tomado de VientoyMarea, revista de literatura de Villa Clara. | No: 4 mar/2012 |
Por Fidel Cruz Rosell
«No debe estar resbaladizo» es una oración que
si la descontextualizamos queda en una advertencia contra los riesgos que
implica contrarrestar la fricción. Cuando la trasladamos al universo de la
creación y específicamente al de la narrativa, puede acogerse indistintamente a
presupuestos estéticos o narratológicos o, incluso, éticos. Con semejante
exhortación nos invita Mario Brito Fuentes a adentrarnos en su último título,
en el que ha agrupado cuatro relatos escritos en distintas épocas.
Ya han
transcurrido veinte años de que fuera publicado En torno al equilibrio, su
primer libro y uno de los inaugurales de la entonces naciente Editorial Capiro.
Veinte años que pueden no ser nada según la perspectiva del que los vive, pero
que a Mario le han servido para, a fuerza de ejercicio, llegar a la mayoría de
edad como narrador. Ahí están Fuegos fatuos, Dile al corazón que ame en voz
baja y Ríos de primavera, de la misma editorial villaclareña, más La tierra del
cebú, novela publicada por la editorial Oriente y presente en la recién
concluida 21 Feria Internacional del Libro, lo mismo que Había una ventana,
cuaderno de cuentos sacado a la luz por San Librario, de Colombia.
Mario ha
situado a Ríos de primavera como un punto de giro en su obra, porque en él,
dice: «me despego de algunas ataduras y de algunos vicios. Porque no sigo
corrientes ni tendencias, al menos conscientemente. Porque lo considero un
libro de madurez».[1]
En No debe
estar resbaladizo, muestra una vez más su calidad como narrador: una técnica depurada
y una mirada aguda y precisa que penetra hasta los resquicios más profundos en
busca de las motivaciones biológicas, psicológicas y sociológicas de los
cubanos de esta época. Para ello nos sitúa nuevamente en la geografía de Ríos
de Primavera, un poblado de su invención que tiene mucho que ver con el entorno
donde siempre ha vivido el autor.
El cuaderno
se inicia con «El viejo que se comía la suerte», un cuento cruel, descarnado,
donde el conflicto se vuelca hacia el interior de la protagonista, una mujer
que ha quedado sola al cuidado del suegro enfermo y senil. El paso del tiempo y
la decadencia cada vez más evidente del anciano han ido limando las fuerzas de
la cuidadora.
Mario juega
en ambos lados del campo de los valores éticos. En uno, el deseo vehemente de
la mujer de poner fin a la agonía de ambos; en el otro, el respeto a la vida de
alguien que ya apenas tiene conocimiento de su existencia. Una contraposición
que se va nutriendo poco a poco de elementos a favor y en contra, en un crescendo
nada vertiginoso que va convocando lentamente al lector a asentir o a disentir,
cuestionándose sus propias convicciones. El abandono, la soledad y la pobreza
restallan en este relato. Elementos indispensables para que aflore el
desencanto y la tristeza, pero también el atisbo de esperanza que se cuelga de
un hilo tan endeble como la superstición.
Pronto el
conflicto interno es atacado desde el exterior por un elemento que pretende
inclinar la balanza hacia el mal, y que al final va a ejercer como catalizador
pero en sentido contrario. Se trata de un increíble «comprador de viejos» que
pretende utilizar al anciano como alimento de un cocodrilo, mascota de un
personaje aun más siniestro.
La trama le
permite al autor explotar la veta escatológica a través de un marcado regodeo
en todos los fluidos del cuerpo con sus olores y colores. El tratamiento en
detalle acentúa los pesares de la protagonista, que debe sumar la fetidez
constante a las angustias cotidianas.
«De león a mono», segundo relato del libro, cuenta
la novatada de un escritor principiante que se enfrenta por vez primera a la
«canalla» que se gesta al calor de los eventos literarios. La frase del título,
que en su uso habitual remite a un enfrentamiento asimétrico, es utilizada aquí
para mostrar la transición de la vanidad al ridículo del protagonista.
A pesar de
que el cuento refleja el ambiente de un encuentro-debate provincial de talleres
literarios, con la presencia, incluso, de alguna que otra personalidad de las
letras en Villa Clara, el argumento no enrumba hacia aspectos de la crítica o
la teoría literaria, sino que se adentra
en pos del filón psicológico y sociológico. Por ello los espacios de la trama
esquivan los locales de debate y se centra en aquellos en que la interacción es
más social que literaria.
El guajirito
aspirante a escritor es vapuleado por la caterva de jodedores que siempre
pulula entre los cubanos de cualquier extracción social. Su timidez y extrañeza
ante un medio totalmente impensado para él lo inhibe y paraliza a la vez que
compulsa a aceptar cuanta novedad conlleve, por inaudita que parezca. Por eso,
cuando uno de los escritores, que se hace pasar por experimentado practicante
de la magia negra, lo convence de que ha sido convertido en un temible león,
nuestro apocado personaje despliega la melena que no posee y ruge
endemoniadamente, exteriorizando la energía guardada para su futuro literario.
El resto de los participantes en el evento cooperan con el taimado performance,
propiciándole autenticidad al mismo y aupando a la víctima hacia la cúspide del
ridículo.
«¿Agüela se
escribe con H?», el tercer relato, recoge las fechorías de dos niños a costa de
una abuela no menos traviesa. Aquí Mario se apoya en la confluencia psicológica
entre dos edades extremas, una contienda entre abuela y nietos con la madre
como mediadora.
Un
cumpleaños lleva al clímax las interacciones. Una fiesta a la cubana que el
autor aprovecha para descargar atisbos de crítica en contra de las paradojas
que aquejan a nuestra realidad económico-social, reflejando las artimañas que
han hecho especiales a los cubanos por sobrellevar el día a día de un largo
período de tiempo. Las connotaciones cubanas de los verbos resolver y conseguir
tan claras para nuestros coetáneos, no así para los extranjeros, como bien
apunta Padura en el epílogo a su libro de memorias, quedan expresadas aquí en
todo su esplendor.
En este caso
se trasladan al entorno hogareño las técnicas de supervivencias. Esta vez la
batalla se libra por la adquisición de las confituras por medio de la
«inteligencia» sin tener que llegar al «combate» de la piñata. Y aunque la
contienda concluye en términos dramáticos, el humor circula de principio a fin.
Un humor mucho más explícito que en el resto de la obra de Mario, logrado
fundamentalmente a partir de componentes situacionales y, sobre todo, del
lenguaje. El autor busca las palabras precisas sin importarle la fuente, y
cuando no las halla las inventa: mierdulina, murruñento, cangrejudo, gusmaya,
fusmayeta designan y califican cosas, mientras que Marchatrá de tierra o de
aire nos remiten a animales imaginarios.
«El piso no
debe estar resbaladizo» cierra el cuaderno en tono festivo. Una fiesta de
graduación conforma el núcleo espacio-temporal del argumento, donde el
protagonista —uno de los recién graduados— transita de la sobriedad a la
embriaguez con toda la metamorfosis que este proceso conlleva en algunos
individuos.
El cuento
—que aprovecha la primera persona y una perspectiva deficiente sustentada en la
amnesia temporal inducida por el alcohol— se inicia en el momento de la resaca,
cuando el personaje, ya en su casa, es sorprendido en ropas de mujer por la
esposa. A partir de aquí, el relato se adentra en una amplia retrospectiva que
viaja desde el comienzo de la fiesta hasta que la memoria se atasca en el lodo
oscuro de la inconsciencia. Un trayecto en el que el protagonista es rechazado
una y otra vez por la mujer que se ha propuesto conquistar a toda costa. Con
cada rechazo se reanuda la insistencia hasta desembocar en acciones violentas.
La pregunta
qué sucedió en el lapso de tiempo que la memoria se niega a revelar nos lanza
en una búsqueda detectivesca junto al marido atrapado in fraganti.
En este
cuento, como en el primero, el antihéroe es conducido al ridículo, solo que si
antes nos apiadamos del tímido guajirito, ahora más bien nos regocijamos con el
castigo a la fanfarronada de quien se cree conocedor absoluto de la psicología
femenina y de todos los caminos que conducen al éxito.
Estamos, en
fin, ante un cuaderno cuya lectura agradecerá el lector común, por la
autenticidad y solidez de las fábulas propuestas, por los personajes trazados
en sus perfiles más reveladores y por el humor unas veces sutil y otras, más
explícito. Al lector avisado, por su parte, no escapará la destreza narrativa
de quien recorre la escritura sin resbalar, no obstante exponerse a peripecias
técnicas como la variedad de narradores, puntos de vista y perspectivas; la
dislocación de los componentes de la historia… Tampoco pasará por alto, el
equilibrado movimiento pendular entre las normas culta y popular del habla, sin
menosprecio, incluso, de la vulgar, donde no faltan las frases ingeniosas
cargadas de significación ni el reacomodo lexical en función de la trama.
Pienso, en
definitiva, que si Mario catalogó a su libro Ríos de Primavera como la impronta
de su madurez como escritor, en No debe estar resbaladizo la confirma
incuestionablemente.
Notas
1 En entrevista publicada en el boletín digital Antares.
Agosto de 2010