martes, 29 de marzo de 2011

Pensamientos en La Habana


Por email del Buscaluz, recibo un libro de Lezama: Pensamientos en La Habana, y recuerdo demasiadas pocas lecturas y muchos homenajes: los tardíos, los que se agradecen, los de aduladores que juegan a descifrar sin luz su poética. Los que quieren endiosarlo como si fuera un problema gordo en la observación del término "fenómeno literario", o difícil de advertir por la diversidad con la que su obra trasciende en significados. Vuelvo de lector que aprende sin buscar atajos, sin formarme enigmas o vacíos de retórica en tanto complejo de culpas por la falta de una sensibilidad a la hora de lo que he esperado, en tiempo y madures como lector, para apreciarlo; pienso por cada verso que me provoca esta relectura, y por una y otra referencia literaria, mitos, pinturas, personajes como actores que pudieran ser sus propios laberintos, rostros suyos ante una obra que siempre va a perdurar a cualquier homenaje. Hay de toda estimulación a los sentidos en ella, para fluir y para agudizarlos, y para abarcar un poco de envidia, por esa forma rigurosa de atraparnos en la belleza, con ritmo y cadencia de altura, y por la manera de expresar también sus vivencias. Rigor que me sirve muy bien para la retroalimentación, sin que sofoque, sin que advierta como nos han hecho creer muchos "anti y pro", "Lezamianos" que para entender su poética hay que consumirse en un discurso que se preña demasiado de metáforas oscuras que nos aplastan. Tal vez se pueda confrontar sin contradecirse, que a su densidad o volúmen, es mejor verlo como el polen de una rosa, que tiene esa gracia de quien se deja libar y que no necesitamos emitarlo, porque es un imposible, como lo fueron aquellas lecturas apresuradas que todavia me averguenzan. Otros opinan que es demasiado denso para llegar a tantos, porque su lectura es como Céfiro en la fronda que afina un discurso inmantado hacia la música del agua. Para mí, es magia, misterio hermoso y luz que nos deja advertidos: pero se oía una gran sonoridad que no se oía, y nos sienta a que contemplemos su mundo, sin dejar de pasar de un estado sombrío a una invaluable riqueza. Símbolos, alegóricos sueños y disfraces también permeados por el tiempo, como él lo dijera: cuando en una misma agua discursiva se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:

Ahora que no soy un lector adolescente, para decirlo claro, _ni apresurado a conquistar el boom de lo que la moda generacional impone_, entiendo mejor, la inutilidad de tanto conferencista, que nos prevenía qué encontar en Lezama; ahora, que encuentro el gusto por apreciar la calidad, y el sentido de: degustar con todo lo que me inspira, quiero en ese ejercicio recurrente del azar que convoca,(intertextualidad y dominio) sentarlo en el aire, sin prejuicio de: a quiénes les llegará la misma esquisités por este culto a la palabra, a qué nivel de la espiritualidad se arriba con hondura y cercanía hasta su genuina voz interior,y la de esta lectura para los dioses; bendecidos dioses que de lo único que padecerán, es de confluir "como se teje una red en el aire", sin trampas y sin definiciones que aborrescan por falta de encanto. Una espontaniedad así, exclusiva, que no tiene por qué amedentrarnos, que provoca tal vez, su palabra que abre "la esencia que no se advierte"

Juan Carlos Recio.

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José Lezama Lima PENSAMIENTOS EN LA HABANA
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AH, QUE TÚ ESCAPES







Ah, que tú escapes en el instante

en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.

Ah, mi amiga, que tú no quieras creer

las preguntas de esa estrella recién cortada,

que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,

cuando en una misma agua discursiva

se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:

antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados

parecen entre sueños, sin ansias levantar

los más extensos cabellos y el agua más recordada.

Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses

hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,

pues el viento, el viento gracioso,

se extiende como un gato para dejarse definir.


DOBLE NOCHE

I


















La noche no logra terminar,

malhumorada permanece,

adormeciendo a los gatos y a las hojas.

Estar aprisionada entre dos globos de luces

y mantener, como una cabellera

que se esparce infinitamente,

el oscuro capote de su misterio.

La noche nos agarra un pie,

nos clava en un árbol,

cuando abrimos los ojos

ya no podemos ver al gato dormido.

El gato está escarbando la tierra,

ha fabricado un agujero húmedo.

Lo acariciamos con rapidez,

pero ha tenido tiempo para tapar

el agujero. Hace trampa

y esconde de nuevo a la noche.




II




Entré en el cuarto,

no me decidí a encender la luz.

Estaba un hombre sentado en un taburete,

su espalda toda frente a mis ojos.

No lo sentí como extraño

ni alteraba la colocación de los muebles

ni el botón de la luz.

Como en una explicación casi inaudible

dije: Uno.

El otro, con su cuerpo inmovilizado,

moviendo sus labios con sílabas muy lentas,

me respondió: el cuerpo.

Temeroso, con gran culpa, encendí la luz.

El otro seguía en su taburete,

comenzó entonces como un debate ciceroniano

en el senado romano,

golpeando las almohadas con los puños.

El gato absorto y lentísimo

comenzó de nuevo a esconder la noche.



III LOS FRAGMENTOS DE LA NOCHE


















Cómo aislar los fragmentos de la noche

para apretar algo con las manos,

como la liebre penetra en su oscuridad

separando dos estrellas

apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.

La noche respira en una intocable humedad,

no en el centro de la esfera que vuela,

y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,

hasta formar el irrompible tejido de la noche,

sutil y completo como los dedos unidos

que apenas dejan pasar el agua,

como un cestillo mágico

que nada vacío dentro del río.

Yo quería separar mis manos de la noche,

pero se oía una gran sonoridad que no se oía,

como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina

silenciosa en la esquina del templo.

La noche era un reloj no para el tiempo

sino para la luz,

era un pulpo que era una piedra,

era una tela como una pizarra llena de ojos.

Yo quería rescatar la noche

aislando sus fragmentos,

que nada sabían de un cuerpo,

de una tuba de órgano

sino la sustancia que vuela

desconociendo los pestañeos de la luz.

Quería rescatar la respiración

y se alzaba en su soledad y esplendor,

hasta formar el neuma universal

anterior a la aparición del hombre.

La suma respirante

que forma los grandes continentes

de la aurora que sonríe

con zancos infantiles.

Yo quería rescatar los fragmentos de la noche

y formaba una sustancia universal,

comencé entonces a sumergir

los dedos y los ojos en la noche,

le soltaba todas las amarras a la barcaza.

Era un combate sin término,

entre lo que yo le quería quitar a la noche

y lo que la noche me regalaba.

El sueño, con contornos de diamante,

detenía a la liebre

con orejas de trébol.

Momentáneamente tuve que abandonar la casa

para darle paso a la noche.

Qué brusquedad rompió esa continuidad,

entre la noche trazando el techo,

sosteniéndolo como entre dos nubes

que flotaban en la oscuridad sumergida.

En el comienzo que no anota los nombres,

la llegada de lo diferenciado con campanillas

de acero, con ojos

para la profundidad de las aguas

donde la noche reposaba.

Como en un incendio,

yo quería sacar los recuerdos de la noche,

el tintineo hacia dentro del golpe mate,

como cuando con la palma de la mano

golpeamos la masa de pan.

El sueño volvió a detener a la liebre

que arañaba mis brazos

con palillos de aguarrás.

Riéndose, repartía por mi rostro grandes cicatrices.


Septiembre y 1972

BAHÍA DE LA HABANA





















Al pie de las murallas

el aire tartamudo

desliza sus sirenas,

plata mansa sin hoy

mana sus lunares

entre lunas cansadas

sin balcones. ¿Qué será,

qué será? Bajo el arco

y pestañas, la tarde,

-codorniz de Ceilán-

rompe en flechas sus colores.

Descuidas las islas

pie ligero y concha reciente,

de sonrisas y flautas,

sobre faldas tan lindas

pasajeros con cintas

y mañanas redondas!

Verdinegros incógnitos

los celos de la noche

¿Qué será, qué será?

El alfiler del rocío

redobles del aire tierno,

se extingue en ay, ay, ay, ay.

La sorpresa de la rosa en el agua,

vida entre vidas,

la rechazan las olas

con heridas sin gritos.

Las estrellas se mecen

al compás que no existe

del agua amanecida,

y así puede mecer

a los niños de Arabia,

con heridas y gritos.

Y loca entre balcones

la tarde recurvando,

empina entre algodones

su voz que ni se escucha

perdida entre latidos:

¿Qué será, qué será?



YA YO SABÍA



Como un ala perdida

-era la noche intensa por mil voces herida-

apareciste (ya yo sabía que alguna noche

se rompería el ala sobre la frente herida.)

En la mañana

-idéntico rebrillar en el oro tendido,-

tu cabellera era pura mañana,

en el hondo temblor de las luces.

¿Hay espejo que copie cabellera

teñida por el oro de la mañana, chorro de mañana?

Me empapé de ti,

todo envuelto en el aro

de tu oro dúctil

-oro y brazalete-. Todo

era oro en la pura mañana.

¡Ya yo sabía que alguna noche

se rompería el ala sobre la frente herida!



MCMXXVIII





MUERTE DE NARCISO




Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo,

envolviendo los labios que pasaban

entre labios y vuelos desligados.

La mano o el labio o el pájaro nevaban.

Era el círculo en nieve que se abría.

Mano era sin sangre la seda que borraba

la perfección que muere de rodillas

y en su celo se esconde y se divierte.

Vertical desde el mármol no miraba

la frente que se abría en loto húmedo.

En chillido sin fin se abría la floresta

al airado redoble en flecha y muerte.

¿No se apresura tal vez su fría mirada

sobre la garza real y el frío tan débil

del poniente, grito que ayuda la fuga

del dormir, llama fría y lengua alfilereada?

Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.

El espejo se olvida del sonido y de la noche

y su puerta al cambiante pontífice entreabre.

Máscara y río, grifo de los sueños.

Frío muerto y cabellera desterrada del aire

que la crea, del aire que le miente son

de vida arrastrada a la nube y a la abierta

boca negada en sangre que se mueve.

Ascendiendo en el pecho solo blanda,

olvidada por un aliento que olvida y desentraña.

Olvidado papel, fresco agujero al corazón

saltante se apresura y la sonrisa al caracol.

La mano que por el aire líneas impulsaba,

seca, sonrisas caminando por la nieve.

Ahora llevaba el oído al caracol, el caracol

enterrando firme oído en la seda del estanque.

Granizados toronjiles y ríos de velamen congelados,

aguardan la señal de una mustia hoja de oro,

alzada en espiral, sobre el otoño de aguas tan hirvientes.

Dócil rubí queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.

Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas

islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.

El río en la suma de sus ojos anunciaba

lo que pesa la luna en sus espaldas y el aliento que en halo convertía.

Antorchas como peces, flaco garzón trabaja noche y cielo,

arco y cestillo y sierpes encendidos, carámbano y lebrel.

Pluma morada,no mojada, pez mirándome, sepulcro.

Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco, pulso desdoblado

los dedos en inmóvil calendario y el hastío en su trono cejijunto.

Lenta se forma ola en la marmórea cavidad que mira

por espaldas que nunca me preguntan, en veneno

que nunca se pervierte y en su escudo ni potros ni faisanes.

Como se derrama la ausencia en la flecha que se aísla

y como la fresa respira hilando su cristal,

así el otoño en que su labio muere, así el granizo

en blando espejo destroza la mirada que le ciñe,

que le miente la pluma por los labios, laberinto y halago

le recorre junto a la fuente que humedece el sueño.

La ausencia, el espejo ya en el canbello que en la playa

extiende y al aislado cabello pregunta y se divierte.

Fronda leve vierte la ascensión que asume.

¿No es la curva corintia traición de confitados mirabeles,

que el espejo reúne o navega, ciego desterrado?

¿Ya se siente temblar el pájaro en mano terrenal?

Ya sólo cae el pájaro, la mano que la cárcel mueve,

los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo y la doncella.

Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada,

forma en la pluma, no círculos que la pulpa abandona sumergida.

Triste recorre-curva ceñida en ceniciento airón-

el espacio que manos desalojan, timbre ausente

y avivado azafrán, tiernos redobles sus extremos.

Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas

batiendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara.

Su insepulta madera blanda el frío pico del hirviente cisne.

Reluce muelle: falsos diamantes; pluma cambiante: terso atlas.

Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el relámpago en sus venas.

Ahogadas cintas mudo el labio las ofrece.

Orientales cestillos cuelan agua de luna.

Los más dormidos son los que más se apresuran,

se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios. Estirado

mármol como un río que recurva o aprisiona

los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.

Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma

y allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.

Una flecha destaca, una espalda se ausenta.

Relámpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.

Tierra húmeda ascendiendo hasta el rostro, flecha cerrada.

Polvos de luna y húmeda tierra, el perfil desgajado en la nube que es espejo. Frescas

las valvas de la noche y límite airado de las conchas en

su cárcel sin sed se desbacan los brazos,

no preguntan corales en estrías de abejas y en secretos

confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.

Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran

al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acampan

los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene.

Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente a su sonido

en la llama fabrica sus raíces y su mansión de gritos soterrados.

Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el río mudo.

Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno

tejen blanco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.

Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman,

despertando el oleaje en lisas llamaradas y vuelos sosegados,

guiados por la paloma que sin ojos chilla,

que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos.

Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido

el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado.

Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la súplica

destilan o más firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.

La nieve que en los sistros no penetra, arguye

en hojas, recta destroza vidrio en el oído,

nidos blancos, en su centro ya encienden tibios los corales,

huidos los donceles en sus ciervos de hastío, en sus bosques rosados.

Convierten si coral y doncel rizo las voces, nieve los caminos

donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea.

Mas esforzado pino, ya columna de humo tan aguado

que canario en su aguja y surtidor en viento desrizado.

Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado

son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.

Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,

labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.

Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías, racimo de palomas

ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes.

Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire,

espuma colgaba de los ojos, gota marmórea y dulce plinto no ofreciendo.

Chillidos frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido.

La blancura seda es ascendiendo en labio derramada,

abre un olvido en las islas, espadas y pestañas vienen

a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura.

Húmedos labios no en la concha que busca recto hilo,

esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden

al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada,

busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del sonido.

Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.

Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado.

Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.

Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,

que coloreado espejo sombra es del recuerdo y minuto del silencio.

Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas.

Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.

Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.



(1937)


UNA OSCURA PRADERA ME CONVIDA



Una oscura pradera me convida,

sus manteles estables y ceñidos,

giran en mí, en mi balcón se aduermen.

Dominan su extensión, su indefinida

cúpula de alabastro se recrea.

Sobre las aguas del espejo,

breve la voz en mitad de cien caminos,

mi memoria prepara su sorpresa:

gamo en el cielo, rocío, llamarada.

Sin sentir que me llaman

penetro en la pradera despacioso,

ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven, ilustres restos,

cien cabezas, cornetas, mil funciones

abren su cielo, su girasol callando.

Extraña la sorpresa en este cielo,

donde sin querer vuelven pisadas

y suenan las voces en su centro henchido.

Una oscura pradera va pasando.

Entre los dos, viento o fino papel,

el viento, herido viento de esta muerte

mágica, una y despedida.

Un pájaro y otro ya no tiemblan.

2 comentarios:

  1. Gracias por hacerme penetrar en la pradera onírica de Lezama, respirar el aire tartamudo de la bahía y extasiarme en el tiempo dorado del Nilo.

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  2. Estuve algo ocupado, hasta hoy no tuve el tiempo para esta buena propuesta, gracias, el regreso maduro por las palabras y el mundo de Lezama ,incluyendo tu presentación

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