Para aquellos amigos de mi generación.
Alguien armaba en la nieve unos rostros
los vi tras el cristal y sólo veía escombros;
muy cerca unos viajeros improvisaban loma abajo
pero todo lo que el cristal me dejó ver, era mi aliento.
Armar rostros en la frialdad, blancos rostros
que el atardecer oscurece sin detenimiento
armar la nada de una imagen que se deshiela
sin el arte de inventariarse otra estrategia;
la vida puede pasar sin que nos acerque
al calor de aquellos cañaverales alzando sus cenizas,
de aquellos rostros que conversaban a la luz de una mirada
frente a frente y por los que el cielo se empinó
para que todos tuvieran un poco de ensueño en la neblina.
No puedo recordarles esas noches sin el rostro cifrado
al menos por una señal muy frívola,
lejano en una blancura que fue ahogada por el tizne;
que pudiera aún ser nieve y escombros.
Sólo sé que he cortado las huellas en la acera
que he puesto sal a la bendición de Dios
cuando la navidad luce sus fuegos naturales
y las avenidas como callejones de fango nos atrapan;
sólo es esto lo que me detiene por costumbre
alejado del ruido de los montes, de las guerras que inventé
para que cada bando tomara sus confrontaciones.
Todo ha sido en vano y aún sigo muy lejos.
Nadie me escucha. Nadie observa,
el aliento que absuelve otras formas en el cristal
el vidrio que nubla los blancos recuerdos,
las manos de los amigos que fueron enterradas
en la ficción de jugar a la guerra _y matarnos_
una delación tan cruda como toda nuestra intimidad
por un rostro de ensueño en las lejanas líneas y contornos
donde nuestra cobardía acumula por años
rostros de nieve que no han sido visto por el humo de los cañaverales
de una nieve que se ha acumulado por años en el vacío y la memoria.
fotos cortesía de Carlos M Pérez
1 comentario:
gracias por estos hilos de luz, un abrazo navideño.
sonia
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