Para F. L. Viera
Las otras veces que he muerto nadie ha venido,
nadie estuvo en el velorio,
los amigos no estaban sino dispersos
en los puntos cardinales de otra soledad.
Cada vez que muero asomo a ese abismo
como un recién nacido, solo que sin llanto.
Quieto, debajo de mi muerte, es como mejor respiro,
lejos de aquellos calores que los callejones y guardarrayas
dieron a mi destino en alumbramiento;
y con la felicidad que la pobreza abarca,
echado en el descanso del campo
sin la prisa de una vida frívola.
Las veces que muero no culpo a nadie,
ni siquiera esa violencia con la que me ignoras
por lo que tengo una especie de cruz cerca del camino.
No hay tiempo para el miedo, ni para el frío en las entrañas.
Hace 20 años ya escribía oraciones que aún hoy
no dicen a muchos lo que he vívido.
Si he sido el muerto menos valeroso para ustedes
ruego me perdonen.
Si he sido la huella en la nieve cuando se asomaron,
y la niebla de sus bocas en la ventana impidió
que me vieran pasar,
no es culpa ni del miedo ni del frío, tampoco de la rara belleza,
es la prisa de pasar como un cadáver
entre todos ustedes, quienes no deben culpa de mi soledad.
Hermoso poema, me alegro por tu blog, espero leer muy buenos textos aquí.
ResponderEliminarXiomara
me gusta este poema, muy existencial.
ResponderEliminarcarlos