No todos los
que mienten enferman
ni a su
nariz le adorna un farol
ni cavan una
luz para su oscuridad
ni sus
mentiras son himnos que destierran.
Tampoco las verdades si alumbran
vienen todas de ese brillo natural
con la que suelen adormecerte
las más miserables y primitivas
doctrinas de su inteligencia.
Pueden pasar, con esas verdades,
como le ocurre al idiota,
habla sin parar
en la no conciencia del temor
a ser escuchado,
él mismo se asoma a los abismos
y se deja caer hasta el fondo,
-desde allá nos grita-
mientras se ríe con felicidad de nosotros
apenas asomados
a unos cuantos kilómetros del
nuestro.
¡Locos malditos!
piensan de eso los idiotas
que se lastiman ellos
por no lastimar a nadie
que no viven la vida de otros
ni usan unos guantes muy blancos y
finos
para separar las palabras
o el cúmulo de los discursos
no sólo de su ortografía,
también de las dudas
parecidas a dos oponentes
que prometen hacer cambios
de una cuerda a otra
y en esa alta tensión
la peor caligrafía los agrava.
Están los cuerdos
otros tipos de imbéciles menos
domados
lúcidos en su esfera
parados en el blanco y negro
como el agujero en la pantalla
de un cine de pueblo
que cuando llueve
juega a ser Dios
y los que ante Dios, por apariencia,
se crucifican;
ellos, los cobardes metidos
en sus santas palabras
en diferentes discursos
todos solemnes ante el hedor del
estiércol
y con una voz de Tocororo
dispuesto a definirnos
como lo hacen los traidores
cuando escogen a sus amigos
no por la forma inconveniente
en las que cantan:
-gallos escogidos en sus mentes
del color de las plumas-
los que si no toleran
pintarán con enojo
y si no lo resuelven
no dudes les arrancan de cuajo;
luego, a modo de disculpas,
advierten que no han dejado de
amarlos
con esos fulgores bien limpios
que hace de la escarcha, nieve.
Ustedes mismos
por angustias y razones preguntan
por qué digo cosas
-de su parecer, no dicen nada-
ya he dicho muy calmado
como ustedes no descubro
sino dos ramas de muérdago en la
foto:
aunque saque la lengua y me la tejan
y he dicho, sin ser Xólotl
otras muchas palabras
igual a sus guías del infierno
también muy parecidos en los
discursos.
Porque no lo entiendan
a veces digo lo imposible de callar
echado sobre la pieza que tampoco
admiten
ante un atardecer
que luce de espectáculo como bóveda
-belleza, inigualada,
siniestra de mentiras y verdades-
Dichoso ante él
intento fumarme
los instintos que de él, reconozca;
luego me da lo mismo desaparecer ,
-también lo he dicho-
a sabiendas si esto me impide
levantarme
y porque estar en esa vagancia
ya viene desde su precio
frente al mismo atardecer que ustedes
ignoran,
incluso,
cuando se apagan sin aviso al
homenaje de sus vidas.
Vidas, siempre, inconclusas,
por mucho que las veas
vestidas por antojo
sin que puedan entenderlo:
no se despiden nunca a tiempo,
ellas
como sus atardeceres
-de las espaldas mecidas se delatan-
muy ajenas a tanta arrogancia.
Los únicos que vuelven para
despedirse
son algunos de los muertos
cuando regresan cansados como tú
de no hallar un lugar que se parezca
al crimen,
ni siquiera en su aliento de prójimo
que tampoco ha visto
cuando apagas la ceniza de sus
rostros ya calcinados
en la hazaña al repetir
un poco de la falta de distancia
de aquella misericordia sin bondad
que nunca te sobraba.
Los muertos viven por sus vidas de
muertos
del pasado que ha de servirles
y en esa estancia jamás te abandonan.
Muy solido ese poema Juanca. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarCuadro, gracias, leído y releído.
ResponderEliminarUn buen poema.
Viera
Saludos Recio. Gracias por compartir tu poesía con nosotros.
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