La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas proclamó 2011 como Año Internacional de los Afrodescendientes. La resolución 64/169 de la ONU pretende así poner en marcha medidas en favor de los derechos económicos, culturales, sociales, civiles y políticos de las personas de ascendencia africana, y promover el desarrollo de acciones que coadyuven al mejor conocimiento, respeto de la herencia y cultura de los afrodescendientes, contribuyendo a la eliminación del racismo y la discriminación.
Precisamente en febrero de este año se ha publicado en Cuba la cuarta versión de esta novela juvenil. Antes aparecieron la traducción francesa (Ibis Rouge, 2004), la versión mexicana (Fondo de Cultura Económica, 2006) y la traducción brasileña (Ediçoes SM, 2007). Lo cierto es que el interés por el que quizás sea mi mejor libro, ha crecido este año. (Editorial Capiro. Santa Clara); primera que lleva mis propios dibujos.
La investigadora mexicana Mariana Reyes Payán me hizo recientemente, entre otras, las siguientes preguntas:
La leyenda de Taita Osongo es una novela corta, pero muy cargada de acción,¿usted considera que puede estar dirigida tanto a niños como a jóvenes, o tenía ya,al momento de escribirla en la mente un público más específico?
Quienes nos dedicamos por entero a la literatura infantil raramente nos preguntamos a qué público se destina una u otra obra. Como escritores profesionales, hemos construido nuestro estilo con una determinada forma de contar que “nos sale” automáticamente. La separación entre forma y contenido es solo una etapa de la interpretación literaria y no de su génesis. Determinada trama exige determinado desarrollo argumental, determinado lenguaje, determinada complejidad psicológica en los personajes y determinados conocimientos históricos, geográficos o filosóficos por parte de un lector... que el autor incorpora de la misma manera que un buen actor incorpora el personaje que representa. De alguna manera el autor es poseído por la obra y ésta le dicta el discurso apropiado. Cuando uno termina puede darse cuenta de que hay alguna palabra o situación que su lector supuesto no podrá captar-disfrutar, pero el procedimiento es similar al del poeta que corrige las palabras que no están en su sitio o a la altura necesaria dentro de un poema.
Generalmente escribo textos “estereofónicos”, que los adultos sintonizan en una frecuencia, los adolescentes en otra y los niños en la suya. A veces la “banda” adulta es más ancha, a veces es más ancha la infantil, y excepcionalmente no hay mucho espacio para uno o para otro de mis “radioescuchas”. Un librito como La Nube es definitivamente para niños de 4-5 años, mientras la novela Mi tesoro te espera en Cuba complacerá a lectores de 11-12, abrumando a los de 8 y aburriendo a los de 15 (con la flexibilidad que demanda el hecho de que edad cronológica y edad intelectual varían de un individuo a otro). Entre tanto, un cuento como Pájaros en la cabeza puede ser leído y difrutado entre 6 y 16 años, cada cual a su aire.
Por su parte, La leyenda de Taita Osongo no aprovechará a un niño que aún no tenga 10 años. Eso lo supe desde el principio, aunque el episodio de la persecución de Alma y Leonel por los cazadores de esclavos tiene la estructura y el atractivo de un cuento maravilloso que sí apreciaría niños de 7 años (al extremo que he escrito un cuento centrado en los personajes y tonalidad de ese episodio, que cuando se publique será un álbum para la edad en que el gusto por la fantasía se confunde con en interés por las parábolas y lo épico).
Desde la primera línea de La leyenda... yo sabía que iba a escribir una historia de amor desdichado, situada en tiempos de las plantaciones esclavistas en el Caribe (siglos XVIII-XIX), y con una intensidad dramática y una prosa que la hacían particularmente adaptada para lectores, digamos, de entre 11 y 15 años. Pero escribí la historia que quería escribir, respondiendo a la necesidad de liberar una tensión emocional específica y el deseo de llevar a sus últimas consecuencias el lenguaje poético explorado en mi libro precedente (hoy publicado con el título La lechuza me contó).
¿Cómo y cuándo llegó a usted el tema de La leyenda de Taita Osongo?
No puedo recordar las circunstancias exactas pues de eso hace mucho tiempo; mucho más del que sugiere el copyright del libro (primera edición, francesa en 2004 y primera edición en castellano en 2006). Fue en 1984: desde hacía tres años yo vivía en Santiago de Cuba, la pretendida capital del Caribe e indiscutible capital de los cubanos de origen africano. La vitalidad de la cultura afrocubana me estaba penetrando cuando recibí la convocatoria del Premio Heredia. Lo auspiciaba la Unión de Escritores en la provincia y si bien se dirigía a escritores de todo el país, los escasos autores que entonces nos dedicábamos a la literatura infanto-juvenil en la región oriental éramos particularmente esperados. Ninguno de los manuscritos que yo tenía entonces se adaptaba a la convocatoria, pero no siendo autor que salte sobre la ocasión, deduzco que ya entonces me rondaba la idea de lo que inicialmente titulé “La leyenda del algarrobo y la orquídea”. La imagen de un algarrobo con una orquídea en el tronco inmenso y negro, me rondaba desde hacía algún tiempo, pues frente a mi casa santiaguera crecía una veintena de esos árboles formidables y en mi lejano hogar paterno siempre hubo una blanquísima orquídea prendida a un madero oscuro. O sea que la trama se me presentó por la imagen final, pero mis primeras líneas hablaban del viaje de un barco negrero al África, la captura de su rey-brujo y la vida de éste, entre cadenas, primero, y como cimarrón después, para concluir con el amor imposible entre la hija del amo y el niego del antiguo esclavo.
El centro dramático tenía inevitablemente que ser ese impedido amor. Yo estaba viviendo una situación de ese tipo, aunque nada tenía que ver la diferencia de color, y la rapidez inhabitual con que escribí revela que el relato me sirvió de catársis.
¿Cómo entra la realidad histórica para conformar la visión mítica de la cultura del
libro?El romanticismo de mis sentimientos se refleja en el estilo, pero no me nubló la razón: yo quería escribir sobre el racismo (demasiado visibles eran, en la ciudad donde vivía, las consecuencias positivas y negativas de la violenta unión entre blancos y negros, iniciada más de cuatro siglos atrás... y todavía inconclusa). El momento histórico idóneo era la época esclavista que abarcó prácticamente toda la existencia colonial de Cuba, entre principios del siglo XVI y 1886, año de la supresión definitiva de la esclavitud (doce años antes de que España perdiera la guerra de independencia). Me documenté en textos históricos y antropológicos para aquella primera versión que ganó el Premio Heredia y debió publicarse, pero que yo no llegué a entregar a la editorial Oriente, pues consideraba que mi texto tenía un grave defecto en su primera parte; concretamente en la composición del personaje del traficante de esclavos, demasiado plano y maniqueo como equipararlo a Taita Osongo. Demoré 18 años en encontrar la solución narrativa de ese problema, y no lo lamento, pues esa larga maduración me permitió ahondar en la historia de las colonias de plantación esclavistas españolas y francesas, y en el esclavismo brasileño, llegando así a recrear una realidad transnacional y transtemporal.
¿Por qué constituir esta novela a manera propiamente de “leyenda”?
Alma y Leonel no son Romeo y Julieta, como Severo Blanco y Taita Osongo no son variantes de las familias Montesco y Capuleto. En el gran drama shakespereano, ambas familias tienen la misma culpa, practican el mismo odio secular y estúpido. No es el caso de Severo Blanco y Taita Osongo. La culpa de Severo Blanco y de todos los negreros y esclavistas es imperdonable e incomparable con cualquier error que pudiera reprocharse a la mayoría de los pueblos africanos que fueron sus víctimas por el simple hecho de que los colonialistas occidentales eran el resultado de una larga historia de civilización y cultura que, incluso después del Siglo de las Luces y de revoluciones como la Inglesa y la Francesa, e incluso tras las independencias norteamericana y brasileña siguieron explotando con salvaje egoísmo la sangre y no solo el sudor de otros seres humanos. El crimen de Montescos y Capuletos es un crimen estúpido. El de Severo Blanco y todas las elites europeas y americanas que él representa es un crimen de lesa humanidad. Por eso el amor entre Alma y Leonel no tenía ninguna esperanza. Pero al mismo tiempo, al dirigirme a jóvenes de nuestra época, no quise apabullarlos con el peso de esta Culpa que no es la suya. De ahí que buscara una “puerta de salida”, y la única posible era una redención mágica. Utilicé el viejo recurso de la metamorfosis y quien dice metamorfosis dice leyenda.
Aprovecho para corregir la errónea suposición de que mi trama se apoya en algún mito o leyenda cubano. Sobre todo en Francia, donde estrené esta obra, pero también en España y otros países europeos hay cierta tendencia a creer que la literatura infantil latinoamericana se nutre básicamente de su rica tradición oral. Al margen de que Cuba es quizás el país de América Latina con menos literatura popular (hasta ahora nadie ha explicado la razón y no este lugar para hacerlo), lo cierto es que los escritores latinoamericanos contemporáneos explotamos nuestra imaginación tanto como lo hacen nuestros colegas europeos. La leyenda de Taita Osongo es una “leyenda” completamente inventada: no hay en mi novela la más mínima referencia a relato popular alguno.
Se ha mencionado que para realizar este libro usted se alimentó en fuentes literarias cubanas, de Europa Occidental y hasta de Rusia. ¿Es esto cierto? ¿Cuáles fueron estas fuentes?
Hubo en la Cuba del siglo XIX una importante literatura de denuncia de la trata y la esclavitud que estudié en la universidad, pero no releí ni creo haber pensado en esos libros cuando escribí La leyenda... Fuentes literarias cubanas explícitas son, en cambio, dos libros del siglo XX: el poemario de Nicolás Guillén Sóngoro cosongo (1931), uno o dos de los cuentos para niños incluidos por Onelio Jorge Cardoso en Caballito blanco (1974). Algún compatriota creyó ver la excesiva influencia de Pedro Blanco, el negrero (1933), de Lino Novás Calvo, pero debo confesar no haber leído hasta hoy esa obra, sin embargo, imprescindible. Las dos referencias que acabo de mencionar, no datan, empero, de la versión inicial, cuando el protagonista se llamaba Taita Yayo. Fue muchos años después, buscando un nombre más sonoro y significativo, que se me ocurrió llamar Sóngoro Consongo al país y Osongo a uno de sus reyes-brujos. De esa manera quise indicar que el África de mi libro es el África mítica, tal como se la inventaron los poetas afronegristas cubanos (y no solo ellos) y establecer una relación con el procedimiento de Guillén, que entre 1930 y 1931 exploró la expresión y vida de los negros habaneros como García Lorca había explorado la cultura gitana para su Romancero. La otra referencia, en forma de intertextualidad directa; en la página 56 de mi novela cito textualmente una frase y situación del cuento “La serpenta” que integra el clásico de la literatura infantil cubana Caballito blanco, una manera de anclar mi texto, de manera muy sutil, dentro de la tradición a la que pertenezco y en la línea ética de un autor que admiro y respeto y con el que tuve el honor de relacionarme.
Menos esperables son las fuentes europeas. La leyenda de Taita Osongo, como la mayoría de mis libros, pertenecen a una tradición occidental. Escribo cuentos y novelas que tipológicamente no se diferencian mucho de lo que cualquier autor español o francés podría destinar a niños y adolescentes. En particular, mi novela recupera algunos recursos cuyas raíces pueden encontrarse en las mitologias europeas y los cuentos estudiados y caracterizados por Vladimir Propp en su Morfología del cuento. Pero antes de leer al famoso folclorista ruso, bebí en la misma fuente que él; en una de las recopilaciones de Alexander Afanásiev leí un cuento que termina con la fuga de dos enamorados que persigue el terrible padre de la moza. Varias barreras mágicas son levantadas y derribadas sucesivamente por la una y el otro, y eso me dio la idea del capítulo 18, uno de los primeros episodios que escribí, y que generó la aparición de los cuatro servidores de Taita Osongo: el murciélago, la lechuza, la serpiente (todos protagonistas de sendos cuentos de Onelio Jorge Cardoso), y el güije (el más importante personaje del folclor cubano que, sin embargo, empieza apenas a disponer de una bibliografía de ficción).
Tomado de:
Blog de literatura infantil y juvenil del autor cubano Joel Franz Rosell
http://elpajarolibro.blogspot.com/2011/06/una-novela-con-raices-afrocubanas-la.html
Excelente entrevista a este autor cubano, quien relata no sólo aspectos de su vida como escritor, sino que nos revela posiciones frente a los eternos problemas étnicos que aun nos aqueja. Joel Franz, para niños y adultos, muy de carne y hueso en este trabajo.
ResponderEliminarGracias, Recio.