lunes, 9 de noviembre de 2009

UNA DOCTINA DE LA INVISIBILIDAD


Presentación de Manuel Sosa en Zu Galería EL PRECIO DE LAS PALABRAS.

Yo vengo desde lejos a correr los cerrojos,
a mirar cómo se apagan los rescoldos
en la sala desierta
donde una vez centellearon, ilusivas,
mis palabras.
Siempre encubierto,
creí haber recreado estados espirituales
y era sólo el vicio de los ecos.
Y tardé tanto en comprender
que se puede acceder a la imagen,
pero el sentimiento ha de quedar velado al hombre.
Para decirlo mejor: una noche de angustia,
el escozor que nos hiende, el sollozo virginal,
el júbilo trepidante
no pueden ser enmarcados
en combinación alguna.
No se revisita la noche,
ni el escozor, ni el júbilo
a no ser que cerremos los ojos,
y resistamos la tentación de la página.
Describir un quebranto es medirnos
contra el arco de un dios
y requerir un efecto.
No se revisita ese quebranto
Para descubrir toda la vaciedad que allí se enmascara.
Descuidar así los pálpitos, y sustituirlos
por las imbricaciones de la naturaleza:
sutiles lazos, halos que no oscurecieron jamás
por ser las fachadas una obsesión
de quien sólo descubre en los reflejos
el rostro que le enaltece y le miente.
Como el que sobrelleva todo el desprecio de una estirpe
que aísla entre escombros,
preso de las simulaciones,
así he pagado el precio de las palabras.



EL CANDIL EN LA CELDA.

Es la estrechez de los ámbitos adonde nos destinan
y el escrutinio de las mismas partituras
lo que nos conduce al término
que es la finitud tras una máscara.
Se indaga en vano, la evidencia se escurre
para no dejarse ver jamás.
Se atrapa al numerario, ronzal que le aquieta
entre flores taimadas,
por conocerle.
El desasimiento o la búsqueda, nada se pide
al maestro que nos azotaba en un temblor:
la Proporción Divina se equipara al misterio
sin darnos razón de los flagelos
y sus progresiones.
Nada puede contra su miedo a los claustros,
a las pústulas que asoman en el barniz
cuando dejamos de atenderle.
En cada maestro olvidamos el nombre
y el carmesí que aún mancha los silabarios.
Quedamos en la pregunta, en la celosía
tan breve como el escozor de la propia pregunta.
Apartamos la cortina sin distinguir quién se despide
ante la dureza de otra puerta.
Por las noches nos atormenta la ignorancia
y la vulnerabilidad de los símbolos.
No saber descifrar el vestigio de la linfa
sobre el papel
ni lo que los rumores pretenden replicar
cuando un aria emerge de las tinieblas
y se aposenta entre tantos volúmenes
que nada explican.
Ilegibles, se van haciendo ilegibles
los registros que se ahogan en recriminaciones.
Volvemos a indagar y nos cruzan el rostro.
Han retirado todas las escalas
y ya no sabemos más, Dios de los espacios,
no sabemos por qué cadalso decidirnos.


SOLSTICIO

Sabor a lobreguez nos guarda el corredor que lleva al patio.
Un lauro que fue cadencioso, ahora mustio sobre la nieve.
Es una sedición minúscula
de las apariencias.
Hoy viene a ser la hartura que arrastra
su propio peso
y se regodea en el silencio de la especie.
Esa extensión que anhelaban los cuerpos
cuando en lo intemporal esplendían
ha sido propiciada con tal vigor
que no alcanzan el tiempo
ni las destrezas
para habitarla.
La razón instintiva se alimenta con su propia inducción,
apropiaciones emocionales vertiéndose en la copa del juez.
La ruina sobreviene, a solas con el perfume,
tan duro el suelo como la costra
que cubre su diadema.
El esquema que seguimos retiene antiguos presagios
mientras el ave sondea la tersura del aire, en espirales.
Cada cual rasga un túnico que obra y tributa
mas la ceniza aguarda su tiempo.
¿Qué busca el avizor robando falsa doctrina
en esa realidad inútil, abrazando
el dolor de la apariencia?
En el fruto muere la extensión, se difumina la luz.
En ella enceran el hilado gris
por un instante, su ceñimiento simulan.
Las limaduras como brújula, o mapa,
o migas de pan divino.
Sentir apenas el toque de completas, anunciando
el principio de esta nueva y definitiva sedición.
El acto que alumbra, el fósforo restallando,
la abertura como muerte.
Tanta afluencia he visto bajo el sol, tantas luminosidades
que no cierran esta herida.

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Bluebird editions, colección Jardines Invisibles.

Manuel Sosa (Meneses, Cuba, 1967) Poeta. Licenciado en Lengua y Literatura Inglesa. Ha publicado los libros Utopías del Reino(Premio David 1991, Premio Nacional de la critica 1993), Saga del tiempo inasible(Premio Pinos Nuevos 1995), Canon (200) y Todo eco fue voz(antología, 2007). Reside en Atlanta, Georgia.

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