René Coyra: «listo para las despedidas y las reconciliaciones»
Por: Noël Castillo
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Nada me pareció más oportuno, para titular este comentario promocional que esa frase rotunda, contenida en uno de los poemas del libro yesca (Editorial Capiro, 2011), del itinerante René Coyra. Al hojearlo me pareció que este verso —por sí solo— compendia el modo creativo del autor, sin obviar que refracta —motivo no menos importante en poesía— mucho de su forma de vida: «listo para las despedidas y las reconciliaciones».
A lo largo de la cimentación de su poética (el poeta ha de nombrarse dichoso de que pueda llamársele así a su producto del espíritu), Coyra siempre ha propugnado la despedida con los modos de hacer que advierte ya obsoletos, sin sentimentalismo alguno ha dicho adiós a determinadas prácticas escriturales que dieron cuerpo a sus versos iniciales y que le convirtieran en el clásico poeta-puente: entre las turbulentas aguas de la estética de los años ochenta y los caóticos reflujos de los noventa; pero así mismo —y quizás por esa condición que le achaco—, se ha reconciliado una y otra vez con otros modos (modas valdría decir) que le permiten figurar por encima de los vaivenes del péndulo lírico.
[…] reunidas las monedas en la bebida
para santiguar nuestras gargantas
en el duro estío.
al año fui bautizado
y a los dieciséis leía
por primera vez a anacreonte,
un poeta un griego más.
(«el gran apagón», p. 9.)
Este último aspecto, curioso y raro, le remite a lidiar y estar a tono con los segmentos promocionales que, cada cierto tiempo, se entronizan en el mundillo poético insular. Los nombres van y vienen, algunos se distancian de la figuración literaria, otros pierden ese halo de «actualidad» para los lectores-poetas, mas este testarudo autor continúa allí: siempre en la palestra. Recientemente sus textos han sido escogidos para una antología de novísima poesía cubana, allí coexistirá, una vez que dicho compendio salga a la luz, con poetas hasta 15 años menores que él. Los seleccionadores, obviando el año de nacimiento del escritor, prefirieron advertir su sentido de avant-garde, de estar a tono con un momento álgido, su vocación por lo ríspido o eso que muchos llaman experimental.
Tras esta introducción necesaria, entremos ya en el libro de ríspido título que nos ocupa: yesca. Se trata de uno más de los compendios a que el autor nos tiene acostumbrados de un tiempo a esta parte: poemas ya conocidos se dan la mano con algunos inéditos, entronizando un (auto)dialogismo muy del gusto del autor. Así encontraremos nuevamente su antológico «el gran apagón», a la par que textos que conformaron su libro hombre que vive frente al mar, premio José Jacinto Milanés.
Su carácter exclusivo —exclusivo como oposición a inclusivo, valga aclarar— le otorga, por supuesto, una gran unidad conceptual al cuaderno, lo cimienta en un in crescendo que nos atrapa. En yesca no hay recaídas, todos los textos poseen alto valor lingüístico, o mejor aún: resultan fruto amable de la manipulación lingüística, síntoma que denota la madurez en un poeta. Al leerlo nos reencontraremos con la fragmentación de los versos en secuencias minimals, con la ausencia de mayúsculas, en la búsqueda a ultranza de un tono minilocuente que al autor nunca le ha competido. Nunca la poesía de René Coyra ha logrado evadir la grandilocuencia que como línea per se resulta consustancial al acto poético del artificio. En el artificio está su modus operandi en la disposición de su poesía de una manera prefijada, altamente intelectiva; y la lectura de estos poemas con sus constantes referentes —muchos de ellos esperpénticos, imprevisibles o quebrados por el nuevo contexto— lo corroboran.
Interconectado con este último aspecto, su fidelidad a una tipología ecléctica resulta admirable, mucho más si nos remitimos a lo arriba señalado respecto a su permanencia por encima de las modas literarias en más de veinte años de creación. No hay en el poeta temor a establecer asociaciones (formales y de contenido), que en otros poetas parecerían disparatadas. Él está consciente de que su sentido filosófico es tan fuerte, tan arraigada su interpretación de la vida, que es esa y no otra la vía de expresión:
rené: hijo de Renato, quien renace
cardumen contra la mar de leva, sentado
en la equidistancia
sin importar que lo llamen, sin importar
con las manos sobre el vestidor de la noche […]
(«sobre la foto, la mancha gris», p. 15.)
Veinte años, decía, que no han pasado por gusto y le han insuflado contención a ese propio artificio intelectivo. Observemos estupefactos los finales de casi todos los textos: rotundos y sentenciosos, nos engatusan desde una supuesta humildad conversacional. Creo que, junto al divo Sigfredo Ariel, es René Coyra uno de los poetas cubanos vivos que mejor cierra sus poemas, para ello nos prepara como lectores. Y, también, como en pocos de sus coetáneos, se potencia la nota filosófica tan fuerte, tan determinante en la ilación del corpus versal:
[…] donde nadie sabe qué pertenece al sueño
y qué a la realidad.
y al pasar los dedos por sus labios
se puede leer en uno de esos libros
hechos para los que no podrán ver nunca.
(«et, dès lors, je me suis baigné dans la poème», p. 22.)
La certeza de la pertinencia absoluta rodea la poética de René Coyra, una de las voces más interesantes y laureadas de la llamada promoción de los noventa en la Isla. Ecléctico por elección, filosófico por necesidad personal, profundo en medio de la postura light. Ora neo-coloquial, ora neo-greco, bien autorreflexivo, bien mañoso, así de diverso y dicotómico se nos muestra el sujeto lírico de este creador.
Y, por supuesto, porque le tenemos por suertudo y arriesgado, en este libro a René Coyra todo le resulta: quizás sea esa otra de las virtudes del artificio. Como lectores avisados podremos establecer múltiples asociaciones, recorrer todos los vericuetos conceptuales a que nos somete el poeta.
La propia yesca, que como título se entroniza, no es más que un material artificioso: mezcolanza de trapos y vegetales secos cuyo destino es arder con eficiencia. Sentiremos ese ardor, de más está decirlo: la poesía de este autor resulta muy táctil, matérica, a partir de las imágenes y su desdibujo, a partir de la sustancia referencial y su reacomodo…
la belleza era comprada por monedas
y el vino corría por sus venas como el Helesponto
por el nombre del ahogado:
el hombre que lentamente naufragó
minucias por las que perdemos algo preciado
el llamado de alguien que nos quiere avisar
sobre el peligro y sobre el agua y sobre el dolor…
metía monedas en sus bocas
y los muchachos se desnudaban para él.
(«michelangelo caravaggio», p. 61.)
…Y advertiremos la luz, una luz increíblemente latente porque es también luz en ausencia: apagones, oscuridades, pátinas, claroscuros, jirones de paisajes donde la vida transcurre. Como chispazos de luz, vendrán las frases hechas, las sentencias en medio de otras imágenes más quebradas, vestigios de su tremendismo primero (Nocturno de la sed, Sed de Belleza, 1995).
Ahora la certeza muta a otro de nuestros estadíos de lectores y lo sabremos no solo exclusivo desde la interioridad del verso, sino también inclusivo en la forma exterior:
cuando se escribe la palabra isla
se puede escribir maroma
reclamo de flores silvestres, de su olor,
paja y nube.
Si no contamos con el hombre que vive frente al mar
no tendríamos a este ser y al ojo que lo turba.
No tenemos a florit, como no tenemos
un montón de cosas necesarias.
(«hombre que vive frente al mar», p. 32.)
Así, a partir de las ganancias formales e ideotemáticas de sus antecesores de la estallante generación de los ochenta, donde el predominio de la imagen y cierto efectismo se regodeaban, René Coyra en pos de la comunicación, se escuda en una metaforización muy peculiar: rozando por momentos el más absoluto coloquio, reciclando la efusión Kitsch, esgrimiendo la sentencia.
Su verso así ha transitado por los escenarios donde la sordidez y el esteticismo se dan extraño abrazo, y eso hoy en día resulta muy del gusto de quienes determinan cuál es la poesía a promover, premiar, entronizar. Quizás sea ese deseo de convergencia —que Coyra, como nadie, propugna— y no otro el rasgo pertinente de la poesía cubana actual. A resultas del deseo, de la escritura avisada, está la posibilidad de permanecer. Sirvan estos versos de yesca para demostrarlo.
Tomado de: VientoyMarea. N0, 3, febrero 2012.
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