Ya había dicho antes, en este blog, (sobre la poética de Noel Castillo), lo difícil que resulta poder escribir sobre la poesía que nos gusta mucho, y cuando está demasiado cercana al lado limpio de nuestro corazón. Otro tanto me ocurre con la de Alpidio Alonso Grau, demasiado cercana también desde mis inicios. Por eso aprovecho la revista Umbrales, que dirige Pedro Llanes Delgado, al centro de Cuba, en el número 27 del 2007 y para ser exacto en la -página 29-, donde encuentro un texto muy completo de Noel Castillo sobre TARDES SOLES QUE MIRO, libro editado en el 2007 por la Casa Editora Abril, de este magnifico poeta y lo reproduzco a continuación:
PARADERO DE DALIA: de la tierra al sobresalto.
Por Noel Castillo.
Vuelve a enseñarle
el pecho a mi sombra
y no dejes que se agote en lo oscuro.
René Coyra.
Contrariamente a lo que algunos piensen, el alejamiento del autor de los círculos de figuración literaria durante los últimos años, le ha hecho bien a su poética. Incontaminado, sin los estallidos teatrales que exhibieron los líderes de su promoción literaria, sin intentar sentar cátedra, estilo o escuela, Alpidio Alonso demuestra en esta antología su fidelidad a sí mismo, a su estro lírico, a los motivantes de los cuales arranca su deslumbramiento iniciático. De la misma manera que Feijóo al cual alude en muchos de los textos, el autor no puede dejar de evitar el detectar constantemente claves comunicativas en el paisaje, en esos pequeños momentos que hoja a hoja, rama a rama vertebran el árbol de sus soledades.
Yo soy el árbol
que me levanto
desde la tierra
a mi sobresalto.
(Romancillo)
Leer sus más reconocidos textos, rumiados a lo largo de dos décadas, en forma de libro se me antoja otro viaje a la semilla. De tal modo el poema último, donde un hombre asaeteado por la nostalgia, desciende del tren en el apeadero de un pueblo ya para él fantasmagórico, no sabe a patético final sino a inicio de lo inanimado, entrada en el terreno atemporal del figurar poético, pago a la diferencia del ser sensible. Dicho espíritu recorre el cuaderno, así lo advierto: tres de los versos me otorgan la clave como lector:
Yo era una vez el mar y su balada.
Sí. Y el alba.
Hace tiempo.
(canción del mar)
Hace tiempo conozco al autor, no importa que se trastoque en el mar o la balada, que acepte o no las posturas a que lo someta la consecución de un texto (ardua tarea de estos días), su escritura me convence por encima de modismos o los patrones impuestos por premios y publicaciones. Ora en las formas clásicas, ora en verso blanco, ya en los poemas minimals, ya en los de aliento enfático hermoseados por el tono ético, incluso en los que pretenden descentrar la anécdota para tornarla motivante esencial y trascendente, Alpidio Alonso confirma la valía de sus cuotas líricas:
El viejito que vende
junto a la gran pared
los gallitos de alambre
y plumas de colores puede
-y esto es el colmo de la gloria-
depositar en nuestro corazón
las prendas de su ingenio
y hacernos creer, con todas las de la ley,
que en verdad asistimos
a la ceremonia de los soberanos.
(instantánea)
Quien oye del pájaro el grito,
huye del árbol rojo.
Del árbol rojo
sube a la nada el pájaro
por una escalera de sangre.
(Libro del viento)
Queda al lector confirmar o no la valía de este viaje a la raíz del árbol, tornarse partícipe de tan sincero acto escritural, asombrarse por su diversidad de tonos y formas, para nada desestabilizadora del todo pretendido. El autor, conciente de la despersonalización a que nos somete el acto creativo, de las muchas pérdidas que provoca en el ser, de cierta forma agradecerá nuestra condición de escrutadores, nuestra mirada alerta:
Debo mis alegrías a ese reto.
Si lo encuentro, rendida mi tarea,
habrá empezado entonces el olvido.
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NO SON DE LA INTEMPERIE
No son de la intemperie estos lugares
cuya frialdad nos sobrecoge tanto
y nos zambulle el rostro en el espanto
de no reconocernos en los mares
turbios de eternidad; que en altos lares
va el hombre de su senda recorriendo
los días escogidos, ya venciendo,
ya por los días de su amor vencido,
roto de luz y asombro, inadvertido
el ser que sin remedio ha sido siendo.
Uno anda así de solo con mil puertas
por arenales de verdad y olvido,
bocacalles del hambre; ajeno al ruido
de tus pasos que avanzan por inciertas
escalas que vencer en las abiertas
intemperies; y no es ni la marisma,
ni el viento simulando que se abisma
en las márgenes sordas, sino el juego
de la nada y los sueños, el trasiego
del hombre y su ilusión: la vida misma.
INSTANTÁNEA
El viejito que vende
junto a la gran pared
los gallitos de alambre
y plumas de colores puede
-y esto es el colmo de la gloria-
depositar en nuestro corazón
las prendas de su ingenio
y hacernos creer, con todas las de la ley,
que de verdad asistimos
a la ceremonia de los soberanos.
Y sin que la sangre corra realmente,
ni la bulla ensordezca,
ni el canto del que triunfa nos despierte
él sabe, vean qué suerte,
con qué humildad
llenarnos de ira,
de altivez,
de soberbia las manos.
II
Yo soy el que en la tarde ve los trenes
pasar hacia algún sitio del misterio,
y dice adiós, atolondrado y serio,
desde su soledad en los andenes.
Uno que, dónde va o dónde viene
no sabe, solo allí en su mudo imperio,
y a perpetuar su propio cautiverio
de amor y ruinas, su dolor se aviene.
Reconozco en mi facha al extraviado,
al pequeño de rostro descuidado
que, en lo oscuro, de un puesto sale en pos.
De los trenes que van hacia el ocaso
soy el mismo viajero a quien, acaso
sorprendido, una tarde, digo adiós.
Yo soy el buscaluz, el buendemonio,
el malparido de las soledades,
el rey Juan Carlos de mis potestades
cuando a oscuras me nombro y ceremonio.
Yo soy el buscaluz, y no me pongan
en lo oscuro a morir como un traidor:
soy toda la penumbra que me impongan;
resulta mi dolor de tu dolor.
Yo soy el buscaluz, y esa es mi brega.
Soy todas las miserias que proclamo.
Soy un hombre en la cruz, el que reniega
de todos y de todo, de sí mismo.
Cuando en la sombra estoy, por luces clamo;
cuando alcanzo la luz, soy el abismo.
X
La estrella es la estrella, pero el guijarro es mío.
Dulce María Loynaz
Menos mío el guijarro que la estrella
aunque humillarme pueda con su lumbre,
inasible en su trono de alta cumbre
que, siendo mía, es mía y es aquella.
Menos mío el guijarro cuando sella
mi ambición con su polvo en la costumbre.
Una pobre nostalgia el pobre herrumbre
que al alma no pregunta ni destella.
Tocado, desearlo sería en vano:
lo que al tacto una vez rindió su orilla
pronto estuvo a perderse por cercano.
Más que el polvo, la luz es de mi mano.
Ganada fue por mí la maravilla
de quien, por huella, nos dejó su arcano.
Canta, verso, a la que un día,
estela en mi despertar,
ya no estuvo, y su no estar,
hizo tu melancolía;
y pueda tu melodía
-y digo mi mala fortuna-
arrullarla por la bruna
vastedad de mi quimera
donde, si está, no me espera;
donde, si es otra es ninguna.
INVIERNO Y CARTAS
Vienen noticias del atroz invierno.
Eliseo Diego
que no responde el vacío;
este invierno y todo el brío
de ir deshaciendo mis puntas;
este invierno en que me apuntas
directo a la soledad,
no se me quita la edad
de, a veces, morirme en serio
y darme a ese otro misterio
mayor de tu frialdad.
Este invierno en que me sales
como un muerto, va y te olvido,
va y te confundo el vestido,
va y te rompo en los cristales;
va y en el sueño te iguales
a una estrellita en la cumbre,
y en esa mala costumbre
de que me ilumines todo,
cuando tu estrella no alumbre.
Este invierno la ciudad
como ahorcada en la ventana
tiene otro rostro. Lejana
o dueña de la tempestad,
nos cuesta una soledad
que da miedo tu extravío.
Y temo que –al desafío
de que no has venido a vernos-
sin hallar donde escondernos
no haya quien soporte el frío.
Entristecen las noticias
que de ti trae el invierno
como a lo lejos el cuerno
y su música. Caricias
que en nada son delicias
que estábamos esperando.
Cartas nos siguen llegando
de un noviembre que perdura
que hasta su nombre augura
la estación por donde ando.
Este invierno donde faltas
o donde has aparecido
-y donde no sé si te olvido
o alguna estación más alta
es el frío del que saltas
para llegarme hasta el fondo-
voy a ponerte bien hondo,
profunda en mi soledad,
porque con tanta frialdad
no respondo, no respondo.
CANCIÓN DEL MAR
Yo era una vez el mar y su balada.
Fueron en mí
su triste monumento
incendiado de algas y rescoldos;
merecido mis ojos al sediento
que hay en su cólera,
y la reunida
sal que inunda de náufragos mis gestos.
Yo era el mar,
y los barcos, y la línea
del horizonte;
atalayas y vientos,
pobres casas en la humanada orilla
eran míos,
y míos también los muertos.
Yo era una vez el mar y su balada.
Sí. Y el alba.
Hace tiempo.
Un día habrá
en que baje del tren,
y no haya nadie esperándome.
La calle vacía hasta la estación,
las casas a ambos lados,
sin nadie parado en el poste de luz
donde, aunque no se vea –lo sé-
siempre está esperando mi madre.
Ningún niño
corriendo a saludarme,
gritando mi nombre,
mientras a mi espalda
el ruido del tren
se va
alejando.
Ese día habré empezado a envejecer.
Ese día
Que, entre mis cosas siempre,
Pareceré un extraño.
Poemas tomados de la antología de su obra, Tardos soles que miro.
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Alpidio Alonso Grau
(Dalia, Venegas, Santi Spíritus, 1963).
Ingeniero eléctrico. Poeta, editor y crítico. Es miembro de la UNEAC. Ha publicado los poemarios: La casa es como un árbol (1995), Alucinaciones en el jardín de Ana (1995), El árbol en los ojos (1998) y Ciudades del viento (2000). Poemas suyos se incluyen en diversas antologías de poesía cubana. Ha colaborado en prestigiosas publicaciones de Cuba, España, México y Honduras. Ha dirigido proyectos de promoción cultural como la editorial Sed de Belleza y a revista Dédalo, además de fundar hojas literarias y espacios radiales dedicados a la literatura.
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Para leer más sobre el poeta aquí:
Alpidio sigue siendo uno de mis poetas favoritos. Fuimos buenos amigos por aquellos años de la primera mitad de los 90. Recuerdo "La casa como un árbol", cuaderno que lamentablemente no conservo. Era un libro que parecía que fue escrito en el exilio. Gracias, J. C., por traerlo a tus páginas... con tu permiso lo seguiré promocionando por los lugares que puedo. Un abrazo.
ResponderEliminarAlucinaciones en ele jardín de Ana sigue siendo uno de mis libros de cabecera, quizás para seguir teniéndolo como decías en el lado puro de mi corazón, un abrazo, sonia
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