El submarino amarillo* (Lennon-McCartney)
En el pueblo donde nací
vivía un hombre que navegó por el mar,
y nos hablaba de su vida
en la tierra de los submarinos.
Entonces, navegábamos hacia el sol
hasta que encontrábamos el mar verde,
y vivíamos bajo las olas
en nuestro submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Y nuestros amigos están todos a bordo;
la mayor parte de ellos viven en la puerta de al lado.
Y la banda comienza a tocar.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Foto tomada del blog editpar.com
(¡A toda máquina, Sr. Boatswain, a toda máquina!)
(¡A toda máquina, Señor!)
(¡A sus puestos! ¡A sus puestos!)
(Sí, Señor, sí.)
(¡Capitán! ¡Capitán!)
Llevamos una vida descansada,
y cada uno tiene todo lo que necesita:
cielo azul y mar verde,
en nuestro submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Todos nosotros vivimos en un submarino amarillo,
submarino amarillo, submarino amarillo.
Traducción de Agustín Sánchez y Peter Bryan extraída del libro Los Beatles de Alain Dister (1973) y ampliada con el subtitulado de la película Yellow Submarine (1999). Tomado de:http://www.losescarabajos.es/repertorio/yellowsu.htm
MAGNETIC RESONANCE( EG, PROTON)
Nunca he estado en un submarino, ni siquiera Amarillo, pero hace unos días tuve que introducirme en una máquina para revisar mi hombro izquierdo, y por alguna extraña razón, pensé que el ruido de martillo constante sobre mi cabeza, mi boca pegada al techo de la capsula, el entumecimiento por la postura rígida, todo parecía un viaje en un submarino ruso, (según lecturas hechas) de aquellos que alguna vez merodearon las costas del caribe. Pero, necesitaba salir mentalmente de ese trauma que me produce el encierro, escapar de nuevo hacia otros aires, otros mundos menos circulares como aquellas ruinas dejadas en la aventura y el orden de trasgredir lo permitido, la ley impuesta sin otra respuesta que esa sensación de ruina por todas partes. Esa sensación de pertenencia cercana a la desgracia que nunca deja de estar dentro, por mucha felicidad que enarbole la nueva vida, por muchas lenguas que adquirimos y por mucho deseo, no nombrado, de dejar de mirar atrás para estar seguros, que ninguna oscuridad nos sigue.
Entonces apelé a aquella lectura de Santa Teresa de Jesús cuando se encuentra con Dios, bajo un árbol donde descansaba, cuando lo siente en forma de ángel desde una realidad o sueño que le permite viajar hacia esa claridad que solo Dios proyecta. Como no soy el aparecido de esa santa, y porque mi generación aprendió a morir y vivir sobre la línea del asfalto como un canto heavy metal, a veces, indescifrable al dogma, no pude viajar, sentí que los veintiséis minutos del examen, eran como una gota de agua y el sonido de un radio en la lejanía, detrás de muchas paredes tapiadas, y nunca imaginé, que esas postales supuestamente superadas de aquella existencia de cautivo y poeta, de aquellos días siempre sobre un aro de fuego, volvería a quemarme con una inquietud de quien puede reconocer el poder de Dios, en ese regreso al polvo, en ese segundo donde aquí no estamos más para contarlo.
Sólo una idea, como una balsa a la deriva, como un niño salvado por muchos delfines pudo calmarme; respiré profundo, me dije que no sabía odiar porque tampoco sabía perdonarme, me dije que la violencia, los atrincheramientos y la pólvora, eran solo una identidad de paso, un tiempo difícil y bello para aprender antes que se abra un surco en el mar y los muertos, -nuestros muertos-, regresen, con lumbre a reconstruir, la única gloria que no se puede ver en el fondo del mar, ni es tampoco una única opción, ni es una forma suicida de entendernos; esa gloria, viene de no olvidar, de no dejarlos, -a quienes se quedaron- en esa tierra de olvido que a veces con la comodidad y el tiempo, vemos borroso, como si el nacer en un lugar, aunque se viva mejor en otro, no nos concediera suficiente bondad para llamarnos patria, como si mirar al otro, no fuera entender ese destino que ningún victimario puede llevarse a bolina de nuestra vida, la real, la de abajo, la que es como la hierba que crece sobre el piso de tablas de un viejo edificio de madera, y se da el lujo de nacer de ahí, algunas flores: puede que blancas, o amarillas, que mas da, es una señal desde cualquier cielo, una forma de que estiremos un poco los dedos para alcanzar, lo inalcanzable, de vestirnos con la mezcla de todo lo que somos, para que nadie quede fuera, y cuando se abra está máquina de ruidos, donde nos metieron, después de responder las gracias y mirar aliviado, asirnos a la oportunidad de seguir aquí, de reencontrarnos con los amigos: que si están vivos, ya eso se perdona, de saber que a pesar del miedo y del dolor, también nosotros podemos tener las almas, desaforadamente blancas.
Nunca he estado en un submarino, ni siquiera Amarillo, pero hace unos días tuve que introducirme en una máquina para revisar mi hombro izquierdo, y por alguna extraña razón, pensé que el ruido de martillo constante sobre mi cabeza, mi boca pegada al techo de la capsula, el entumecimiento por la postura rígida, todo parecía un viaje en un submarino ruso, (según lecturas hechas) de aquellos que alguna vez merodearon las costas del caribe. Pero, necesitaba salir mentalmente de ese trauma que me produce el encierro, escapar de nuevo hacia otros aires, otros mundos menos circulares como aquellas ruinas dejadas en la aventura y el orden de trasgredir lo permitido, la ley impuesta sin otra respuesta que esa sensación de ruina por todas partes. Esa sensación de pertenencia cercana a la desgracia que nunca deja de estar dentro, por mucha felicidad que enarbole la nueva vida, por muchas lenguas que adquirimos y por mucho deseo, no nombrado, de dejar de mirar atrás para estar seguros, que ninguna oscuridad nos sigue.
Entonces apelé a aquella lectura de Santa Teresa de Jesús cuando se encuentra con Dios, bajo un árbol donde descansaba, cuando lo siente en forma de ángel desde una realidad o sueño que le permite viajar hacia esa claridad que solo Dios proyecta. Como no soy el aparecido de esa santa, y porque mi generación aprendió a morir y vivir sobre la línea del asfalto como un canto heavy metal, a veces, indescifrable al dogma, no pude viajar, sentí que los veintiséis minutos del examen, eran como una gota de agua y el sonido de un radio en la lejanía, detrás de muchas paredes tapiadas, y nunca imaginé, que esas postales supuestamente superadas de aquella existencia de cautivo y poeta, de aquellos días siempre sobre un aro de fuego, volvería a quemarme con una inquietud de quien puede reconocer el poder de Dios, en ese regreso al polvo, en ese segundo donde aquí no estamos más para contarlo.
Sólo una idea, como una balsa a la deriva, como un niño salvado por muchos delfines pudo calmarme; respiré profundo, me dije que no sabía odiar porque tampoco sabía perdonarme, me dije que la violencia, los atrincheramientos y la pólvora, eran solo una identidad de paso, un tiempo difícil y bello para aprender antes que se abra un surco en el mar y los muertos, -nuestros muertos-, regresen, con lumbre a reconstruir, la única gloria que no se puede ver en el fondo del mar, ni es tampoco una única opción, ni es una forma suicida de entendernos; esa gloria, viene de no olvidar, de no dejarlos, -a quienes se quedaron- en esa tierra de olvido que a veces con la comodidad y el tiempo, vemos borroso, como si el nacer en un lugar, aunque se viva mejor en otro, no nos concediera suficiente bondad para llamarnos patria, como si mirar al otro, no fuera entender ese destino que ningún victimario puede llevarse a bolina de nuestra vida, la real, la de abajo, la que es como la hierba que crece sobre el piso de tablas de un viejo edificio de madera, y se da el lujo de nacer de ahí, algunas flores: puede que blancas, o amarillas, que mas da, es una señal desde cualquier cielo, una forma de que estiremos un poco los dedos para alcanzar, lo inalcanzable, de vestirnos con la mezcla de todo lo que somos, para que nadie quede fuera, y cuando se abra está máquina de ruidos, donde nos metieron, después de responder las gracias y mirar aliviado, asirnos a la oportunidad de seguir aquí, de reencontrarnos con los amigos: que si están vivos, ya eso se perdona, de saber que a pesar del miedo y del dolor, también nosotros podemos tener las almas, desaforadamente blancas.
Juan Carlos Recio
NY/ Abril 9 del 2010.
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Más sobre la idea de submarinos amarillos:
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2 comentarios:
Que bello esto, que bello, gracias por este post
Esa canción y tu texto, hermoso regalo.
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