martes, 10 de abril de 2012

Señorita No y Señora Sí.


Hace muy poco éramos aún niños, cada uno con su historia bajo el brazo. No una  cualquiera, nos  costaba seducir a la imaginación para que la realidad no nos tragara.  Nada puede contra la imaginación de un niño que es feliz porque desea construirse un mundo que casi nadie entiende, es difícil entender esas perfecciones tan limpias de quienes todavía no se han dejado vencer ni por la realidad rampante ni por la falta de magia que supone no ser un niño metido en su historia con todas las de la ley.

Margarita García Alonso siempre me sorprende, ahora resulta que es una niña con todas las de la ley y que lleva una historia bajo la luz de su alma, y que su alma como las candilejas están por fuera, sin esa envoltura con la que algunos se la cubren;  algunas personas, lamentablemente, siempre han temido asumir ese niño que llevan dentro, algunos fueron adultos demasiado rápido y contra su voluntad, algunos el hambre, la guerra o una ideología les quiso preparar un carácter de héroe que francamente los desaparecía. Pero la autora de Señorita No y Señora Sí,   nos atrapa con la singularidad de que si vamos a devolvernos al niño no sea un personaje más, los huesos, la trama, la voz y todo lo que acontece, no es la caricatura de uno de esos abandonados a su suerte o de aquellos que de alguna manera  dejaron ese destino fuera de la más genuina infancia.


Luluta que tiene unos pies enormes y escala cada mañana la colina para ver la bahía de la ciudad, mientras posa, delicadamente, su flacucho y pequeño cuerpo, en unos zapatos de talla descomunal. Mira hacia ese horizonte donde de alguna forma nosotros como este personaje aprendimos a mirar el más allá. Luluta me ha permitido entrar en la historia de su autora, conocerla de toda la vida sin ni siquiera haberla visto en persona, es como ese mundo virtual que impide que toquemos, pero no puede impedir que uno penetre a esas zonas profundas donde  Su mayor fiereza, más que los elogios como pintora, más que sus buenas notas, más que vestirse de blanco y ponerse un sombrero de paja los domingos, es que aprendió a decir No, antes de caminar.

Ella no es una niña sola en una historia ajena, no comienza su historia como si la belleza que pasa por encima del absurdo de ser pobre la aplastara, por ello mamá Mieta con unas cuantas tuercas desajustadas dice que sí a todo lo que pida su hija y es tan pobre que solo come boniato azucarado, por eso su voz es dulce cuando cuenta que desea partir al Polo Norte.

Yo no puedo contarles toda la noveleta, no por temor al plagio, es que hay cosas que nunca pueden ser contadas por otros, en ello Margarita Alonso pone su estocada, y si Ud. entra a Mortalegría, le aseguro que darán cuerda a sus relojes para que el tiempo sea ese mito de elegancia donde además las patas rotas de su cama pueden ser devueltas para echarse a volar en el único sitio de los mundos desconocidos que tiene los muros repletos de dibujos.
_______________________________________   Juan Carlos Recio.

-Fragmento-


                                                                             Para Laura


En una ciudad nombrada Mortalagría vive una niña con enormes pies. Lunamar, conocida por Luluta, escala cada mañana la colina para ver la bahía de la ciudad, mientras posa, delicadamente, su flacucho y pequeño cuerpo, en unos zapatos de talla descomunal.

Mortalegría no es una ciudad de grandes avenidas, y carros alborotados. Apenas unas casitas destartaladas en un sendero. Un pueblo poco conocido. Realmente nada conocido, a dos pasos del trillo de los pinares, en el fondo de un barranco, donde los pasantes, desde la colina, arrojan la cacharrería, sin sospechar que allí se recuperan cazuelas, dan cuerda a antiquísimos relojes, y ponen patas a las camas rotas.

Es el único sitio de los mundos desconocidos que tiene los muros repletos de dibujos. La simple belleza de las fachadas, bastaría para que fuera famoso, pero no es el caso.

Muchas personas sienten repulsión por los dibujos en las paredes, a tal punto que se les paran los pelos de la cabeza. Me atrevo a pedirles de mencionar a Mortalegría como un lugar del Caribe, sin ubicación exacta.

“Por ahí” – dirán- acompañados de los ojos bien abiertos y el aire de no querer entrar en detalles.

Es imprescindible de ensayar el gesto de los ojos o tendrán que inventar falsas pistas para cansar a los preguntones. Si alguien lo menciona será por Luluta, la niña de los grandes pies.

Esta niña dibuja tanto con la mano derecha, como con la izquierda, según el humor y sin preocuparse de los elogios.

Luluta ha pintado a los habitantes en las paredes de cada casa y al lado del retrato, ha escrito la edad y medidas. Siete años, ciento diez centímetros de altura y cuarenta y ocho en los pies, reza junto a su imagen, lo cual es un caso especial, de pies exagerados.

Plantada sobre sus troncos de pie, la niña entreteje sus negros y lacios cabellos en una trenza, se unta de carbón el rostro y dibuja.


Luluta va a la escuela en las mañanas y dos o tres semanas le bastan para aprender el manual del año. Hoy está muy contrariada, las vacaciones han comenzado y nadie apoya su proyecto de abrir una escuela de dos meses, pues quisiera tener sesenta jornadas de estudio intenso, y pasarse el resto de las semanas experimentando cosillas.
Estira las manos, bosteza, se apoya en los destartalados asientos de madera, arranca un gajo de anís estrellado y parte a su marcha matinal.

La chiquilla escala la colina para ver la bahía extendida como un chaleco azul, sembrada de cargueros, parecidos a escaparates negros. En la brisa del mar murmuran cocoteros y gaviotas, que conocen el lugar exacto donde reposa el tesoro de la flota de plata, hundida por piratas en aquella lejana época del descubrimiento de América.
La riqueza se esparce en el lodo de la bahía y es visitada por los peces, cuidada y protegida por sardinas recubiertas de monedas ancianas.
_Cuando crezca, iré a ver - piensa.
Desde la montaña observa un tren que atraviesa el puente de hierro, posado en medio de la bahía, semejante a una puerta para ventoleras.
Los dedos le cosquillean de inquietud y busca un carbón para pintar. Nadie le ha enseñado a dibujar, y sin embargo no puede dejar de hacerlo.
Luluta baja corriendo el trillo y vuelve al pueblo. Recorre el caserío y se recuesta bajo los mamoncillos. Su mayor fiereza, más que los elogios como pintora, más que sus buenas notas, más que vestirse de blanco y ponerse un sombrero de paja los domingos, es que aprendió a decir No, antes de caminar.
Cuando extiende la mano a un desconocido, ilumina su cara, sonríe y se presenta “Mi nombre es Señorita No”.
En los últimos tiempos, las personas mayores del pueblo ponen los ojos extraños y no asienten a sus caprichos, por eso hoy no pintará en el pasillo de la cocina; está enojada y es incapaz de concentrarse.

Algo raro pasa. Su madre chasqueó la lengua delante de un pedido suyo. Quizás tenga que fingir un sarampión, o una fiebre, para recuperar la autoridad.
La mamá de Luluta es muy delgada, y también tiene enormes zapatos. De tanto seguir el paso de los ancianos, cojea, se pasa la mano por las caderas como si estuviera mala de la cintura y habla masticando las palabras. Su nombre es Mamá Mieta.
Es una señora con cuatro tuercas desajustadas en medio de las orejas. Puede mirar al sur con el ojo izquierdo y al norte con el derecho; elevar la nariz para reconocer que la tarta de maíz llega a punto de cocida, balancearse en el sillón del patio, sembrar plantas de un verde tierno, cuidar gatos, y ocuparse de la comida, sin olvidar de decir Sí, a todo lo que pide su hija.
Desde que nació Luluta, no sale del barrio y parece feliz en ese callejón de piedras.
Mieta es tan pobre que solo come boniato azucarado, por eso su voz es dulce cuando cuenta que desea partir al Polo Norte. Entre lobos y osos construirá un iglú con bloques de hielo, y servirá granizados a la fresa.
Desde los mamoncillos, Luluta la observa discutir con los ancianos y piensa que es una idea descabellada, “quién querría comer helado en ese frío.”
_Tonta_ juzga a su mamá.
Mientras recogen arbustos para hacer carbón, todos piensan que el mal genio de la chiquilla pasará en breve. Luluta
escucha como desaprueban su forma de ser y la califican de malcriada.
_Bastante tenemos con nuestra diferencia.
Enfurecida, echa una mirada al barrio y entrecierra lo ojos. Motalegría, con sus ancianos, sus casas pintadas, y más de veinte aparcaderos de zapatos, puede irse al infierno _afirma con rabia.
En la tupida vegetación del barranco, se adormece.
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Los dibujos de la autora, y trabajos de Edición: Margarita García Alonso. Editions Hoy no he visto el paraíso. Francia. Impreso en España por Bubok.

3 comentarios:

Margarita Garcia Alonso dijo...

Ojala guste a los muchachos, a mi me ha encantado que ayudes a estos personajes a conocer el mundo. Gracias enormes. Un abrazo.

Anónimo dijo...

a mi sobrina y a mi nos gustó marga, y somos dos muchachas, gracias por regalarnoslo, sonia

Anónimo dijo...

geacias juancarlos, un abrazo, sonia