lunes, 2 de agosto de 2010

LA DÉCIMA EN ELISEO DIEGO


Por Carmen Sotolongo Valiño


Foto tomada de: http://www.los-poetas.com/e/biodiego.htm
Se cumplen noventa años del natalicio de Eliseo Diego y yo estoy de jurado en el certamen Fundación de la Ciudad de Santa Clara en el ¿género? de décima. Luego de haber leído los libros concursantes, haberme encontrado casi en cada uno muchos buenos poemas y haber sufrido lo indecible con la lectura de tantas "renovaciones" --que, absurdamente, se reducen, si bien miramos, a lo tipográfico--, oigo la noticia de la tardía inclusión del homenaje al poeta de En la Calzada de Jesús del Monte, en la Noche de los Libros. Casi sin querer me tomo un descanso releyendo los versos que me han consolado toda la vida: un sorbo de café en la madrugada…, la confortable arcilla…, la hirviente nave del maíz dorado…, Cuando la sota de Espadas es triunfo... Miro al techo, deploro una vez más estos jurados a larga distancia, ¿es posible debatir por teléfono la "atmósfera" de un libro?, ¿es serio llamar "innovación", a disponer la estrofa en forma de párrafo y disimular así las torpezas métricas, la falta de oído para los acentos, la necesidad de rimar hasta el cansancio con verbos conjugados en la misma forma gramatical? Desde tiempos inmemoriales me llega la voz del autor de Eclesiastés: No hay nada nuevo bajo el sol, y la de Luis Rogelio Nogueras añadiendo: Ni sobre él.
Se ha probado hasta la saciedad que todas las irregularidades de la décima se cultivaron desde su propio nacimiento: alargamientos (doce versos), cabo roto, motete, verso cortado; decimillas en arte menor, y también en eneasílabos, decasílabos, endecasílabos, alejandrinos y versos mayores; variaciones en el esquema de rimas; décimas asonantes, polimetría, y un largo etcétera, cuyo estudio el interesado puede encontrar, abarcando desde antes del mismísimo Siglo de Oro hasta el modernismo, en la Métrica Española, de Tomás Navarro Tomás, o, si lo quiere más concentrado y hasta la contemporaneidad, en La décima escrita, de Adolfo Menéndez Alberdi (1987). Quizás por eso ahora las "renovaciones" se concentran en lo tipográfico, en dislocar la estrofa por toda la página, aprovechando los encabalgamientos, o desarticularla atendiendo a una supuesta confluencia de sentido. Bien, esto, una vez más, es muy viejo, como novedad lo ofreció la vanguardia artística hace ya justamente un siglo, y si pasó muy pronto a otras novedades es porque el recurso en sí no daba para más. Y la disposición en forma de párrafo pretende renunciar a una de las peculiaridades más expresivas de la poesía española: la pausa de fin de verso y la ley del acento obligatorio, con la consiguiente diferencia de duración silábica que le acompaña. Por supuesto que este pretendido renunciamiento no es un logro, ya que para leerla no queda más remedio que recomponer en la mente la estructura tradicional, y aún en el caso de que uno se encuentre con versos bien medidos y rimados, la pérdida de intensidad poética es notable. El resultado de todo esto no es más que una aplastante monotonía, y no me deja de causar asombro la defensa a ultranza, el "fundamentalismo", con que se pretende erigir en parámetro de calidad algo que se consigue presionando la tecla correspondiente en la computadora (aquí la Sota de Espadas me mira insolentemente y quiere derribarme). Verdad de Perogrullo: la calidad de un poema en décimas, como la de otro escrito en cualquier otra estrofa, o en verso libre, o en prosa poética, no depende para nada de estas "renovaciones" externas. No están en ellas los versos que nos acompañan como propios y que, como decía Eliseo, nos ayudan a vivir. Una de las razones que percibí, subyacente en este fundamentalismo es el horror que sienten los que hacen décima escrita a que se les considere contaminados de repentismo: cualquier aire que recuerde nuestro canto popular se considera descalificador y así botan al niño junto al agua sucia de la bañera. No ocurre esto último, por suerte, entre los poetas que residen en nuestra provincia y que escriben, entre otras cosas, décimas, porque ya hace un largo trecho que están de vuelta de estas "majaderías antirrepentistas" (parafraseo a Ricardo Riverón). Hay en nuestra poesía popular más auténtica (ya sea humorística o seria) un impulso vital, una trascendencia de asuntos, una gallardía y una eficacia comunicativa que no es de desdeñar, y menos en estos tiempos de tanto verso estragado. La oralidad tiene vicios, como también los tiene la escritura, solo que en esta última son menos disculpables. Lo imprescindible es que tanto si aparece dislocado como si está en forma de párrafo, el poema en décimas sea un buen poema. Al fin del juego: fe y barajar.
Varias y muy buenas décimas incluyó Eliseo Diego en su libro Por los extraños pueblos (1958), junto a sonetos, otras formas estróficas y poemas en verso libre. Los lectores de sus conferencias y ensayos saben bien cuánto apreciaba la cultura tradicional popular (Secretos del mirar atento, Los cuentos y la imaginación infantil, Los hermanos Grimm y los esplendores de la imaginación popular, por citar algunos). Hace algún tiempo publiqué en la revista Signos, un trabajo acerca de la relación que puede apreciarse entre las antiguas fábulas y algunas piezas de Versiones. En Por los extraños pueblos, en el poema "Las casas de madera", se refiere a la estrofa como sigue: Las casas de madera / por las tardes sonando / como lejana décima,/ (…), luego, al final del mismo, expresa que el polvo del Domingo asciende "como canción del pueblo". Si el sonar de esta canción lo encanta, no es extraño que prefiera la espinela; una de las más recordadas, conocidas, glosadas o utilizadas como exergo, es la primera redondilla de "Los trenes": ¿A dónde han ido los trenes / llenos de fama y poder, / cuya elocuencia fue ayer / la gloria de los andenes? Hay once poemas en el libro compuestos por una sola estrofa en forma de décima, todos octosílabos, todos con pausa después del cuarto verso, con predominio de encabalgamientos suaves por suprametría, los cuales a veces son interrogaciones o exclamaciones. En ellos encontramos sus temas obsesivos: la memoria, la infancia, la muerte, el tiempo, los animales y los objetos entrañables que rodean la vida cotidiana del hombre. Son ricos en recursos estilísticos, su tejido poético es complejo aún dentro de la aparente sencillez de la espinela. "La guerra", por ejemplo, termina con una superposición temporal, que constituye un cierre magnífico para el breve poema:


El fiel anciano repasa
sus memorias. El caballo
sediento, y el fino gallo
que sacrifican. Y pasa
la tarde lenta en la casa
que la vasta lluvia encierra.
Va entrando el agua, y no cierra
el postigo. Y un instante
nos da en la cara, fragante,
la intemperie de la guerra.
En los poemas descriptivos, la tropología visionaria otorga una dimensión simbólica a sus paisajes, que desborda el plano de lo enunciado, así, por ejemplo, en "Las nubes":

¡Qué libremente se van
las nubes, qué lentamente!
Y cuando el monte prudente
las llama oscuro, le dan
áureas migajas de pan
y siguen alucinadas
por las sabanas moradas
que tienen costas de fuego
--en las que se pierden luego
suaves, dementes, calladas.

En la poesía de Eliseo Diego pueden encontrarse magníficas piezas cuyo pretexto es la descripción de una pintura, un retrato, y desde ahí se abren a otra dimensión, generalmente a una superposición situacional (de tiempo-espacio), por ejemplo su "Óleo del cobertizo con las aves" o "Vasija india". Son excelentes ejemplos de escritura ecfrástica, como lo son también sus décimas "La taza" o "La luceta", que pudieran estar en el "Catálogo rimado" del Museo de Artes Decorativas, al igual que "La consola":
Consola que tantas cosas
sostienes en el olvido,
madre del reloj dormido,
protectora de las rosas;
en estas noches tediosas
en que el silencio nos duele,
déjame que te consuele,
vieja de piedad sencilla.
Si toco el tiempo en tu orilla,
qué importa que octubre vuele.

De pronto advierto que el poema titulado "La esfinge", compuesto por decasílabos blancos con alguna rima asonante libremente distribuida, consta de diez versos; quizás alguien considere que es una décima irregular, pero lo que sí es seguro es que es una bellísima concentración de los motivos poéticos que tanto nos deslumbran en este poeta: las lejanas provincias de la infancia, los patios, "el pequeño lagarto en el río / misterioso del muro", los canteros, el terrible temblor de lo perdido, la impasibilidad ciega del tiempo. Ahora tendría noventa años Eliseo Diego y una vez más sus versos me ayudan a vivir y a sobrellevar el peso de los días.

Artículo tomado de Hacerse el cuerdo, Revista digital de la UNEAC en Santa Clara.
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Carmen Sotolongo Valiño (Santa Clara, 1954) Licenciada en Filología por la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas. Critica e investigadora literaria y teatral. Miembro de la Uneac, del Consejo Editorial de la revista Umbral y asesora del grupo de Teatro Guiñol de Santa Clara. Recientemente prologó la convocatoria poetica Noche cálida en Santa Clara, publicada por la editorial Capiro.

4 comentarios:

Margarita Garcia Alonso dijo...

Es un placer nombrar a Eliseo Diego, gracias Juanca.
un beso

Anónimo dijo...

Carmen Sotolongo, mi excelente profesora de Poesía Cubana, te recuerdo -junto a Toledo- con lealtad y sobrecogimiento. Gracias, por tus palabras vivas, porque aún nos enseñas a pensar. P A. Assef.

I. Hernández dijo...

Venir aquí y leer cada post es ponernos en las manos una Cuba literaria -toda imprescindible- ; y , aunque no soy devoto a las décimas hallo hoy un excelente artículo llegado desde Santa Clara, que me deja ver a un Eliseo Diego extraordinario hasta en décima.


Abrazos,


Ihos-

Anónimo dijo...

Gracias, Carmen, por este trabajo, sin duda original, sobre quien, para mí, ademas de un gran poeta, era un sabio, nació sabio, así lo vi siempre, y enfatizo: los sabios no se hacen, nacen.

Félix Luis Viera