martes, 30 de marzo de 2010

Lo que Santa Clara me dejó:



Cuando era apenas un jovencito que iba a las fiestas de quince a comer pedazos de hielo, mi padre Juan Alejo Recio me llevó al Augusto Cesar Sandino, a ver uno de esos juegos de pelota donde Cheíto, Muñoz y Víctor Mesa, eran un banquete o manjar para dioses-espectadores. Recuerdo que en esa época, no conocía la ciudad de Santa Clara y la altura más grande que había visto era la de La Loma del Capiro, precisamente de las gradas. Creo, a los 8 años, estuve dos meses ingresado en el Hospital Infantil, pero no hubo tiempo de que el encuentro se diera más allá de una escasa vista desde mi ventana. Pero una tarde de cumpleaños mi padre me llevó al coopelia, antes de seguir al estadio. Recuerdo que fue mucho antes de conocer el mar, y que esa impresión de inmensidad me lo produjo primero el Santa Clara Libre, mi padre bromeaba “que si seguía mirando hacia arriba, los pájaros del parque me dejarían ciego como un recuerdo de que no sólo en el Capitolio se retratan los guajiros, y porque ellos, los pájaros, son los primeros habitantes del parque que comentan sobre la ciudad y sus costumbres”. Esa fantasía que mi padre quiso regalarme, sobre la vista del parque Leoncio Vidal, esa ternura de sentirme bien acompañado como si viviera en ella y no en un campo rodeado de charcas y palmas (como en aquellos días), tuvo años después una misión, volví a Santa Clara muchas veces, a leer: en El Museo de Artes Decorativas, en el Mejumje que Ramón Silverio tiene, para hacer que sus muchachos no se vayan a París, y en la Biblioteca. Es en esta ciudad fundacional donde fui coronado como si fuera un joven Papa, por el premio de La Ciudad de Santa Clara, con corona de espinas y pergamino, palabras leídas por William Calero, y luego sobre el brocal del pozo en la sede de Cultura Municipal, encaramado en una pila de ruedas de tractor, leer varios de los textos de El Buscaluz Colgado.



Así recomencé mi segundo descubrimiento de la ciudad, fui vendedor clandestino de zapatos, trabajé de vigilante del Museo de Historia, una plaza que me permitió quedarme en casa de los Castañeda Pérez de Alejo y pasear por la ciudad con los trovadores y poetas, leer en sus calles, en Las Arcadas del boulevard, junto a Sonia Díaz Corrales, Frank Abel Dópico, Ricardo Riverón, Veleta, Rafael Soriano, Magnolia García y otros muchos noctámbulos del verso como yo. Pude presenciar una obra de teatro de Ramón Silverio en su casa, beber ron con los perdidos, asomarme a la luna del brocal, en los pozos del Chamberí y leer en casa de Lorenzo Lunar mientras me embobecía con la belleza de su mujer, Rebeca. Leeí en cualquier esquina poemas a Alpidio Alonso, usé algunas camisas prestadas por Alexis Castañeda para las peñas en La casa de la ciudad, y a veces al terminar la lectura, corría como todo guajiro a la terminal de ómnibus municipal, porque se me iba la última guagua.


Fue en esta ciudad, donde además, pude juntarme con ese grupo de locos que amo, como Coira, Noel, Abel Fowler, Eduardo Gonzáles Aramís, Mijants Jorge Felix y Norge. Fue allí, donde Julio Fwoler y Amaury Gutiérrez, también Carlos Trova, y luego el Trío En Serie, me hicieron mejor la vida; todos creadores, vivos y coleando, partes de esa vida bohemia que aún suspira; es como una idea de un verso que le compré a mi amiga Saylí antes de que ella emigrara para Miami: iba por la ciudad viendo las casas que me gustan y las que no me gustan. Pero iba sobre sus piedras y su olor a cal, con poemas en la alforja y una gorra de cazador, tuve amores rápidos y no premeditados, - y juro- que alguna vez vi caer la nieve sobre sus techos de tejas.


Juan Carlos Recio/ NY/ Marzo 30 del 2010.

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MIRO LAS FOTOS DE SANTA CLARA
QUE ARISTIDES VEGA ME ENVIA PARA
EL DIA DESPUES.


Para Carolina Vilches quien las inmortalizó.

Entro al parque Leoncio Vidal por un callejón
semioscuro ,semidiós, hundido como canal o zanja
y que muchas veces bajo la lluvia crucé
en puntas bajo los aleros y el polvo de sus ventanas
justo debajo del Santa Clara Libre
uno de los rascacielos más antiguos de la ciudad.
No vengo de Troya pero me siento escudo y guerrero
dispuesto a sentarme en la glorieta a esperar
que los pájaros y la música me anuncien
como lo hace desde siglos la Loma del Capiro
con los techos rojizos , los puentes, las catedrales
y el majestuoso teatro de la caridad.
Marta Abreu y el niño de la bota se eternizan
caritativos sin ausencia de todos mis rasguños
y es un batir de alas cuando asoman los vitrales


desde un salón visto con las puertas abiertas
del museo de Arte Decorativa y al fondo el pozo
donde bebí mi desvelo como un centinela más.
Luego uno mira los charcos que reflejan
calles enteras y líneas de la electricidad
tejidas en el bajo techo de la intemperie
abiertas a las visitas, los vecinos, los extraños
los duendes y las penas de un reino umbroso
que no detiene la sombra como duda
que no descorre atardeceres cuando se incendian
y mañanas que ninguna neblina puede perturbar.
En este pueblo nadie echa su alma en un aljibe
ni rescata del azar y el lente
tres cuerpos de espaldas a mi nostalgia,
pero sentados y contemplativos ante las luces y los colores
en el mismo centro como arteria que pulsa los relojes
con la sabiduría cercana de la biblioteca.
Otras fotos son andamios que reconstruyen tantos hechizos
tantas lunas caídas , pleitos, versos
y todas las noches de vendedor de cenicientas
donde estuve, como un predicador en su podio.
Al final la Iglesia del Carmen que aún me descubre
coronado por esta ciudad, rey con su lujo de espinas
y un pergamino tan fundacional como aquel rostro de joven
asustado, guajiro que sin saberlo miraba los altos muros, las estatuas
aviso de estos rascacielos que todavía no me sirven
para asomarme al horizonte sobre los techos rojizos de tejas
donde único no han roto las ruinas de mi aventura
y la magia intocable que precede y salva
la poesía siempre de sus calles de piedra.

Sentado con Palinuro en el parque
Leoncio Vidal junto a la glorieta

La arcilla está hecha de incontables misiones
y del veneno de esponjosos murciélagos
sin ojos para viajar a Estambul o Egipto,
por un tren hacia Vladivostok
o vibrar con una polaca en un hospital de muertos,
y como el tío Esteban sin ver,
por la embolia de ocho marinos,
y abrigarse en la cabeza de una derrota
y luego mirar como cae la lluvia en los ojos de los muertos.
Nos hemos perdido en los años duros
sin domesticar a lo bola de cebo los pezones
o como el tío Esteban, la afición por los riñones flotantes.
La vida y yo nunca hemos entrado a ver el sombrero de New York,
aunque crecimos en la mugre de las lenguas;
en familias con pie de madriguera y ojos de escarcha
—sin pabellones, viajes marinos, sin Estefanía—.
La soledad perdura en los incontables hipódromos,
aquellos que la convalecencia nos hace contra el oprobio,
en el tragaluz del ciego, el loco, el ceramista,
el oftalmólogo que sueña encontrar a Paracelso.
La soledad hace el amor desesperada
en los arbustos, los parques, los epigramas;
convalecencias del opio que no lucen
ni las modas ni los acuarios,
—ni prisioneros como el tío Esteban en los gloriosos Cárpatos—.
La soledad, esta Siberia mía, no tan lejos si uno ha muerto,
tan inhóspita con sus vendavales y disputas,
donde a uno le sobran años para llorar por una polaca
y a otros por un hueso que cuelga de los panteones,
los panteones de los que eligieron tras la verja.

Tío Esteban, ni los muertos imaginamos cómo es la ausencia o cómo se funda. Si algún pecado de los que Judas me ha dicho me acerca a ti, tan dócil con las enfermedades del alma y tan absurdo por hablar en la mesa de familia, las cotidianas heridas (que a Estefanía, como a los nombrados regionarios públicos, le daba nauseas). Si por algún pecado estoy contigo en las cercanías de Vladivostok, Hong Kong o San Francisco, lavando las usureras almas que hoy convive en mi coche, en mi hospital de espirilos y emblemas, en el retrato que separo por dignidad de Jesucristo; en mi muelle de provinciano que embargo las vísceras y los diarios, con el miedo de no encontrar a Estefanía en las pocas viudas que me he podido templar. Si me encontrara contigo en los muros,en los trenes antiguos que de noche, a su paso por mi casa, escapan con los muertos a Escocia, a otra ciudad que desconozca los hospitales de Edimburgo y donde se pueda escuchar Jazz o danzón, con viudas que tienen el alma de Estefanía y como tú lo hiciste, comer con ellas macarela al vino blanco en Borbon Street. Si lo encontrara, jamás pasaría de largo sin reconocer en la calle, las huellas que le dejó la polaca; porque esta vez no sería en la New Orleáns de aquella época (llena de gente rara y sucesos extraños), será aquí en la arcilla de los regionarios, quizás, sin coñac y con el vaivén de los coches, quizás con muy pocos animales jugando a la salvación o la gloria, fuera del Arca.

No somos los viajeros del coche,
aunque a veces nos olvidamos de las prostitutas con moral
y la soledad nos cae de sus títulos,
nos amordazan la estampida en los sueños del sábado,
cuando apenas echamos la estocada,
y en otra época no tan de oro como la del tío Esteban.
Detrás viene el cochero dándonos con el látigo,
atascados en la nieve que no hemos padecido aún.
No somos el viajero del coche ni el sentido del humor
y nuestra gratitud se ha hundido
como se hunden los barcos y las carrozas sin pólvora
y en los nombres de Altagracia, confiada en los jardineros,
¿a quemado usted las hojas secas?
No somos los califas que se ahogaban en aljibes
pero sí la enunciación de un salmo que trasiega
por los cementerios ocultos.
No somos el viejo y el mar
aunque todos estuvimos con él,
en los océanos de su excelente fantasma
y guardaríamos como el tío Esteban,
sus ropas por aquel olor a prismáticos,
puestos al revés en miniatura,
contemplando la ceremonia tan lejos todavía.
No todos podemos ser el tío Esteban
ni viajar a Vladivostok, y saludar desde un tren,
ni guardarnos un fusil rexer,
ni abrir la puerta del ropero para que salgamos
los colgados de esta luz que escuchan el danzón
en la retreta del domingo
y que el danzón y la banda —como esas cartas de emigrantes—
glorifiquen las fabulas del dolido,
el menesteroso que aparenta su vocación de héroe que salva;
así mismo de las aves del cielo de siete en siete,
macho y hembra
para conservar simiente sobre la faz de la tierra.

Palinuro y yo necesitamos un viaje a la capital
y cuando la ciudad solo sea una sombra a las espaldas,
encontrarnos con aquel hombre de Cirene,
llamado Simón,
lo tomaremos por fuerza para que cargué él la cruz.

Noe, le he puesto los clavos en las palmas de sus manos.
A veces pienso que soy
la mitad de todos los pecadores que más odio.



Viajero a Santa Clara

Porque a esta hora debo ser el más bobo del pueblo

A Carlos A.
a Ramón Silverio.

Los telégrafos en blanco y negro y los anuncios rústicos
y la ruindad de esos reyes en cutara
que gobiernan la vida nocturna
y tienen rostros de la próxima vejez,
y una estación de trenes que aun como la caridad
se ampara en Marta Abreu.
Allí ha vuelto sin ruido de corsario
el amigo más preciado que una tela hecha a manos
por nuestras costureras de provincia
;
vio el color del asfalto en círculos de antiguos conocidos
prometedores y audaces transeúntes que embadurnan
su cíclico de poemas, tarot y viernes de la buena suerte;
hasta un negro poeta solariego —cumplió de guardián—
en las noches donde ángeles y trasnochados
atraviesan los establos de piedra de esa ciudad
y los peligros son apuestas como en New York,
o esos concursos rápidos de la inocencia
hicieran del semen blanco de nuestro padre
la nieve que todos sueñan sobre sus techos de paja.
Allí volvió en sus palabras mi recuerdo,
el disfraz de torpe que todos me colgaron,
las noches de vendedor de zapatos
y otros cuentos de campesino buscador de cenicientas.
En noches como esa yo me acuerdo —dice el bolero—,
y mi amigo me recorrió por la ciudad con su coches de caballo
y ambos vimos juntos la luna sobre el brocal del pozo
en una calle del Chamberí,
y Ramón Silverio dormido nos dijo:
«en esta ciudad todos los caminos conducen al Mejunje».

Pero mi amigo y yo estamos lejos de esos ruidos,
sin saber que el Mejunje es también el refugio,
el sitio que la ciudad tiene
para que nuestros muchachos no se vayan a París.
Estamos lejos, tal vez sobre puentes en la calle Estrada Palma,
extraviados debajo de ventanas con barrotes
donde la luna es un pozo;
y sin lavarnos las manos o el polvo de esa luz
beber las historias de unos pocos inquilinos.
Mucha gente aún en la miseria
tiene su sitio claro en el corazón
y ninguno recuerda nuestros versos
pero están vivos y eso los perdona.




SANTA CLARA

Hasta la nieve es cierta
y cae sobre los huesos del Che;
vendrá a calendar los de Tamara,
quizás por el reencuentro.
Los pájaros del parque
y las señoras con sus medias panthy
también son ciertas;
los coches de caballos y la ruina de los edificios,
el orine y el olor a pizzas,
como un conjunto de flores salvajes
y de prófugos y de lirios y shopings
y vaya usted a saber de qué divinas comedias
están hechas sus calles de piedra
y del ángel de su benefactora Martha Abreu,
en las noches donde el fluido
tiene el color oscuro de la vida.
De modo que no es ni Santa ni clara
ni todos los poetas ven caer la nieve
sobre sus techos de paja.
Esta ciudad es del centro y al centro
de toda invasión hacia uno mismo,
es una rosa sin columnas
y algunas arquitecturas de bellas épocas
y es una rosa como la madriguera.
Si la tocas se duerme por aquello
de se lo lleva la corriente.
Santa Clara,
con su cárcel de Guamajal,
con esos tipos favorecidos
para hacer de muleros entre un lado y otro
de los puentes;
es más que una ciudad, una misericordia.
El semen fundado que le di
—lo confieso—,
tiene en mis cosas una huella,
la travesía de un buque insignia cargado de arroz
sin mar y sin marineros,
pero con muchas anclas y velas.
Es esta ciudad donde Ramón Silverio
tiene un sitio del mundo
para hacer que nadie se vaya a París.
Por las vidas bohemias
los cisnes salvajes o mejor los patos.
Es una tasa de café, una frase de feeling
en el silencio de dos bocas.
Es más que una perdición el nacer para la ruina
y de la ruina esa ciudad que flota
como San Jorge o Cinco Puertos.
Cielos,
somos muchos los condenados aquí abajo
y de los carteles escritos con tiza
y de los nombramientos entre Mogan y el Capiro;
y de la loma del Capiro que ve caer la nieve
tan insólita y nuestra;
y la de los ayunantes
por tirar en fechas patrias
flores más violentas que la oscuridad de sus ríos.
Es esta ciudad la novia de los homosexuales,
la hirsuta, la desvergonzada,
la de la tierra fértil para abonar la poesía,
La de los tríos en serie,
la de Arístides en el riesgo de la sabiduría
la de Bertha Caluff en tiranías del mito,
skating ,
Edelmis, desertor del cielo
y la cólera de Aquiles
y el diario del ángel de Pedro Llanes
y las revelaciones del silencio
y el sitio de la soledad de Alexis,
las vidas miserables de Coira,
y el vestido de novia de Norge;
la ciudad más cara de una provincia,
la que abre las piernas a los pocos extranjeros,
la que vive a las afueras del mundo
y cierra las piernas como Diana ante los fotógrafos.
La de la casa del té en su rincón literario
y el Museo de Artes Decorativas;
la ciudad donde un amigo es tan feo
como ese barco de papel que todos se inventan
para jugar al exilio.
Es esta ciudad del campo,
la única novia que ha visto conmigo
desde el brocal de un pozo,
la luna de las calles Tristá
y Maceo,
el filo de la navaja del Chamberí,
el color rosa en el trasero de esa perrita
que hace templar a los perros
con la misma altivez con la que en Europa
llevan a las negras ante el altar de la iglesia
y las hacen jurar fidelidad en los orgasmos.
Es, en esta ciudad donde soy un condenado,
libre de toda sospecha,
amado hasta por los enemigos.

domingo, 28 de marzo de 2010

Restauración


A veces no encontramos un regalo apropiado para un amigo, una sorpresa material que lo anime. No encontramos otra cosa que el recuerdo de unos versos que él, nos acostumbra a regalar desde un portal, que no uno, de tabla y palma, de bohío cubano, pero igual de afable y de mucho sentimiento, con la ternura de un niño que no quiere sino quedarse en esa estancia, siempre viva, desde donde asomarse a ver qué le podemos contar, mientras él, cuenta desde su entonación y animo: lo mejor que puede para vivir y con esa singularidad de no hacerlo simple, sin otra entrega que no sea con todo, la que le permita llegar a ese punto difuso donde poder tomar distancia sobre uno mismo. Y es su poética, como umbral de ese estado donde siempre confiesa para quedar a salvo donde la cuajadura del alma transciende cercana y sentirse humano genera el sentido mágico de lo fugaz y lo eterno a la vez.

Estos poemas de Francisco Muñoz Soler, son mi regalo, del suyo, que por algún tiempo ya, de fiel lector, y de mejor amistad desde el portal de facebook, nos ha ido entregando, no es uno que pertenece a un día marcado como si fuese su cumpleaño, ni es una simple búsqueda desde el gusto, desde afinidades de amistad solamente, tiene ese visor más profundo donde se juntan gratitud y se expresan bellos sentimientos de naturaleza humana, siempre lejos del odio, y de otras palabras que se repiten mucho en estos días, enfrentamiento y controversia, muchas veces como gritos desde donde, como dice el poeta: Unos transitan por ambiciosas arterias impulsoras de deforestación y miserias/ emporio del hoy de unos pocos. Pero también hay otras reflexiones de sus versos que vuelven esperanzadores los pasos de estos días: caudal afluente que regula las corrientes del mar eterno de los olvidados.


Juan Carlos Recio
NY/

Estos poemas de Francisco Muñoz Soler, fueron escogidos de su libro inédito Restauración.
(las citas en cursivas y sudbrayadas en negro, son de poemas del autor)
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LLEGAR A ESE PUNTO DIFUSO



Los dioses saben lo venidero, los hombres lo acontecido,
y los sabios lo que se cierne.
FILÓSTRATO

Llegar a ese punto difuso donde poder
tomar distancia sobre uno mismo
observando al sustentador incardinado
transitando encrucijadas de meandros…
Ser receptor de las vibraciones de lo que se cierne.
Recibir el misterioso zumbido y trasladarlo
al depositario de mi inherente legado
para que cuide mis emociones y pasos
eligiendo el curso adecuado
para el devenir de mis futuros años.
Que al dejar mi incorpóreo estado
ya surcando el longevo camino deseado
la despensa de mi galera se colme
de los más nutritivos conocimientos
afluentes de gozo y tersura para mi espíritu.
En esos parajes de acontecimientos
hallar lo hermoso, lo noble, lo magnífico
saborearlo sin premura, tomándome mi tiempo,
y al llegar a puerto se elevasen las riquezas
que mi alma ansía sobre los silos de Ítaca.


ANCHO, PROFUNDO, DENSO, CORPÓREO


Mano capturando un pájaro, Joan Miró, tomado de Umbral N0. 23/2006

Ancho, profundo, denso, corpóreo,
unidad en sí mismo, forjador de territorio,
amazónico cobijo y transportador pródigo
del material del que se construyen los sueños.
Escenario de ensoñaciones de sofistas y Aguirres,
de curso lento, abrupto, demoledor, sereno
proveedor y fagocitador de imperios,
de enigmáticos dorados terrenales y eternos.
Unos transitan por ambiciosas arterias
impulsoras de deforestación y miserias
emporio del hoy de unos pocos
ciénaga pútrida de un mañana de todos
otros encuentran la llave del punto G de los diafragmas
espacio donde se cultivan etéreos placeres
esos que para gozarlos es necesario creer que existen,
sueños de bogadores de espacios con sentido y calmos.
Hallar el limo forjador de la abertura del punto enigmático
donde la cuajadura del alma transciende cercana
y sentirse humano genera el sentido mágico
de lo fugaz y lo eterno a la vez.

TRASLÚCIDO E INCOLORO ME HE VUELTO

Traslúcido e incoloro me he vuelto
quizás ya sea indoloro e insípido,
parece que ni vivo ni padezco
tumbos sobre mi mismo procuro.
Amalgama de colores desecho
sin razones ni valores ciertos
quizás la sinrazón desbroce
la inopia de mis días sin norte.
Trazar un arco y romper el empeño
cansino y ausente de riesgos,
quizás pase de Guatemala a guatepeor
pero sembraré mi erial de sueños.


SITIADO POR IMPERTURBABLE MUROS INVISIBLES


Esa necesidad de ser futuros
que llamamos vida.
DÁMASO ALONSO






Sitiado por imperturbables muros invisibles
inmunes al abrazador incendio
que da hervor al centro de mi mismo,
apenas rescoldo de un sordo bullicio
que roncamente exhalo de mis entrañas
imperceptible para los monstruos de mis mañanas,
apenas un desgarrador y miserable vaho
que forma condensadas figuras extrañas
en la transparente tiniebla de mis pasos,
esos que no cesan con bastones de palabras
de apoyarme e hendir las oscuras luces
que aísla el incesable sentir de mis voces,
esas que quieren encaminarme entre feroces
y desgraciadas criaturas contemporáneas
deudoras de estériles angustias,
frenéticamente ordenar mis limitaciones
y en campo abierto indagar lo inexplicable
caminando, buscando ser futuro.



COMO EL CAPITÁN ACAB LEGENDARIO PERSEGUIDOR


“De súbito comprendo que ni ahora ni luego
arrancaré mi nombre al merecido olvido.”

GASTÓN BAQUERO



Como el capitán Acab, legendario perseguidor
del blanco y escurridizo fantasma, huésped
de los abismos abisales y los miedos más íntimos,
Olvido, insaciable engullidor de posteridad
y valerosas corpóreas extremidades,
perseguido objetivo de arpones ansiosos de rasgar
el deseado himen de la imaginada historia,
esa que contornea y nutre el rico imaginario
de vanidosos y narcisistas intelectos, pueril ambición
que transportada en cresta de álgida espuma
besará la carnosa y succionadora orilla de Olvido
y será deglutida hasta verter en las integradoras esencias
de los ácidos recuerdos que sostiene las memorias,
caudal afluente que regula las corrientes
del mar eterno de los olvidados.
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FRANCISCO JESÚS MUÑOZ SOLER

Nacido en Málaga el 24 de Diciembre de 1.957, ciudad que ha resguardado sus días.
Es miembro de la Red Mundial de Escritores (REMES), del movimiento
Poetas del mundo, también ha publicado en las Revistas de Literatura digitales Artepoética, Remolinos, Encontrarte, Cinosargo, Letras Nuevas, Palabras de Tramontana, Amigos de la Urraka, Divague, El Laberinto de Ariadna, Herederos del Caos, Perito, 40cheragh , Urraka Internacional, Es hora de Embriagarse, Voces de Hoy, Almiar/Mar de Poesías, Letras, Ariadna-RC Laberinto La Rosa Profunda, Nevando en la Guinea, Espíritu Literario, Laberinto de Torogaz, Pensamientos Likidos, Dulce Arsénico, Contra la Oscuridad, Buracos Quentes, Carrollera, Palabras Salvajes, Antaria, Mondo Kronhela, Efory Atocha, Álbum Nocturno, Imaginante, Poesimistas, Nueva Literatura, Antología Literaria Actual, La Botica, Radio Sentidos, Radio Web Mundial, Colectivo Clepsidra, Comunidad P. La Revista, Azul@rte, The Big Thimes, Isla Negra, Árbol invertido, Caminos de poesía, Papirolas, Arte pasión y locura, Plataforma Placa, Otros rincones, Letras de Chile, Realidad Literal, Literarte, Botella de Náufrago, Mis Poetas Contemporáneos, La Fábrica de Sombras, El Wrong Side, Anacleta, Sinalefa, Baquiana, Cañasanta.

Bibliografía:
2009- Restauración.
2009- La isla infinita.
2008- El sabor de las palabras.
2008- En tiempos de prodigios.
2007- Caminar para sentirme vivido.
2006- Áspero tránsito.
2000- Intentando conocer el mundo.
1998- Elijo mi libertad.
1998- La mágica unidad de mi vida.
1998- Veinticuatro poemas de amor.
1996- Frágil grandeza.
1987-
1986- El sentido de ser.
1983- Significación.
1980- Juventud primera.


Poeta, como necesidad vital y regeneradora de sí mismo, al menos hasta que la curiosidad siga alimentando sus sueños.

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Para leer más del autor pulse aquí:
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viernes, 26 de marzo de 2010

DEL MURO DE LOS LAMENTOS


Fotos de Camajuaní, por Juan Carlos Recio


Para todos ellos, en especial los que se quedaron y están vivos en un sitio del mundo.

En camajuaní, al centro de la Isla, cercano a la década de los noventa, teníamos un muro de los lamentos, como todos los pueblos en los campos cubanos, donde un grupo de escritores nos reuníamos por azar recurrente y por vocación de matar a pedradas el tiempo. Con Tony Pardo, Milay Rodríguez, Orelvis Rodríguez, Yoel Sequeda, el nieto de paco que vende miel, _ no recuerdo su nombre, entre otros, nos llegábamos hasta el cruce del ferrocarril, frente al reloj público del Poder Popular, frente a la casa de Orelvis. Había allí un muro que su mejor fama hasta entonces, había sido el estar cerca de la primera casa poblada del pueblo. Hablábamos mucho de literatura y de nuestras vidas, a veces sólo teníamos de testigos a los trenes de caña de azúcar que pasaban cargados y que muchas veces parecían llevarse nuestras vidas, lejos, como una premonición para algunos. Milay con sus faldas largas, musa de unos cuantos poetas, muchacha frágil que siempre esperaba un novio para irse a París. Orelvis que me preguntaba por un nuevo poema, por aquellos días de 1989 y hasta el 91, quizás, tenía un manuscrito del Buscaluz Colgado, y él siempre preguntaba, que un poema nuevo, para leerme otro, pero sin manchas de lluvia, por mi recurrencia de la intemperie y estos símbolos de desolación y existencia. Octavio Pardo, el más culto, el más borgiano, siempre con un sarcasmo y una ironía que no lo dejaba padecer de tristeza absoluta y algunos proyectos de largarse del muro. Reinaldo Rosa, el chico de todas las épocas, con un boceto nuevo, muy afable y siempre fiel a las altas horas, un noctámbulo de la ciudad y sus columnas, un buen ser humano. Yoel Sequeda sin máscaras, de personalidad nerviosa, siempre escapado de algo y dispuesto al diálogo. El nieto de paco, más bien callado, quien comenzaba a escribir. A veces pasaba Eduardo Bonachea, el médico escritor, el único con menos tiempo por su trabajo, pero siempre hablándonos de lecturas y de publicaciones nuevas, siempre querido. Se llegaba muy furtivo, Joaquín Cabezas, (poeta)quién siempre estaba de prisa, quizás sintiéndose fuera de generación, la suya junto a los también poetas Heriberto Hernández y HP, se había ido toda del pueblo, y no siempre teníamos noticias de ellos. El mismo HP, a veces pasaba hacía vueltas, su pueblo natal, y nos enterábamos de su novela, una sobre las parrandas por aquella época. Ya Arístides Vega y Bertha Caluff habían dejado sus huellas, llegaron como forasteros, y al irse dejaron sus nombres como una de esas placas que registran las buenas acogidas y que la historia real, aunque se incendien las librerías o Nivia de Paz nos pinte en uno de sus cuadros primitivistas y nos compré un extranjero, de paso, por unas pocas monedas; ellos, como la pintora, también estaban en el registro de aquellos poemas leídos entre el hambre y la pobreza, pero eran los versos de personas muy afortunadas, con o sin muro donde llorar las penas.


Como aquel taller José Raúl García del Barco, este de ahora en casa del historiador René Batista, reune a un grupo de aquellos miembros y otros que nos visitaban. Yoel Sequeda, Milay Rodriquez, René Batista, Eduardo Bonachea, y de visita Alexis Castañeda, Irán el responsable de la Editora Capiro, entre otros conocidos. Foto Alejandro Batista.

Tampoco niego que éramos jóvenes, bellos, soñadores y tristes, como fantasmas a veces asustados sin que ni Pedro Páramo nos encontrara.


Pero, estábamos vivos y casi todos, hacíamos visitas obligadas a casa Nivia de Paz, quien a veces nos confundía con sus gatos y nos dejaba pasar, otras nos negaba la entrada como un permiso de emigración u otra carta no tan blanca de su estado de ánimo. Algunas veces los fantasmas del muro o los “infantes terribles”, íbamos a casa de Eliot Porta a escuchar buena música, sobre todo Jazz, otras veces al taller literario José Raúl García del Barco, como anclados por la convocatoria de Magdalena Pino, la asesora literaria, quién se quejaba de tener que torearnos. Había una visita obligada a casa de René Batista, el historiador y amigo, que siempre, humor por medio, tenía una charla amena que nos enseñaba, sobre todo de la memoria cultural del pueblo y sus alrededores, de tradiciones y oralidades; costumbres que descubrimos como base de nuestra identidad. Otras veces al cine, a una peña muy buena de Raúl Cubas, donde, en un tiempo desde la azotea, mientras se hablaba de cine, podíamos tomar té y ver el techo de nuestros vecinos. Alguna vez recuerdo también, hubo taller en casa de Jesús Carrera, y creo que mucho después, nuestra amiga Odelys, novia de algún pintor, actor, o poeta pasaba por el muro, o nos acompañaba.

Glorieta del Parque Leoncio Vidal, donde íbamos a calmar nuestras asperezas, escuchando danzones en la retreta del domingo

Otras tardes de domingo citábamos para la retreta de la Banda Municipal, entre danzones que solían calmarnos y limar nuestras asperezas. Con Noelia se hacían tratos premeditados por la urgencia económica y vendíamos libros a plazos, casi siempre raros y de uso, y algunas veces nos íbamos a Santa Clara. Hubo un tiempo donde tuvimos, un espacio pequeño, que la muerte de Pardo nos hizo perder, al menos en el ánimo; y casi todos trabajamos de alguna manera con Armandito, otro poeta que ofrecía su casa para hacer peñas, pulir hojarascas y beber ron, bueno, no destilado. Nunca los recuerdo como en una postal del olvido, ni como sucesos absurdos o simple bohemia, creo que nos parecíamos más a la figura de nuestra Monguita en su bicicleta americana, perennes siempre perennes, rebeldes a todo y dispuestos como la torre de La Matilde, a seguir erguidos ante cualquier ciclón, adversidad o renuncia, que nunca dejaba a la deriva, nuestro rostro literario.
En la primera foto, René Batista, Yoel Sequeda, Milay Rodriquez entre otros talleristas, la segunda, en la biblioteca del maestro Batista. Foto de Alejandro Batista.

Quizás aquí podría terminar como uno de esos flash que mejor convienen a la memoria, pero una señal de que demasiados estamos lejos de lo que queda de ese muro de lamentos, no sólo es por la vida de todos los que nos hemos ido, o permanecemos en otro territorio, en otra patria chica desde donde a veces reímos o lloramos; es también como lo cuenta Arístides Vega en un viaje de feria del libro junto a Lidia su esposa, apenas unas horas y lo cito:


Con Arístides Vega, en La hora de la Verdad, una peña de literatura en el Café Literario de Santa Clara, una charla sincera sin prejuicio, muy divertida, muy completa.

Duele la indiferencia donde uno espera otras cosas que sucedieron en un pasado que aún no está lejano.
Salvo el cordial y cariñoso anfitrión René Batista nada encontré en el Camajuaní de hoy. Presentamos los libros y nos tomamos un taxi hasta la casa, como si estuviésemos huyendo.
Me acordé de mi estancia en casa de Nivia, cuando íbamos hasta el río a pasar los días más esplendorosos que recuerdo hoy. Cuando nos reuníamos con Joaquín y Heriberto y René Batista y los que desde Santa Clara nos visitaban y nos leíamos aquellos primeros poemas como si con ellos se podría salvar el mundo. Qué ingenuidad la de entonces, pero qué felices éramos y qué conciencia de esa felicidad teníamos.
Fuimos a Camajuaní y te extrañamos junto a tantas otras cosas que no encontramos.


Las carrozas de los Barrios, San José, y Santa Teresa, enviada por mi amigo Miguel (director dela Revista de Camajuaní en Miami)desde donde se celebran los festejos de los Camajuanenses en el exilio,para recordar las parrandas, de Chivos y Sapos.

Sé que estas palabras no están dichas desde ningún resentimiento, sé que el noble corazón de este poeta, sólo mira desde dentro, cuando éramos aquellos jóvenes recién instalados en la vía pública, como reloj de arena de un tiempo donde todos querían leer sus versos, esperar al forastero, aún cuando a veces las voces se perdían por el ruido de los trenes de caña que pasaban detrás del parque, el mismo que siempre dividió a los dos barrios de parrandas, Santa Teresa (Chivos) San José (Sapos) eran divisiones invisibles y fraternidad de poéticas con más luces que pólvora, pero eran, como el color de aquellos días, el relevo de una tierra fértil de poetas, de esos que me niego a creer no están escondidos en sus casas, me niego a pensar que dentro de la belleza de un tiempo difícil, no puedan ser hallados, o no exista una persona como Magdalena casi sin brazos enterrada en la arena por nuestras malcriadeces pero cargada de paciencia y dispuesta siempre a que nos reuniéramos, con té o caña santa, tal vez con esa luz que toda ingenuidad convierte a los tiempos pasados en una edad de oro, o como alguna vez ya dije, un pueblo con sus montañas de cal y donde cada atardecer en los bancos del parque los borrachos trepaban para ahorcarse y donde cada amanecer, entre el contagio de los restos de pólvora, se podía encontrar a un poeta, de esos que hacían descargas de versos, como si la ausencia de cercanía del mar, y el aroma del azúcar que cruzaba, ascendiera sobre los techos de tejas, estibadores contra el tedio, alzantes de la música interior como si cada uno de nosotros fuera, ese muro de lamentos.


Foto de camajuaní con sus montañas al fondo


Juan Carlos Recio.
NY/ 30 de Octubre del 2009.
25 de Marzo del 2010.
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El poeta Arístides Vega, en su breve nota que dió motivo a reescribir esta crónica, adjuntó un poema a la ciudad de Matanzas que fué otra de sus estancias muy especiales, donde creó y fue acogido como hijo también de esos puentes que tienden los hermanos de letras en complicidad con la vida literaria, antes de regresar, suponemos definitivo a su ciudad, Santa Clara.


La Atenas de Cuba, ciudad de Matanzas, ciudad de puentes

Foto del puente que ambos atravesamos


a Lidia

Contemplando fotos de Matanzas,
el gran puente encima de las aguas
que ablandan o corrompen
a cuanto animal se acerca a beber
en la bonanza de su cauce,
recordé el día que con los ojos cerrados atravesé el puente
a sabiendas que te encontraría
de ese otro lado, en que estaba por amanecer.
Es peligroso atravesar una ruta desconocida,
¿pero quién no obedece a los delirantes latidos de un corazón
empecinado en saltar de un frágil pecho?
Logré afianzar mis pisadas,
sin importarme el torbellino de luz que desataban las aguas
en su impulsivo deseo de alcanzar el mar.
Y no sentí vértigo, ni duda alguna de poder llegar
a pesar del denso aire que me hacía resistencia
como compuerta que cerraba mi paso.
Del lado en que estaba por amanecer,
el mar mostraba las cabezas de moribundos dragones
que pedían con vehemencia su salvación.
Nada logró distraerme hasta llegar a tu lado,
sin que ninguno de los dos supiésemos
quién había atravesado el puente,
cuál de los dos se había arriesgado.

Arítides Vega Chapú.

lunes, 22 de marzo de 2010

La patria es una naranja


Foto de Emmanuel Juárez

Estos poemas de Félix Luís Viera, que hoy les presento de su libro La patria es una naranja, tienen esa dosis de inspirarnos mientras nos acercamos al poeta que vive lejos de su tierra natal, pero está en ella como el zumo que trasciende el dolor más íntimo para que entendamos el nuestro; desgarrados los versos, claridad de concepto y un alma que ya no le teme al blancor con el que miran los hombres que saben decir las cosas precisas en un tiempo difícil, donde toda belleza de vivir pasa por el recuerdo y sobrevive contra todo lo demás con una precisa forma, muy simple y profunda, llegarnos con el contenido de unos versos que no tuvieron la necesidad de ser escritos por un inocente en la playa, ni en otra posa, ni bajo otro árbol que no sea esta copiosa fronda desde donde el poeta se mira y nos mira. Es un árbol existencial pero sin frutos secos, son los versos que no hacen diferencia de generaciones, incorporan la fuerza de un espíritu que sufre y conmueve, que añora y presagia y sabe:


14

Dice el Himno Nacional: “Morir por la patria es vivir”.
Sin embargo, a veces, más bien,
vivir por la patria es morir.



Foto de Emmanuel Juárez

Juan Carlos Recio/ NY Lunes 22 de Marzo del 2010
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Foto tomada de la red

5

La enorme ciudad de México se ahoga entre vapores.
Compacta, dispersa
rebosada de cúspides y abismos
el esmog clava su ácido frío en los pulmones del alma.
Hay tantas gentes con peceras,
pero otros tantos que como mi madre nunca han visto el breve latigazo del
pececito rojo
arrullándole el estrés;
hay millones que ni siquiera saben qué significa la palabra estrés.
Van tantas mujeres con medias negras y la prisa en los senos.
Sus habitantes conocen a la muerte como a las campanas de las catedrales.
Muchos niños sospechan que no pasarán de serlo, los mendigos,
en su sueños de acera, acarician los zapatos
de un joven recién estrenado ejecutivo.
Mas
como si el hombre aún conservara la parte de humano que le toca
en la avenida Juárez las magnolias florecen
en medio de los últimos escupitajos que le han arrojado a su blancura.



Foto Emmanuel Juárez, representación en escena de La patria es una naranja

45

Bajo esta llovizna,
en medio de este frío,
entre estas calles anchas y arboladas,
brillantes por el asfalto negro,
¿se habrá de detener tu corazón?
¿Se detendrá tu corazón dentro del Gran valle?
¿Regresarás a la patria convertido en una bolsita de cenizas?
Inerte, ¿harán volar tu corazón hecho cenizas,
cual pájaro hecho cenizas,
por sobre la inmensidad del Golfo,
hasta la tierra donde una vez tú cantabas?
¿Habrá de detenerse tu corazón dentro de este frío donde siempre
es medianoche?
Junto a esta grisura de los árboles
del atardecer
de la avenida tuya de cada día,
¿habrá de detenerse una agrisada tarde tu corazón?,
tu tan jodido corazón,
tu corazón lleno de bilis,
tu corazón con tantas muescas de derrotas,
¿habrá de detenerse
bajo la densidad de este cielo,
pisoteado por la lluvia ácida,
envuelto
en la densa capa del olvido?



Representación escénica de La Patria es una naranja fotos Emmanuel Juárez

49

Lejos de la patria has conocido a una mujer
que tiene una pecera
y que en las noches se arrulla con el viento lunar.
Ella te salvó del frío y de la constante, inmensurable soledad
en la enorme Ciudad donde nadie te amaba.
Tú estabas lejos de la patria
o mejor dicho tú en ti habías extraviado la patria
y los senos de esta mujer te hicieron encontrarla,
los jugos de su interior te dieron las franjas
de la bandera de tu patria que habías extraviado.

Ella bajaba cuatro pisos para verte
en los amaneceres donde tú no te hallabas el lugar de la boca
y te amaba creo que como se ama
un espectáculo largo tiempo admirado y pretendido,
su sexo se asemejaba al pastel que quisiste
cuando niño:
era tierno y crujiente y parecía recién sacado
de un horno tibio,
su vientre se parecía a la patria
porque uno no quisiera abandonar su calidez,
una mujer morena cuyos ojos eran los más temibles retadores de la noche.
Sus senos debieron ser esculpidos por aquel que supo
sembrar el néctar en la piedra.
Tú chupabas sus senos como si fueran
la última baraja marcada.
Ella te sacaba todos tus jugos
y el tintineo de su voz

te hizo asegurar
que algún día los hombres se amarían
de modo que la patria comenzara en un prado
y terminase en las piernas de una mujer
y en las manos de un hombre sobre esas piernas.
Era morena y furtiva en las mañanas y antes de llegar a ti
ya su sexo había probado el rocío.
Tu supiste que sus nalgas habían sido tocadas por Cristo
y por eso jamás morirían.
Era morena como el sol que cae tras las montañas
en la inmensa Ciudad.


Otra escena de la Representación de La patria es un naranja fotos de Emmanuel Juárez



Dibujo de Samuel F

79

Tirano de la patria,
no es el poeta quien te odia,
quien te aborrece es la poesía.



Foto tomada de la red

73

Isla de Cuba,
cuántas guitarras han sido rotas en tu nombre,
cuántos tiranos te han violado luego de haberte proclamado doncella
nuevamente,
cuántas muchachas han mordido el polvo de su Sueño
luego de que el azulísimo mar se ha hecho rojo con la sangre de sus amores,
cuántos niños han perdido sus globos bajo el trueno prometedor de la Justicia.

Cuántas gonorreas, cuántos chancros
han depositado en ti tus salvadores,
cuántos, blandiendo el rojo matiz de la poesía,
han encadenado tus ojos, han lanzado
en aviones de papel la mentira de ti como una fruta plástica.

Isla de Cuba, sangre que no termina,
¿dónde te hallas en esta noche, dónde
que tus boleros no me alcanzan, dónde
que aquellas mujeres no me afierran los tímpanos con sus risas como
pífanos que estallan, dónde los negros que no llegan acezantes, tautológicos,
serenos como sierpes en fuga, dónde
las negras que no me asaltan con sus culos como bastiones bíblicos?
Y ¿dónde, dónde aquellas mulatas
que bajo las nieves de los relámpagos consagran la hostia?

Dónde,
amor mío,
en esta noche cuando
me dueles en toda la boca,
cuando
inútilmente
te busco en el lejano frío.



Foto Emmanuel Juárez sobre la escena de La patria es una naranja


http://quasiquasifaccio.splinder.com/post/14256467
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Foto: Emmanuel Juárez.

Félix Luis Viera: (Santa Clara, 1945) Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La que se fue (2008, Red de los Poetas salvajes, México); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986. ) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2003) y la novela corta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2002, 2006 y 2008, Edizoni Il Flogio, Italia.) Su más reciente novela, Un ciervo herido –que aborda el tema de las Umap, eufemísticamente llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción y, en realidad, campos de trabajos forzados establecidos en Cuba en la década de 1960–, ha sido traducida al italiano por la editorial L´Ancora del Mediterráneo. Actualmente es ciudadano mexicano.

Datos del autor tomados de La Primera Palabra, Blog de Heriberto Hernández Medina.

Contraportada de La patria es una naranja
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viernes, 19 de marzo de 2010

El vigoroso trazado de Bertha Caluff






Por Arnaldo L. Toledo


Así descubro los indescriptibles parajes del Estrecho Sendero.(“Del Estrecho Sendero”)
Nos vamos acomodando insensiblemente a tanto poema balanceado, pulido y desmedulado; tanta letra ornada pero de escaso trasfondo…, que un libro intenso y esencial como este nos toma de sorpresa. No es una excepción en la trayectoria de la autora, que ha sabido defender y mantener su original visión y modos expresivos y recoger los a veces amargos resultados de apartarse de las modas. Toda su poesía publicada ha ido como acercándose gradualmente a la nitidez de los textos que integran este volumen. No he podido hallarle parentesco en la amplísima y diversa producción poética cubana contemporánea, aunque tal vez alguno quiera adjudicarle la etiqueta del minimalismo de retorno que viene asomándose como alternativa a la frondosidad a veces viciosa de nuestra poesía. Buscarle antecedentes nos remontaría a la primitiva lírica popular castellana, al sin par San Juan de la Cruz, a Santa Teresa, a Unamuno, al último Juan Ramón Jiménez, a los ejercicios hispanoamericanos con los haikús … Pero cualquiera que sea el acercamiento que como lectores más o menos enterados hagamos, el título que comentamos permanece firme en su originalidad.

Es un conjunto de notable extensión, sin ser una recopilación de obras ya publicadas por la autora, como es costumbre. Está compuesto por seis cuadernos, o tal vez sería más justo decir: seis partes, pues lejos de fragmentarlo, éstas refuerzan su absoluta unidad. No es que sostengamos que toda compilación de poesía deba someterse a la disciplina del registro homogéneo; es que en este caso esa cualidad responde a su crucial estrategia de significación. Creo que este es un libro para ser leído como totalidad, que sólo puede ofrecer su más entrañable sentido cuando lo recorremos en la dirección del tiempo de la vida: como vigoroso trazado, como destino o voluntad de Dios…, donde la criatura humana pone a prueba su fe y alcanza la gracia. Su trabada coherencia se asienta en igual medida tanto en sus singulares cualidades de expresión como en las de significado. Una sostenida, tensa, audaz sobriedad ––riesgosa en una obra tan extensa— y un orden de los textos y las partes que van como recorriendo la parábola de una historia insinuada, una suerte de novela omitida: el trayecto de una dolorosa, sufriente búsqueda de alivio, de consuelo, de acompañamiento, que sólo puede ofrecer el Dios del cristianismo… Toda la extensa serie de textos se deja leer como un minucioso registro, como una grave y grávida sucesión de los testimonios que han sido dictados por una difícil travesía espiritual. La fuerte impresión de autenticidad que producen se afianza en la resistencia que oponen a la tentación de incurrir en lo “literario” o lo “poético” aceptados sin dificultad; los textos de Bertha son más rigurosamente literarios cuanto más parecen elegir una expresión que defrauda la complacencia, la grandilocuencia, la suficiencia de los discursos que inundan toda la superficie y ahogan las voces diversas que querrían hacerse escuchar desde las lecturas.

La primera parte, “Las pérdidas”, nos coloca en el campo de significación dominante —la religiosidad cristiana y la caída— mediante un conjunto de poemas en que las historias bíblicas son referidas directamente. En cuanto a la dinámica interna de todo el poemario, el tema introducido por el primer texto, “Caída de Babilonia”, posee un largo alcance. La caída se extiende al mundo (es el fin de los días, es el castigo de fuego y azufre), pero concierne a la realidad inmediata, a nuestro ámbito familiar, (“Pero aquí nacieron nuestros hijos, / en las escasas horas de la felicidad”), y también es la ciudad espiritual, la ciudad interior (“en vano lloré / ante lo que tan caro nos fuera”). Esta múltiple dirección de los sentidos es cualidad recurrente y por tanto característica de todo el poemario. Refiere lo trascendente (Dios, Jesús) pero no podemos evitar asociaciones más inmediatas: Los paganos cuestionando / de dónde le venía la instrucción. (“Fiesta de los tabernáculos”) Obsérvese el difícil gerundio cargado de materia deleznable. O este otro fragmento: Se iban a la fiesta Tus / desertores, / los dudosos, / los oportunistas, / los ególatras, / los de NO ES PARA TANTO, / NO PODEMOS SUFRIRLO MAS, cuyas palabras resuenan en esa polifonía tan cargada de polémica dialogicidad con los discursos propios de realidades más inmediatamente hirientes.

Bertha Caluff lee poemas de su libro El vigorozo trazado


La segunda parte, “Olvido del dolor”, es la más extensa (81 poemas) y es como el núcleo ígneo del libro. La sucesión de los breves textos va recorriendo el círculo de las horas y el calendario del dolor. La criatura que clama y apunta sus angustias, va a tumbos, tambaleante —“Y mis pies iban solos / arrastrándome (“Arrastrándome a mí”)—, buscando ayuda, rogando a Dios amparo —Yo me duermo en el letargo de las súplicas. (“Y tal parece”)––, por la noche oscura del alma, por el Estrecho sendero (“Del Estrecho Sendero”) Asistimos aquí al dolor sin fondo, sin sustancia, sin cuerpo: Todo mi sufrimiento / se resume / en este sufrimiento. / Una causa llama / a la otra causa (“La otra causa”). El espacio por el que se arrastra la doliente figura está hecho de escasas referencias: es la noche, o el amanecer, una puerta, la senda, el camino, el sol, el cielo, la ermita… El paisaje vacío, casi ausente, acentúa el espesor de la soledad, la magnitud del dolor sin límites, sin causas visibles. Sólo la proximidad de Dios mantiene el hilillo del aliento, el hálito de la vida, la pureza de la inocencia. Pero la entrega a Dios es tremenda, no exenta de inmensas pruebas y sacrificios, en esa dimensión que nos evoca testimonios supremos de fe como el de Abraham, dispuesto al sacrificio de su hijo; o el de Job, a quien todo le fue quitado: Que sea para Ti, / que nada me reserve // Tú me arrebatas lo que tengo / y lo que no tengo. (“Mi Dios y mi Todo”) En el diálogo que entablan los textos, el alivio puede alcanzar la enorme magnitud de la maravilla manifiesta en lo insignificante. Véase la intensidad que produce la contención: Ayer barrí / la hojarasca de invierno / y mi alma / vivió un instante / de serenidad (“Hojarasca de invierno”)
La sección tercera, “Tú trazas el puente”, (Tú trazas el puente/ y yo cruzo el pantano) es el conquistado remanso, es una estadía de modesta e intensa dicha, ya prefigurada en la recién citada “Hojarasca de invierno”, de la sección precedente. El título sugiere con claridad el tránsito a un nuevo momento de la travesía. Se recogen fugaces instantes de dicha sencilla y se suceden algunos poemas de temática amorosa, igualmente muy contenidos y por ello de imprevisibles, secretas resonancias: En mi cocina aún, / en sitio incómodo, /el banquillo permanece / fiel al peso / de tu cuerpo. (“En sitio incómodo”).

“El resplandor de los santos” ––cuarta sección–– tiene un precedente en el bello libro Imagen tras la Imagen (Premio y edición Sed de Belleza, 2000). Contiene diálogos con figuras sacras, humildes personajes, líneas devotas… Pero lo que me parece especialmente conmovedor y trascendente son los brevísimos intercambios con San Francisco de Assís, santo y poeta que cuenta con justificadas simpatías de la poetisa. No me resisto a reproducir el brevísimo y tremendo texto:
Con tu glorioso sayalde la pobrezadesde mi infanciame esperabas(“Desde mi infancia”);O este otro, titulado Amado Francisco:Las tablas del techo,Carcomidasse caen.El piso se raja y se hunde,amado Francisco
En la poética que se va enunciando desde la elocuencia de la brevedad justa y del silencio donde los lectores se abocan a un abismo de significaciones, no se está afirmando una conformidad sino una jerarquía superior del espíritu. El ser sufriente ha conquistado una estatura, y en las páginas que siguen, el equilibrio con el mundo y aun la dicha.


Profesor Arnaldo Toledo y la poeta Bertha Caluff

La quinta parte, titulada “Como la naturaleza…” representa ya al sujeto lírico salido del anonadamiento del dolor, restablecida la facultad de reintegrarse al universo, apto para interactuar con la creación toda, comprender la grandeza divina en la maravilla de su obra. Capacidad para reparar en pequeños sucesos, milagros cotidianos, la naturaleza próxima, familiar, las sabandijas y animalillos del patio, las plantas comunes, la lluvia, las flores… Toda una larga lista de humildes seres casi olvidados por su modesta condición. Adivino que llegó la primavera / por la lluvia que cayó / el desentono alegre de las ranas / y el ululú de los niños en la noche / tras las luciérnagas (“Adivino que llegó la primavera”). También el misterio de la voluntad de Dios se le revela en señales casi imperceptibles: El árbol trina como un pájaro / cuando el aire lo doblega. / Así tiene que hacer el hombre, / Dios mío, / cuando le impones / Tu Santa Voluntad. (“El trino del árbol”). Ya estamos en condiciones de comprender cómo se ha alcanzado la felicidad.

Exactamente, así se titula la última parte: “La extraña felicidad”. El título está cargado de insinuaciones y resonancias indetenibles. Es claro que supone otra noción de felicidad, diferente a la que circula habitualmente en el entorno del lector y del poeta. Mi felicidad es ese árbol / que contemplo extasiada / no sé por qué. (“Mi felicidad”) Y en lo más particular, reafirmación de fidelidad a la dicha de la comunión con Dios: Qué extraña felicidad me asalta. / Sólo el deseo de amarte / en mi felicidad. // Amarte / y estar a Tus pies. (“La extraña felicidad”). El cabal equilibrio en la fe ––el “Hágase Tu voluntad”, el “vigoroso trazado”––; el entender no entendiendo de San Juan de la Cruz: He renacido / en el misterio. / He descubierto / el centro desde allí / acercándome a donde habitas. (“Redescubriendo el misterio”).

Se ha cumplido un proceso del espíritu en su totalidad ––de principio a fin––; hemos acompañado a la figura poemática a lo largo de la intensa ruta, padeciendo el absoluto sufrimiento y renaciendo en el goce de las obras y el amor divinos. La magnitud de estas experiencias se acentúa ––aunque de momento pueda parecer paradójico–– en la medida en que el poeta ha decidido y logrado trasmitirla mediante una palabra aparentemente insuficiente. El evidente contraste provoca no la impresión de una pobreza, sino la de una expresión que queda como reservándose la inmensidad, siempre por debajo de la grandiosidad de lo nombrado. Insuficiencia ficticia y no práctica; recurso poético totalmente legítimo y eficaz. Se asienta en el rigor de la selección del léxico, en la sintaxis y en la segmentación de alto valor semántico. Las breves líneas rozan a veces la rispidez, la expresión parca casi en exceso; juegan a bordear los peligrosos despeñaderos por donde el lenguaje se desploma incapaz, pero acaban siempre salvándose, afirmando la elocuencia de la brevedad, de los silencios, de las elipsis, y el misterio de lo que se ha callado, la fuerza irradiadora de lo no dicho.

Estos poemas y el orden en que han sido colocados —y las breves y alteradas sinuosidades por las que van descendiendo los versos estrictos y sin concesiones ni al facilismo ni a lo sentimental––, reclaman un lector capaz, no tanto porque ejerza una información vasta, sino sobre todo porque se encuentre en disposición de un diálogo sincero, emancipado de prejuicios literarios y realmente abierto a la real comprensión del otro, lo que equivale a decir, de sí mismo.

Tomado de la revista digital Hacerse el Cuerdo, en Santa Clara, 27 de febrero de 2009
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Para leer más sobre Bertha Caluff pilse aquí:
N_Revista=8&A_Revista=2004&Id=5

LA FELICIDAD QUE NOS INVENTAMOS DESDE EL REGRESO.




Regreso de radio city music hall
con alcohol en las venas;
no he bebido sino bocanadas de feeling
no me he drogado como un tonto
que se siente extraño porque la tierra lo estremece
ni padezco de mi sombra ni otro vicio
ajeno de su lengua
cercano a otra ciudad que no sea esta
que no me devuelva cada angustia
y cada cerca de púas ,
aquellas que restringían a mi patio
como un drogado con la frialdad
de los aretes que le faltaban a la luna;
aquellas veredas donde esconder las lágrimas de vidrio
y cada laceración ridícula de vivir espantado
como un muñeco de palo en medio del arrozal
sin entender la libertad de las aves
que robaban los granos sin importarles la cosecha.

Regreso sin vicio con música en estas horas
donde todos regresan de alguna carencia
donde todos dejan de mirar hacia un mismo lado
donde hay tantas luces y caminos
que la vida recobra su esplendor
y las victrolas de los bares nos sorprenden
con sus idiomas.
Díos mío, cómo no supe antes que esto existía
desde cuál laberinto se manipularon la línea
la dignidad de las fronteras;
que ensañamiento puede ser más cruel
que las cicatrices que deja el alambre
como lo dijo Neruda, ¡en mi país alambre, alambre!

Regreso sin boleto
no necesito el de proletario
para colgar en consignas y sábanas
ni una pose de extranjero
ni otra sublime miseria;
que vuelva por el portón
contando los pasos que dividen nuestras riquezas.
No necesito jugar ya, el número tras la puerta
ni descuartizar las patas de la res
en los mataderos clandestinos
donde las cercas de púas
y los patios restrinjan aquellas almas
desaforadamente blancas;
almas que nunca partieron sin regreso
que ascendían sobre los fósiles
como luces de potreros.
No necesito olvidarme de los muertos de frío
de los desamparados que asumen su tragedia
que venden alcohol y luego se santiguan;
no puedo desde esta felicidad
nombrar solo esta patria que me acoge
este cincel de hierro que marca el pasado
por mucha vida que hoy me devuelva el deslumbramiento;
no puedo sentir que el frío u otra ventolera
abierta la celda lejos del guardián y su faro
me deje como balsa a la deriva
porque nada de eso borra
a ese espacio inmortal de los que se quedaron
y tampoco presumo que todos ellos
se sienten cómodos en sus literas de polvo
con las piernas cruzadas sobre un alma en cruz
y una vida que no puede asomarse
desde espejos rotos
ni la invisibilidad de Alicia a estas alturas
por estas vidrieras donde el mundo asoma
en la historia de la aldea
que ha visto una y otra vez degollar sus patos
que ha visto que Dios y Walt Whitman se parecen
y supo que Lorca, a veces, pone su lamento
en el mármol de todos los degüellos:
corneta, toque, toque el insulto
que pone como la cabellera de una reina
esos hombres que mueren
negros como carbón de chimenea
debajo de las más poderosas pasiones
debajo del tizne de quienes ostentan su poder
y tienen en la miseria del oro
en el odio que han acumulado de sus venganzas.
La ley de la zozobra y la paz del desencanto.


Regreso de estar vivo
y temporalmente lo celebro;
pero en esos instantes
otras vidas ayunan mi felicidad
otros cuerpos enjutos se agolpan en los hornos de pan
con la esperanza de la harina
que cuece en el alma como niebla o centeno
que duele sin ser himno y es el himno
de aquellos rostros que hoy regresan apaleados
vestidos en el blanco desde otro esplendor
que las voces sordas le disparan
y las madres que pudieran ser matrias
lloran como perlas, un llanto
que son esos gallos que asustan
el luto de las almas más austeras en la madrugada;
ánforas que se desvisten ante los ojos de Dios
como aquel verso de Whitman:
No digo estas cosas por un dólar ni para matar el tiempo
hasta que llegue el barco.

Regreso de la nada que perdona
esta sencillez que a veces pudre
y otras engaña mi papel de héroe
y triunfador en otras aceras
de las esquinas desde donde también
vuelven, los adioses para ser perseguidos
de las sombras y las dudas y las malas lenguas.
Siempre se vuelve al lugar del crimen
con o sin música en las venas;
siempre se vuelve como uno de esos danzones
tras un abanico donde las casualidades posan
esa costumbre de tener dos patrias
tan oscuras,
como Cuba y la noche.