….Los seres humanos podrían
darse a la hermosa tarea de
cagarse los unos a los otros…
Virgilio Piñera.
A propósito del título de arriba, ¿En algún momento de nuestras vidas?, parece preguntarnos Yoel Sequeda el autor de este cuento que hoy publico. El entró en la literatura sin ese primer paso de principiante que no tiene idea de qué es narrar. Cuando nos lee sus cuentos, muchos pensamos en los años que habría estado en su casa puliéndolo todo, antes de salir como un amolador de tijeras. Pero no fue así, y de la buena impresión, (acostumbrados a criticarnos sin miedo), aquel grupo de jóvenes escritores creímos ver muy positivo su armonía con el absurdo, y su costado jocoso a lo Virgilio Piñera, verificando que esas eran sus mejores armas, pero que no lo dejaban fuera del cosmos garcía- marquiano, ni tampoco del de Onelio Jorge Cardoso en otras márgenes de ese estilo, por su capacidad de fantasear. Otros, que quisieron averiguar más sobre el contenido, hablaron de una zona de las lecturas prohibidas de aquella época, que si de Boris Pasternak, que si de Milán Cundera, en fin, comentarios que ahora puedo asegurar estaban sujetos a ese sentimiento de sorpresa.
Un día le dije que su cuento sobre las máscaras, tenía ( además de toda la atmósfera teatral, asumida por influencia de su profesión laboral), un doble sentido: el primero donde nos colocaba en una pieza, como publico fotografiado por un lado, y el otro, por su imaginativa increíble, con un lenguaje directo, sin tropos ni conceptos abstractos. Otras veces escuché a detractores que no encontraban el conflicto en sus historias; creo que la ironía y el humor negro los trabaja magistralmente y que sus personajes llevan el peso del conflicto en ello. A veces, en lo personal, ví a un ser humano con rostro de Charles Chaplin,_ y él respondió que en la tragedia de esa expresión estaban sus miserias y sus luces. En lo relacionado con todas las influencias narrativas que le colgaban a sus escritos, nunca dio la impresión de creérselo.
Hace poco vi a Yoel Sequeda, y aunque le critiqué que uno de sus libros tuviese en mi opinión un título tan chocante y feo como Tiras de Pellejo, me interesó más indagar sobre sus escritos inéditos; él sabe trabajar con meticulosidad, sin premura, y está conciente del choque generacional con los más jóvenes, enfrentados a esa provincia circular que es la vida en Cuba, mucho más cruda y menos dócil por describir. Al final, con o sin mascara, Yoel se quedó en ese lado de la preferencia donde no necesitamos indagar más de las “influencias," no sólo porque es una posibilidad que nos sucede a todos, sino también por esa narrativa que deja huella, que nos mantiene expectantes y no defrauda; como aquella tarde en la biblioteca del pueblo, cuando Octavio Pardo con esa jocosidad y sarcasmo que lo caracterizaban, le dijo al finalizar la lectura de uno de sus relatos, _señalándonos con el dedo – “ahora sí nos damos cuenta de que todos somos unos comemierdas y que ninguno de nosotros va a trascender”.
SE PERMUTA UN ROSTRO
Dios pasó por alto un mandamiento que bien pudo ser el onceno: <<no permutarás tu rostro>>. Así dijo aquel hombre con cara de viejo y ademanes de joven en la fila de las máscaras. Yo estaba impaciente porque desde que llegué a la tienda la emprendió conmigo y su charloteo recordaba de continuo la pena que nos congregaba allí.
_ De rostro a rostro va una gran distancia_ recalcaba el cara de viejo_; fíjate que cada faz es un mundo, cambiarla es como permutar la casa donde naciste por otra que a la larga no te gustará.
No me sorprendía el contraste entre sus arrugas y lo joven de su cuerpo; de sobra conocía los ingredientes de aquella mezcla inaudita. El tipo no rebasaba los treinta; sólo había permutado el rostro con un viejo, inspirado acaso en el sudtexto de aquel contraste cara-cuerpo, y arrepentido después con el canje había acudido, como todos, a aquel sitio creado para aliviar un poco la inconformidad enferma del que permuta; una tienda de máscaras para uso provisional, mientras que a fuerza de trueque cada uno lograra ese anhelo que jamás se cumpliría: <<hallar un rostro de su gusto y vivir en paz>>. Traté de evadir a mi estrafalario interlocutor, pero él me acometía, aprovechando que los compradores, dentro de la tienda, demoraban mucho en escoger.
__ No vendrá mal una mascarita célebre, ¿verdad? __dijo.
El día anterior habían surtido la tienda con nuevas máscaras, no se podía caminar por los portales del establecimiento; el público se agolpaba sobre las vidrieras, frenético por que llegase la hora de abrir. El surtido era variado: <<rostros célebres de Hollywood, políticos, históricos, caras blancas y negras, amarillas y naranjas>>
Eché un vistazo; la fila marcaba cabizbaja a través del portal; a ratos se escuchaban algazaras dentro de la tienda. Movido por la inquietud comenté con mi acompañante del comportamiento raro de aquella gente. Me miró:<< ¿ tú eres nuevo en esto, eh?>> En efecto, era la primera vez en que aburrido de exhibir el mismo rostro había decidido concertar una permuta. Luego del cambio reparé en que mi nueva faz era sucia y aceitosa, con unos pelos insoportables que asomaban como diablejos por las fosas nasales. Desde entonces sólo pensé en la tienda de las máscaras. Soñaba ahora con una de ellas, esa que exhibía el rostro de Humprhey Bogart. Pasé meses ensayando su estilo frente al espejo; ya me consideraba su doble. Esa noche, al estrenar su rostro, inspiraría respeto, despertaría envidias, amén de las codicias femeninas.
Aquellas pueriles ilusiones borraron momentáneamente mi rabia hacia el tipejo de la fila, y ensayé para él algunos gestos y miradas del actor. << Impresionante, ¿verdad?>>, dije, pero aquel hombre soltó una carcajada y de nuevo comencé a odiarlo.
__!Oh, inocencia __declamó__, pecado de la humanidad!
Me miró de nuevo y se volvió a reir.
__Observa cuántas caretas iguales hay de tu héroe en esta tienda. En cada esquina podrás toparte contigo mismo…,perdón, con Humphrey Bogart.
Mis bríos comenzaron a flaquear, y como para darles el tiro de gracia el tipejo espetó:
__No hay nada peor que exhibir una máscara, cuando escondemos debajo un rostro que no nos gusta.
Mis pocos ánimos se esfumaron con su frase. Comencé a temblar cuando aquella multitud se vino abajo entre chiflidos y risotadas por causa de un grupo que salía con sus caretas recién compradas. Una vieja miraba a través de los ojos de Bette Davis, y otro señor mostraba orgulloso el rostro de Aristóteles. Una mujer se orinó de risa al ver a Napoleón Bonaparte salir con un short-pan de florones y unas chancletas playeras rumbo a la puerta Y qué decir de Adolfo Hitler, de camiseta y gorrita sport. <<!Chifla, chifla!>>
__me grito el cara de viejo__, <<también se reirán de tu Humphrey Bogart.>> Di un respingo al ver a un niño al que sus padres castigaban poniéndole por la fuerza el rostro de Juan Calvino. <<!Tenerte es una inquisición!>> __gritaba la madre. El niño no hacía más que chillar y lo llevaban a rastras por el pasillo. El tipo se había entretenido mirando la escena, pero se desperezó y volvió a mí.
__Vamos, amigo, no te desamines; todos se reirán ahora, pero luego se acostumbran. Ese es el consuelo de todo el que acude a esta tienda.
Nuestro turno se acercaba.
_ La permuta de rostro es un error que se paga caro __dijo el hombre__; vives con la esperanza de hallar uno de tu gusto y mueres desengañado, pues ninguno será el verdadero; ese que cambiastes con el error de la primera permuta.
Sentí que iba a estallar, pero me contuve un poco más.
__Jamás te sentirás bien con otro rostro que no sea el tuyo. Tampoco serás feliz con una máscara; lo vas a experimentar cuando lleves un par de semanas con ella puesta.
Cerré los ojos y exploté al fin.
__ ¿Y tu madre no se enfurecerá si no compras rápido y te largas?
El tipo abrió la boca, pero no replicó. Ya una <<empleadita de tienda>>, con rostro de Marilyn Monroe, le lanzaba a los ojos una sonrisa de flashes y portadas de revista. El titubeaba frotándose las manos; el público aguardaba su pedido.
__Por favor __pidió con voz endeble__, la máscara de…., Benito Mussolini.
La turba estalló de nuevo en gritos y carcajadas; temí que hasta las vidrieras inventaran bocas para chiflar y reírse. El tipo había empequeñecido y escapaba con su careta mal puesta. La muchedumbre se detuvo entonces en mí; era mi turno. Los deseos de comprar la máscara me halaban por el cuello, y hasta creí verla haciéndome guiños desde su sitio.
<<Nada menos que un nuevo Humphrey Bogart conquistando corazones>>, me dije, pero recordé los percances vividos durante la fila. Allí estaban todos los del público con sus caras feas, canjeadas, incubando la risa; sólo esperaban mi pedido para estallar. <<O compras o te largas>> __gritaron al notar mi demora, y me sorprendí pensando en las palabras del cara de viejo. Grité que todo aquello era una farsa, que me quedaría con el rostro que llevaba y no lo volvería a cambiar nunca, que no les daría el gusto de verme comprar una careta. Salí rumbo a la puerta; la gente zumbó a mis espaldas: <<Tanto esperar en una fila y ahora esto.>> Los gritos y rechiflas volvieron a escucharse, pero esta vez sin aquel gusto que extraían de la burla.
Me detuve en la acera; Humphrey Bogart me miraba serio desde la vidriera. <<Qué le vamos a hacer>> _le dije. En el portal del frente alguien había colocado una gran foto tipo carné. <<SE PERMUTA UN ROSTRO>>, anunciaba un cartel debajo del retrato.. Y a pesar de todo mis percances sentí de nuevo un cosquilleo de tentación; aquella cara de la foto era realmente seductora. Recordé mis palabras dentro de la tienda, mi determinación ferviente de no permutar jamás, pero aquel rostro era joven, como mandado a fabricar para mí. Entonces miré a ambos lados y atravesé la calle para examinarlo mejor.
Tomado del libro Tiras de pellejo, de Joel Sequeda Pérez (1967), Letras Cubanas .
Juan Carlos: Leí tu artículo. Me produjo algo de nostalgia. Llegó a mí, por unos instantes, el fantasma de aquellos días ya muertos. Gracias hermano, Felicidades por tu libro aprobado acá. Salud y suerte. Joel Sequeda
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