Fotos de Camajuaní, por Juan Carlos Recio
Para todos ellos, en especial los que se quedaron y están vivos en un sitio del mundo.
En camajuaní, al centro de la Isla, cercano a la década de los noventa, teníamos un muro de los lamentos, como todos los pueblos en los campos cubanos, donde un grupo de escritores nos reuníamos por azar recurrente y por vocación de matar a pedradas el tiempo. Con Tony Pardo, Milay Rodríguez, Orelvis Rodríguez, Yoel Sequeda, el nieto de paco que vende miel, _ no recuerdo su nombre, entre otros, nos llegábamos hasta el cruce del ferrocarril, frente al reloj público del Poder Popular, frente a la casa de Orelvis. Había allí un muro que su mejor fama hasta entonces, había sido el estar cerca de la primera casa poblada del pueblo. Hablábamos mucho de literatura y de nuestras vidas, a veces sólo teníamos de testigos a los trenes de caña de azúcar que pasaban cargados y que muchas veces parecían llevarse nuestras vidas, lejos, como una premonición para algunos. Milay con sus faldas largas, musa de unos cuantos poetas, muchacha frágil que siempre esperaba un novio para irse a París. Orelvis que me preguntaba por un nuevo poema, por aquellos días de 1989 y hasta el 91, quizás, tenía un manuscrito del Buscaluz Colgado, y él siempre preguntaba, que un poema nuevo, para leerme otro, pero sin manchas de lluvia, por mi recurrencia de la intemperie y estos símbolos de desolación y existencia. Octavio Pardo, el más culto, el más borgiano, siempre con un sarcasmo y una ironía que no lo dejaba padecer de tristeza absoluta y algunos proyectos de largarse del muro. Reinaldo Rosa, el chico de todas las épocas, con un boceto nuevo, muy afable y siempre fiel a las altas horas, un noctámbulo de la ciudad y sus columnas, un buen ser humano. Yoel Sequeda sin máscaras, de personalidad nerviosa, siempre escapado de algo y dispuesto al diálogo. El nieto de paco, más bien callado, quien comenzaba a escribir. A veces pasaba Eduardo Bonachea, el médico escritor, el único con menos tiempo por su trabajo, pero siempre hablándonos de lecturas y de publicaciones nuevas, siempre querido. Se llegaba muy furtivo, Joaquín Cabezas, (poeta)quién siempre estaba de prisa, quizás sintiéndose fuera de generación, la suya junto a los también poetas Heriberto Hernández y HP, se había ido toda del pueblo, y no siempre teníamos noticias de ellos. El mismo HP, a veces pasaba hacía vueltas, su pueblo natal, y nos enterábamos de su novela, una sobre las parrandas por aquella época. Ya Arístides Vega y Bertha Caluff habían dejado sus huellas, llegaron como forasteros, y al irse dejaron sus nombres como una de esas placas que registran las buenas acogidas y que la historia real, aunque se incendien las librerías o Nivia de Paz nos pinte en uno de sus cuadros primitivistas y nos compré un extranjero, de paso, por unas pocas monedas; ellos, como la pintora, también estaban en el registro de aquellos poemas leídos entre el hambre y la pobreza, pero eran los versos de personas muy afortunadas, con o sin muro donde llorar las penas.
Como aquel taller José Raúl García del Barco, este de ahora en casa del historiador René Batista, reune a un grupo de aquellos miembros y otros que nos visitaban. Yoel Sequeda, Milay Rodriquez, René Batista, Eduardo Bonachea, y de visita Alexis Castañeda, Irán el responsable de la Editora Capiro, entre otros conocidos. Foto Alejandro Batista.
Como aquel taller José Raúl García del Barco, este de ahora en casa del historiador René Batista, reune a un grupo de aquellos miembros y otros que nos visitaban. Yoel Sequeda, Milay Rodriquez, René Batista, Eduardo Bonachea, y de visita Alexis Castañeda, Irán el responsable de la Editora Capiro, entre otros conocidos. Foto Alejandro Batista.
Tampoco niego que éramos jóvenes, bellos, soñadores y tristes, como fantasmas a veces asustados sin que ni Pedro Páramo nos encontrara.
Pero, estábamos vivos y casi todos, hacíamos visitas obligadas a casa Nivia de Paz, quien a veces nos confundía con sus gatos y nos dejaba pasar, otras nos negaba la entrada como un permiso de emigración u otra carta no tan blanca de su estado de ánimo. Algunas veces los fantasmas del muro o los “infantes terribles”, íbamos a casa de Eliot Porta a escuchar buena música, sobre todo Jazz, otras veces al taller literario José Raúl García del Barco, como anclados por la convocatoria de Magdalena Pino, la asesora literaria, quién se quejaba de tener que torearnos. Había una visita obligada a casa de René Batista, el historiador y amigo, que siempre, humor por medio, tenía una charla amena que nos enseñaba, sobre todo de la memoria cultural del pueblo y sus alrededores, de tradiciones y oralidades; costumbres que descubrimos como base de nuestra identidad. Otras veces al cine, a una peña muy buena de Raúl Cubas, donde, en un tiempo desde la azotea, mientras se hablaba de cine, podíamos tomar té y ver el techo de nuestros vecinos. Alguna vez recuerdo también, hubo taller en casa de Jesús Carrera, y creo que mucho después, nuestra amiga Odelys, novia de algún pintor, actor, o poeta pasaba por el muro, o nos acompañaba.
Glorieta del Parque Leoncio Vidal, donde íbamos a calmar nuestras asperezas, escuchando danzones en la retreta del domingo
Otras tardes de domingo citábamos para la retreta de la Banda Municipal, entre danzones que solían calmarnos y limar nuestras asperezas. Con Noelia se hacían tratos premeditados por la urgencia económica y vendíamos libros a plazos, casi siempre raros y de uso, y algunas veces nos íbamos a Santa Clara. Hubo un tiempo donde tuvimos, un espacio pequeño, que la muerte de Pardo nos hizo perder, al menos en el ánimo; y casi todos trabajamos de alguna manera con Armandito, otro poeta que ofrecía su casa para hacer peñas, pulir hojarascas y beber ron, bueno, no destilado. Nunca los recuerdo como en una postal del olvido, ni como sucesos absurdos o simple bohemia, creo que nos parecíamos más a la figura de nuestra Monguita en su bicicleta americana, perennes siempre perennes, rebeldes a todo y dispuestos como la torre de La Matilde, a seguir erguidos ante cualquier ciclón, adversidad o renuncia, que nunca dejaba a la deriva, nuestro rostro literario.
En la primera foto, René Batista, Yoel Sequeda, Milay Rodriquez entre otros talleristas, la segunda, en la biblioteca del maestro Batista. Foto de Alejandro Batista.Quizás aquí podría terminar como uno de esos flash que mejor convienen a la memoria, pero una señal de que demasiados estamos lejos de lo que queda de ese muro de lamentos, no sólo es por la vida de todos los que nos hemos ido, o permanecemos en otro territorio, en otra patria chica desde donde a veces reímos o lloramos; es también como lo cuenta Arístides Vega en un viaje de feria del libro junto a Lidia su esposa, apenas unas horas y lo cito:
Con Arístides Vega, en La hora de la Verdad, una peña de literatura en el Café Literario de Santa Clara, una charla sincera sin prejuicio, muy divertida, muy completa.
Duele la indiferencia donde uno espera otras cosas que sucedieron en un pasado que aún no está lejano.
Salvo el cordial y cariñoso anfitrión René Batista nada encontré en el Camajuaní de hoy. Presentamos los libros y nos tomamos un taxi hasta la casa, como si estuviésemos huyendo.
Me acordé de mi estancia en casa de Nivia, cuando íbamos hasta el río a pasar los días más esplendorosos que recuerdo hoy. Cuando nos reuníamos con Joaquín y Heriberto y René Batista y los que desde Santa Clara nos visitaban y nos leíamos aquellos primeros poemas como si con ellos se podría salvar el mundo. Qué ingenuidad la de entonces, pero qué felices éramos y qué conciencia de esa felicidad teníamos.
Fuimos a Camajuaní y te extrañamos junto a tantas otras cosas que no encontramos.
Las carrozas de los Barrios, San José, y Santa Teresa, enviada por mi amigo Miguel (director dela Revista de Camajuaní en Miami)desde donde se celebran los festejos de los Camajuanenses en el exilio,para recordar las parrandas, de Chivos y Sapos.Salvo el cordial y cariñoso anfitrión René Batista nada encontré en el Camajuaní de hoy. Presentamos los libros y nos tomamos un taxi hasta la casa, como si estuviésemos huyendo.
Me acordé de mi estancia en casa de Nivia, cuando íbamos hasta el río a pasar los días más esplendorosos que recuerdo hoy. Cuando nos reuníamos con Joaquín y Heriberto y René Batista y los que desde Santa Clara nos visitaban y nos leíamos aquellos primeros poemas como si con ellos se podría salvar el mundo. Qué ingenuidad la de entonces, pero qué felices éramos y qué conciencia de esa felicidad teníamos.
Fuimos a Camajuaní y te extrañamos junto a tantas otras cosas que no encontramos.
Sé que estas palabras no están dichas desde ningún resentimiento, sé que el noble corazón de este poeta, sólo mira desde dentro, cuando éramos aquellos jóvenes recién instalados en la vía pública, como reloj de arena de un tiempo donde todos querían leer sus versos, esperar al forastero, aún cuando a veces las voces se perdían por el ruido de los trenes de caña que pasaban detrás del parque, el mismo que siempre dividió a los dos barrios de parrandas, Santa Teresa (Chivos) San José (Sapos) eran divisiones invisibles y fraternidad de poéticas con más luces que pólvora, pero eran, como el color de aquellos días, el relevo de una tierra fértil de poetas, de esos que me niego a creer no están escondidos en sus casas, me niego a pensar que dentro de la belleza de un tiempo difícil, no puedan ser hallados, o no exista una persona como Magdalena casi sin brazos enterrada en la arena por nuestras malcriadeces pero cargada de paciencia y dispuesta siempre a que nos reuniéramos, con té o caña santa, tal vez con esa luz que toda ingenuidad convierte a los tiempos pasados en una edad de oro, o como alguna vez ya dije, un pueblo con sus montañas de cal y donde cada atardecer en los bancos del parque los borrachos trepaban para ahorcarse y donde cada amanecer, entre el contagio de los restos de pólvora, se podía encontrar a un poeta, de esos que hacían descargas de versos, como si la ausencia de cercanía del mar, y el aroma del azúcar que cruzaba, ascendiera sobre los techos de tejas, estibadores contra el tedio, alzantes de la música interior como si cada uno de nosotros fuera, ese muro de lamentos.
Foto de camajuaní con sus montañas al fondo
Foto de camajuaní con sus montañas al fondo
Juan Carlos Recio.
NY/ 30 de Octubre del 2009.
25 de Marzo del 2010.
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El poeta Arístides Vega, en su breve nota que dió motivo a reescribir esta crónica, adjuntó un poema a la ciudad de Matanzas que fué otra de sus estancias muy especiales, donde creó y fue acogido como hijo también de esos puentes que tienden los hermanos de letras en complicidad con la vida literaria, antes de regresar, suponemos definitivo a su ciudad, Santa Clara.
La Atenas de Cuba, ciudad de Matanzas, ciudad de puentes
Foto del puente que ambos atravesamos
a Lidia
Contemplando fotos de Matanzas,
el gran puente encima de las aguas
que ablandan o corrompen
a cuanto animal se acerca a beber
en la bonanza de su cauce,
recordé el día que con los ojos cerrados atravesé el puente
a sabiendas que te encontraría
de ese otro lado, en que estaba por amanecer.
Es peligroso atravesar una ruta desconocida,
¿pero quién no obedece a los delirantes latidos de un corazón
empecinado en saltar de un frágil pecho?
Logré afianzar mis pisadas,
sin importarme el torbellino de luz que desataban las aguas
en su impulsivo deseo de alcanzar el mar.
Y no sentí vértigo, ni duda alguna de poder llegar
a pesar del denso aire que me hacía resistencia
como compuerta que cerraba mi paso.
Del lado en que estaba por amanecer,
el mar mostraba las cabezas de moribundos dragones
que pedían con vehemencia su salvación.
Nada logró distraerme hasta llegar a tu lado,
sin que ninguno de los dos supiésemos
quién había atravesado el puente,
cuál de los dos se había arriesgado.
Arítides Vega Chapú.
7 comentarios:
al fin descubro tu blog, que placer leerte y encontrar el poema de Aristides... hermoso viaje
un abrazo
Gracias por comentar, me gusta mucho tenerte por aquí, gracias amiga.
Juanca, acabo de reeler bien temprano y como más atención lo último que escribiste, es conmovedor, yo que pretendo no tener nostalgias, no vivir del pasado, creer que todo tiempo por venir será el mejor, sin embargo sentí la tristeza de aquellos días perdidos, de aquella energía intensa que se diluyó, y te recordé debajo de una mata allá en aquel campamento «abierto» en que estuve y fuiste a verme. Recordé que estando ingresado con leptospirosis, aún preso, Vitico llamó Aramís desde la calle y le dijo que habían matado a Pardo. Ahora leyendo esto me acordé de Orelvis, lo había olvidado completamente, creo que era alto y hermoso y fue varias veces a mi casa, a Pardo, también alto y de ojos de mar, lo recuerdo sentado en una butaca de atrás en la salita de mi otra casa, hablando conmigo algo impòrtante que no me llega a la mente. Como ves, son como viñetas sueltas del recuerdo, fragmentos, pero que considero son pautas que le permiten a uno reconstruir las esencias de los momentos, el detallismo total, el recuerdo completo haría muy aburrido el recuerdo.
Oye, te quedó muy bueno este post, estás armando muy bien las entregas. La mía es muy buena, te lo agradezco.
Por correo:
Yo conocí Diario del ángel, de Pedro Llanes, por ejemplo, en una de esas lecturas, en esos encuentros que podian tener por escenario un parque o la casa de un amigo. También conocí en aquellos convites los poemas de Jorge H, Heriberto, Juaquín Cabezas y otros
Por mi muro en facebook:
"Me ha emocionado su crónica, Juan Carlos. Le escribo más tarde sobre El muro de los lamentos.
Gracias y bendiciones"
Mil gracias a todos, gracias
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