Cuando uno sabe que van a presentar un libro de un poeta singular como Emilio García Montiel, aunque sea a las 6pm de un día Martes y en un horario donde los trenes sofocan como si ese vapor de Manhattan en el camino que sube a los andenes, donde las residencias se cierran como claustros y apenas se vislumbran los jardines, pudieran quemarnos los olvidos, aún así, uno sale en la búsqueda de ese encuentro con la seguridad, como también dice y cito de nuevo al poeta: No hay memoria en los espacios infinitos, por eso penetramos en ellos con satisfacción, pues no hay saber o tiempo alguno que pueda ser nombrado/ Es la ausencia de esos órdenes lo que compulsa en placer de las palabras; discursos que no cobran sentido en el temor o en la humildad, sino en la dura inocencia de concebir un nombre de lo eterno.
Emilio garcía Montiel. Enrique Del Risco
La forma en la que Enrique Del Risco, hizo presentación del poeta, fue muy agradable, nos introdujo en el conocimiento de su poesía con una conversación fluida, natural, como ocurre (amén de su aclaración) “no soy un estudioso de su poética”, si la persona domina los motivos y los matices con la que fueron escritos muchos de los poemas, que hace ya unos cuantos años lo desmarcó de su generación, y vuelvo a referirme a lo dicho por Enrisco, porqué Emilio a diferencia de muchos otros poetas importantes, no solo escribía sobre viajes y regresos, sino además su manera de decirlo miraba siempre como en retrospectiva, no usaba esa carga de drama sobre la existencia o los sucesos de la vida en Cuba, incluso en esa particular forma en la que su poesía, limpia, ascendía en tratar los temas de su interés tomando distancia, como si regresara de todo lo que a su alrededor acontece y colocando en otra dimensión el peso de sus palabras; colocadas con perfección y mucha musicalidad, las que respondieran también como estética a otra mirada desde el futuro, de quien como aclarara el propio Emilio, “nunca puedo escribir de los sucesos que están pasando en lo inmediato” Otra de las cosas dichas por Enrisco, fue sobre esa suerte de poeta de pocas palabras, que las pone en orbita, recurrente no al azar sino como dominio del poeta que tiene además de mucha memoria de su infancia, cosas distintivas, para algunos raras, de que siendo un poeta exquisito le interese el béisbol, como si el hecho de haber vivido muchos años cerca de un stadium, le diera ese don de definir cosas tan importantes como En un stadium no se juega el destino del país, pero sí su nostalgia.
Por su parte Emilio tuvo a bien nombrar algunas de las otras cosas que lo hacen ese poeta singular que sus lectores descubrimos, el hecho, por ejemplo, de que para él es importante no solo sentir que su poesía tiene esa rima interna que lo obliga a lo musical como apropiación natural y por otro lado su yo que se incorpora por necesidad de representarse asimismo y a la vez como visto desde otras personas, tercera quizás, otras lecturas que puedan tener resonancia en quienes lo leen. Su humildad y la lectura de varios de sus textos, las respuestas a muchas de las preguntas que le hicimos, siempre tuvieron ese despegue lejos del ego de saberse o no importante, como si su personalidad y su poesía fueran juntas, coherentes, entrañables.
Hace muchos años en mi pueblo al centro de Cuba, cuando estuve ante la lectura de sus versos, sentí que uno de los rasgos que definen su originalidad como poeta, y por la que su voz auténtica nos produjo la mejor de las catarsis, era esa suerte de que cada tema tocado es un poema listo para ser antologado independiente, a la vez que cada texto se justificaba como cuerpo de una armonía de libro donde no sobraban por el logro de contención, las palabras; él me aclaró, que nunca tuvo interés o conciencia de escribir un libro con esas características como un cuerpo único.
Hace muchos años en mi pueblo al centro de Cuba, cuando estuve ante la lectura de sus versos, sentí que uno de los rasgos que definen su originalidad como poeta, y por la que su voz auténtica nos produjo la mejor de las catarsis, era esa suerte de que cada tema tocado es un poema listo para ser antologado independiente, a la vez que cada texto se justificaba como cuerpo de una armonía de libro donde no sobraban por el logro de contención, las palabras; él me aclaró, que nunca tuvo interés o conciencia de escribir un libro con esas características como un cuerpo único.
También sentí que lo conocía de toda la vida, y que en la calidad de lo que tanto Enrisco y él nos ofrecieron -cada uno en su rol-, no estaban presentes los olvidos, porque en muchos de los que no pudieron estar o no llegaron a la Universidad de New York (NYC) al 19 University Place en el Great Room, y en los que tuvimos ese gran aliento de la magia de su poesía, la venta y firma del libro Presentación del olvido, en esa atmósfera de buena vibra, también singular y no muy recurrente de las presentaciones, en esa armonía que se creó como si nosotros fuéramos a decidir no la nostalgia sino el destino de Los Stadiums, sentí una complacencia en todos, que difícilmente podamos olvidar.
Juan Carlos Recio
NY/ 26 de Mayo del 2010.
De izquierda a derechaOfill Echevarria, Emilio García Montiel, Enrique Del Risco
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Un día de inocencia (1988-1990)- publicado originalmente en 1991 como sección de El encanto perdido de la fidelidad.
Las costas de Francia
Bajo el gustado fresquecillo del amanecer, bajo su fría niebla, yo vi
pasar las costas de Francia.
Las luces fugadas de los autos iluminaban brevemente el mar, el
Reposado perfil de algunos botes, cierto oro interior.
Yo me dije: he aquí el mediodía de Francia, he aquí su Provenza
Bucólica, ligera en torridez.
Nunca más, nunca más la glorieta de mi pueblo será el centro del
mundo.
Nunca más el boticario o el fotógrafo contarán las mejores historias.
El Ródano, que acude tras los suaves dorados, pasa también por mí.
Las mansardas caprichosas donde se quiebra el aire.
Los dragones, los caballos de nervio fino sobre el polvo de Arlés.
Toda la verdad desconocida pasa también por mí.
Eso me dije y ya no estuve solo.
La gente se agolpaba en la cubierta, sobre las barandillas.
Yo les oí decir: ¡Es Francia, es Francia!
Y así los vi inclinarse. Con la misma inocencia
Con la misma seriedad de quien escoge un papel de regalo o una
revista de modas.
Saber con pipa
Una ruda elegancia hace clarear la tarde. Contra su fondo ocre
hay un señor de rasgos delicados y larga barba negra que sostiene
una pipa.
La sostiene. La lleva hasta sus labios, pero no fuma aun.
Algo tiembla en sus ojos: la silueta rojiza de un gran mapa se borra
en la pared.
Allí están los países, los hermosos países que alguna vez ardieron
en sus manos,
las banderas perdidas, los navíos de fina arboladura.
Todo lo que alguna vez ardió en sus manos y hoy arde en las dis-
cretas paredes de un bar.
Yo he inventado este hombre para Willy Baunmaster y Willy lo ha
pintado para mí.
Sus trazos de soberbia claridad no logran sofocar ese silencio.
Estas palabras tampoco lo iluminan.
Las estudiantes
Para Atilio y Esther
Las estudiantes se toman de la mano. Llevan vestido gris y blusa
blanca con los puños al vuelo. Así corren los bosques y los patios,
y las fuentes. Como doncellas escapadas de alguna institutriz.
Siempre quise tocarlas, pero me fue imposible. Las estudiantes
viven en un mundo que no nos enseñaron. El mundo de la gracia que mis padres olvidan y mi país ignora.
Las calles están limpias
Las calles están limpias y la mañana lleva ese silencio de esplendor
que jamás volveremos a oír. Hay anuncios de siluetas bien cortadas,
y árboles frondosos y pulcritud en el vestir de las mujeres. Si fuera
otra ciudad, yo me iría tras el aire de esa música. Pero esta es la ciu-
dad de la nostalgia. Así la hizo mi padre y así me enseño desde
su mano. Una ciudad de luces apacibles que no sintió apagarse sino
al viento. Al viento que arrastra por las calles la grisura del día,
los últimos instantes del perdón.
Los stadiums
A veces voy a los stadiums sólo por tomar aire.
El stadium es un gran respiradero en la ciudad podrida.
En la ciudad de las columnas sórdidas, de los lentos portales oscuros.
Entre el cansancio de un hombre que no quiere llegar y el letargo
de un mundo que no quiere salir.
Entre el polvo, el calor y la sed como en una película de guerra.
Entre las calles enfangadas como en una película de corrupción
moral.
Desde las casas, el cielo es dulcemente azul.
Desde los barcos, una nube grisácea que se enreda con el aire.
Bajo esa nube somos demasiado felices.
Bajo esa nube pensamos: la ciudad.
Pero al final decimos: parque, polvorín, iglesia, ayuntamiento.
Ya no hay frescor posible.
A veces voy a los stadiums a tomar aire.
En un stadium no se juega el destino del país, pero sí su nostalgia.
O más bien la nostalgia de esta ciudad podrida.
Remendada con boleros y con tristes anuncios que ya no significan
nada.
Cartas desde Rusia (1986-19988)- publicado originalmente en 1989.
Las cartas
He abierto pocas cartas, pero siempre importantes.
Algunas fueron de amigos cercanos,
otras de mujeres
y otras de pequeña gente que no volveré a ver.
De cada palabra obtuve una verdad,
y de cada silencio,
ese temor invisible que nunca confesamos.
Por una carta perdoné a un enemigo.
Por una carta decidí mi soledad tras un largo romance.
Por una carta abandoné un país.
Si alguien me pidiera explicaciones, no sabría decirlo.
Una carta es el aire que bate entre dos condenados,
entre el cuerpo y el alma.
Un sillón reclinable, un dorado estilete para rasgar los sobres,
una vista nocturna de París,
de poco servirían.
Desde el momento en que vocean tu nombre por las habitaciones,
en que cae un susurro debajo de la puerta
ya no hay nada que hacer.
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Un día de inocencia (1988-1990)- publicado originalmente en 1991 como sección de El encanto perdido de la fidelidad.
Las costas de Francia
Bajo el gustado fresquecillo del amanecer, bajo su fría niebla, yo vi
pasar las costas de Francia.
Las luces fugadas de los autos iluminaban brevemente el mar, el
Reposado perfil de algunos botes, cierto oro interior.
Yo me dije: he aquí el mediodía de Francia, he aquí su Provenza
Bucólica, ligera en torridez.
Nunca más, nunca más la glorieta de mi pueblo será el centro del
mundo.
Nunca más el boticario o el fotógrafo contarán las mejores historias.
El Ródano, que acude tras los suaves dorados, pasa también por mí.
Las mansardas caprichosas donde se quiebra el aire.
Los dragones, los caballos de nervio fino sobre el polvo de Arlés.
Toda la verdad desconocida pasa también por mí.
Eso me dije y ya no estuve solo.
La gente se agolpaba en la cubierta, sobre las barandillas.
Yo les oí decir: ¡Es Francia, es Francia!
Y así los vi inclinarse. Con la misma inocencia
Con la misma seriedad de quien escoge un papel de regalo o una
revista de modas.
Saber con pipa
Una ruda elegancia hace clarear la tarde. Contra su fondo ocre
hay un señor de rasgos delicados y larga barba negra que sostiene
una pipa.
La sostiene. La lleva hasta sus labios, pero no fuma aun.
Algo tiembla en sus ojos: la silueta rojiza de un gran mapa se borra
en la pared.
Allí están los países, los hermosos países que alguna vez ardieron
en sus manos,
las banderas perdidas, los navíos de fina arboladura.
Todo lo que alguna vez ardió en sus manos y hoy arde en las dis-
cretas paredes de un bar.
Yo he inventado este hombre para Willy Baunmaster y Willy lo ha
pintado para mí.
Sus trazos de soberbia claridad no logran sofocar ese silencio.
Estas palabras tampoco lo iluminan.
Las estudiantes
Para Atilio y Esther
Las estudiantes se toman de la mano. Llevan vestido gris y blusa
blanca con los puños al vuelo. Así corren los bosques y los patios,
y las fuentes. Como doncellas escapadas de alguna institutriz.
Siempre quise tocarlas, pero me fue imposible. Las estudiantes
viven en un mundo que no nos enseñaron. El mundo de la gracia que mis padres olvidan y mi país ignora.
Las calles están limpias
Las calles están limpias y la mañana lleva ese silencio de esplendor
que jamás volveremos a oír. Hay anuncios de siluetas bien cortadas,
y árboles frondosos y pulcritud en el vestir de las mujeres. Si fuera
otra ciudad, yo me iría tras el aire de esa música. Pero esta es la ciu-
dad de la nostalgia. Así la hizo mi padre y así me enseño desde
su mano. Una ciudad de luces apacibles que no sintió apagarse sino
al viento. Al viento que arrastra por las calles la grisura del día,
los últimos instantes del perdón.
Los stadiums
A veces voy a los stadiums sólo por tomar aire.
El stadium es un gran respiradero en la ciudad podrida.
En la ciudad de las columnas sórdidas, de los lentos portales oscuros.
Entre el cansancio de un hombre que no quiere llegar y el letargo
de un mundo que no quiere salir.
Entre el polvo, el calor y la sed como en una película de guerra.
Entre las calles enfangadas como en una película de corrupción
moral.
Desde las casas, el cielo es dulcemente azul.
Desde los barcos, una nube grisácea que se enreda con el aire.
Bajo esa nube somos demasiado felices.
Bajo esa nube pensamos: la ciudad.
Pero al final decimos: parque, polvorín, iglesia, ayuntamiento.
Ya no hay frescor posible.
A veces voy a los stadiums a tomar aire.
En un stadium no se juega el destino del país, pero sí su nostalgia.
O más bien la nostalgia de esta ciudad podrida.
Remendada con boleros y con tristes anuncios que ya no significan
nada.
Cartas desde Rusia (1986-19988)- publicado originalmente en 1989.
Las cartas
He abierto pocas cartas, pero siempre importantes.
Algunas fueron de amigos cercanos,
otras de mujeres
y otras de pequeña gente que no volveré a ver.
De cada palabra obtuve una verdad,
y de cada silencio,
ese temor invisible que nunca confesamos.
Por una carta perdoné a un enemigo.
Por una carta decidí mi soledad tras un largo romance.
Por una carta abandoné un país.
Si alguien me pidiera explicaciones, no sabría decirlo.
Una carta es el aire que bate entre dos condenados,
entre el cuerpo y el alma.
Un sillón reclinable, un dorado estilete para rasgar los sobres,
una vista nocturna de París,
de poco servirían.
Desde el momento en que vocean tu nombre por las habitaciones,
en que cae un susurro debajo de la puerta
ya no hay nada que hacer.
Los golpes
Hace ya mucho tiempo –ahora es muy difícil precisarlo–
yo descubría el mundo bajo el mismo cristal usado y trasparente
con que se ve la gloria.
Nada pretendía y nada sucedió que no estuviera definido entre el
bien o el mal.
Yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que da la masedum-
bre, con su oscura prudencia.
No conocía aún la insensatez de las muchachas:
si alguna noche imaginé o entendí algo, fue apenas un rubor.
Yo tenía un pupitre, una voz agradable, una ciudad dispuesta.
Los maestros tocaban mis espaldas y decían: muy bien.
Todo era hermoso, desde el primer ministro hasta la muerte de mi
padre.
Y perfecto, como debían ser los hombres y la Patria.
Pero eso fue hace tiempo, hace ya mucho tiempo, y ahora es muy
Difícil precisarlo.
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Si me preguntaran qué libros me llevaría a una isla desierta no tendría que pensar la respuesta. Ya una vez tuve que decidir qué libros me acompañarían a esa isla desierta que cuando queremos parecer dramáticos le llamamos exilio. Y los libros que escogí para cruzar el océano fueron un diccionario de sinónimos y antónimos y “El encanto perdido de la fidelidad” de Emilio García Montiel. En parte porque técnicamente no se trataba de una isla sino de España y llevar –por ejemplo –el Quijote era una redundancia. Y en parte porque no me sentía cómodo separándome de un par de libros que me imaginaba me podrían seguir siendo útiles. Uno en calzar la cortedad de mi vocabulario. El otro para recordarme ciertas verdades que nuestra generación –abrumada por el peso de la Historia y sus traficantes – descubrió no sin dolor. Verdades que nadie cantó mejor que el poeta cuando decía por nosotros: “Yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que da la mansedumbre, con su oscura prudencia” O cuando resumía su idea de la salvación en esta pregunta:” ¿A qué Dios suplicar no ser ni héroes ni traidores?”.
Enrique del Risco
Emilio García Montiel es una de esas voces que nos permiten reconciliarnos con ciertas zonas del alma que ya creíamos perdidas: aquellas donde la sombra, el susurro o el leve fulgor de una mirada, logran apagar los ruidos de una época cada vez más deshumanizada para dejarnos respirar nuevamente la esencia de la poesía.
Daína Chaviano
Adentrarse en la poesía de Emilio García Montiel es sobre todo un recorrido por sólidas y firmes sutilezas de una letra personal, paseo por un lenguaje que connota siempre reflexiones de mayor alcance, y donde la voz del escritor define y clarifica secretos insondables.
Alicia Llarena
Emilio García Montiel nació en una isla, pero desde su primer libro resultó evidente que su modo de mirar el mundo es profundamente universal; su poesía es una isla en sí misma, pero unida por numerosos puentes, visibles o invisibles, al continente de la lírica más auténtica y perdurable.
Antonio Orlando Rodríguez
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Emilio García Montiel (La Habana,1962). Obtuvo el Premio de la Crítica en Cuba en 1992 con El encanto perdido de la fidelidad, el Premio internacional de Poesía de la revista Plural (México) en 1988 con Cartas desde Rusia, y el Premio 13 de Marzo de la universidad de la habana en 1986 con Squeeze play. Es doctor en Historia de la Arquitectura por la Universidad de Tokio, Maestro en estudios de Asia y África(con especialidad en Japón) por El Colegio de México y Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Ha publicada también Muerte y resurrección de Tokio (El Colegio de México, 1998). Actualmente reside en México.
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Me ha dado mucha alegria reencontrar a Emilio, es uno de mis recuerdos del Vedado y su poesia fuerte, hermosa, limpia. Gracias por esta seleccion de poemas; felicidades.
ResponderEliminarBuenisimos poemas... Gracias por estos post de poesía, que siempre se agradecen... un abrazo desde la isla de los mangos, digo, desde la parada...
ResponderEliminarihos-
Creo que todos los que hemos leído su poesía nos sobran razones para el elogio y la inspiración, pero conocerlo y ver que es una persona sencilla, es otra presentación para no olvidarse. Gracias Marga, Ihos.
ResponderEliminarMay 27, 2010 at 4:52pm
ResponderEliminarResp.: Sobre la poesía de Emilio garcía Montiel (por facebook)
JUan Carlos este me parece un magnífico trabajo expositorio de la poesía de Emilio García Montiel y de el impacto que él como persona son capaces de dejar e n quien lo lea, oiga y conoce.
Rogelio Ramos A Rusia , ese se iba a Rusia con monedas en las manos y sí eran relucientes, ese el que seguía a Platini y se nos perdió como una amante por la puerta del fondo, ese el de Silvia y esa jugada suicida que son los versos. Qué poeta ese Emilio Gracía Montiel, donde esté y como quiera que anden sus ideas. Salúdalo amigo aún buscamos sus versos por ahí. Qué grande. (por facebook)
ResponderEliminarEncontrarme --si bien al menos por esta vía-- de nuevo con Emilio, me da mucha alegría. Leer estos poemas me hace mejor (y no es muela),sus poemas siempre dejan en uno esa mezcla de infinitud y de certeza. Eso es un don, esa polisemia sobre todo.
ResponderEliminarGracias a Juan Carlos a a Emilio.
Ojalá yo pudiera encontrar el libro, cualquier martes, no importa.
Mucho cariño
Querido Emilio: Es un gran placer leer de nuevo tu poesía. A mí tampoco se me da escribir sobre lo inmediato (cuya ausencia fue lo que extrañó a uno de los jurados del David '85, lo que no impidió que me dieran el premio que luego me quitaron por "órdenes superiores").
ResponderEliminarDe este concierto de fugacidades de que estamos hechos, lo más fugaz es lo inmediato, y cuando vuela con la misma celeridad que llegó, arrastra consigo a las obras que pudo inspirar, y en nuestro país tenemos amplísimos cementerios que lo atestiguan.
Me alegra que la hayas pasado bien en NY con el entrañable Recio (apellido que desmiente los entresijos de su espíritu). Tú, Emilio, eres en una sola pieza una persona excepcional y un poeta exquisito, de manera que no es extraño que muchas bendiciones de lo Alto (sin importar si eres espiritualista o no) se derramen sobre ti. Y por esa misma razón, por mucho que el olvido puje por borrarte, ahí estás, hermano, en los lagos ocultos del fondo de las neuronas.
Con un fuerte abrazo
Yoel Mesa Falcón
wajiro
ResponderEliminarte envidio el recital de emilio el ruso. un abrazo para él, con toda
mi admiración y mi cariño. (por e-mail)
Si que fue una tarde inolvidable.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho como lo cuentas.
Hice unos videos de ese día, que luego te haré llegar por si quieres compartir alguno.
Por supuesto que sí, con mucho gusto. Mi e-mail. elbuscaluz@yahoo.com
ResponderEliminarJuan Carlos, muchísimas gracias por este post. Y por los cariñosos comentarios de todos. En verdad, ha sido un hermoso reencuentro, virtual y real con muchos amigos. A Yoel, Felix Luis, Norge y Margarita, muchísimas gracias por sus palabras, ¡tanto tiempo sin vernos!, y les mando un muy fuerte abrazo. (Yoel espero que todo te vaya muy bien; igual a tí Félix, que aunque estando en México, creo que la última vez que nos vimos fue en el 2002, en la feria de gudalajara, aquella del "zafarrancho" cubano)
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