Todo horizonte mas allá de las manos, no significa que es invisible ante los ojos, o desapercibido como punto de una lejanía geográfica que limite un alcance. Al menos en la poesía de Joaquín Badajoz, es un horizonte donde reencontrar no solo atribuciones específicas y muy originales del poeta, se invierte aquello de retroalimentación y búsqueda, el hombre, el poeta, vive como es sobre su mundo circular, lo acomoda en esas zonas del alma donde el ente devuelve no tanto el trasiego o la conquista, es como diría, quien descubre tesoros en poeta inédito, un fino lirismo que versa y juega, sin pretensiones a filosofar con un discurso educativo, lo hace en esa mezcla de metáfora y canto, y se atreve como hace el viviente que no puede contenerse, regresa de vivir plenamente en la conciencia que no necesita ser pura, aquella que no se produce por vanidad o enojo. Tal es así, que su poesía se expande, algo que Walt Whitman padeció desde el carácter hasta convertirlo en su universo poético. Y Badajoz, si lo vemos desde el mismo resultado, viene de la influencia de caracterizar, su hecho poético, validando no tanto la forma de decir, ni de redimensionar el contenido, es en esencia, la naturaleza del viaje que propone como pretexto para mostrar esos horizontes ya conquistados.
Pero el indidividuo que sabe ser lector de lo que escribe, como talento y como base de su propuesta, viene, ( lo logra con muy buen acierto Badajoz) viene de ese estatus del regreso de quien ha tenido el lujo de partir y volver y volver a partir, no para que juzguemos de su aprendizaje, mejor para que sus cicatrices puedan verse en la diversidad de formas donde su poética, lejos de cualquier misterio o cálculo, se sostiene en predecir muchas de las preguntas y respuestas que asume, a conocimiento, y por inspiracion, con una originalidad que calca -también por acierto- de la transparencia de una belleza fisica, dada de la belleza del sentimiento, algo que necesita luz y que no puede ocultarse. Creo, además, raro en estos dias encontrar tal coherencia, porque a lo sumo, muchos que dicen miran desde el corazón, a veces llegan a ofrecer unos versos tejidos sin el goce y el encanto propio de quienes por contradiccion padecen el verso como padecen sus vidas. Siempre o casi siempre, como bordes de un espejo, sin que por ello reflejen el cómo mirarse. Y por añadidura, se ocupan de una voz generacional que no los distingue alejándose del resto.
A enderezar esa contradiccion de mirada que sabe ser profunda y de transparencia, llega el poeta Badajoz, y no creo viene con un escudo, ni a tono de descarga o metralla, mucho menos a decantar vicisitudes, ni tampoco por ser el héroe que agoniza, cuando cuece sus versos con la organicidad del hombre ilustre que si ha de padecer, no es a falta de instalarse con conocimiento sobre la palabra, es tambien la constancia de ver pasar un día y otro, mortal y simple, capacitado para que esa costumbre lleve la suficiente dosis de levedad, algo asi como vivir despierto y asumirlo.
Este regalo que ahora comparto en Sentado en el aire, es el aviso, de que toda atemporalidad lleva, mejor que el juicio común de las buenas lecturas, el soporte donde hace que pensemos en ser las actuantes del disfrute de la cosecha de un poeta, que ya tiene, -lo repito-, la dimensión de ese horizonte, más allá de sus manos.
Juan Carlos Recio.
NYC- 11-14-2013
…hay un enano salido de un pozo
que viene a comer su pan en la noche.
Robert Desnos
Estos criaderos de cuervos,
se apergaminan Apolonio tras los huesos,
son cuchilladas, agazapadas sombras,
saltos montaraces que encallan en lo blando.
Un tórax, la pupila,
echarse a descansar violentamente sobre el lodo,
la soledad su depravado asombro.
Estos saltos Apolonio del estómago,
desovillan los años vuelven trémulos
a sus ejércitos de hormigas,
sus canales cerrados a cuajarones bajo el labio,
donde los seres resguardan sus marcas impolutas.
Navegaste Apolonio los mares de piedra,
las oleadas angostas de la tierra arada,
implosionando vientos con tus pulmones raquíticos,
donde el humo asentó su nacarada escoria
y el junípero y las colitas deformes en sus canteros
impulsan la aguja suspendida en la bitácora
con sus ventiscas de arena murmurante.
En estos años decrépitos que el agón no bifurca,
arrastrados por el peso de los cuerpos,
caemos en la muerte súbita, sus círculos concéntricos.
Sobre los árboles se desvirgan los pájaros,
y es la desfloración un goce perenne y estrujado
que se olvida con el hastío.
Apolonio tiende su red,
su escritura de sombras y peces refractarios,
cuentas del sonajero de ónix cosidas
por las puntas del salitre.
En el sueño de Rrose Sélavy
hay un enano podrido que revienta los odres,
sajando las vejigas con un cuchillo endeble
que se vuelve de hueso con los golpes de gaitas.
Salido de un pozo,
en cuclillas frenéticas
de puro goce crece.
En el sueño de Rrose Sélavy
viene a comer su pan de por las noches,
hurgando con un gran dedo,
embistiendo con su proa cuerpo adentro
hasta humedecer las sábanas.
Es la pesadilla apolonio de las mujeres solas,
que en las noches son asediadas por las sombras,
y sienten sobre el pubis doce muchachas vírgenes
que saltan macerando los frutos del almendro,
y sienten que amamantan criaturas voraces
y que la leche y la miel alambicadas
destilan su escozor, su ráfaga de frialdad.
Estos criaderos de cuervos
son restos de lo que la marea,
al destapar su sello,
regresa a los comederos periféricos
mientras aramos sobre el mar.
El trópico visto desde el amanecer
En estas largas tardes estivales
Maurinne, Goulard, Arthur,
el próximo modisto,
apre(he)ndieron el arte de componer
versos fabrilmente
yingyangeando sobre la cuerda floja,
yingyangeando hasta caer de bruces,
la pasta alada estucando los brazos.
Nadie que haya mirado al sol de frente,
ha podido evitar
que cueza las habas la máscara el antifaz de golpe,
abrasivo rayando el pómulo,
la obscuridad sucesiva, la muerte.
Y es que el trópico seca y ciega tenazmente.
Un poeta, una muchacha sentada
mirando hacia el ocaso de lo que fue su vida,
verá al asomo las mieses coaguladas,
abulia de las tardes en las que maceró la almendra
con su cuerpo el cascanueces de entraña abigarrada.
(Cuando en la feria un anciano de barbas de floresta
gritaba por el altavoz: Venid hijos míos,
sentémonos a la sombra del tinglado de sangre,
el amamantará como la cabra, la loba, la ubre capitolina,
la leche enjundiosa que conquisté en otras guerras.
En la paz me lavaré las manos para oficiar en los altares
y seré benevolente como una ramera)
Nihil Ostant: desde (Cuando... hasta ramera)
censurado por el censor yo mismo.
La mascarada arrollando el trastrueque,
el advenedizo que posa y se agazapa,
la nueva antigua fauna en el retablo vuelve
se contrae y emerge contrahecha,
marcando los golpes de parada en la llama.
La urna. Bajorrelieves donde se esconde
un cuerpo para ser observado,
agita el embolo que dispara el fuselaje
y echa a andar, a fin de cuentas,
el verso nunca fue original
y la primera flauta
se hizo de una rama robada.
El Graznido. El Gran Nido.
Seremos nosotros, los animales moldeados a la intemperie,
cuando canto a la raíz y estoy cantando al árbol,
salterio de lo que se me escurre entre los labios;
lo que escribí en la casa obscura,
la que se levanta tétrica sobre el acantilado,
donde se rompen las olas y los pájaros.
Pasan premoniciones, rastros que revelan.
Soy el hacedor, el de la brizna en el pico.
Mi nido es heredado, escamoteado, no es mío.
He dejado que los demás hagan de mi un escudo,
sigo paseante bajo los flamboyanes,
las sombras que talaron en días aciagos.
No pienso en lo que fue ni vivo en el presente,
el presente será siempre lo que vamos perdiendo,
un gesto y un gesto es el signo que antecede.
El primer acto del hombre fue nombrar,
luego destruir lo nombrado.
Por eso la palabra fue siempre un encierro,
una construcción para echar a rodar las tauromaquias
con sus caminos pielagosos y los convidados de piedra.
La palabra creó mundos que habrían de venir,
roturando estos mundos, partiendo, resanando,
dejó de ser espíritu convirtiéndose en ritual,
para incinerar los caballos agrestes,
las tierras meridianas, los mares,
las heladas regiones donde las bestias lívidas
esconden bajo sus ojos el verano;
creó trampas y encierros y súbditos.
Sigo andando por estas calles.
Cuando entré deslumbrado a la vagina serpentaria,
herido de hormigón y vidrio todo estaba.
Mis manos no han parido ni una mueca
algo que en el gran nido muestre que he pasado.
Estoy puede ser otro tatuaje,
un canto del hacedor a las moliendas;
estoy es la razón de no haber sido
mas que algo impersonal e imaginario.
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Joaquín Badajoz. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Miembro de los consejos editoriales de Glosas (ANLE), RANLE (Revista de la ANLE) y OtroLunes (Madrid/Berlín). Ha publicado ensayos, reseñas, crítica de arte, poesía y narrativa en revistas y antologías de EE.UU., España, Francia, México, Panamá, Polonia y Cuba. Coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010). Es columnista de El Nuevo Herald (EE.UU.), editor de portada y noticias de Yahoo y director editorial de Editorial Hypermedia (Madrid).
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