ISP Félix Varela. Imparte Literatura Universal en la Facultad de Humanidades. Miembro de la AHS y egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido el Premio Nacional de Talleres Literarios. El Premio Nacional Fotuto de Narrativa, El Premio Nacional Fotuto de Narrativa, Comarcal ,,, . Mención en el Premio Nacional Hemingway, 2006. Sello Editorial Sed de Belleza, gracias a este tiene publicado el libro: En Busca de Piernas Blancas. Ha publicado en El Caiman Barbudo y otras revistas cubanas.
1 comentario:
un relato de excelencia... !!!
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