En la introducción René Batista nos acerca a lo que uno puede encontrar en su libro de testimonios, sobre materiales inéditos o casi inéditos en su totalidad, confiados a él en forma de albacea o a personas cercanas a su entorno cultural, que sabían que él, como todo historiador que aprecie su trabajo, recataría del olvido. En este libro se puede encontrar desde un hermoso poema de Rolando Escardó regalado a Nivia de Paz por el propio autor, y la anécdota del suceso, como el de Clementina Vidal y el soneto de Enrique Serpa. Sobre los poemas mecanografiados por el doctor, Antonio Díaz Abreu y la autocaricatura de José Álvarez Baragaño. También, en este caso por entrega a René para ser publicado en la Editora Hogaño, el original del décimario de Leoncio Yánez, Casimira; que no pudo ser publicado por la desaparición poco después de dichas ediciones. Aparecen además una carta de petición a Nicolás Guillén para un artículo especial para la revista también de nombre Hogaño y el artículo que al mes y un día llegara de regreso a ese pedido. Un artículo de Samuel Feijóo entregado para mecanografiar a René Batista, para ser publicado en la Revista Signos, sobre los talleres literarios, el cuál quedó hasta la aparición en este libro de testimonio, en el olvido total.
Al final de esa introducción reproduzco las palabras de René sobre las particularidades de algunas de esas amistades que él cultivó, y que era como una regla digamos de inteligencia y sobrada fidelidad, por la que tuvo siempre abierta la tapa o entrada para ese cofre.
NY/ Junio 24 del 2010.
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Algunos de estos escritores los conocí personalmente, y nos unió una gran amistad. Me refiero a Leoncio Yanes –mi padre espiritual – y a Samuel Feijóo, con quienes conviví cerca de diez años; a Nicolás Guillén, siempre cariñoso y respetuoso conmigo: y quien, al dirigirse a mí, me llamaba <<pariente>> por llevar ambos el mismo apellido (Batista).A Escardó lo conocía por su libro Las ráfagas, publicado un año después de su muerte; a Baragaño por su poemario, Poesía, revolución del ser y algunos artículos publicados en el semanario Lunes de Revolución; a Serpa por sus hermosísimas crónicas Días de trinidad y su novela La trampa.
Los artículos que aquí aparecen dan fe de cómo estos documentos fueron entregados a terceras personas, de cómo después llegaron a mis manos, de la relación de los talleristas con destacadas personalidades de la cultura cubana, de un contexto histórico-literario de a fines del siglo XX, de ricas anécdotas y de nuevos conocimientos acerca de la vida y de la obra de estos autores. Queden estos documentos –guardados en mi papelea durante tantos años – atrapados al fin por la letra impresa, tan digna ella en su carácter de permanencia.
Mi encuentro con Baragaño tuvo lugar por los años 1949 o 1950, en una casa de huéspedes que estaba en la calle Reina, creo que en los altos del número 159, casi frete al edificio del desaparecido periódico El País. Yo cursaba por entonces mi primer año de Pedagogía en la Universidad de La Habana. Nuestra amistad comenzó, seguramente, por alguna presentación del dueño de la citada casa de huéspedes, pinareño como él, que le profesaba una honda admiración. Lo cierto es que en poco tiempo nos tomamos un buen afecto, como una amistad que hubiera arrancado desde la infancia.
*Poeta, ensayista y periodista (1932-1962). Obras publicadas: Cambiar la vida (poesía, 1952); El amor original (poesía, 1955); Wilfredo Lam (ensayo, 1958); Poesía, revolución del ser, 1960); Himno a las milicias y sus poemas (poesía, 1961).
Su vida era muy desordenada. Muchas veces Baragaño regresaba de la calle a las dos de la madrugada, me encontraba estudiando la materia que habría de examinar al día siguiente, me preguntaba la hora y, al parecerle temprano, se marchaba nuevamente. Regresaba luego de yo acostarme y permanecía durmiendo hasta pasado el mediodía. ¿Qué hacía después? Leía, leía quizás hasta el anochecer. Era un lector infatigable, de esos que subrayan párrafos y hacen acotaciones. Y también escribía poesías que inmisericordemente condenaba al cesto de los papeles.
Recuerdo que en una oportunidad tomó la máquina de escribir y redactó tres poemas: <<Opio nocturno>>, <<Fausto>> y <<Yo soy un poeta>>. Luego de analizarlos detenidamente, no satisfecho con ellos, los echó al cesto. En ese momento tuve deseos de recogerlos, pero sentí pena y esperé a que saliera de la habitación para hacerlo. Actualmente, estos poemas me son útiles para el estudio de su poética, para seguir críticamente la evolución de sus ideas surrealistas. Este pequeño poema que no tiene título, y que yo me empeño en llamar <<El Viejo gordo>>, se originó así:
El viejo gordo
distrae una espiroqueta
detenida y sangrante
sobre un tabaco
de color consagrado.
El fémur de una rosa
grita, golpea
en marejada de yodo
mientras el tabaco
sobre el cuello
de la botella
recita un poema de Eliot.
Mientras yo leía el poema, él se hizo una autocaricatura. << ¿Qué te parece?>>, me preguntó. <<Es buena, perfecta, y el poema me gustó mucho>>, le respondí. <<Pues quédate con ambas cosas>>, me dijo, y rió alegremente.
Publicado en el suplemento Huella, no 7, diciembre de 1987, Santa Clara , Cuba.
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OPIO NOCTURNO
Hoy el pez canta más alto, más alto
por el nombre tuyo destrenzándose en el agua
con la paz de las ínsulas coronadas como armiño
y el último grito sonando entre los ángeles.
Ángeles de huesos blandos como el cadáver de un niño
o la mirada blanda de los ancianos agonizantes.
Quedaron las imágenes restituidas al viento
por el grito que sonaba más cerca de los ángeles.
Qué voces levantan, qué vientos desatan
para que gocen tus pupilas extrañas
la fea pesadumbre del viento azucarado.
Para que el ciervo no nombre ya tu nombre
yo tiendo mis espuelas en el aire de noviembre,
salto, salto desnudo de alambradas
hasta el último ventanal de tu muerte redonda.
Las horas van cayendo, cayendo
como caen los puentes, las torres, los templos,
fantasma del payaso ojeroso
que levanta sus dedos de uñas musicales
como un gesto de duda hasta el pecho del alga.
Tú eres el anciano de cabellos como carbón rosado
y la música sonora, extraña, hechizada
por serpientes resbalosas como un nervio de angustia
lanzado hacia el tambor del pecho muerto.
Si los ojos de Toslstoi levantaran manadas
de conejos, canguros, y serpientes levemente ruidosas
qué cerca sentiría tus manos
hacia aquí, hacia el pecho, la música, la ojera.
Ya nuestros pájaros amarrados al sol
tiemblan equilibrio de flores contraídas
comiendo con los muertos la más cruda amapola
nacida junto al óxido de montes imantados.
Por qué, por qué gritan las rosas,
los montes,
las guitarras.
Por qué,
si ya la más extraña rosa vulnera sus sentidos
y una mancha de sangre ennegrecida
detrás de los cristales,
mientras mis manos arponean tu sexo,
extraños pájaros crecen bajo el alma,
fugitiva paloma no tiende a comprender
como se embisten los rostros de las rosas,
si tú tuvieras los mismos temblores en la mano
que tienen mis labios cuando flechan ciruelas
cantarías la fiebre lenta de la aurora
como en los labios se coagulan vesubios
finos y húmedos como un rostro lampiño.
Si tuvimos un techo de amapolas
o la anatomía serena de los toros
tu sangre con la mía
incorporará las luces más tercas del espasmo.
La música ha de sonar
como el sonido de las estrellas quemadas por el canto,
la rosa del naufragio
en quiméricos mástiles gastados,
en intacta caída de metales bajo el viento,
las flechas sudorosas tiemblan, tiemblan.
Por las ramas del agua bajan peces dormidos.
FAUSTO
Fuera, que soy un pedazo de astro
que se ha besado con los escorpiones del viento,
con la orilla podrida y la armadura del vacío.
Tú, Demonio de sales imantadas,
huracán contraído en serpientes sin rosa
tras molares henchidos, tras cráneos de madera
que cantan un vaso de versos volubles al viento
de un Octubre simiesco.
Tú, Demonio de plata:
¿Qué túnel te esconde detrás de mis paredes,
royendo musicales piras cantadas por la esfinge
de un ignoto caramelo cubierto de mentiras.
Qué pasa por el túnel
que tiene tras de mí sus cascos y guaridas
y esos murciélagos de yodo
coronados de pulsos podados por la vida.
Dónde finaliza la lucha
entre la paloma y el pez,
este pez frío que llevo yo en mis hombros
como buscando en mí mismo la frialdad de un sexo
o algún prisma que ayer olvidara
detrás de los manteles.
Dime: ¡Oh, Demonio-lucero, campana y contraseña,
dónde están los doce fuegos
de una fruta sangrando bajo el labio del cielo.
YO SOY UN POETA
Yo soy un poeta:
Mientras el señor Einstein no diga otra cosa,
yo solo seré eso:
un poeta.
Un poeta agudo como la carne de Cristo,
que ve el juego de pelota que surge de las liras
de algunos versificadores de mondongo celeste.
Soy un poeta,
que matemáticamente equivale a decir
un filósofo, un cuentista o un escarabajo.
Téngase en cuenta
que la química total
de una mosca
puede caer dentro de la sopa
del más fino y mejor escritor del planeta,
y yo soy un poeta,
algo así como una espiroqueta escalando
por las narices del café oriental
o la música sinfín de un automóvil
sobre el que Henry Ford columpiara su sexo.
Y así dicen los poetas
pueden ser asesinos
con los cabellos de una margarita
y que lloran de miedo
ante el carrousell mojado
de las prostitutas.
El poeta,
queridos alumnos perdónenme tantas definiciones,
pero es que cuando nos autodefinimos
comprendemos de fondo y superficie
que se mezclan con la deificación del facto
del camarada Hegel,
es un pedazo de caracol
en busca de su anterior
y más universal arquitectura.
El poeta ¿y qué es un poeta?
puede vestirse de margarita
con el solo fin de tocar
el pene de todas las abejas
que no son, por casualidad, femeninas.
Esto, lo que dije,
no es una afirmación,
simple filosofía estoica.
Por ejemplo si supiéramos
los ingredientes que son necesarios
para la creación de un poeta
y el proceso que deben sufrir
estos ingredientes, sin duda
sabríamos como hacer un poeta,
pero nuestra ignorancia al respecto,
a pesar de las investigaciones de Rutthefort,
y las bombas de Hiroshima,
se constituye en armazón
sólida y vertical que nos
imposibilita –y ya surge Descartes–
todo conocimiento verdadero
sobre lo que es un poeta.
Bueno, en estos momentos voy a bañarme,
a las siete y media en punto
continuaré disertando sobre el tema,
si antes el camarada Einstein
no da su opinión.
Con su fiel amigo, en el sillón donde solía sentarse
Juan Carlos, acabé de leer "Del cofre espiritual de René Batista" pero
ResponderEliminarcuando traté de dejarte un comentario no pude, casisismpre me pasa lo
mismo cuando trato de hacerlo en uno que esté en blogger. Me gustó mucho.
Un abrazo,
Amparo
Oye, no extravíes lo del cofre espisitual de René; en verdad es un tesoro, me ha impactado mucho. Lo guardo en mis Especiales.
ResponderEliminarUn abrazo:
Viera