El hombre que nunca estuvo de moda.
Encontrarme con aquel hombre con un inmenso bulto de hojas debajo del brazo, mecanografiadas y llenas de rayones y tachaduras, con una colilla de cigarro quemándole los dedos amarillos de nicotina y susurrándome al oído: "Esto es lo que estoy escribiendo ahora. Todo parece indicar que es una novela " nunca me habría parecido nada especial en medio de aquel taller literario, si no hubiera sido por en el brillo de aquellos ojos que me revelaron muchísimo más. Otros "escritores en ciernes" y personalidades literarias "ya probadas" lo miraron por encima del hombro, de los espejuelos o de las ínfulas cuando oyeron aquellas pretenciosas confesiones. Y pretendieron ignorar sus criterios acerca de los trabajos debatidos ese dia.
"Tu debes ser un tipo al que le gusta la ciencia ficción"- me dijo poniéndome entre el bulto y la pared. Y para salvarme de la disyuntiva, no escogí precisamente el muro.
No me fue difícil intuir que el resto de la conversación terminaría con una invitación:
- Hoy es domingo y tú no trabajas ni estudias, nos vemos en mi casa en media hora (cuando este circo se acabe), y mientras te tomas un café que seguro también te gusta, te empiezas a leer este mamotreto porque necesito opiniones...Supongo que tambien te guste Silvio...
Aquel domingo, como diría Ray Bradbury, fue el día en que llovió para siempre, porque no hubo manera de que yo recordara que yo tenía una casa a la cual regresar a bañarme, a comer y a dormir. Quedé apresado en la maravillosa magia narrativa de Agustín, solo haciendo paradas para cambiar el disco de turno en aquel tocadisco Akord con su deliciosamente latoso sonido estéreo, y para levantarme y servirme el café, pues Agustín me pedía la taza, la llenaba de café recién colado...y se la tomaba él mismo, ensimismado en sus explicaciones y monólogos dialogados acerca del argumento que yo estaba devorando como un poseso.
Increíble creer que en medio de aquella Babel de libros, en aquella diminuta casita de muñecas, de tamaño inversamente proporcional a la estatura de aquel escritor casi a punto de dejar de ser un desconocido, viviera una familia. Sí, había finalmente espacio para todo y todos: la mayor de las niñas dibujándose a sí misma como esbelta bailarina o blonda princesa, colgaba sus esbozos en la puerta del escaparate bajo la casi imperceptible y parsimoniosa vigilancia de la madre. Mientras tanto, la más pequeña, una bolita sonrosada y sonriente, capaz de arrancar las barandas del corralito donde solían colocarla (no para protegerla a ella de los casuales golpes contra los muebles, sino todo lo contrario, dada la escasa "escenografía" y el austero atrezzo de aquel retablo) se sonreía y me lanzaba una pelota de goma. Difícil imaginar que así y allí, estaba naciendo el primer premio David de ciencia ficción. Y más difícil aun, que me estaba convirtiendo en un improvisado comadrón y posterior padrino de la criatura.
"Espiral" se convirtió en mi primera novela leída por entregas, y junto a cada legajo que le devolvía iba una lista con mis sugerencias. Si bien eran agudas y atrevidas sugerencias de lector activo jamás esperé verlas incluídas en la versión final. De eso estaba convencido conociendo ya su testarudez. Pero Agustín me defraudó de una manera espantosa: no solo se lució dejándome meter la mano en dos o tres escenas fundamentales de su novela, respetando mi lógica de lector, sino adoptando mis soluciones dramatúrgicas como válidas.
Y tuve ya para siempre reservado mi puesto fijo como "revisor y lector por entrega de todas sus novelas", orgullo que compartí con otros escritores-lectores de su formidable obra. Pero ocupar un escaño en su corazón de amigo y en el calor de su familia fue un honor mucho mayor.
No todos los días uno tiene el orgullo de ver nacer a un escritor, o al menos verlo romper la cáscara del anonimato y estirar sus alas (aunque sean membranosas). Ni mucho menos ser consultor de una novela que en unas semanas se va a convertir en un premio que cambiará la vida de una persona talentosa (y creará decenas de arrugas en la cara de otras envidiosas).
"Espiral" vino al mundo describiendo exactamente esa figura en el aire literario de la isla. Y con ella llegaron respeto y admiración por aquella nueva codificación de las irrealidades creíbles.
O por la descodificación de las realidades increíbles.
A partir de ahí quizás empezaron a creerlo loco. Solo alguien que esté bien loco puede escribir utopías tan imperfectas que echen por tierra la pretendida perfección de la utopías reales. Solo alguien bien loco puede crear universos en los que los personajes se arrebaten unos a otros el derecho a ser reales y consecuentes con la tragedia que es la vida. Solo alguien bien loco puede decir lo que piensa en el momento en que nadie se lo espera. Solo los locos, los juglares y los bufones. Y solo los sabios pueden distinguir los unos de los otros. El vulgo no.
De su máquina de escribir salieron esas tres novelas "clásicas" que le prendieron fuego por detrás, como a la jicotea del cuento popular, a la ciencia ficción criolla para que abriera la boca y soltara el insípido chicle tan requetemascado de la "rama mala" de la ciencia ficción soviética con su teque hiperhumanista y sus tragicones héroes de cartón piedra, bien diferente de la auténtica y cuestionadora que aun hoy se sigue leyendo en el mundo entero aunque ya ni los mismos rusos de la nueva generación sepan que forma parte de su riquísimo patrimonio nacional.
Así, según filo y grosor de su pluma fueron cambiando desde la epicidad de "Espiral" a través del romanticismo de "Una leyenda del futuro" hasta lo dramático-policíaco al estilo best-seller de "El año 200", su talento de investigador da un gran salto para colocar un quinto clavo , 1997 años después, en la misma cruz en la que Cristo Jesús sigue siendo exhibido, a la manera de un discutido evangelio con "El Publicano". Ya era sabido que la polémica siempre fue la leña que él solía echar en el fuego de sus novelas. También se las arregló para no escatimarle combustible a su traído y llevado libro de ensayos "Catarsis y Sociedad", provocando encendidas discusiones y algun que otro correcorre cuando la candela del debate llegaba al caballete.
Pero entre tantas coles que le procuraron elogios egregios, las lechugas de su pretendida locura también le procuraron apáticos epítetos. Sus artículos y opiniones no le valieron premios precisamente, y lo más fácil y a mano fue aprovecharse de su despiste de genio y su entretenido diálogo lleno de citas, alegorías, metáforas y giros para seguir acuñando la imagen de buen loco, y dejarlo gozar de aquel su divertimento, y su hubiese sido posible conseguirle una bacinilla en alguna barbería de época tocando así con yelmo de Mambrino a su triste figura, hubiéramos tenido en Santa Clara no solo a otro ingenioso hidalgo doblándolo en prodigioso parecido, sino a la confirmación irrevocable de la famosa teoría sobre su "extravío" galopante. Cosa que lo haría sonreir, estirando su bigote rubio de nicotina.
Agustín era un maestro singular. Gracias a sus " desvaríos" pude adentrarme en los universos de Tarkovsky y de los Hermanos Strugatsky y conocer a Stanislaw Lem más allá del "Test del Piloto Pirx" y "Solaris", por los pantanosos bajíos donde ya las verdades sonaban tan plomizas que no podían soportarse. En su compañía escuchamos música de primerísima mano, en su momento "inédita" (¿por qué lo sería?) de Silvio Rodríguez. Gracias a su "falta de lógica" aprendí a mirar a Ray Bradbury, monarca de la sugerencia, cara a cara en su trono ganado a golpe de frases cortas; y allí, junto a él, nos hizo conocer a Jack Vance, a Arthur C. Clarke y nos enseñó a espiar a Asimov. Si no nos dio la brújula, al menos nos enseñó a usarla. Gracias a él y a sus enseñanzas, a mi paso por esta galaxia, pude encontrar por mí mismo, siglos después, a Ursula Le Guin y a Orson Scott y degustarlos como cuando repetiamos con ojos cerrados los textos de Silvio, Pablo y Amaury como bálsamo contra el inmovilismo y conjuro contra la imbecilidad.
Ha sido el único mortal a quien he visto usar técnicas de adiviniación horoscopales con un LP de ABBA. Al invitar a alguien a su covacha privilegiada, ponía, primero una cafetera en la hornilla e inmediatamente el disco y decía: "Te voy a poner la canción que más te gusta, y que por tanto te define mejor..." Yo sabía que contradecirlo llevaba a horas extras de divagaciones acerca de genética, filosofía marxista, tragedia griega, pirotecnia china y hasta química estelar. Jamás, por pura pena, se me ocurrió negar con la cabeza cuando me hizo escuchar "Chiquitita" nueve veces seguidas como "mi favorita" y cuando iba a atreverse con la décima ya no pude aguantar más y le dije: "Oye, viejo; ni un Chiquitica más, hazme el favor, que es la canción de ABBA que más mal me cae".
Se sonrió y me dijo: "Ya me extrañaba que siendo tan Escorpión te comportaras como Libra. Lo tuyo es de "S.O.S" pa'allá . Pero ese es otro disco, padre...Espérate que voy a ver si lo encuentro... "
Tampoco fui muy afortunado jugando ajedrez con él. Quiero decir ganar un juego, cosa que desconozco si existe alguien que lo haya logrado, pues en lo referente a aprender "técnicas de observación del enemigo", como él las denominaba, el juego se tornaba interesante y divertido.
Su "flujo oral libre", como él mismo denominaba a su discurso florido o su conversación llena de colores inolvidables y volutas del idioma que solo a él se le ocurrían, era algo que, lo mismo hacía caer a uno en trance hipnótico que lo levantaba del asiento y le hacía improvisar un: Bueno, ahora me acuerdo que dejé sin hacer una tarea y mañana es el día de la entrega... Pero eso solo daba pie para que te agarrara por los hombros y te dijera: "¿Irte ahora? Muchacho:! Mira lo que tengo aquí! Y abriendo su viejo portafolio sacaba un libro de la colección Minotauro o Seix Barral y te lo ponía suavemente en las manos, sabiendo que la tentación de saber era mayor...Y se volvía hacia su esposa: "Mamá, tenemos suficiente comida como para invitarlo, ¿verdad?"
Elogio de la locura: Es una gran paradoja que por sus pretendidamente "inconexas palabras" pudimos, todos los que lo conocimos en verdadera magnitud, poner su talento en el pedestal que le correspondía. Y todo porque teníamos quizás los dedos mas sensibles al roce del hilo del cariño que nos guiaba por el laberinto de su curiosa prosa y su enjundiosa conversación; y porque teníamos los ojos más limpios para encontrarle el verdadero sentido a través de las nieblas de la ambigüedad.
Ditirambos griegos que anticipaban a la Skynet del Terminator, hombres clorofílicos capaces de aprovechar la energía solar, planetas poblados por partenogénesis, inmensas naves-invernaderos capaces de abastecer a un tercio del planeta con sus vegetales cultivados en el espacio son cosas que por supuesto no se le pueden ocurrir a gentes cuya "normalidad" de raciocinio tenga las raíces tan enterradas en un mundo más material que el de la chica de la canción de Madonna.
Hay una gran diferencia entre contar fantasías y decir mentiras. Ambas cosas pueden ser enteramente o en parte, juegos lo mismo macabros que inocentes. Y el hombre es el único animal que mata, come, tiene sexo y juega por puro placer. O por pura maldad.
Agustín de Rojas Anido, además de ajedrecista consumado, era un excelente antropólogo dotado de un instinto sicológico tan especial como para darse cuenta de que todo juego tiene su final.
Y que lo gana precisamente quien logre conducirlo hasta allí, hasta ese punto casi infinitesimal donde un segundo o un milímetro o un suspiro o un silencio deciden.Y como en " Meñique" lo pierde quien diga "Esto es demasiado". No gana quien diga la mentira más grande sino quien logre resistirla.
Su silencio, literario o personal, pudo ser agotamiento, pudo ser cansancio, pudo ser aburrimiento, pudo ser cualquier cosa, hasta vergüenza o pudor, pero me resisto a creer que fuese que ya no tenía nada que decir. Un hombre puede que siempre tenga cosas que callar, pero un escritor siempre tiene cosas que decir.
Para los críticos que al comparar confunden la latencia meditativa (cuyas magras yemas siempre reverdecen) con la esterilidad y la inconsistencia de la falta de talento o de substancia ( pues la nada nada inspira), guardar un largo silencio pudiera significar haber callado para siempre. No dicen o no se atreven a decir nada del hastío que lleva a la boca antaño pródiga a mantenerse parca de palabras. No dicen nada del dolor que el silencio provoca a la mente atormentada por la idea.
Por tanto un hombre con un corazón incondicional que cuente fantasías está condenado a vivir de corrido, sin hacer poesía, o a cargar con ese silencio asesino que lo hace culpable, a intentar contra viento y marea ser mínimamente suyo y despedir su pedacito mortal cuando le parezca.
Así ví vivir a Agustín la parte de este camino que recorrimos juntos, con otros tantos amigos y enemigos. Así lo ví, vivo y enérgico de verbo y gesto, irónico y filosófico, inteligente y cariñoso, así lo recuerdo y lo recordaré y me alegro de no haberlo visto con la ajena faz de las sábanas que el peso del cuerpo aun no deja ondear, yaciendo en el borde de este trampolín desde el que ha saltado hacia la eternidad, liberando su mente y su alma de la gravitación de este puñetero planeta que recibió en préstamo para que, como de una bola de cera virgen, esculpiera un mundo mejor. Y logró hacerlo lo mejor que pudo.
La última vez que nos encontramos en el boulevar de la calle Independencia, fue como la primera: me hablaba, mezclando con dulce y sabia ironía futuro y pasado, de sus hijas y de su esposa y de su vida. Sí, había vivido, siempre machacado, en varias casas, pero lo maravilloso era que había vivido una única vida con su misma pequeña y querida familia, que era a fin de cuentas quien lo sostenía. La familia grande, inmersa en sus pugnas más o menos insustanciales, parecía seguir ignorándolo, como siempre. Ese gran experimento que es la vida de cualquiera, para él continuaba siendo una incógnita y a la vez un inexplicable regalo. No se quejaba de las nuevas arrugas de su rostro, pero abriéndose el pecho me dejó ver las más viejas de su alma. Y comprendí que algo distinto estaba por sucederle.
Me dicen que Agustín de Rojas Anido, tras una desgajante dejadez, ha partido en la tarde del mismo dia en que años atrás Norteamérica tembló de miedo viendo como el orgullo nacional y las Torres Gemelas se desmoronaban al unísono. Así quiso obligarnos a recordarlo aun más al final de este viaje en la vida.
Me dicen simplemente que partió. Liberando su recuerdo del lastre que, como la cola del burro del juego infantil, algunos se empeñan aun en colgarle. Seguramente contento y desnudo, pero sin humo ni metralla, por el Prado de los Soñadores.
Que se fue. Dejándonos al inmenso grupo de amigos y a la ciencia ficción con una pregunta aleteando contra los barrotes de la duda:
When shall we three meet againIn thunder, lightning, or in rain?
¿Cuándo nos encontraremos de nuevo los tres,
bajo el trueno, el relámpago o la lluvia?
Y con su voz impostadamente oracular, cosa que le encantaba hacer, parece respondernos: "Los creadores de mundos son herederos de las estrellas supernovas: desaparecer de la vista de los demás no significa dejar de existir ni significa vacío absoluto. Significa una avalancha de luz que precede a la transmutación. Significa vida después de la vida. Significa amor después del amor. Significa que uno significaba algo y que existe algo que uno aun puede seguir significando.
Que uno fue el que fue y no volverá a ser, y al mismo tiempo jamás dejará de ser."
Si algo fue trágico, para bien o para mal de muchos, es que Agustín supo ser una persona auténtica. Y así quiso pasar a la Historia.
Aunque eso no esté de moda en estos días.
Rafael Soriano Rodríguez, Oslo 12 de septiembre 05.00 am.
(enviado por Rafael Soriano para sentado en el aire)
_______________________
“Yo no soy el individuo que ve la nave, yo escribo en la pizarra que viene la nave”
El escritor cubano Agustín de Rojas (Santa Clara, 1949) falleció hoy a las 7 de la noche en el Hospital Provincial de Santa Clara. Autor de "Espiral" (1980. Premio David de ciencia ficción), "Una leyenda del futuro" (1985), "El año 200" (1990) y "El publicano" (1997. Premio Dulce María Loynaz). Prologó, para Ediciones San Librario, "Pequeñas miserias cotidianas" (2010), de Lorenzo Lunar.
Su generosidad, inteligencia, compañerismo, sinceridad, solidaridad y amor nos acompañarán a todos. Fue un maestro y un padre para todos los narradores de Santa Clara de varias generaciones.
En un ejemplar de "El publicano" escribió la siguiente dedicatoria: "Para Álvaro: Este libro escrito durante el Naufragio. Traté -y dicen los que lo han leído que sí, que lo conseguí- de dar algo que ayudara a quienes pasan un mal momento (malo, malo de veras) y le den esperanzas. Espero que nunca tengas que usarlo; que sólo lo disfrutes. Tu hermano Agustín".
Para siempre, amigo.
Fotos ACG. (tomado del muro de facebook de Lorenzo Lunar, y las dos fotos de este post)
El escritor cubano Agustín de Rojas (Santa Clara, 1949) falleció hoy a las 7 de la noche en el Hospital Provincial de Santa Clara. Autor de "Espiral" (1980. Premio David de ciencia ficción), "Una leyenda del futuro" (1985), "El año 200" (1990) y "El publicano" (1997. Premio Dulce María Loynaz). Prologó, para Ediciones San Librario, "Pequeñas miserias cotidianas" (2010), de Lorenzo Lunar.
Su generosidad, inteligencia, compañerismo, sinceridad, solidaridad y amor nos acompañarán a todos. Fue un maestro y un padre para todos los narradores de Santa Clara de varias generaciones.
En un ejemplar de "El publicano" escribió la siguiente dedicatoria: "Para Álvaro: Este libro escrito durante el Naufragio. Traté -y dicen los que lo han leído que sí, que lo conseguí- de dar algo que ayudara a quienes pasan un mal momento (malo, malo de veras) y le den esperanzas. Espero que nunca tengas que usarlo; que sólo lo disfrutes. Tu hermano Agustín".
Para siempre, amigo.
Fotos ACG. (tomado del muro de facebook de Lorenzo Lunar, y las dos fotos de este post)
Querido amigo,
Nos quedamos con las ganas de seguir
hablando sobre la artificiosidad de lo real. Pensé verte pronto, en unos meses,
para decirte que mi novela también puede leerse en clave de ciencia ficción, y
que me dijeras qué creías de eso... Pero nada. La Nada. O el Todo. La muerte es
el enemigo. Como dice Virginia Woolf en Las olas:
"¿Cuál es el enemigo que
percibimos avanzando hacia nosotros…? Es la Muerte. La Muerte es nuestro
enemigo. Y al encuentro de la Muerte cabalgo blandiendo la espada, con mis
cabellos flotando al viento".
Un abrazo, Agustín. Ahora para
siempre.
Garrandés
____________________
Hoy he sentido a Bogota más fría que
nunca.
Un abrazo a toda la familia de Agustín y a
todos los que sienten la ´pedia ´ de éste un amante de las más nobles utopias,
un Gran Escritor y aun más Grande Hombre
y amigo de la libertad. Que Dios
le de la Eternidad en el Cielo porque en la tierra la ha ganado.
Hermano Agustin, un abrazo desde esta
materia fragil. Ya estas en todos.
Adalberto
Ranssell-Levi (El Australiano para Ricardo Riverón)
_________________________________
Agustín de Rojas: no saber decir
adiós
por Norge Espinosa Mendoza
La
vejez comienza, de manera indeleble, cuando empieza a sorprendernos el modo en
que han crecido los hijos de nuestros amigos, y cuando perdemos a varios de
nuestros conocidos. La manera en que unos se hacen adultos y el modo en que
otros nos abandonan, va creando ese raro estado de ánimo que es la verdadera
soledad, al descubrirnos que ya no vibramos según las tensiones de los que
lucen sus 20 años, o no podremos dialogar más con alguien que nos parecía
imprescindible. en esa santa clara que he reinventado tantas veces, mis antiguos
condiscípulos ya se quejan de la estatura de sus hijos, y falta ahora Agustín
de Rojas. Que haya muerto él, que era un personaje salido de sus propias
novelas, dotado de las maniobras verbales más delirantes y tremendas que uno
pudiera esperar de un autor que escribió ciencia ficción para recordarnos que
cualquier género exige talento verdadero, me lleva de cabeza a esa otra
soledad, en la que sabemos que algo va deshaciéndose, y ni el amparo de las
letras nos protege. Con Espiral, en 1980, Agustín removió y catalizó mucho de
lo que la ciencia ficción en Cuba era o creía ser. Fue él quien me puso delante
de Silvio Rodríguez la única y rápida vez que tuve al trovador delante, para
que me firmara el poster de uno de sus escasísimos conciertos en Santa Clara. Y
quien me prestó la primera Biblia, para que aprendiera de dónde viene, en mito,
literatura y otras formas de la fe, casi todo. Nunca creó escuela, pero sí
tenía devotos. Sus cartas y teorías políticas serán pronto parte la leyenda
santaclareña. Lo peor es que, tal y como me sucedió con la reciente muerte de
mi queridísima Nidia Fajardo, Puchy, para quienes la abrazábamos y queríamos en
La Habana y tantas partes, no sé cómo decirle adiós. Fue él quien me enseñó a
respetar la literatura fantástica y otros géneros que se tienen por menores. En
el centro del laberinto borgiano puedo imaginarlo ahora, riéndose de todo esto.
Con la misma sonrisa en que lo vimos durante la sesión de raro homenaje que
hace muy poco se le brindó en la sede la de la UNEAC villaclareña, en la que él
mismo quiso escoger a sus exégetas, tan confabulador como de costumbre. Que
leerlo sea la mejor manera de abrazarlo. Mientras crecen los hijos de los
amigos y otras conversaciones van apagándose, irremediablente
Siempre en el placer de visitarte...en esta la excelente crónica de amistad y ese amor nacido en la creación ....ese dejar la taza de café lista para el reencuentro...muchas gracias....es un bello homenaje
ResponderEliminar