Antes de leer estás páginas, quizás debas hacer lo que Ondina, una de sus protagonistas; fabricar un teléfono con un hilo y dos caracoles. Sólo así podrás oír la brisa extraña que recorre sus historias de pueblo perdido, pero lleno de seres tremendos. Sólo así podrás llegar de veras a San Francisco: con la impavidez de Olga, la que por atesorar sus recuerdos fue capaz de enfrentar y detener el fuego, o con el empeño de Panchito, quien aun después de tu arribo seguirá escribiendo cartas a su amada ausente, para tratar de reencontrarla en los rincones sepias del poblado.
Si finalmente te arriesgas y recorres –siguiendo la línea de un tren imaginario- los sucesos de este libro, entenderás por qué la belleza surge de los pequeños detalles, esos que se amontonan a nuestro alrededor, y verás –de seguro- a su autora, tomando nerviosas notas para que la historia continúe más allá del aparente final.
Reseña tomada del libro.
A San Francisco no llegan los aviones, ni las aves migratorias.
Alguna vez –se diría que por error- llegó el cine móvil, algún que otro destartalado circo.
Aquí los trenes, antes de haber pasado, ya han dibujado en el cielo y la neblina una nostalgia de viajes imposibles. Pero había que ver cómo silbaba el aire, dudaba el tiempo, danzaba el río, cuando soñaba Lela, reía Olga, cuando pasaba Hortensia: cómo hasta el mar se acercaba, enamorado, a unas baladas cantadas por Ondina.
A San Francisco no llegaban los aviones, ni las aves migratorias…
EL NACIMIENTO
Durante muchos años, cuando Ondina estaba por nacer, dejó de llegar el cambio habitual de las estaciones. Hubo un otoño tan enorme, que la gente cogió un color grisáceo, como de yerba seca.
Luego arribó una primavera loca, que no trajo la lluvia necesaria, sino un chin chin tristísimo, interminable, que ponía a la gente melancólica. Iba ya para tres años cuando un 15 de agosto en la mañana, cesó el chin chin, y nació Ondina.
Ahora todo normal en San Francisco. En su época habitual, cada estación sucede a otra, y, como siempre, no llegan los aviones ni las aves migratorias.
Volando se va el tiempo –lo dicen todos-, y la niñez, la juventud…También volando se fue Lela, la pobre fea que tenía un árbol. Por eso, cuando sopla el viento, Ondina tan paranoica, se encierra y repite su oración pequeña, hecha con todas las poquiticas cosas que el viento fiero le dejó a su estirpe.
<<Las flores de Damasco llevan tu nombre, y las calles de Suecia, y las estrellas que brillan en el cielo sedoso de París….>>, esto le cuenta la voz que la persigue en las noches de insomnio, cuando en el batey ya todos duermen, y el leve roce de una ventolera antigua sale a caminar con ella
<<¡Qué maravilla! , suspira oronda de ser tan importante.
LEONILA
Leonila estaba destinada a la felicidad. Lo aseguró una adivina, hará cuestión de unos 35 años. Pegada al radiecito, se imaginaba en las canciones de la década aquella, donde al final del largo y pedregoso camino, prevalecía la ilusión, sobre todas las cosas.
No fue a estudiar al pueblo, porque las mujeres –según su padre- se hicieron sólo para el trabajo de la casa y formar una familia. No vio de cerca las ciudades de verdad. No ha visto el mar. Cuando pasó el último circo del que se tenga aquí noticia, se enamoró de un trapecista que decidió casarse con ella, para el próximo viaje.
Sin embargo, siempre lo supo: iba a ser feliz.
Así cada mañana bien temprano, Leonila abre la puerta que da al largo camino, y con la misma ternura de hace 35 años, se sienta a esperar, siempre alegre, porque es así como dijo la adivina que se debe esperar –para que dure mucho- la llegada de la buena suerte.
http://alascuba.blogspot.com/2008/12/maylen-dominguez-cruces-1973.html
Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Graduada de Información Científico-Técnica y Bibliotecología por la Universidad de La Habana. Ha sido profesora instructora de la UCLV y profesora adjunta de la Escuela Profesional de Arte Samuel Feijóo.
Ha colaborado con publicaciones nacionales como El Caimán Barbudo, La Letra del Escriba, Juventud Rebelde, La Jiribilla, La Revista del Vigía, Catauro, Huella, Signos, Hacerse el cuerdo, Ariel, Umbral, El Mar y la Montaña, y las extranjeras El Cuervo (Puerto Rico), Alhucema (España), Revista de La Universidad (Honduras), Diario Colatino (El Salvador), Lote (Argentina) y Carta Lírica (Estados Unidos), entre otras.
Aparece en las antologías Mujer adentro (2000), Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (2000), Los parques (2001), Una mirada: poesía cubana contemporánea (2004), La madera sagrada: poesía cubana (2005), Cuentos para despertar un vuelo (2005), Antología conmemorativa del Quijote (2005) y Palabras en la arena: jóvenes poetisas cubanas. Obtuvo la beca de creación literaria por «A San Francisco no llegan los aviones» (literatura para jóvenes) (2004). Ha obtenido otros reconocimientos como los premios Ada Elba Pérez (1999), Calendario (1999), Poesía del concurso nacional Amor Varadero (1999, 2005), La Edad de Oro (1999), Eliseo Diego (1999), Regino Pedroso (2001), Raúl Gómez García (1998, 2002), primera mención Abril 2006, entre otros. Miembro de la UNEAC y de la AHS.
Obras personales: Historias contra el polvo (1998); Estancias en lo efímero (2001); Evangelista y los recuerdos (2001) (Premio Calendario 1999 y Premio La Rosa Blanca 2002) (Narrativa para jóvenes); Bajo la noche inmóvil (2004) (Premio Raúl Doblado 2003), De lo que fue dictando el fuego (2004) (Premio de poesía Pinos Nuevos 2003); Bajo la noche inmóvil (2004) (Premio de poesía Raúl Doblado 2003); A San Francisco no llegan los aviones (2006; Beca Ciudad del Che 2004); Pero fue culpa del cuento (2007; Mención Abril, 2005 / La Edad de Oro, 2006).
Obras colectivas: Queredlas cual las hacéis (antología de jóvenes poetisas cubanas).
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