Pero han pasado los años suficientes, y como un buscador de oro ante su identidad, yo he encontrado la riqueza de aprender a escuchar y a inspirarme en otras poéticas que ahora no me son ajenas, y que al fin, sin contradicciones se acercan a mi discurso, con la sabiduría que puede provocar lecturas de poetas cercanos, personas a las que alguna vez sin subvalorar, las vi distantes en esa cosmo-visión -si se quiere estrecha- donde uno cree estar fuera de su orbita. Incluso como una zona quedante de la malcriadez de un rebelde, que quería quemar muchas etapas y que pensaba que una provincia no esconde tantas voces como luego, desde esta distancia, he podido acaparar.
El libro de Ricardo Riverón Rojas, Días como hoy me ha despertado hacia estas bellezas, con dedicatoria y gentileza de una persona noble, que estuvo sin apatías cerca de esos inicios, lo suficiente como para confiar y leer muy alerta, “de una magia con intuición al surrealismo, con la que un joven lanzara sus versos al mundo”, así escribió sobre mi primer libro, quien supuestamente veía yo, como un campeador de rimas e ideas desde una poética que nunca me llegaría a alcanzar. No porque creyera que faltase su probada calidad, sino por esa concesión desde donde me imponía en el gusto por un estilo predominante al tropo. Pero estaba equivocado, el pasar que deja huellas y los años, y la voz de Ricardo Riverón, ese acierto de crónizar el tiempo, esa pausa de quien domina la palabra no ya como oficio o retórica, me alcanzó; es la seguridad de un hombre que ha vivido difícil pero que ha incorporado la belleza y la forma de encontrarse consigo y de que esto no solo fluya, sino que nos llegue, nos toque y nos alumbre un poco al fondo del barril desde donde queremos ver esos laberintos del tiempo, como si este que él nos ofrece, en esa aplastante ascensión no fuera sublime, o al menos no como referencia ramplona de quien canta y desgarra y se confiesa por acomodarse a la moda; por tanto, no es simpleza, es invisible para los ojos pero nunca desde el corazón. En esto también, su maestría de contener y no desbocarse en metáforas ni en otras asociaciones de ideas que muchas veces suenan a música pero no lo son, incluso, el dar ese toque que Riverón Rojas logra, cuando puede sin miedo encontrar en las palabras a las que de tanto huir me he acercado, porque uno ni como poeta habita en dos personas, ni vive en dos vidas, con toda la singularidad con la que él promueve, repito sin miedo, ese discurso que tiene su magia en el atrevimiento de decir las cosas, aparentemente escuchadas en una situación común, y llevarla a esa zona donde la poesía la enarbola, palabras que son esenciarles escribirlas, mas que desde la sola inspiración, como un buceador que entra profundo, que no se deleita en el impresionismo, él cuenta, es parte de la anécdota de la vida normal, de la que pasaba o pasa como “ir al pueblo y no ver las casas”. Digo que uno entra a su poesía sin darse por enterado, fluye, y cuando nos vemos también desde su flash existencial, no es como un regalo cualquiera, se trata de vivir, desde hace mucho, como un poeta que cree que todo tiempo difícil debe de ser bello, y de su propio pretexto para salir al mundo desde esa cotidianidad, que ha domado en la costumbre, por la que sabe, con acierto precioso desde su lírica y esa forma exclusiva de narrar, como nos dice en El ego defectuoso: Voy dejando al que soy en muchas partes:/ agonizante a veces, fatalmente feliz en ocasiones. Luego nos conduce como hilos de su historia: Me busco tenazmente en la memoria/ y en la luna calva de los atardeceres;/ también en las páginas opacas/ del mundo vegetal con que los niños/ les dan otro color, reticente, a las vidas/ que sus padres colegiaron para ellos.
Juan Carlos Recio
NY/ 7 de Julio del 2010.
Dibujo de Aida Ida Morales
por el préstamo.
Qué ocurre, corazón, que verde no me hallo
en mis áreas externas.
Voy dejando al que soy en muchas partes:
agonizante a veces,
fatalmente feliz en ocasiones.
Pero siempre termino con los sueños
instándome a volver junto a la estufa.
Me busco tenazmente en la memoria
y en la luna calva de los atardeceres;
también en las páginas opacas
del mundo vegetal con que los niños
les dan otro color, reticente, a las vidas
que sus padres colegiaron para ellos.
Más qué ocurre, corazón, que logro apenas
un mapa translúcido y silente
para orzar por caletas neblinosas donde encallan
arco iris fosilizados, gaviotas fugitivas
hacia el alba perforable del ozono.
Disculpa una vez más,
pero quizás comprendas que, por suerte, para mí
todo está en su punto, y ser persona en el mayor*.
Que nada debo: si acaso las canciones
con que quise adormecer a los árboles
clonados en la intensa y dulce savia que nadie ha percibido,
del cuerpo hacia el color, en parte alguna.
Solo ocurre, mi órgano querido,
que el ego defectuoso no alcanza a definirme.
Y se empecina en prodigar:
la sombra de los miedos y el chasquido del dolor,
la punta de extasiarnos, las palabras.
Entonces lo preciso con versos de un colega:
"conmigo puedes hablar
como si los dos ya nos hubiéramos muertos".
Pero ocurre (!por Dios!) que no lo estamos,
sino tal vez entumecidos
con tanta brevedad de nuestra sangre
silbante por sus túneles turgentes.
Qué triste, corazón.
Las ansias de crecer por desgajarnos
fallecen estampadas como naipes en la acequia.
Y los cándidos ventanales que la luz
solía recostar en la altivez de los astros,
hoy callan su locura intransferible,
dispuestos solamente a claudicar por la vendimia.
Un barco que se va y otro se espanta
(la gavia enmohecida por mistrales):
en uno de los dos tal vez enrole
al navegante que en mis ojos pude ser,
o al grumete que me aguarda en las cubiertas
de aquellos bergantines ahítos de laurel y cascabeles.
En uno partiré. Mas si fracaso, me hallarán
(conmigo para adentro) en los sitios de siempre.
28/1/2005
*Baltasar Gracián
Imitación del héroe.
No consigo imitar al héroe que le canta a la muerte mientras besa a la muchacha de los ojos tempestuosos. Soy solo un cobrador del tiempo que degusta la tarde, mientras llueve a favor de las palabras. Soy, pesadamente, un árbol sembrado por sí mismo frente a todas las ventanas, a merced de su vocación heliófila.
Ya lo dije, no poseo la risa de metal con que el héroe le planta corazón al infinito, ni los brazos desbocados con que carga, de un mandoble, tanta sombra que le sigue a todas partes. Envidio la manera en que el héroe contrae, de un único suspiro y con fervor unánime, todas las membranas del corazón, los dedos de la cara, la rústica corteza con que el cuerpo se le torna invulnerable a las calumnias. Nadie dirá nunca, del héroe, que titubeó con los embates de la nostalgia; que no supo decirse adiós a sí mismo desde el vagón de la correspondencia. El héroe proyecta siempre el pecho hacia la lanza. Pero yo no consigo imitarle por mucho que lo intente; por mucha palabra enardecida que electrice el aire. Soy, si acaso, un jinete patético que merodea las riberas del Gualdalhorce en busca de cereza y con ánimos de hablarle a la humedad de la mañana.
No logro descifrar su maña –queda dicho–, sin embargo soy también, tras mi verdad, un héroe. Traté de mantenerme firme ante el estrado donde Dios parecía dispuesto a retirarme el mundo. Estuve en todas partes cuando el tiempo levitaba contra el peso de mi cuerpo. Y nada me detuvo en el segundo de apresarle, a la luz, las zonas recurrentes. Nadie estuvo nunca tan cerca de estrenarle melodías a la desolación. Y mucho menos en los sitios rumorosos que las fotos digitales nos devuelven como ingenuas miniaturas del Edén.
Cualquiera diría que no llevan huesos –pero sí.
Y los dejan en la falda de los montes,
el borrico de almohada.
Hombre y animal, en las horas nubosas del atardecer, pasean
uno en el lomo de otro, tal amantes.
Como si no existieran esas reglas que prohíben,
en nombre de la intelingencia, tamaña comprensión.
Les basta solamente la mirada: ni una frase imperativa
les impulsa a trotar sobre chinas pelonas,
lo mismo que si el mundo estuviera en cualquier parte
y la gracia de vivir aconteciera con justicia.
Me gusta ese animal y me gusta ese hombre:
ambos en la misma magnitud porque saben
lo que es lícito esperar sin que el resto de la especie
apruebe su discurso ni disponga sus rutas.
Quien quiera contemplarlos que se mire al espejo,
sobre todo en los instantes en que el alma resurge
de ciertas melancolías. Mirarse es un ardid,
una suerte de convenio para hallar,
tras lo mucho que perdimos en nosotros,
la apariencia de algo que nos pueda devolver
el culto infinito.
Hombre y animal son una misma historia,
porque juntos venimos desde el polvo y el árbol.
Y juntos nos daremos también toda la luz solar
que las aguas del crepúsculo extinguen.
El hombre se empecina en rebasar las piedras.
El animal degusta, sin conciencia dolosa,
espigas en lo extenso del camino.
Dibujo de Aida Ida Morales
Nunca me han gustado los superhombres. Y menos los que imparten la justicia al estilo de un ave. Ni los que sobrevuelan la pobreza como si nada en este siglo se pudiera exorcizar con mucha lluvia.
19/7/2005
Los días al pasar
memorias reservadas para nunca.
Pero a veces los días pasan raudos
y esconden, vagamente su envoltura.
La noche carga lo fugaz del día
(la noche como antítesis del aire).
Pero, a veces, se espanta y determina
brindarle a la alborada su descartes.
Los días al pasar esconden algo;
quién sabe en qué lugar, aunque es noticia
que hay días cuyo sol parece manso.
Hay noches en que el alba no renace.
Los días al pasar no dejan mucha
conciencia de la luz que nos reparten.
12/2/2005
Lo que fue la Verdad
Lo que fue la Verdad ahora parece
un eco en el sonido de lo eterno.
Quien busque la Verdad, que bogue atento
a todo lo irreal e irreverente
Lo mucho que es Verdad parece poco
perdido en el concierto de los astros.
Son ciertas las estrellas, mas son falsos
la arcadia, la opulencia y hasta el oro.
Falta sin duda, en lo verídico la paz
(la lucha es la apoteosis de lo cierto)
pues nadie ha delineado bien su rostro.
Quien halla su verdad paga un buen precio.
Me lleno de esa luz y reconozco
lo poco que me alumbra mi Verdad.
razones de vivir uno se acoge.
Tan hosca veleidad no encuentra dónde
brillar, como la luna en las acequias.
Los musgos del azar y no las lentas
figuras inventadas por la noche
resbalan, sin matiz, hacia esa enorme
nostalgia del frescor y la impaciencia.
Ala buena de Dios: por esas alas
el sol es una lámpara dormida.
Ala buena de Dios: en la neblina
estalla, oblicuamente, la alborada.
Ala rota de Dios: con la palabra
lo indemne del recuerdo resucita.
25/3/2005
Dibujo de Aida Ida Morales
Ay, mujer, a qué penumbra
nuestras páginas celestes se encaminan.
Puestos a rememorar las cosas
que nos enaltecieron,
te doy un leve adiós de plazo
para que llegues
a las zonas amargas que solo compartimos
con aquellos que mitigan su memoria.
No propongo el olvido, te convoco
a un instante que solo yo recuerdo:
las hojas al caer sobre la mesa, algunas pesadillas
traducidas a gestos, las palabras
que siempre nos dejaron el alma rebosante
de lilas y gardenias.
Al olvido lo conozco bien: no se me olvida
que un día me olvidaron
como a un mueble que cruje. Que otra vez
alguien pospuso una manera de mirarme
a favor de un futuro pretérito y fugaz.
Lo olvido y lo recuerdo.
Olvidar el olvido es no ser nadie.
Recordarlo equivale a caminar con la camisa abierta,
indiferente a los zumos que la melancolía
le extrae a cada cosa.
A todos los convoco, sin pudor, a esta sentencia:
la meta es el olvido. No importa quien no llegue.
13/6/2005
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Nació en Zulueta, provincia de Villa Clara, el 25 de octubre de 1949. En su familia no se conocen antecedentes relacionados con la literatura, pues la familia paterna era reconocida por su actividad en el comercio mientras la materna era de procedencia obrera.Cursó estudios hasta graduarse de bachiller e inició los de ingeniería agronómica por la Universidad Central de Las Villas, los cuales abandonó para seguir los dictados de su vocación literaria., que debió emprender de manera autodidacta.Desempeñó diversos empleos, entre ellos: obrero agrícola, planificador y contador, todos ellos en esferas de la economía no relacionadas con la literatura. Desde 1987 hasta 1990 ejerció como divulgador de la Universidad Central de Las Villas, y en ese año comenzó a laborar en el Centro Provincial del Libro y la Literatura de Villa Clara, donde fundó la Editorial Capiro, que dirigió entre 1990 y 2004. Actualmente es director de la revista Signos, dedicada a los estudios sobre la cultura popular tradicional.Su obra ha recibido importantes premios en Cuba, entre ellos: el 26 de julio en 1986, el de la Unión de Escritores y Artistas en 2001 y el Premio Memoria en 2007. Ha viajado, en funciones culturales a: España, México, Venezuela y la antigua URSS. En 2002 le fue otorgada la Distinción por la Cultura Nacional, entregada por el Ministerio de Cultura, y en ese mismo año recibió la condecoración Colaboración Cultural con la Ciudad, entregada por el Gobierno Municipal de [[Santa Clara. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas Cuba. Sobre su obra se han publicado más de 40 trabajos críticos en publicaciones de Cuba y varios países.Actualmente reside en Santa Clara, Villa Clara, Cuba.
Todos los dibujos de Aida Ida morales, tomados de la Revista Umbral, N.24/2007, Santa Clara, Cuba.
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Buena esta muerta de Riverón, también llamado el jardinero derecho que supo ir de menor a mayor hasta llegar a las GL.
ResponderEliminarYo había leído ya estos poemas, que releo, donde sin duda la madurez, la reflexión, lo filosófico, deja atrás para siempre al impresionismo
Cito de ejemplo estos versos tremendos:
"Los días al pasar, nos van dejando
memorias reservadas para nunca.
Pero a veces los días pasan raudos
y esconden, vagamente su envoltura".
Adelante:
Félix Luis Viera
Escrito como con la precisión de un relojero, se va deslizando uno hasta el final, chido el fragmento. Ojalá la novela circule aquí en México.
ResponderEliminarMaestro Félix Luis, aprovecho para dejarle un saludo. Teresita me pasó el link.
Alejandro Reyes Juárez
Keep posting stuff like this i really like it
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