He intentado una y otra vez recordar quién y cómo me presentó a Juan Carlos Valls y por alguna extraña sinrazón del tiempo transcurrido, quizás más de veinte años, tengo la nitidez de ese encuentro, los rostros, la comida en su casa, la lectura de sus textos, aquellos del libro Los animales del corazón. Pero no recuerdo otros detalles, otros nombres que no sean los títulos de sus textos. Desde entonces supe que este poeta de la intimidad, uno de los mejores en su generación que pudo trascender en esa catarsis donde lo intimo, lo bello y lo que denunciaba una vida existencial profunda, quien enarbolaba la angustia como si pudiera descifrar en nuestras vidas, nos decía sin laberintos de palabras ni otras pérdidas las verdades que el miedo, el silencio, o simplemente esa falta de luz, para encontrar un ritmo, una musicalidad y una forma de filosofar que no se quedara como tarea de Dioses, que no extrapolara tendenciosamente nuestras vidas como un invento de la miseria, él –a diferencia nuestra– tenía logrado la forma de decir en una escena que siempre nos incluía y siempre nos inspiraba y aún lo hace.
Sentí desde aquel encuentro ese flash con el que nos retrataba, se devolvía en el suyo, sin que por ello fuera una trampa, un espejismo o mal manejo en la carencia de la cosas de aquellos días difíciles, el transgredir esos códigos permisibles de una cerrazón que nos asfixiaba como la maldición hasta del agua, que por todas partes había violentado las puertas de la casa, las estaciones de la intimidad, y que era en esa otra dimensión de la ficción o la realidad, también nuestra. Él supo apropiárselas, -realidad y ficción-, y mucho coraje para asomarse al abismo, con suerte no como un suicida sino con sabiduría de quién puede cantar con una voz propia, adelantarse con una limpieza de contención de palabras, con el empuje de un joven vigoroso que lanzaba sin temor todas sus flechas al blanco, que nos colocaba con ajustes, como unas manecillas de un reloj, o como dejar caer la arena de nuestros cuerpos, en ese polvo adonde finalmente se regresa, incluso quienes no hayan podido viajar más allá de las sombras de su existencia.
Muchas veces como el poeta, he bebido en los cuerpos desconocidos y he vuelto a ese recuerdo como el asesino al lugar del crimen, pero Valls lo hace como un don casi divino, un prodigio que cuenta esas historias para bien o para disentir. Y lo hace con el gusto exquisito de un poeta que sabe de cicatrices, intemperies y desamparos. Juan Carlos Valls, de quien puedo decir lo conozco desde su poesía y también por esa desgarradora confección de perdidas y ganancias, ausencias, olvidos, o tal vez al paso de un tiempo que el se resiste a verlo perecer, Valls es su propia entrega, su amor propio en transparencia; y nos damos cuenta que no es una entrega fácil o difícil, pero es su entrega sin prejuicios ni moralismos, porque esos animales del corazón siempre lo acompañarán –y solo Dios puede saber cuánto le cuesta–; o mejor, por qué a veces, él es el otro que escucha, que padece, que entiende lo que no siempre entienden con esas cicatrices que nos develan, al ser humano sensible y sublime que quizás juega a ser fantasma, sombra o silueta que merodea en nuestras vidas, pero que es también en su ascendencia un aprendizaje desde donde nos trasmite, locuaz, fluido, y por qué no, concentrado en esas partes que se abren de par en par hasta donde asoma su esencia, esta insustituible razón de quién sabe contar lo que quizás padecemos, y en esa madurez nos dice:
Cuando se tense todo
Cuando esté listo para empezar el camino del hombre
Que enmudeció con el tajo sangrante
De un viaje sin horarios
Querré decir cómo es la libertad por dentro
Cómo son los anillos
Los parques
La soledad del fauno.
Será como aprender a enlazar las palabras
Y los sonidos íntimos
Será entrar en el miedo de mí
Con una enorme pata de cabra
Y con la mano aún temblorosa
Incendiaré el agua mansa
Que sin pudrir
Hace los días largos
Y las noches abiertas al amor.
Juan Carlos Recio
NY / Mayo del 2010.
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EL JOVEN Y LA ROSA
el hombre joven busca la carne que encontrara
apetecible y dulce en su antigua maestra.
busca en libros y en sueños la mariposa diestra
en volar los antojos que otro joven notara
al estrechar su mano tras un corto saludo.
sabe que no está hecho sino para manzanas
y encierra su deseo en verdades humanas
que al parecer su cuerpo de animal nunca pudo
interpretar a solas. tiene un vasto camino
entre sus claridades y una inmensa turbina
impulsa los designios que arman su destino.
como una lucidez dibujándose airosa
se abre paso en su noche la oscuridad divina
que le corrompe el sueño y le inventa una rosa.
LA ETERNIDAD
como un sueño que pasa pasa un hombre.
como una luz su lluvia y su tristeza.
como una rumba ciega en su cabeza
sin una sinfonía que le nombre.
asi busca el morir. asi se inventa
una constelación. asi respira.
asi niega una décima guajira
y esculpe un nombre inglés en su osamenta.
quiere volar pero le falta un cielo
inédito y azul. tiene el anhelo
de conocer a Dios y ser divino
pero apenas consigue una escalera
para trepar su sueño y una hoguera
donde arderá entre aplausos su destino.
Hay una dulzura implícita
en el hombre que pasea a su perro
son idénticos modos de pernoctar
en los recovecos de la memoria
en mis cuatro caminos
y en mi sola cabeza trunca de soledad.
a quién le importa
mi luna llena y metafórica
el vicio de animal
el sueño de animal
la vieja herida injusta y necesaria
para que yo aprendiera que un perro es una mancha
hasta en el corazón de un niño.
ese soy yo un perro desde el hocico tibio
hasta mi rabia peligrosa.
son días de no sentir
el manotazo de una palabra
de no despertar en medio de la noche
con el graznido metafísico de un pájaro
de no padecer el amor como ordenan las escrituras.
creí tener tiempo para limpiar
lo que ensucia la memoria
pero el agua desterró la espuma de mi boca
y a cambio de la continuidad
le dio a mis manos un olor seco
y un chirrido mecánico
mis manos
único sitio que desconozco
la única herramienta
que se convierte en osamenta de la noche.
hay una dulzura implícita
en el hombre que pasea a su perro.
quién lleva a quién.
quién escribe.
quién ladra.
DE LA SINCERIDAD
Siempre supe que la que la sinceridad no era una flor
Para llevar hermosamente en el pecho
Sin embargo
Envidiaba la amargura de esta noche sábado
En la que mancho el cuerpo
En la que soy la rosa negra de la ciudad
Que hospeda y sobrecoge mis veintisiete años.
Cambiaba jazmines por noches como esas
Afilaba mis brazos para atrapar
La corrupción soberbia del verano
Pero he ahí que nunca fui dichoso
Nunca el joven hermoso de los hermosos jóvenes
Más bien cerré mi puerta
Para evitar el hambre con que colmé mis sueños
Y con que defendía esos años difíciles
Que luego vi morir en noches como estas
En las que ser sincero puede costar
Las tardes del olvido.
Ofrecía jazmines
Pero a cambio encontré casas vacías
Hombres vacíos que buscaban en mí
Una pequeña muerte diaria y repentina
En la que recostar sus sueños a mis sueños
Hombría contra sexo delirante.
Siempre supe que la sinceridad no regiría mi destino
Sin embargo reconozco a mi madre
Clavando flores muertas en mis senos
Destrozando las cartas con las que me decía
Palabras duras y exactas para el vicio
Pero el hombre que soy
Tiene miedo de su verdad difícil
Y la extrañeza de no saber qué pájaro soltar
Que canción para ensanchar su olvido
También está otro hombre
Y descubro en vano que es hermoso
Yo que casi me pierdo jugando a serle fiel
Yo que hice estos versos
Después de abrir mi rosa casi cielo
Estoy perdido
Sigo ahogando jazmines sin conmover a nadie.
El torpe
La rosa estrafalaria del verano
Sigue buscando a alguien para el sueño
Sigue estando en hoteles en pueblos en países
Y la sinceridad sigue siendo aquel diálogo
Con el que perseguir amores que terminan
Como simples jazmines en el pecho.
EN LAS NOCHES DEL SIGLO XXI
En las noches del siglo XXI somos voraces.
Las criaturas de la conmiseración
Beben el néctar joven
Acumulado en los discípulos de la miseria
Y se acomodan hasta volver al caos
De ver pasar los días
Sin que alguien se detenga a comprar su belleza.
Es el siglo XXI
Los que pidieron prestada
La compañía hermosa de un estudiante de francés
Anhelaban pintar el precipicio adolescente de su horror
Y consiguieron mendrugos y una porción de soledad
Adornada con muertos en los respiraderos del desastre.
Es lo que somos
Criaturas de queja pataleando en el sueño
Así nos imaginaron los escritores
Y los que planifican el futuro.
Cuando se tense todo
Cuando esté listo para empezar el camino del hombre
Que enmudeció con el tajo sangrante
De un viaje sin horarios
Querré decir cómo es la libertad por dentro
Cómo son los anillos
Los parques
La soledad del fauno.
Será como aprender a enlazar las palabras
Y los sonidos íntimos
Será entrar en el miedo de mí
Con una enorme pata de cabra
Y con la mano aún temblorosa
Incendiaré el agua mansa
Que sin pudrir
Hace los días largos
Y las noches abiertas al amor.
LOS MUCHACHOS DE ORO
En la ciudad de nadie
Dos jóvenes dibujan la belleza
Dos muchachos de oro imaginan el rumbo de las cosas.
La belleza es un duelo para ellos
Una farsa en el aire
Y aún así son fuertes impredecibles mansos.
Los muchachos de oro
Siembran en mí un silencio inacabado
Un silencio de rosas
En el que veo nacer una grave columna
Negándose a aguantar el falso techo falso.
Veo morir sus flores
Veo subir de nuevo a sus cabezas algo
Es otro joven de oro
O es la ambigua humedad la que queda esperando
Que no sea posible ese regreso frío
Esa mueca de asco
Esa orgía tan alta por la que estoy llorando.
Los muchachos se alejan y mientras pasan paso
Son manzanas podridas son almendras que parto
Son margaritas secas que por amar rechazo
Será que soy tan viejo
Y encuentro mal su ramo de rosas mal cortadas
O es que están desgajando mi corazón de esmalte
Ridículo y cansado.
En la ciudad de nadie casi me voy quedando
Y aunque me duela vivo
Aunque padezca me alzo
Los muchachos de oro son perlas en mi espacio
Son pájaros que admiro son ostras donde nazco
Y aunque parezca torpe aunque parezca extraño
Cortaría por ellos mi cabeza y mi mano
Mis libros mi rareza
Mi corazón que es algo.
THE POET DOG
Para Eduardo Sarmiento que dibuja deseos.
Por su vida de perro
El poeta convierte en soles los días verdaderos.
Es un sitio donde desfilan caras conocidas
La perra madre con su hueso de hombre
La raíz solitaria que alimenta
Los círculos concéntricos
Y su canción
Ese aguanilebongó triste
Tartamudeado en su memoria.
El oro no vive en sus colores
Y quien lo mira piensa:
Es un regalo del cielo su miseria.
Sabe que no es ladrar su mejor suerte
Y es que en verdad ni canta.
Lo que nos manipula
Es que escupe a la cara con dulzor.
DECLARACIÓN DE FE DE LA SERPIENTE
Una calle de Guines, La Habana
He vuelto a caminar por la furia
Con la memoria hundida en las aguas
De una edad luminosa
He vuelto a ser quien era
El viajero y el hacedor de entonces
El poeta ilusorio
La inestabilidad de los muchachos dóciles
Perdidos en la bruma.
Sentado en la estación de una ciudad ajena
Fue muy difícil reconocer lo que queríamos
Un destino
Una conversación distinta
O la manera más fácil de regresar
A la pobreza de nosotros mismos.
Todo empezó en noviembre
Con la sola intención de ir dándole a la carne
Esas pequeñas lunas de que hablan los hombres
Palabras de perdón con que endulzar el cuerpo
Y alimentar el trasiego de los parques nocturnos
Donde embriagan su sexo los muchachos
Y donde fui a sufrir los vicios más hermosos
De algún hombre
Fui como niño al agua
Como muchacha espléndida
Derrochando virtudes en la espera.
Mientras fuimos dichosos
Todo fue como hacer provincias inventadas en el aire
Todo como la fama
Y el hambre de los niños que se casan
Solo cambió el paisaje
Solo la arquitectura de muchachos magníficos
Que no dejan de ser casas vacías
Que no dejan de estar ausentes del dolor
Frente a nosotros.
Yo conozco estos viajes
Y he sido perdedor por mucho tiempo
He sido el penitente el comprador el loco
El que ha visto su fe mercada sin piedad
Por una cena íntima.
Yo conozco estos viajes
Y nunca fue más triste ver un hombre caer
Que cuando vi la muerte de mi amante.
Yo que fui tan feliz he vuelto a ser la sombra
El huésped habitual
El poeta perfecto que copia sus amores
Con la misma quietud con que se aburre un hombre
En el hotel de un pueblo.
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