viernes, 29 de julio de 2011

La distancia no es mi sitio


La nostalgia no siempre debe ser interpretada como un sentimiento de angustia. Tampoco de desarraigo o no pertenencia. Pero un poeta que vive una experiencia lejos de su hábitat cotidiano, de sus seres queridos, de un lugar adonde pertenece no por instinto, puede y es el caso de Arístides Vega Chapú, captar con profundidad ese estado donde algo que falta provoca comparaciones y recuerdos que se incorporan no como una recreación mental de ese estado, mejor como una definición de saber el por qué se pertenece a un sitio determinado y la certeza de que no sabremos vivir mucho tiempo fuera de ese ámbito donde uno es lo natural, como el agua que alimenta un roble, como la raíz que sostiene ese roble y que de alguna forma es una parte inseparable de nuestra identidad. Al leer unos poemas inéditos que me acaba de enviar el poeta y que ahora comparto, supe de lo cercano en temas que podemos encontrarnos, porque además del verso y la crónica nos une un sentimiento de esa identidad que define las cosas que el alma impide bloquear, y por tanto nos comunica con una carga extraordinaria de belleza.












LA DISTANCIA NO ES MI SITIO.


Cómo sería estar lejos para siempre,

renunciar a ese mínimo espacio de la mesa de casa

a la que se acercan mis antepasados

a ocupar los sitios que ahora pertenecen a mis hijos.

Cómo perderme ese instante en que mi mujer ordena la

mesa,

que aún sigue oliendo a resina silvestre,

para que no falte sitio para los que no están

y pueden regresar a cualquier hora

de las muchas que posee la noche.

Cómo serían mis sueños en paisajes desconocidos,

con todos los gajos secos apuntando a mi corazón,

que ya solo almacenaría recuerdos

imposibilitados de saltar los aros de fuego

porque en la lejanía

han perdido veracidad.

Tendría la angustia de no saber relatar mi verdad

en otra lengua,

como quien no sabe regresar

al sitio en que tuvo un instante de sosiego,

o retorna de un largo viaje a una casa que ya no existe.

Sería mi culpa no aprender a escuchar

lo que se describe desde otra dimensión.

Ni encontraría a quién encargar el cuidado

de mis recuerdos y libros,

de preservar el nombre de las calles

en las que nunca me perdería,

de que no se derriben las casas a las que puedo acceder

más allá de cualquier puerta o ventana.













Domingo en Caracas



Camino bajo la sombra extendida entre los árboles

mutilados constantemente por la aplomada luz de Caracas.

Creo caminar por la avenida en que accedo a mi casa,

aunque esta en nada se asemeje a la de los sedantes tilos

que florecen en esta fecha

para cubrir como brumosa cortina

las desvencijadas casas.

A falta de símbolos reverencio la sombra

colgada de un árbol a otro, como bandera

que hondea en los días festivos de la isla.

La emoción me deja sin sentido de orientación.

El asfalto ha sido cubierto de hojas brillosas,

otras mustias y desechas por una persistente brisa

que las ha movido, durante días, de un lado a otro,

como el aleteo de un ave afligida

que decide volar a ras del suelo.

A todos los veo en el rostro de los desconocidos,

caminan a mi lado

sin sospechar que mi nostalgia es tan grande

como estos árboles.














Estancia en Camatagua


Veía no llegar a nadie a la Plaza Bolívar,

por sobre la oscuridad

de las vacías calles de Camatagua,

sin el circular recorrido de provincia

alrededor de una glorieta ocultada por el follaje.

No es de noche, solo domingo

y los animales se aíslan.

Las hojas caídas de los árboles

crecidos para la horca

descienden como ingrávidas frutas

sobre la cabeza de los que se marchan a disfrutar

el mediodía de sus calurosas casas de barro.

Espero encontrar en las líneas de mi mano

este sitio.








PALO DE AGUA


Cada tarde se acerca con suspicacia la lluvia

desde los azules cerros de San Felipe

que simulan ser borrosas manchas en el cielo.

Acomodan los destellantes rayos a las mujeres

en sus humildes casas

que apenas resisten la aguada.

Entibian a sus hombres

bajo sábanas almidonadas,

le acercan guaro en recipientes de barro,

hombres de mi edad

que rejuvenecen bajo la protección de ese vaho

que ni siquiera la lluvia perturba.















Camino a los cerros, desde Carora

A Laura

Detrás del grueso cristal que nos protege

del encuentro con un viento áspero y rudo

veo los árboles desprenderse de raíz,

pasar velozmente,

enfrentándose con temor al paisaje

regido por los cerros.

Estuve antes aquí,

no sé en cuál de mis otras vidas

pero reconocí detrás de la neblina,

que suavemente se deja caer,

los espléndidos paisajes de Torres.

El auto avanza por mínimos senderos

que la lluvia ha estrechado

y recorren con pereza las cabras

que saben de la simpleza de ascender

los cerros sujetos por un sereno cielo

que ha puesto cierto orden a mis recuerdos.













Cumpleaños de Salma


A la distancia de varias millas del mar

del trópico

y al arquero paso de varios astros

estoy pensando en ti, hija.

Doy tumbo a las manos

sobre mi quejoso pecho

e intento dormir bajo el inhóspito cielo

en que se cruzan los plomos

que mañana los periódicos convertirán en letras.

Contengo el aliento

y al tacto de mis cerrados ojos

apago el cigarro en el aterrador silencio.

Muerdo los labios

y pongo mi oído sobre una almohada

que nada sabe de mí.

Sentiría miedo, hija,

sino te hubieras acomodado

en mis pensamientos.













Noche en Coro


El plomizo silencio de Coro asciende

hasta ocultarse en un cielo

que solo muestra su compasiva oscuridad.

Prefiero cerrar los ojos y caminar

aún cuando me aterra el ruidoso viento del anochecer

recorriendo los tejados de una ciudad que apenas conozco.

En lo más alto de la catedral su campanario se agita.

Estoy solo y prevenido del peligro

de no encontrar la salida de esta calle

que ha arrastrado desde las profundidades del infinito

el aire indomable que me impide llegar

a la puerta exacta donde deberé tocar.

















En los médanos.

A Gonzalo Ramírez.

Al final de la avenida, de los edificios

en que dibujan con lumínicos la prosperidad

mostrada como cierta,

justo en los inicios de la carretera

a la Península de Paraguaná,

se extiende el desierto

en que me hice tomar una fotografía.

Como calígrafo marqué en la arena

la menuda palabra que nombra la Isla.

Manera de anclar mi país

en este sobrenatural paisaje adormilado por el calor.

Llevo meses lejos de Cuba

y ni siquiera la inmóvil nube de vapor

que ensancha los médanos de Coro,

hasta hacerme creer que mi sombra se ha carbonizado,

me ha aliviado la nostalgia.

















Silueta de los días



Sobre qué árbol o lindero del cielo

está el ave que sobrevolará este tiempo

en que estoy sujeto a mis recuerdos.

Por mis ojos pasan veloces los paisajes

a los que quizás nunca volveré.

Con la rapidez con que quisiera

se sucedieran estos días

acomodados a un vacío oceánico

que ha obtenido el favor de toda la oscuridad

de las noches

descendiendo a ras de tierra baldía.

Nunca pude aprenderme el nombre de las calles,

a veces ni siquiera el de las ciudades

a las que llegué

como si no pudiese hacer algo mejor.

Me coloqué varias veces en línea recta

sobre el alféizar de una ventana

que mostraba la ciudad

sin mucha precisión.

Como la virgen que se hacen dibujar

a las espaldas

los taxistas que inflaman el claxon

de sus aparcados autos

como manera de advertir

que resistirán el peso de las horas.

Quizás deba aprender de ellos

a saber aguardar con serenidad

la venida de los sucesos convenientes










Preciso una palabra en voz de otro


El silencio es sanador

solo si se ha elegido.

Se extienden con saña los días

de la prueba,

andar a solas, sin señal

de otra boca.

Demasiadas medias lunas

sobre un estático cielo

que cruzan las aves

venidas desde la Florida.

Cuando se desploma la lluvia

sobre mí,

o amanece por una mínima ventana

que descifra con su luz el nuevo día,

llego al risco

en que no diviso

cuánto me he alejado de la casa.

Espero por ti,

líneas mecánicas que deletreo

a través de una mínima pantalla.

Sobre la eternidad de los días,

para tantear el peso que adquieren

las noches se hacen demasiado largas

y lastiman mi sueño















Fría playa de Punto Fijo


Cerca del frío mar,

como el que no se espera

bajo un sol que nos curte.

Decididas a asilarse

hacía donde se a acomodado el horizonte.

Atardecer radiante de un dócil y liviano sol

como pájaro que se adentra

con un leve movimiento de las olas

en nubes que han adquirido

una dudosa tonalidad naranja

aquietando el cielo

que finalmente desciende

hasta juntarse con las aguas demasiado frías.

________________Fin______________













Para leer sobre este autor y sus datos pulse los siquientes links:

http://es.wikipedia.org/wiki/Ar%C3%ADstides_Vega_Chap%C3%BA#Datos_biogr.C3.A1ficos

5 comentarios:

Migdalia B. Mansilla R. dijo...

Un hermoso recorrido por lares venezolanos en hermosos poemas donde la distancia se convierte en anclas de sitios que dejan huellas.

Gracias Juan Carlos por compartir la bella palabra.

Abrazos,
Migdalia

salva33125 dijo...

Viaje por el paisaje a la nostalgia, imágenes que se acomodan en el poeta para transmitir ese sentirse lejos siempre, lo fugaz en la mirada que va al verso.....Gracias JC

Escombros Hablaneros dijo...

Mi querido Juanca, la nostalgia es ese ser invisible con el que luchamos a diario.

Ismael Valdivia dijo...

Extasiado con la poesía de Arístides. Ese éxtasis que produce la conjunción de lo sencillo con lo grande. La selección que has publicado es un recorrido certero por la mirada del poeta, con sus lugares y nostalgias incluídos.

Félix Anesio dijo...

aristides: gracias!