La décima es para mí, un género difícil, que no tiene sólo que ver con la perfección de la rima. El tema y lo novedoso de escribirla debe estar situado en una forma que no precise descubrir nada nuevo, pero no puede darse el lujo de no gustar. Hebert Toranzo es un escritor aún muy joven, pero tiene el dominio y el don para inquietarnos y hacer nuestra lectura agradable, sin dejar de acercarse a un modo donde nos inspire.
Y porque además se apropia de un humor muy ocurrente donde construye sus ansias. Puedo decirles que reconforta encontrarlo dentro del abanico donde tantos decimistas quieren innovar desde la rima hasta los temas complejos, pero que en muchas ocasiones caen noqueados por la falta de visión con la que escogieron subir al ring.
La extraña luz, la ventana
ni estaré jamás ni estuve,
o en el ojo de esa nube
dispersa que también soy.
Cerrado al mundo por hoy,
que ya he vivido el mañana;
sordo ante la voz lejana,
risible. Morir es esto;
ver que todo está dispuesto:
la extraña luz, la ventana,
Pink Floyd, los nueve meses,
la rabia o la cobardía.
Morir porque merecía
tal compasión de los jueces.
Porque ya ha muerto dos veces
mi corazón delator.
Porque por Dios, Montresor.
Porque en principio fue el verbo.
Porque no he tenido un cuervo
que responda <<nevermore>
El bello anatema.
primero es algo infinito,
subo hasta mí, doy el grito,
respondo y sigo durmiendo.
Mi insinuación, my innuendo,
tendrá que ver con la espada
de Damocles, con La strada,
los ojos de Gelmosina
o el pálpito que adivina
mi sombra decapitada.
Luego no vendrá tampoco
la maldición. Luego existo
fuera de Brama y de Cristo,
me dejo atar me hago el loco.
Se oyen truenos. Hace poco
la luz me era suficiente,
relámpagos de la mente
resucitaban el día.
Yo era eterno y me moría
sabia y rencorosamente.
Y esa deidad, ecce homo
yacen en mi desventura;
cierran de golpe la oscura
bóveda por donde asomo.
Luego basta: me desplomo
sin caer de vez en cuando.
La estrella bajo mi mando
cruza conmigo en el centro.
Vuelvo a gritar. Y me encuentro
muy simpático gritando.
de invocar el espíritu del vino
no era mala. Y el temblor divino
se hacía humano desde la platea.
Pero tampoco se lo crea,
como no debe apostarse por la misma
deshonra, ni el sofisma
cabe en la piedra malograda.
Todo absurdo antecede a la pedrada
que nos romperá la crisma.
(si esto conduce a algún lado)
que yo creía estar parado
sobre mi redundancia más oculta.
Pensaba talvez: << lo que me insulta
no es el ojo amable del destino,
la forma en que me adivino
vagando por la orilla opuesta.
No es la digresión lo que molesta,
sino acoger un alma como el vino>>.
Sueño aterrado y feliz
desde esas horas de mi muerte.
No extrañe a nadie entonces que despierte
mi escoria o mi raíz,
que no en vano hay un tamiz
entre lo oscuro y su regreso.
Yo pudiera lidiar con exceso
y abolirme después.
Yo fui Descartes ( o al revés
pero ahora no quiero hablar de eso).
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No conocía a este muchacho, muy buenas décimas. Me gusta tu blog, sencillo pero reseñas interesantes para motivar la lectura.
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