No es preciso hablar de un ángel ni que ella debe llevar un nombre tan celestial. No bastaron las horas que pasé día a día de visita en su casa, junto al patio donde unos pequeños canteros con flores, helechos, y hasta el mini-platanal de Bartolo, y unas matas de fruta bomba, eran parte del tesoro de unas manos de prodigio, inigualables. Es imposible olvidar ese rostro de una mujer expresiva, que toda su vida ha luchado como si ella fuera la cabeza de la familia y sus ideas brillaran en el arte de sobrevivir el día a día, mucho más que aquellos aretes que le faltaran a la luna. Una mujer "innombrable", porque aun cuando es sencilla, honesta, fácil para ganarse el corazón de sus amigos, es también impredecible, ante la necesidad no se acobarda, y por amor al arte, su arte, siempre la califico como maga.
Hablo de María López, quien fuera esposa por muchos años de René Batista hasta su reciente muerte, quien siempre tuvo una crítica que me honrara o un consejo a tiempo, y su apoyo incondicional hasta el presente, además de esa forma en la que puedo mirar a su corazón a pesar de la distancia. Pero es el trabajo de una artista que sabe dibujar, letras que representan esos animales visibles del corazón, tipo alforjas de historias, donde comienza y termina una anécdota importante. Es de esa parte que no pertenece a algún olvido, que hoy les cuento. Ella es también, un hecho que hace rato trasciende desde su natal Camajuaní, el reconocimiento como la experta, no solo para trabajos manuales de decorado para carrozas de su barrio Santa Teresa, Chivos, también para trabajos de escuela de niños y adolescentes que la buscan. Resulta que esta artista no trabaja solo con los pomos plásticos, para llamarles con nombres como los juegos de mi niñez, ni Perla Fina, ni Mariposa, son nombres diferentes, los de flores, fondos marinos, figuras que decora con gusto, que le da vida, porque ella primero imagina y se inspira, luego recorta, pega, usa sus pinceles, su brillo, la goma. Al final, quien no ha visto el proceso, no puede creer que sus manos, como las de un panal, o la de un hormiguero, fueron juntando pieza a pieza sus ideas, por tramos o por momentos que ella busca de su tiempo libre. Cartón o papel, satín, cintas: todo puede servir cuando María se propone encontrar la forma de complacer con el pedido, o cuando ella ha creído, que a las personas les gustaría poner mariposas con sus alas extendidas, con todos sus colores, de adornos en la pared.
Hay un trabajo familiar con el algodón, que le sirvió de antecedente para convertir, digamos, esos hilos de la historia personal, en obras de arte, como ella misma confiesa: "trabajaban con el algodón, hacían hilos, maravillas de colores". La he visto trabajar en diferentes horarios, temprano, al mediodía o muy tarde en la noche, rodeada de sus brillos, sus plumones, los pinceles, la tijera, como la foto de una mujer que sabe armar el mundo que la rodea, que disfruta cada invento, que luego de disciplinarse en el hallazgo de repasar los detalles, de enmendar errores de oficio, gana con su experiencia de más de treinta años de decoradora, en movimientos de águila y en una concentración sobre lo que hace, que nada de lo cotidiano logra contrariar su cometido. Algunas veces estuve horas mirando su trabajo, por el placer que produce ver que de la nada, o de un cartón, un pomo, un algo artificial, y otras cosas que no son ni bromas ni el colmo del invento, sino obra del talento de esta mujer que capta, como lo hacen los pintores primitivistas, rostros, formas de los cuerpos al natural. Ella convierte con sus manos pepinos en flores diversas, pétalos que parecen llenos de polen; puede construir también una floresta, incluso, sin que le cueste demasiado darle la sensualidad y el toque de la belleza de lo que es natural, porque ha dejado de ser artificial si sabe mirarse en su contexto. A veces, cuando lo recuerdo y por increíble que parezca, aún cuando los materiales con los que trabaja sean -para definirlos- inanimados. Ella provoca ese asombro de que se ofrezcan, como si la vida fuera quitarle más a lo feo, con el amor de unas manos hechas para que las cosas cambien de su color muerto, y pase a esos tonos vivos, oxigeno por donde respiran también su destreza en este oficio. Siempre reconoce como mujer sencilla, la oportunidad que comenzó en su barrio de parrandas, Los Chivos, por la confianza de Roberto Prieto en su talento. Y como María dice: "por los años que este hombre cosechó de triunfos para el Santa Teresa"; no tiene pena de confesar, además, los errores que cometió al inicio de esta profesión, cuando por persistencia fue que consiguió darle la forma de flor a un pomo plástico, incluso, cuando la critican o se autocrítica, porque su humildad no es una cuestión de ceguera, es realista y con los años, sabe que cada nuevo trabajo, con el material que consiga (y que muchas veces no es el más apropiado o el más fácil para trabajarlo) debe perfeccionarse. Porque también me ha lo dicho, nunca se confía solo en su talento o destreza, siempre aprende, escucha, vuelve una y otra vez a revisar su trabajo y cuando siente que dio el máximo dentro del concepto de calidad y terminado que se ha propuesto, entonces siente como un alivio: "Deber cumplido".
Si quisiera comparar a María con uno de los tantos jarrones que ha decorado, o con espigas, con cipreses, mirlos, con jardines colgantes, diría que es ese brillo, ese brillito imprescindible para su trabajo como siempre le hemos reconocido; y repito, es el brillo de lo que resplandece ante los ojos, de nacer con un corazón transparente como un espejo, que parece destinado a organizar en su cerebro esa biblioteca pensante de lo popular: el nunca simple decorado, de diversas cosas que aun cuando lleven sacrificio, quemaduras, dolores de artritis y muchas pequeñas tragedias que acompañan este trabajo; y para ser justos, la falta de materiales, el cansancio, la emoción a veces por el triunfo, y a veces por la presión del tiempo para la entrega. Lo que no sale bien y hay que repetirlo, y los desafíos, las lágrimas, toda esa mezcla de lo que compone su vida de artista, es una comparación que vendría a tono, porque María ha logrado como nadie ser auténtica y coherente con la persona que proyecta; y porque nadie en mi pueblo, dejará de voltear a ver uno de sus trabajos, nadie o al menos la mayoría, puede dejar de reconocer el talento de sus manos; trabajos hechos por una persona que toca, sin duda, lo que el corazón le inspira, y lo devuelve a la vida como un nacimiento para admirar todo lo que su arte expresa.
Hablo de María López, quien fuera esposa por muchos años de René Batista hasta su reciente muerte, quien siempre tuvo una crítica que me honrara o un consejo a tiempo, y su apoyo incondicional hasta el presente, además de esa forma en la que puedo mirar a su corazón a pesar de la distancia. Pero es el trabajo de una artista que sabe dibujar, letras que representan esos animales visibles del corazón, tipo alforjas de historias, donde comienza y termina una anécdota importante. Es de esa parte que no pertenece a algún olvido, que hoy les cuento. Ella es también, un hecho que hace rato trasciende desde su natal Camajuaní, el reconocimiento como la experta, no solo para trabajos manuales de decorado para carrozas de su barrio Santa Teresa, Chivos, también para trabajos de escuela de niños y adolescentes que la buscan. Resulta que esta artista no trabaja solo con los pomos plásticos, para llamarles con nombres como los juegos de mi niñez, ni Perla Fina, ni Mariposa, son nombres diferentes, los de flores, fondos marinos, figuras que decora con gusto, que le da vida, porque ella primero imagina y se inspira, luego recorta, pega, usa sus pinceles, su brillo, la goma. Al final, quien no ha visto el proceso, no puede creer que sus manos, como las de un panal, o la de un hormiguero, fueron juntando pieza a pieza sus ideas, por tramos o por momentos que ella busca de su tiempo libre. Cartón o papel, satín, cintas: todo puede servir cuando María se propone encontrar la forma de complacer con el pedido, o cuando ella ha creído, que a las personas les gustaría poner mariposas con sus alas extendidas, con todos sus colores, de adornos en la pared.
Hay un trabajo familiar con el algodón, que le sirvió de antecedente para convertir, digamos, esos hilos de la historia personal, en obras de arte, como ella misma confiesa: "trabajaban con el algodón, hacían hilos, maravillas de colores". La he visto trabajar en diferentes horarios, temprano, al mediodía o muy tarde en la noche, rodeada de sus brillos, sus plumones, los pinceles, la tijera, como la foto de una mujer que sabe armar el mundo que la rodea, que disfruta cada invento, que luego de disciplinarse en el hallazgo de repasar los detalles, de enmendar errores de oficio, gana con su experiencia de más de treinta años de decoradora, en movimientos de águila y en una concentración sobre lo que hace, que nada de lo cotidiano logra contrariar su cometido. Algunas veces estuve horas mirando su trabajo, por el placer que produce ver que de la nada, o de un cartón, un pomo, un algo artificial, y otras cosas que no son ni bromas ni el colmo del invento, sino obra del talento de esta mujer que capta, como lo hacen los pintores primitivistas, rostros, formas de los cuerpos al natural. Ella convierte con sus manos pepinos en flores diversas, pétalos que parecen llenos de polen; puede construir también una floresta, incluso, sin que le cueste demasiado darle la sensualidad y el toque de la belleza de lo que es natural, porque ha dejado de ser artificial si sabe mirarse en su contexto. A veces, cuando lo recuerdo y por increíble que parezca, aún cuando los materiales con los que trabaja sean -para definirlos- inanimados. Ella provoca ese asombro de que se ofrezcan, como si la vida fuera quitarle más a lo feo, con el amor de unas manos hechas para que las cosas cambien de su color muerto, y pase a esos tonos vivos, oxigeno por donde respiran también su destreza en este oficio. Siempre reconoce como mujer sencilla, la oportunidad que comenzó en su barrio de parrandas, Los Chivos, por la confianza de Roberto Prieto en su talento. Y como María dice: "por los años que este hombre cosechó de triunfos para el Santa Teresa"; no tiene pena de confesar, además, los errores que cometió al inicio de esta profesión, cuando por persistencia fue que consiguió darle la forma de flor a un pomo plástico, incluso, cuando la critican o se autocrítica, porque su humildad no es una cuestión de ceguera, es realista y con los años, sabe que cada nuevo trabajo, con el material que consiga (y que muchas veces no es el más apropiado o el más fácil para trabajarlo) debe perfeccionarse. Porque también me ha lo dicho, nunca se confía solo en su talento o destreza, siempre aprende, escucha, vuelve una y otra vez a revisar su trabajo y cuando siente que dio el máximo dentro del concepto de calidad y terminado que se ha propuesto, entonces siente como un alivio: "Deber cumplido".
Si quisiera comparar a María con uno de los tantos jarrones que ha decorado, o con espigas, con cipreses, mirlos, con jardines colgantes, diría que es ese brillo, ese brillito imprescindible para su trabajo como siempre le hemos reconocido; y repito, es el brillo de lo que resplandece ante los ojos, de nacer con un corazón transparente como un espejo, que parece destinado a organizar en su cerebro esa biblioteca pensante de lo popular: el nunca simple decorado, de diversas cosas que aun cuando lleven sacrificio, quemaduras, dolores de artritis y muchas pequeñas tragedias que acompañan este trabajo; y para ser justos, la falta de materiales, el cansancio, la emoción a veces por el triunfo, y a veces por la presión del tiempo para la entrega. Lo que no sale bien y hay que repetirlo, y los desafíos, las lágrimas, toda esa mezcla de lo que compone su vida de artista, es una comparación que vendría a tono, porque María ha logrado como nadie ser auténtica y coherente con la persona que proyecta; y porque nadie en mi pueblo, dejará de voltear a ver uno de sus trabajos, nadie o al menos la mayoría, puede dejar de reconocer el talento de sus manos; trabajos hechos por una persona que toca, sin duda, lo que el corazón le inspira, y lo devuelve a la vida como un nacimiento para admirar todo lo que su arte expresa.
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Dibujos de Maria López. Foto de la artista, cortesía de Alejandro Batista.
Juan Carlos Recio
NY, octubre 17 de 2010.
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