PASIÓN DÉCIMA. A la entrada del pueblo.
Fragmento de La pasión del ignorante.
¿Si esta es la linterna del tren que parte,
quién va a tender los muertos en el alambre del vecino
con los pies para el cielo? Si huimos en puntillas de nosotros,
¿quién va a tender los muertos?,
si hasta los pájaros vienen a picotear mi espalda.
Oh, Señor, si liviano como un pájaro danzo,
y todo me preocupa;
asumo a los profetas, porque mi tierra es buena
para el pasto. Asumo y danzo, simple y cruel
y como un hombre pájaro.
Oh, Señor, si Cristo no aparece en mi sillón descalzo y mudo,
volveré a las fiestas de quince a comer pedazos de hielo
y a espolear montado: más veloces trenes y caballos,
en un estadio no se decide el destino del país,
pero sí, su nostalgia.
Oh, trenes, que cruzáis rigurosamente vigilados,
mi corazón es un caballo en el rostro de los túneles;
la región más transparente de su vida
se desboca en la ignorancia;
esta carrera de fondo que se advierte me desgarra,
voy sentado en las penas y en la pobreza,
y todavía no sé, si el que vuelve soy yo
o la otra mitad que me traiciona.
Los estribos del destino aparecen como ciervos y emisarios,
una carta echada en el buzón del viento,
el ámbito de los espejos, donde John Donne contempla a su esposa
mientras se desnuda como un salmo;
y mientras, acaricio el naranjo del patio,
y pienso en el grito de Ballagas llamando a su tigre,
en el canario amarillo,
en Lina de Feria y Marilyn Monroe haciéndose luces en el siglo
y voy desde Andy Warhol en sus sopas
Campbell I, 1968,
a las memorias del subdesarrollo donde escribo:
es bueno nacer en el reino de este mundo
pero quién tiene las luces, el Paradizo de las Fuentes;
cómo beber de Apolo o de Sócrates,
si estos trenes que pasan solo llevan corceles desbocados,
si estos cofres ya no son los correos de la noche
si algunos amigos que se van del país,
aprovechan para convencerme,
si toda su vida estuvieron traicionando.
TRANSEÚNTES DE LA CHARCA
Para mi hermana Esnilda
Yo dije que desde el fondo de algún río
me ladrarían los perros
y se ha cumplido como el helado en la feria,
de prisa antes de ser solo la saliva.
Dije que una pasión como la tuya me borraba
de todos los espejos que de niño usé
para alumbrar los cielos en busca de horizontes lejanos,
y dije que mi hermana se ahogaba en el río
por un sentido de ficción y aventura
de la música interna con la que me llamaban
desde mi nombre, cuando cruzaba las piedras de la cañada;
mi hermana me hacía caer para que la fatiga de nuestra madre
no apedreara los bordes desde donde nos lanzábamos hasta el fondo
a ver si veíamos a los perros, salvajes tal vez, tal vez caídos de la luna.
El vientre de mi hermana flotaba sobre el agua como un horizonte
y yo quería cobrarme de sus trampas asustándola
pero aún era un flaco que usaba los espejos para comunicarse
y ella cantaba algunas estrofas de los beatles en un inglés traducido
porque en esa época de lenguas extranjeras solo conocíamos el ruso.
Dije ante las piedras cuando pasaba
que me iría lejos de donde todo termina sin cuento de hadas
y los gritos de mi madre ordenaban el regreso;
quizás ese miedo que aún guarda de mis pasos circulares,
de lanzarme a la profundidad por una idea que ella no entendía.
En la noche, cuando todos se iban a la cama,
regresaba,
y con la complicidad de los perros y la luna
en silencio para escuchar esa música extraña,
de belleza inaudita,
cuando la charca para mí era solo un pantano de libélulas.