Una ciudad que se refleja en otra
siempre a
las puertas de la gloria
que es su
infierno
y muchas
caras cocidas por el susto
insulsas desde sus llantos.
Dos abismos
que por abajo se tocan
como esos
novios iletrados
que luego
vivirán de sus hijos.
Una: en un
extremo exige que la vistan
La otra: se
descompone en vestir y desvestirse
parecido a
los fuegos de un carnaval
donde todos
beben el orine
sin
entenderlo
de las
cervezas crudas que golpearon
con empeño y
desdén
la puerta de
atrás de sus almas.
Como viudas
en la primera noche de fuego
a una se le
conquista desde el miedo
a la otra se
le paga bien caro
una a una
cada promesa;
ambas tienen
montadas su miseria
_ carrusel
humano-
con
caballitos que recorren en círculos
sus
destinos,
sin que
puedan adivinarle en el horizonte
alguna
certeza.
Dos ciudades
que en lo oscuro
se amontonan
y besan
pero en la
luz se tornan violentas;
a lo lejos
un farol avisa,
un reo canta
y una colina sin lobos
nos
identifica
aunque el
viento rompa la marea
y los
cuerpos floten a su deriva
ajenos a las
casas de maderas
ajenos
también, algunos portales.
Por ellos
entran y salen los abismos,
siguen
amarrados
y aunque el
farol que les alumbra
mece con odio sus distancias,
una línea
divide lo que se conquista
otra traza
con arribistas y payasos
una carpa de
circo
donde todos
los trapecistas hicieron
el vuelo del
pájaro;
y otra de
las líneas
de causa más invisible mezcla
la fruta
madura que se pudre
en el mismo tronco
del árbol
donde algún
infeliz ha grabado sus iniciales.
Como un país y una provincia nos entierran,
nunca se
sabe
si por un
amanecer que ya ha pasado
tampoco si
es una tarde que de ceniza
babea en
nuestro entorno
y deja en el
triángulo
su estrella
solitaria.
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Muy buen poema Juan Carlos. Espero que te veamos pronto de nuevo por aca...Un abrazo, Manny
ResponderEliminar! mi admiracion por todo lo bueno que sale de tu pluma.
ResponderEliminarTerriblemente hermoso!
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