DORMIDA SOBRE LA DICHA
Por SIGFREDO ARIEL.
Hace veinte años Albis Torres está sentada en una silla de oficina mirando al objetivo de la cámara (mirándonos) con su linda cara burlona. Unos datos breves bajo la fotografía la describen de manera somera. En la página de al lado unos poemas: Mamá está en el balcón, Ciencia ficción, Cocosí...hablan acerca de ella más y mejor. Yo la había conocido fugazmente un par de años atrás, en Topes de Collantes, la había leído un poco antes en Breaking the Silences, aquella antología de escritoras cubanas que preparó Margaret Randall en el 76 o en una fecha cercana a ese año. Ahora (1985) coincidíamos en Usted es la culpable, con Reina María, Novás, Soleida, Marylin, Escobar, Aléx, Osvaldo, Víctor, Bladimir, Lorente, Larrea, Codina...formamos una especie de familia, me dice, y ya sabes, uno no escoge sus parientes.
En aquellos años no había muchos refugios para los poetas, músicos y pintores jóvenes, gente errante y enamoradiza de los años 80. El más gregario y democrático se situaba en la casa que tenía Albis Torres en la calle Jovellar. En aquella sala diminuta nos conocimos muchos y estuvimos conversando (o discutiendo) a lo largo de siglos. Nos animaba a veces el nebuloso espíritu de “la venganza de Ceaucescu”, espécimen de vino tinto que cobraba muy alto al amanecer la locuacidad de la alta noche. Oíamos a la Burke y a Génesis, Pink Floyd, Mar Rainey, Afrocuba, Barroso y a unos grupos alternativos ingleses, Finlandeses o nigerianos que albergaban los casetes de Atilio Caballero y de los que nadie salvo él se acuerda, pero que conocieron instantes gloriosos en la reproductora aquella, instalada sobre la nevera mínima.
Por Jovellar 111 pasaban también actores y actrices, productores, locutores de la radio, guionistas y directores de cine. Algunos artistas de mucho nombre iban a parar también, inevitablemente al gran sofá Gollum, sobre el cual dormimos algunos afortunados peregrinos y se platicó sobre todos los asuntos posibles. Wendy Guerra ha escrito un hermoso poema sobre aquellas noches y una crónica y quién sabe si una novela.
Albis-imán,Albis-comedia-drama-sainete, Albis-poeta finísima, Albis-toda la música. Su amigo predilecto era Lázaro Sarmiento, “el mejor de todos nosotros” nos decía a los demás, como si nos importara, porque al fin y al cabo nos alcanzaba con la cuota de su atención que nos tocaba, fuera un plato de arroz con almejas o la consulta sentimental o profesional, con su respuesta siempre imaginativa al sucesivo, más bien constante, ¿qué tú crees que haga, Albis?
Cuando necesitaba un abogado en las alturas, le rogaba al fantasma de Machito para que intercediera en un asunto irresoluble, como mejorar los parvos resultados académicos de Wendy. Si añoraba un lugar que visitar en el mundo dividía su deseo entre Angkor y Florencia, y en su fonógrafo íntimo convivían Moraima Secada y Bob Dylan en apasionado maridaje. Se emocionaba con los versos de Walter de la Mare, Gastón Baquero -banense como ella- y Allen Tate, entre otros incontables. Creo que su galán imaginario fue Fayad Jamís, profesor suyo de pintura en los primeros años 60, en Cubanacán, con Rigol y Antonia Eiriz.
Me resulta estraño contar cosas de Albis en tiempo pasado, también de Fayad o Pepe Rodríguez Feo, que se marcharon de uno para siempre, igual que de otros amigos míos que ahora andan dispersos por el mundo: Damaris, Tosca, María Elena, Emilio, no sé cuántos más. Albis sentía vivamente sus huecos de ausencia particulares. Casi todos los días mencionaba a personas que echaba de menos y de las que apenas recibía noticias. A la vez detestaba lo que llamaba “encuentros con el pasado”, pues su nostalgia no era de un tiempo anterior, la bobería de la anécdota vieja, sino la cercanía en el hoy y ahora de la gente semejante, del alfín, del equivalente, incluso del antagonista o el revés. Ahora es que vengo a comprenderla, igual que a su poesía, que me revela hoy relieves que antes no había logrado advertir.
El número de la revista Matanzas dedicado a Marta Valdés incluye un poema suyo1 (Imagen de mujer desnuda dormida sobre un potro). Permiso para un leve sobresalto (Lezama dixit) ahora que Albis se nos aparece
Dócil bajo su carga
el potro ni ladea los costados
no sea que se caiga
y de repente rompa
como el cristal del agua con su hocico
este encantamiento.
Cuando necesitaba un abogado en las alturas, le rogaba al fantasma de Machito para que intercediera en un asunto irresoluble, como mejorar los parvos resultados académicos de Wendy. Si añoraba un lugar que visitar en el mundo dividía su deseo entre Angkor y Florencia, y en su fonógrafo íntimo convivían Moraima Secada y Bob Dylan en apasionado maridaje. Se emocionaba con los versos de Walter de la Mare, Gastón Baquero -banense como ella- y Allen Tate, entre otros incontables. Creo que su galán imaginario fue Fayad Jamís, profesor suyo de pintura en los primeros años 60, en Cubanacán, con Rigol y Antonia Eiriz.
Me resulta estraño contar cosas de Albis en tiempo pasado, también de Fayad o Pepe Rodríguez Feo, que se marcharon de uno para siempre, igual que de otros amigos míos que ahora andan dispersos por el mundo: Damaris, Tosca, María Elena, Emilio, no sé cuántos más. Albis sentía vivamente sus huecos de ausencia particulares. Casi todos los días mencionaba a personas que echaba de menos y de las que apenas recibía noticias. A la vez detestaba lo que llamaba “encuentros con el pasado”, pues su nostalgia no era de un tiempo anterior, la bobería de la anécdota vieja, sino la cercanía en el hoy y ahora de la gente semejante, del alfín, del equivalente, incluso del antagonista o el revés. Ahora es que vengo a comprenderla, igual que a su poesía, que me revela hoy relieves que antes no había logrado advertir.
El número de la revista Matanzas dedicado a Marta Valdés incluye un poema suyo1 (Imagen de mujer desnuda dormida sobre un potro). Permiso para un leve sobresalto (Lezama dixit) ahora que Albis se nos aparece
Dócil bajo su carga
el potro ni ladea los costados
no sea que se caiga
y de repente rompa
como el cristal del agua con su hocico
este encantamiento.
Busco los poemas que me dio una tarde, “porque si lo dejas conmigo los voy a cabiar y cambiar hasta desgraciarlos”. Reconozco los tipos de la misma máquina de escribir-tanque de guerra alemán en que escribía libretos para la radiodifusión ingrata con la que siempre o casi siempre estaba en deuda, pues aunque concibiera y realizara programas y programas espléndidos -Palabras contra el olvido- los agentes del aire siempre quieren, exigen más y a cambio dan un mínimo que apenas da para el sustento cotidiano, la electricidad, el agua, el gas, la latica de almejas.
Me han contado a Europa.
Una y otra vez los buenos peregrinos
la sustraen de la noche nevada.
Mis querdos indianos
entre cenas frugales y tazas de café amargo
la deslizan ante mí
dibujada en una servilleta
allá en París o Rotterdam
o en la Praga antigua.
Ellos vieron al Giotto de mi alma
y al enorme jayán de Brunelleschi
contra el cielo de la sin par Florencia.
Europa ya me sabe a café amargo
y a comidas frugales.
Confieso tener un mapa de Pompeya
y una foto autografiada de Harold Lloyd
que me parece fiable.
Muchas veces, durante muchos años
me contaron a Europa
mientras las cariátides perdían mansamente
las narices.
Toda su obra ocuparía un volumen de modesta extensión. Rompió mucho, desechó, destruyo sus originales. Publicó pocos poemas, siempre movida por un encargo, el pedido de un antologador o alguien de una revista. Procuraba estar atenta a las noticias de la radio y la televisión, que interpretaba luego muy a su manera. Su mirada no estaba centrada en lo temporal, sino en los espacios y la historia de la gente, el tiempo pasaba sin que lo advirtiera. Siempre dejó para luego reunir su poesía, en realidad, creo que no dio una sola página suya por terminada. Se sentía contemporánea de todo el mundo, por eso lograba entenderse con caracteres disímiles de todas las generaciones. Sus poemas están mezclados con la historia de Cuba, con su familia, real o fantasmagórica, la actualidad de sus amigos y con algunos puntos de su particular mapa del planeta, que era francamente albicentrista.
Hay mitos que nadie ha fabulado,
mitos como universos que habitan
en los seres humildes.
El mío son las olas y un hombre
que las vio diligentes hacer y deshacer,
el paisaje lunar de las Galápagos
y un hombre que no cruzó el océano
e imaginó, mil veces veinte, un viaje
sin riberas.
Mi país es ese instante único
que ahora mismo sucede en todas partes,
orillas de la tierra,
lugares a los que no sé ir
ni puedo, y llego sin embargo.
Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas.
No hay mejor patria
ni asta en que poner
bandera alguna.
Amaba la novela gótica, a Bela Lugosi, al Libro de Ezequiel, a la gran poesía, y la gran novela norteamericana del siglo veinte. Le gustaba compartir y leer en voz alta sus hallazgos. Sin embargo creo que el nexo de comunicación que nos articuló de manera más honda fue la música, lengua común que se enriquecía de continuo. A veces aquel dialecto nuestro lleno de alusiones era ininteligible para quienes nos rodeaban. Adorábamos un tango de Gardel titulado Senda florida porque parecía encerrar nuestra particular ontología, basada en “las armonías de una dicha singular”. A los boleros que cantaba Vicentico Valdés en nuestra retentiva -cientos de ellos- se sumaban un buen día letras de Charly García, un guaguancó de Santos Ramírez (“perdió su barco Colón víctima de un terremoto), la fase encantada de algún lied, la manera en que alguien (Sarah Vaugham) interpretaba a Lennon-McCartney. Descubrimos juntos muchos mediterráneos y mucho navegamos en ellos. Por no lograr penetrar en nuestra jerga hubo quien llegó a odiar el dueto que formamos.
Albis rendía culto a la memoria viva de todas las cosas, canción o película remotas, una tarde junto a Eliseo Diego que con el tiempo ganaba cada vez nuevos matices e interpretaciones, el Banes de su infancia en el colegio cuáquero, del sabor verdadero de una fruta “que ya no sabe igual”y que en su delicadeza refugiaba su único, indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo sus últimos años. No sé si porque barruntó indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo sus últimos años. No sé si porque barruntó su final creía firmemente en la existencia de una dimensión que acompañaba la nuestra, un espacio sin espacio donde no hay pérdidas, melancolía ni evocación, sólo lucidez en medio de las armonías de aquella dicha singular a la que aspiró siempre. Por Ahora
Albis rendía culto a la memoria viva de todas las cosas, canción o película remotas, una tarde junto a Eliseo Diego que con el tiempo ganaba cada vez nuevos matices e interpretaciones, el Banes de su infancia en el colegio cuáquero, del sabor verdadero de una fruta “que ya no sabe igual”y que en su delicadeza refugiaba su único, indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo sus últimos años. No sé si porque barruntó indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo sus últimos años. No sé si porque barruntó su final creía firmemente en la existencia de una dimensión que acompañaba la nuestra, un espacio sin espacio donde no hay pérdidas, melancolía ni evocación, sólo lucidez en medio de las armonías de aquella dicha singular a la que aspiró siempre. Por Ahora
Dejémosla
no sea que la blanda dejadez de sus espaldas
nos diga que está muerta
o que de pronto
sepamos el color de su mirada
y ya no sea más
una mujer dormida sobre un potro.
SIGFREDO ARIEL
MUERTO
Los brazos llenos de muerte blanda
él no es más que uno de esos
cuerpos que el mar escupe de los esteros,
tronco de árbol, animal u hombre
y baila en una playa remota
una danza con el tiempo que transcurre
de las olas a la arena.
El cuerpo sin rostro enfrenta el infinito
y del cielo ni siquiera un gesto
de bendecida amargura.
Un pedazo de cielo entre rocas
golpeadas por el agua correría la misma suerte.
¿Quién eres tú?
¿Cuál de todas las criaturas comió
tus ojos o tus labios?
Nadie
Nadie
Nadie
responde el bosque de pinos,
las cañas de bambú,
los negros esteros.
Ya no eres un hombre,
cualquier bichejo, ave o molusco
de los que te devoran podría asegurártelo.
VISITANTE
Dibujo de Alberto Lescay (tomado del libro: Tardes soles
que miro de Alpidio Alonso)
Llegó temprano, cantando con su voz de agua
a tocar en la puerta
y esperó paciente que lavara
la interminable fila de camisas,
se estaba bien entre ropas blancas
y aún cantaba.
Escapó a la cocina.
Entonces él, aún más paciente
se adormeció al aroma del sofrito.
Espabilose, y sacando fuerzas de flaquezas
esperó
subido en los sillones para no enfadar a la mujer
que abrillantaba losas de monótonos trazos.
La vio sacar innumerables cosas, zurcir arrugas,
ordenar remiendos.
Pensó el poema tomarla para sí cuando muriera
la última luz en el quehacer constante de la casa.
Atrapado en sueños de fatiga
pone su mano de agua sobre el pecho de la mujer.
Piensa que volverá mañana, aún más temprano
a poseerla.
a tocar en la puerta
y esperó paciente que lavara
la interminable fila de camisas,
se estaba bien entre ropas blancas
y aún cantaba.
Escapó a la cocina.
Entonces él, aún más paciente
se adormeció al aroma del sofrito.
Espabilose, y sacando fuerzas de flaquezas
esperó
subido en los sillones para no enfadar a la mujer
que abrillantaba losas de monótonos trazos.
La vio sacar innumerables cosas, zurcir arrugas,
ordenar remiendos.
Pensó el poema tomarla para sí cuando muriera
la última luz en el quehacer constante de la casa.
Atrapado en sueños de fatiga
pone su mano de agua sobre el pecho de la mujer.
Piensa que volverá mañana, aún más temprano
a poseerla.
CIENCIA FICCIÓN
Dibujo de Alberto Lescay(Tomado del libro: Tarde soles que miro
de Alpidio Alonso)
Y si llegara un hombre verde
y si llegara un hombre verde
y si llegara un hombre verde o azul
en una nave.
Y si llegara.
Qué diría de mí, tan despeinada,
sin adornos ni gracia.
Qué diría de todos por mi culpa.
HAY GENTES TAN DESGRACIADAS
Ella fue la mujer a quien quiso,
y traerla a casa, la primera alegría de su vida.
Hacía gallinas de papel.
Las hacía como si nada
conversando, pensando.
Él miraba moverse aquellas manos tan queridas
y sacar de la nada alas, crestas
y una cola que hacía agitarse y crujir
al ave imaginaria.
Todo parecía tan simple.
Cuando ella se fue
trató muchas veces de repetir el milagro
dobló y desdobló papeles, tal vez pensando
que si daba solo con una de aquellas pajaritas
regresaría atraída por el conjuro.
Parecía tan simple.
Su último intento fue a dar al cesto de la basura
reducido a una triste bolita de papel.
Fue entonces que entendió que su mujer
estaba hecha de muchos dobleces,
de un mecanismo mudo que la hacía aletear
sin una idea exacta de vuelo.
Intento mecánico de ganar altura
siempre que se le tirara con buen tino de la cola.
Y la olvidó para siempre.
Una vez estuve enamorada.
Era un muchacho dulce,
tenía las orejas pálidas y llenas
de unas pecas que me provocaban erizamientos.
Entonces también yo era adolescente.
De esto hace mucho tiempo.
Su rostro no aparece
en los rasgos de mis hijos.
Su foto no está en el albúm familiar
y nadie lo recuerda en la mesa.
No hay una sola taza
en la que haya puesto sus labios.
No obstante
cuando los míos se acomodan
frente al televisor
acude a la baranda
y sus manos
rozan con un poco de horror las mías
que ya no son hermosas.
ÁNGEL PREGUNTA POR SU INFANCIA
Todo hace pensar que para regresar
basta con asomarnos a la habitación
más tibia de la casa
en la que los calderos son astros
y el sonido de la noche ha transitado
por cucarachas ambarinas.
Por aquí está tu infancia.
En el parpadeo de un bombillo salpicado,
en el bostezo, en los deseos de orinar
y en la lógica de mármol con que un niño pregunta
por qué entierran vestidos a los muertos.
El ojo de un gavilán nos descubre
entonces me aprietas el brazo como antes
sin volver la mirada
hacia donde ya no podríamos entender
el fondo bruñido como astro del caldero
en el universo secular de la cocina.
No, no debemos volvernos.
ESTA MUJER LO QUE QUIEREN ES QUE LA MIREN
Dibujo de Zaida del Río
¿Quién dejó de asistir
a su deber de hombre
que esta mujer retoma cada día
con aire funerario?
Y mira sobre el hombro
suficiente
rumiando una salud
no compartida.
Pobre mujer,
me asusta su rostro
de virgen homicida.
*********************
DATOS DE LA AUTORA:
Albis Torres (Banes, 1947-La Habana 2004). Poeta y narradora. Obtuvo el Premio Nacional de Talleres Literarios 1984 y 1986 en Teatro para niños. Escritora de programas para la radio. Trabajó durante varios años en Radio Ciudad del Mar y en Radio Ciudad de La Habana. Sus pocos poemas publicados aparecieron en El Caimán barbudo (1985) y en las antologías Usted es la culpable, Nueva poesía cubana (compilación de Víctor Rodríguez Nuñez, Editora Abril, 1985) y Rompiendo el silencio. Poesía Cubana. Mujeres ( Edición Bilingue, compilación de Margaret Randall).
4 comentarios:
Juan Carlos, muy justo este homenaje a Albis Torres, no conocía de la existencia de este libro, lo buscaré. Bello y sentido el prólogo de Sigfredo Ariel. Gracias!!
Tanto se querian Sigfredo y Albis, tanto querer que compartiamos, que las letras saltan al leerle, y su poesia queda, ahi donde van a parar los seres de luz
gracias Juanca y no te perdono que no usaras las fotos del homenaje que le hice este año por su nacimiento y muerte, toda una semana.
http://codelamarga.blogspot.com/2010/03/albis-torres-publicar-el-sabado-20.html
Besos
hermopsas palabras las de Sigfredo Ariel. Hermosa poesía la de Albis, una mujer que parece ser (o haber sido) todo ternura, entrega, pasión, y lo que más noto: humanamente comprometida (con los amigos y con su obra).
palabras muy sentidas y sinceras, memoria cultural que se reconstruye y poesía que vive
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