La nostalgia no siempre debe ser interpretada como un sentimiento de angustia. Tampoco de desarraigo o no pertenencia. Pero un poeta que vive una experiencia lejos de su hábitat cotidiano, de sus seres queridos, de un lugar adonde pertenece no por instinto, puede y es el caso de Arístides Vega Chapú, captar con profundidad ese estado donde algo que falta provoca comparaciones y recuerdos que se incorporan no como una recreación mental de ese estado, mejor como una definición de saber el por qué se pertenece a un sitio determinado y la certeza de que no sabremos vivir mucho tiempo fuera de ese ámbito donde uno es lo natural, como el agua que alimenta un roble, como la raíz que sostiene ese roble y que de alguna forma es una parte inseparable de nuestra identidad. Al leer unos poemas inéditos que me acaba de enviar el poeta y que ahora comparto, supe de lo cercano en temas que podemos encontrarnos, porque además del verso y la crónica nos une un sentimiento de esa identidad que define las cosas que el alma impide bloquear, y por tanto nos comunica con una carga extraordinaria de belleza.
LA DISTANCIA NO ES MI SITIO.
Cómo sería estar lejos para siempre,
renunciar a ese mínimo espacio de la mesa de casa
a la que se acercan mis antepasados
a ocupar los sitios que ahora pertenecen a mis hijos.
Cómo perderme ese instante en que mi mujer ordena la
mesa,
que aún sigue oliendo a resina silvestre,
para que no falte sitio para los que no están
y pueden regresar a cualquier hora
de las muchas que posee la noche.
Cómo serían mis sueños en paisajes desconocidos,
con todos los gajos secos apuntando a mi corazón,
que ya solo almacenaría recuerdos
imposibilitados de saltar los aros de fuego
porque en la lejanía
han perdido veracidad.
Tendría la angustia de no saber relatar mi verdad
en otra lengua,
como quien no sabe regresar
al sitio en que tuvo un instante de sosiego,
o retorna de un largo viaje a una casa que ya no existe.
Sería mi culpa no aprender a escuchar
lo que se describe desde otra dimensión.
Ni encontraría a quién encargar el cuidado
de mis recuerdos y libros,
de preservar el nombre de las calles
en las que nunca me perdería,
de que no se derriben las casas a las que puedo acceder
más allá de cualquier puerta o ventana.
Domingo en Caracas
Camino bajo la sombra extendida entre los árboles
mutilados constantemente por la aplomada luz de Caracas.
Creo caminar por la avenida en que accedo a mi casa,
aunque esta en nada se asemeje a la de los sedantes tilos
que florecen en esta fecha
para cubrir como brumosa cortina
las desvencijadas casas.
A falta de símbolos reverencio la sombra
colgada de un árbol a otro, como bandera
que hondea en los días festivos de la isla.
La emoción me deja sin sentido de orientación.
El asfalto ha sido cubierto de hojas brillosas,
otras mustias y desechas por una persistente brisa
que las ha movido, durante días, de un lado a otro,
como el aleteo de un ave afligida
que decide volar a ras del suelo.
A todos los veo en el rostro de los desconocidos,
caminan a mi lado
sin sospechar que mi nostalgia es tan grande
como estos árboles.
Estancia en Camatagua
Veía no llegar a nadie a la Plaza Bolívar,
por sobre la oscuridad
de las vacías calles de Camatagua,
sin el circular recorrido de provincia
alrededor de una glorieta ocultada por el follaje.
No es de noche, solo domingo
y los animales se aíslan.
Las hojas caídas de los árboles
crecidos para la horca
descienden como ingrávidas frutas
sobre la cabeza de los que se marchan a disfrutar
el mediodía de sus calurosas casas de barro.
Espero encontrar en las líneas de mi mano
este sitio.
PALO DE AGUA
Cada tarde se acerca con suspicacia la lluvia
desde los azules cerros de San Felipe
que simulan ser borrosas manchas en el cielo.
Acomodan los destellantes rayos a las mujeres
en sus humildes casas
que apenas resisten la aguada.
Entibian a sus hombres
bajo sábanas almidonadas,
le acercan guaro en recipientes de barro,
hombres de mi edad
que rejuvenecen bajo la protección de ese vaho
que ni siquiera la lluvia perturba.
Camino a los cerros, desde Carora
A Laura
Detrás del grueso cristal que nos protege
del encuentro con un viento áspero y rudo
veo los árboles desprenderse de raíz,
pasar velozmente,
enfrentándose con temor al paisaje
regido por los cerros.
Estuve antes aquí,
no sé en cuál de mis otras vidas
pero reconocí detrás de la neblina,
que suavemente se deja caer,
los espléndidos paisajes de Torres.
El auto avanza por mínimos senderos
que la lluvia ha estrechado
y recorren con pereza las cabras
que saben de la simpleza de ascender
los cerros sujetos por un sereno cielo
que ha puesto cierto orden a mis recuerdos.
Cumpleaños de Salma
A la distancia de varias millas del mar
del trópico
y al arquero paso de varios astros
estoy pensando en ti, hija.
Doy tumbo a las manos
sobre mi quejoso pecho
e intento dormir bajo el inhóspito cielo
en que se cruzan los plomos
que mañana los periódicos convertirán en letras.
Contengo el aliento
y al tacto de mis cerrados ojos
apago el cigarro en el aterrador silencio.
Muerdo los labios
y pongo mi oído sobre una almohada
que nada sabe de mí.
Sentiría miedo, hija,
sino te hubieras acomodado
en mis pensamientos.
Noche en Coro
El plomizo silencio de Coro asciende
hasta ocultarse en un cielo
que solo muestra su compasiva oscuridad.
Prefiero cerrar los ojos y caminar
aún cuando me aterra el ruidoso viento del anochecer
recorriendo los tejados de una ciudad que apenas conozco.
En lo más alto de la catedral su campanario se agita.
Estoy solo y prevenido del peligro
de no encontrar la salida de esta calle
que ha arrastrado desde las profundidades del infinito
el aire indomable que me impide llegar
a la puerta exacta donde deberé tocar.
En los médanos.
A Gonzalo Ramírez.
Al final de la avenida, de los edificios
en que dibujan con lumínicos la prosperidad
mostrada como cierta,
justo en los inicios de la carretera
a la Península de Paraguaná,
se extiende el desierto
en que me hice tomar una fotografía.
Como calígrafo marqué en la arena
la menuda palabra que nombra la Isla.
Manera de anclar mi país
en este sobrenatural paisaje adormilado por el calor.
Llevo meses lejos de Cuba
y ni siquiera la inmóvil nube de vapor
que ensancha los médanos de Coro,
hasta hacerme creer que mi sombra se ha carbonizado,
me ha aliviado la nostalgia.
Silueta de los días
Sobre qué árbol o lindero del cielo
está el ave que sobrevolará este tiempo
en que estoy sujeto a mis recuerdos.
Por mis ojos pasan veloces los paisajes
a los que quizás nunca volveré.
Con la rapidez con que quisiera
se sucedieran estos días
acomodados a un vacío oceánico
que ha obtenido el favor de toda la oscuridad
de las noches
descendiendo a ras de tierra baldía.
Nunca pude aprenderme el nombre de las calles,
a veces ni siquiera el de las ciudades
a las que llegué
como si no pudiese hacer algo mejor.
Me coloqué varias veces en línea recta
sobre el alféizar de una ventana
que mostraba la ciudad
sin mucha precisión.
Como la virgen que se hacen dibujar
a las espaldas
los taxistas que inflaman el claxon
de sus aparcados autos
como manera de advertir
que resistirán el peso de las horas.
Quizás deba aprender de ellos
a saber aguardar con serenidad
la venida de los sucesos convenientes
Preciso una palabra en voz de otro
El silencio es sanador
solo si se ha elegido.
Se extienden con saña los días
de la prueba,
andar a solas, sin señal
de otra boca.
Demasiadas medias lunas
sobre un estático cielo
que cruzan las aves
venidas desde la Florida.
Cuando se desploma la lluvia
sobre mí,
o amanece por una mínima ventana
que descifra con su luz el nuevo día,
llego al risco
en que no diviso
cuánto me he alejado de la casa.
Espero por ti,
líneas mecánicas que deletreo
a través de una mínima pantalla.
Sobre la eternidad de los días,
para tantear el peso que adquieren
las noches se hacen demasiado largas
Fría playa de Punto Fijo
Cerca del frío mar,
como el que no se espera
bajo un sol que nos curte.
Decididas a asilarse
hacía donde se a acomodado el horizonte.
Atardecer radiante de un dócil y liviano sol
como pájaro que se adentra
con un leve movimiento de las olas
en nubes que han adquirido
una dudosa tonalidad naranja
aquietando el cielo
que finalmente desciende
hasta juntarse con las aguas demasiado frías.
________________Fin______________
Para leer sobre este autor y sus datos pulse los siquientes links:
http://es.wikipedia.org/wiki/Ar%C3%ADstides_Vega_Chap%C3%BA#Datos_biogr.C3.A1ficos
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http://www.eforyatocha.com/search/label/Ar%C3%ADstides%20Vega%20Chap%C3%BA
Un hermoso recorrido por lares venezolanos en hermosos poemas donde la distancia se convierte en anclas de sitios que dejan huellas.
ResponderEliminarGracias Juan Carlos por compartir la bella palabra.
Abrazos,
Migdalia
Viaje por el paisaje a la nostalgia, imágenes que se acomodan en el poeta para transmitir ese sentirse lejos siempre, lo fugaz en la mirada que va al verso.....Gracias JC
ResponderEliminarMi querido Juanca, la nostalgia es ese ser invisible con el que luchamos a diario.
ResponderEliminarExtasiado con la poesía de Arístides. Ese éxtasis que produce la conjunción de lo sencillo con lo grande. La selección que has publicado es un recorrido certero por la mirada del poeta, con sus lugares y nostalgias incluídos.
ResponderEliminararistides: gracias!
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