Pedro Osés
Cuentos de guajiros para pasar la noche, es una solución necesaria para una drama que en este caso no debe acabarse. Darle contuinidad a la tradición oral de nuestros campesinos. Existió un prodigioso Samuel Feijóo y ahora anda vivo y coleando René Batista, el compilador que ha tenido la persistencia y el amor porque la memoria folclórica no muera. Hay muchísimas razones para promover la lectura y la reedición de este libro, yo sólo voy a aportar mi grano de verdad como lector. El pasado año en un viaje a Cuba, René Batista me regaló y firmó un ejemplar, y mientras lo leía en casa de mi padre, aún de visita, algunos vecinos se interesaron del libro, lo que ocurrió después fue maravilloso, todos me lo pedían al menos por una hora, escuché comparaciones con historias por ellos vividas, y vi a muchos niños que antes estaban entretenidos en sus juegos, prestar atención a lo que se leía. Pedí a René Batista otros pocos ejemplares y los cargué conmigo.
En la ciudad de los rascacielos, donde el pasto es de asfalto y las estrellas son luces de neón, Cuentos de guajiros para pasar la noche, me dio otra sorpresa. Una colega de trabajo, colombiana, observo la carátula del libro que leía en el cuarto de fumar, y preguntó por el, le dije que adentro habían güijes, diablos, madres de aguas, brujas, jinetes descabezados, casas embrujadas; y ella, entonces me lo pidió por un día, el resto fue un recorrido por nacionalidades tan diversas como la uruguaya, un árabe que trabaja en la cocina del hotel y habla un español muy primitivo, dos dominicanas dijeron que ellas eran creyentes y mi amiga Suyapa, la hondureña, rogó por el préstamo del libro como si se tratara de un asunto del espíritu santo. Esta zona de New York la conocía por multicultural y multilenguas pero no imaginé que personas tan diversas se encantaran por historias que siempre tienen un contacto con la realidad y sobre la fascinación con la que ellos de forma oral escucharon desde la infancia.
Las Historias más recurrentes que de ellos oí, motivadas por el libro siempre tenían que ver con aparecidos, como una premonición que aún hoy alumbra el interés por estas lecturas, que no son confluencias casuales entre seres pensantes, tienen que ver con sus vidas, o la de sus antepasados.
Aunque nunca subvaloré la literatura folclórica, en retrospectiva recuerdo que mi visión sobre ella no incluía el interés literario, era supuestamente una voz y un eco de la narración oral de mi abuelo haciendo repaso de todas sus visiones. Hoy se que el comienzo de esas anécdotas a tomado tierra firme dentro de mi y René Batista tiene la culpa, no solo por recopilar historias tan trascendentales como las que dan vida a Cuentos de guajiros para pasar la noche, creo como lector que es un reto lanzado con inteligencia donde esta tradición oral tiene un cuerpo bien definido y las armas para luchar dentro de un tiempo donde el interés por las narraciones de violencia verbal y los “personajes del realismo” se bañan en una moda, que no solo hace ruido, mucho ruido, sino que amenaza con imponer un recurso repetitivo que tiene menos de sustancia y más de caricatura.
Creo que Cuentos de guajiros demuestra que ese cuerpo definido dentro de la tradición oral no da cabida a la subvaloración, ni como genero literario, ni como parte de un conjunto que argumenta la necesidad de seguir rescatando las voces del universo atemporal que representa, universo que no es caricatura, porque tiene la vida de muchas personas, que respiran por ella, que no se inventaron un drama, que no son parte de un guión elaborado, es la consecuencia natural de repetir las historias escuchadas, mantenerlas y darles el sostén para que no mueran. No es posible que tan variopintas personas se equivoquen, seres delineados en la geografía hispanoamericana: son historias que no reposan muertas, que están vivas por intereses tan elogiosos como el del investigador René Batista, pero que tiene su razón final cuando llegan a acentuarse por las vivencias de lectores que tal vez ya no se conformen con el recuerdo de lo visto o contado, que ahora saben que la memoria oral que representan, libros como este, pueden tener tras la carátula, las páginas enumeradas y la tinta, una larga vida como la que siempre se le pedía al rey, desde una multitud que celebraba.
Juan Carlos Recio
Camajuaní/ NY/ 2009/2010.
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La gente dice a veces: tal zona es zona de muchos güijes; pero el problema es que los güijes andan por dondequiera, hoy están aquí, mañana están allá, y así… Entonces la gente cree que hay muchos güijes, cuando a lo mejor hay uno solo. Los güijes no se dan así como quiera. A veces, si ellos no tienen un río, un arroyo o una laguna donde meterse, se meten dentro de un pozo; se han contado muchas cosas de los güijes que viven dentro de los pozos.
Estos güijes, por lo regular, roban, fastidian mucho, porque no tienen nada que comer, y como tienen miedo a salir, a que los vean, roban las cosas que hay en las casas cercanas. Los güijes que viven en los ríos, en los arroyos y en las lagunas, viven mejor, son más fuertes, tienen más cosas que comer, se dejan ver con facilidad, y a veces hasta llaman a la gente. Ellos hacen todo esto porque saben que, aunque los vean, no hay quien pueda cogerlos…
Renato Fernández, 78 años
Finca Aguas Negras
Güijes jinetes (1975). Detalle. Pedro Osés
Güije con cola de pescado y cabeza de negro
Yo vi un güije una vez, era un pescado con la cabeza de un negro y las pasas muy alborotadas. Lo vi arriba de una piedra cogiendo sol, y cuando me vio se tiró para el charco. Nadó un poco y después se zambulló, no lo vi más. Pero parece que hay muchos tipos de güijes en otras zonas, porque otras personas lo han visto dicen que tienen barbas, tarros, que fuman tabaco, dientes muy largos; otros dicen que son negritos y que no son malos, que lo que hacen es jugar y hacerle broma a la gente que lo ve.
Urtimio Rojas, 82 años
Finca La Revoltosa
Una tarde andaba yo por la orilla del río, como a las cinco y pico más o menos, y vi en el charco ese que queda cerca del cacahual de Felipe Cordero unos jigües que estaban por la orilla opuesta buscando frutas y raíces para comer. Entonces vi que ve venían por el río unos manatíes, y que los jigües se les montaban arriba, paseaban por el charco, se tiraban, se les montaban otra vez, y los manatíes no hacían nada para librarse de aquel juego. Sí, porque eso era un juego. ¿Qué otra cosa podía ser? Yo los vi muchas veces, pero nunca le dije nada a nadie por temor a que fueran a lastimarlos, era muy bonito ver a los jigües y los manatíes jugando en el charco.
Otilio Vara, 78 años
Jobabo
Aquí en La Julia, en 1935, se hablaba mucho de una madre de agua. Antes ella vivía en un arroyo, pero se secó el arroyo, y luego vivía por ahí, por los lugares más húmedos. Una vez yo iba para la casa de mi mamá, eso queda ya en plena Julia. Había mucho polvo, y vi en el camino una marca como un gajo grande o un tronco de una palma que habían arrastrado por allí. Yo no le hice mucho caso a aquello, y seguí mi camino, y no me pasó por la mente lo de la madre de agua. En eso doblé para coger un potrero, y debajo de una mata de mango vi la madre de agua. Era grande y gorda, y tenía los tarros como de un buey.
Mario Muñoz, 72 años
Finca Lobatón
En una casa de tabaco embrujada que había en el Pesquero, se oían conversaciones. Cuando la gente entraba no se veía a nadie, y era que allí, y eso se supo después, la bruja madre iniciaba a las novicias. Entonces un hombre que estaba de paseo por la zona, de apellido Acosta, le dijo a los vecinos que hicieran cruces de cenizas en las esquinas de la casa. Lo hicieron, y las brujas no volvieron más.
Pedro Ramírez, 69 años
Finca Blanquizal
Pedro Osés
La bruja que desapareció con su sombra
Mi papá, cuando la Guerra del 95, tuvo que salir huyendo de los españoles, que querían deportarlo a Fernando Poo, en África, porque él colaboraba con los mambises. Papá se fue de aquí para un caserío que estaba cerca de Falcón, y allí una bruja se enamoró de él. Él dormía y la bruja venía por las noches, lo besaba y le cortaba un mechón de pelo. Papá fue a ver a un hombre que era brujo, y este le dijo: <<Si no matas a esa bruja, ella te mata>
Susana Díaz, 78 años
San Juan y Martínez
Pedro Osés
Por aquí muchos decían que les había salido una música, pero yo no lo creía. Ellos decían que la oían muy alto, que se podía bailar con ella y que los seguía durante un tiempo. Un día agarré para lo de Cayito González y sentí la música; me paré a oírla bien y era un son, se definían muy bien el tres, la guitarra, el güiro, la marimba. Era un son muy bien tocado, nunca lo había oído en mi vida. Traté de memorizar la música, comencé a tararearla, y cuando dejé de oírla no pude recordarla más. Eso me pasó a mí en 1929, y me sumé a aquellos que decían que les había salido una música.
Juan Fleites, 89 años
Palma Soriano
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3 comentarios:
Me interesa mucho 'Cuentos de Guajiros'. Trataré de conseguir un volumen. Siempre he sido perseguidor de historias, mitos y cuentos urbanos (y rurales). Gracias, Juanca, por esta formidable aparición en tu Blog 'tan sentado'! Algo muy diferente.
Abrazos
Gélico
Gracias Gélico, me alegro, te lo conseguiré, un abrazo
JC Recio
Estimado Juan Carlos.
Ya habia leido tu blog. Demasiados apegos hay aqui para no haberlo hecho, pero este lunes de febrero lo revise todo. Necesitaba a Cuba hoy, como si no la necesitara cada dia de este exilio sin nombre para que cada quien le cuelgue el que le venga en ganas.
Una vez mas, gracias por dejarnos disfrutar tu letra , tus sentimiientos, tu cubania y talento.
Un abrazo.
Omar Mederos
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