jueves, 24 de marzo de 2011

Humo de marihuana



I


No sabes cuántas lunas te amaban
tan bellas como ese atardecer
en la playa de Sandy Hook,
al fondo el faro contra el cielo
y un sol quemado en lo rojizo,
como todos esos cuerpos de un pintor
en una playa nudista
y una tarde con marihuana y todo
fumando la libertad y la vida
a falta de la libertad y la vida.
Tú y él en una playa vestidos de transparencia,
una de esas simples playas
que bien pudieran llamarse Puerto Escondido
o Boca del Cielo
y ese mar infinito,
el aliento de su boca y el de tu pasión
y al final en un hotel, ladran
-perros encima frente a la luna-,
ese horizonte imaginario donde se quedaron
a vivir temporalmente.



II


Le hacían el amor y el bien sobre su cicatriz,
él devolvía botellas de vinos y gritos de asalto,
y al amanecer se estiraba hasta el cielo raso
de aquella cueva de humo de marihuana.
Eran felices, su amante y el piso que sostenía
la pubertad con la que fue arrancando
al soldado de madera -una de sus piezas-,
y le colocaba medallas imaginarias
contra la soledad y el olvido.
El soldado no era una construcción de sus frustraciones
sino un equivoco de hijo que nunca fue
a la primera línea de fuego.
De niño gustaba de frotarle las espigas sobre el ombligo
de aquel muchacho al que bautizó con la mejor saliva
y al crecer soñaba con un Santa Claus de nombre persa
y años después, los reyes magos le enviaron uno,
con nombre de príncipe.
Ahora, el filo de su soledad lo aprisiona
y no puede sonreír ni como Alicia en los espejos;
parece parirá una flor de antaño,
uno de esos boleros de Portillo de la Luz
y sin cantar ni por lo bajo todos sus himnos.


III


Le hacían el amor y también la guerra
y tuvo batallas en las que iba descalzo,
y fue emperador de una sola cicatriz;
nunca le dijeron la palabra amor
porque su fantasma de medianoche
solo podía recorrer la música del sexo de los parques
y su único vicio después de los vinos
era beber el semen de esos negros taxistas
que salían de New York
alucinados entre alfileres y barajas.
Era un soldado digno y tuvo historias que nunca dijo,
le gustaba el sonido de su mujer cuando dormía
y si alguna vez volvieron los reyes magos a su casa
solo fueron malos sueños, o tal vez agujeros en su piel
y un poco del humo de marihuana.

2 comentarios:

Cristián Marcelo dijo...

Guauu! Es un poema hermosamente salvaje y conmovedor, tríptico de vida y agonía, deseo y frustración,
soledad y olvido. Me ha gustado como un buen trago de ron...
Saludos!!!

SENTADO EN EL AIRE Juan C Recio blog dijo...

Me alegro por eso Cristian