La soledad del creador (III)
–No es posible, Sandra, ni hipotéticamente hablando es posible. Son leyes que no puedes cambiar, leyes de la estructura química de los materiales, leyes físicas de refracción y óptica.
–Sí, quizás, pero déjame intentarlo.
–Hazlo, pero será una pérdida de tiempo. Nunca he conocido a nadie más obstinado. ¿Crees que eres Dios?
–Quiero que sea poesía, que los tonos de azul tengan una luminosidad especial. Quiero tamizar la luz, llenar un espacio visual que además deje claro que ahí antes estaba el vacío, la nada, y que ahora se ha convertido en un sitio lleno de sugerencias. Quiero que provoque la reflexión, que cree un ambiente de recogimiento, pero también de esperanza. Que llegue al corazón con alegría, que deje huellas, que haga sentir que lo malo fluye y se va, que lo bueno fluye y viene, y vuelve a fluir siempre, porque lo trae la luz que pasa a través de ese azul. Que donde estaba la nada, ahora está algo que, aunque sigue siendo finito, no se conforma.
–¿No le pides mucho a un simple vitral? Eso no es posible. La poesía no es más que un concepto
abstracto. Es ficción y esto que intentamos hacer es ciencia. No es tan flexible, Sandra. Si quieres un vitral, haz de adaptarte a las circunstancias químicas y físicas de los materiales que elijas y, si se puede decir de algún modo, tienes que tener en cuenta lo que te han enseñado en la universidad.
–No me voy a conformar. Lo quiero todo para ese vitral. Al menos lo que soy capaz de dar. Además, creo que la poesía sirve para todo, la poesía fue antes que todo, todo salió de la poesía.
–Tú sabes que no es así. ¿Vas a decir que la poesía es anterior a las leyes? Las leyes estaban aquí
desde el principio: las leyes de la naturaleza, las leyes físicas, las leyes del orden del mundo, en general.
–Antes de que el mundo tuviera orden o leyes o lo que quieras, estaba el caos, y en el caos ya estaba la poesía, contenida en ese desorden absoluto y demencial. En ese contrasentido, en esa monstruosidad, había un estado de cosas que mostraba la existencia de la poesía. Era poesía.
La poesía es así a veces: lo confuso que se hace posible, que no responde a ninguna ley ni a ningún orden, además de a lo que se mete dentro de uno en forma de sensaciones, de raras maneras de ver las cosas. La poesía hace que las cosas se vean diferentes, sean diferentes. Eso quiero para mi vitral, eso quiero para los que lo miren. Eso he estado soñando desde el principio de este proyecto y porque ya sea muy bueno, no me voy a rendir, Álex. Quiero que esté vivo, que diga cosas, que trasmita; que tenga la perspectiva, el color y la profundidad suficientes para cambiar el ánimo de quien le mire.
–Haré lo que me digas, pero no me puedo hacer responsable de lo que no comprendo. Deberías
entender que las otras personas que trabajamos en esto desearíamos que fuera perfecto, lo que tú sueñas, pero eso es muy difícil, imposible, sin exagerar.
La poesía es así a veces: lo confuso que se hace posible, que no responde a ninguna ley ni a ningún orden, además de a lo que se mete dentro de uno en forma de sensaciones, de raras maneras de ver las cosas. La poesía hace que las cosas se vean diferentes, sean diferentes. Eso quiero para mi vitral, eso quiero para los que lo miren. Eso he estado soñando desde el principio de este proyecto y porque ya sea muy bueno, no me voy a rendir, Álex. Quiero que esté vivo, que diga cosas, que trasmita; que tenga la perspectiva, el color y la profundidad suficientes para cambiar el ánimo de quien le mire.
–Haré lo que me digas, pero no me puedo hacer responsable de lo que no comprendo. Deberías
entender que las otras personas que trabajamos en esto desearíamos que fuera perfecto, lo que tú sueñas, pero eso es muy difícil, imposible, sin exagerar.
–Te entiendo, gracias. ¿Sabes?, a veces he soñado que construyo un espacio como un vitral, pero de papel china, como esas habitaciones que salen en las películas, como las lámparas. Serían paredes tras las que se movería una marioneta. En la medida en que se traslade la luz, la silueta se hará difusa, alargada, deforme. Producirá, en el plano de las emociones, todo lo contrario que este vitral. Allí, cuando cambien las circunstancias, y el entendimiento y las buenas intenciones se vayan, empiecen a dejarle, el hombre reconocerá su lado monstruoso y se convertirá en oscuridad. Entonces, será necesaria alguna luz adentro y no lograríamos más que ver sus monstruos. Pero sé que no quiero hacer eso, sino este vitral.
–Creo que mejor debiste dedicarte a la poesía. A algunos arquitectos se les da muy bien. Pero
eso que me dices de tus vitrales es onírico, catártico, demasiado para encontrarle lugar dentro del pensamiento científico.
–Creo que mejor debiste dedicarte a la poesía. A algunos arquitectos se les da muy bien. Pero
eso que me dices de tus vitrales es onírico, catártico, demasiado para encontrarle lugar dentro del pensamiento científico.
–Quizás… No lo entiendes.
–No, es definitivo. No lo entiendo, y lo peor es que creo que tú tampoco lo entiendes.
–¿Eso te parece? ¿Quieres dejar el proyecto?
–No. Si quisiera lo haría; pero siempre, aunque no lo entienda, logras convencerme de que quizás todo ese absurdo, para mí angustiosamente incomprensible, puede ser. Eso significa que creo que puedes conseguirlo, aunque yo no sepa cómo, y me asuste y necesite algo concreto a qué aferrarme. No puedo ayudarte en eso. Me rebasa.
–Piénsalo, ya no sé cómo explicarlo. No quiero cambiar nada. Es una especie de secuencia, fotogramas consecutivos sobre los que la luz hace el trabajo de mostrar, dependiendo de la intensidad, de la forma en la que vamos distribuyendo los espejos y los magnetos, la figura de un hombre que se levanta o se encorva hasta quedar sobre una de sus rodillas, totalmente caído, derrumbado. La cabeza sobre la rodilla que no está en el suelo. Sin altivez, mudo. Serían láminas diferentes en esas ocho vidrieras, que contendrán las imágenes previamente trabajadas, grabadas. Sé que no pretende ser un vitral corriente, una ventana de pedacitos de vidrio, sino láminas que cuando les atraviese la luz crearán esa ilusión de movimiento, y uno de esos días nublados, nuestro hombre del vitral será un hombre de rodillastodo el día. Pero si de pronto el día se despeja y la luz se hace un poco de espacio… ¿Lo imaginas? El hombre se empezará a levantar hasta donde la luz lo permita… Es también una metáfora. Es poesía, y es lo que quiero.
–¡Ah!, tú y la poesía. Si me esfuerzo, hasta lo imagino como dices, pero la ciencia es otra cosa, Sandra. La poesía está bien, pero la ciencia tiene límites.
–¿Quién lo dice? Si el científico se pone límites, cómo podría ver lo que no ven los hombres que no lo son. El científico, además, ve la ciencia como otro modo de hacer poesía, aunque no lo sepa incluso. ¿No ha sido poético lo que algunos científicos hacen para probar sus hipótesis? Y sus hipótesis son como mis sueños: la mayor parte de las veces, imposibles.
–Sabes que voy a estar a tu lado, aunque no te entienda y crea que estás equivocada. No te dejaré sola.
–Hablando de poesía y de soledad, hay un poema.
Habla de un mendigo: «Y nadie, nadie puede hacerle la caridad que mudamente pide, / ni hoy ni mañana ni nunca / porque al hombre le es fácil compartir sus monedas, / pero a ninguno le es dado pelear contra la soledad de un semejante…» El poeta que lo escribió se llamaba Gastón Vaquero. Quizás sea cierto que nadie puede pelear contra esa soledad del semejante.
–Incluso, hay algo peor aún: si no nos es dado pelear contra la soledad de un semejante, imagina
cuánto menos lo será pelear contra la soledad de alguien que no lo sea… y a quien no se quiere
dejar solo.
–No, es definitivo. No lo entiendo, y lo peor es que creo que tú tampoco lo entiendes.
–¿Eso te parece? ¿Quieres dejar el proyecto?
–No. Si quisiera lo haría; pero siempre, aunque no lo entienda, logras convencerme de que quizás todo ese absurdo, para mí angustiosamente incomprensible, puede ser. Eso significa que creo que puedes conseguirlo, aunque yo no sepa cómo, y me asuste y necesite algo concreto a qué aferrarme. No puedo ayudarte en eso. Me rebasa.
–Piénsalo, ya no sé cómo explicarlo. No quiero cambiar nada. Es una especie de secuencia, fotogramas consecutivos sobre los que la luz hace el trabajo de mostrar, dependiendo de la intensidad, de la forma en la que vamos distribuyendo los espejos y los magnetos, la figura de un hombre que se levanta o se encorva hasta quedar sobre una de sus rodillas, totalmente caído, derrumbado. La cabeza sobre la rodilla que no está en el suelo. Sin altivez, mudo. Serían láminas diferentes en esas ocho vidrieras, que contendrán las imágenes previamente trabajadas, grabadas. Sé que no pretende ser un vitral corriente, una ventana de pedacitos de vidrio, sino láminas que cuando les atraviese la luz crearán esa ilusión de movimiento, y uno de esos días nublados, nuestro hombre del vitral será un hombre de rodillastodo el día. Pero si de pronto el día se despeja y la luz se hace un poco de espacio… ¿Lo imaginas? El hombre se empezará a levantar hasta donde la luz lo permita… Es también una metáfora. Es poesía, y es lo que quiero.
–¡Ah!, tú y la poesía. Si me esfuerzo, hasta lo imagino como dices, pero la ciencia es otra cosa, Sandra. La poesía está bien, pero la ciencia tiene límites.
–¿Quién lo dice? Si el científico se pone límites, cómo podría ver lo que no ven los hombres que no lo son. El científico, además, ve la ciencia como otro modo de hacer poesía, aunque no lo sepa incluso. ¿No ha sido poético lo que algunos científicos hacen para probar sus hipótesis? Y sus hipótesis son como mis sueños: la mayor parte de las veces, imposibles.
–Sabes que voy a estar a tu lado, aunque no te entienda y crea que estás equivocada. No te dejaré sola.
–Hablando de poesía y de soledad, hay un poema.
Habla de un mendigo: «Y nadie, nadie puede hacerle la caridad que mudamente pide, / ni hoy ni mañana ni nunca / porque al hombre le es fácil compartir sus monedas, / pero a ninguno le es dado pelear contra la soledad de un semejante…» El poeta que lo escribió se llamaba Gastón Vaquero. Quizás sea cierto que nadie puede pelear contra esa soledad del semejante.
–Incluso, hay algo peor aún: si no nos es dado pelear contra la soledad de un semejante, imagina
cuánto menos lo será pelear contra la soledad de alguien que no lo sea… y a quien no se quiere
dejar solo.
********************fin del fragmento***************
El hombre del vitral. Colección Aguere Narrativa
Sandra es una joven y talentosa arquitecta que está inmersa en la construcción de un impresionante vitral, ocho vidrieras donde la emblemática figura de un hombre que debería ser perfecto acabará pareciéndose de forma asombrosa a lo que tenemos por un individuo común. Desde niña había perseguido los colores de un vitral de sueños, poesía, dudas, donde se mostrarían la grandeza y la pequeñez del ser humano. Defender su creación del conformismo y la mediocridad le llevará a reafirmar sus ideas de la ética, la amistad y del verdadero valor de las cosas.
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Datos de la autora:
Sonia Díaz CorralesNació en Cabaiguán, Cuba, en 1964 y reside en Santa Cruz de Tenerife. Es poeta y narradora. Ha publicado los libros de poesía Diario del Grumete, (1996 y 1997) y Minotauro (1997). Sus poemas aparecen en las antologías Retrato de grupo (1989), Poesía infiel. Antología de jóvenes poetas cubanas (1989), Poetas del Seminario (1992), Un grupo avanza silencioso (1990), Mujer adentro (2000), Poesía cubana de los años 80 (1993), Poesía espirituana (1994), Anuario de poesía (1994), Mis barcos nuevamente (1996), Antología de décimas Canarias-Cuba (2000), Todo el amor en décimas (2000), y Puntos cardinales. Puente colgante. Antología de poetisas cabaiguanenses (2000). Ha obtenido los premios de poesía América Bobia 1982, Matanzas; Bustarviejo 1993, Madrid; y el Abel Santamaría 1997, de la Universidad Central de Las Villas, Santa Clara; así como menciones Caimán Barbudo, David de la UNEAC y 13 de Marzo de Universidad de La Habana. Su libro Los días del olvido, fue finalista del Premio de Poesía Viaje del Parnaso 2008.
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gracias, muchas, sonia
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