viernes, 9 de abril de 2010

Conversación con el amigo.



I

Las palabras no nos sirven,
los gestos tampoco;
identidades
e imposibles como ideas muertas
o mal pronunciadas.

Los instintos por reinventar el diálogo
me ahogan.
Las palabras no dichas
son esas ráfagas que no pueden consolar;
viento de otra costura
doble e indescriptible,
y la sal al no decirlas
ni con humildad se cuecen
ni dan la frase
que llegue al punto
medio
de una conversación bajo la fronda.

Las palabras,
aún, las tibias,
no pueden ser escuchadas por los sordos;
no se debe a su condición,
es la voluntad de ellos,
vegetar y pudrirse.

Detrás del río
la ciudad enorme
con sus ruidos,
matices de la multilengua;
hacia el fondo del río
un ave se sumerge.
Luego sale y se esconde
tal vez ella pueda encontrarme.


II

He soportado el destierro
sin soportar tu lejanía
y callo por temor
a perder ese lindero
entre la cerca y el patio
donde a veces te veo respirar
y como el humo
sin que importe si eres real
se evapora tu silencio.

Cuando este sueño termine
el tiempo se habrá ido
hasta la línea donde he roto los límites
y las penas serán como grietas
donde desaparecer sin encontrarte.

Jamás he vuelto al ruedo
ni he sido un toro sangrante
por esa felicidad de tu cuerpo de espuma
ese filo de hielo
que tenías para padecer con mi sentimiento;
esperaré el final
cuando te hundas
y allí debajo de la sangre
desde donde el cielo es un minúsculo
punto gris en la armonía,
pondré una lágrima
a la frialdad
de ese otro sentimiento de memorizar
cada bocanada tuya
en la estrechez del lindero
en la poca luz
con la que sales desde la caja de tus huesos
y con temor inundas lo que miraba
como los ojos de la bestia
que se perdían en el alambre.

III

Nunca pude entender
por qué fuiste el aparecido
y en cuál zanja de mi sangre
desde donde pasaban
los restos de la amargura;
en cuál de esas zanjas
se perdieron también mis luces
un sentido, casi indefinible de alejarme
de esa punta de alambre a la que cada vez
más me acercaba;
punta que solo podía matar
con crueldad y ficción,
como uno de esos cuchillos
que solo cortan la saliva.
Cortaba y cortaba desde esta armonía
apariencia por la que escribo
de muerto olvidado a las afueras del pueblo;
uno de esos muertos que enarbolan
la miseria de vivir
en un cementerio sin flores
con toda la soledad
como un pantano de libélulas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qurido JC: Buenos estos poemas, desgarrados, pero serenos.
El III es rotundo desde que arranca. Gracias.
Oye, y estás pasado de peso por lo que veo en la foto (muy bonita).
Sigue.
Un abrazo:
Félix Luis Viera