Fue en el Hotel Ambos Mundos, en La Habana Vieja, donde junto a Jorge Luís Arzola, (creo recién estrenado de su inmerecida mano de palos), que no acabó con su belleza en bondad y fabulación; fue en esos mundos casi al lado de la habitación donde Hemingway, según reza una placa, se hospedó, y cuando ese Hotel era una mole con peligro de derrumbe, donde escuché por vez primera a Gumersindo Pacheco, (en aquel entonces era un guajirito bien plantao, y todavía le queda pinta) donde lo escuché conversar sobre sus proyectos de vida y personajes de su obra narrativa, que sin necesidad de parafrasear el título original de una de sus novelas, no me pareció desde entonces que ni él ni su personaje adolescente de María Virginia estuvieran en la luna de valencia, más bien con los pies puestos donde sustancia, perfil de sus personajes, bien delineados, daban tela por donde darle respiro -que no caricatura-, capaces de sostener ese mundo tan fantasioso pero tan rico que suele ser el universo de la mayoría de los adolescentes en una etapa difícil y que sin necedad siempre tiende a ser bella, aún cuando su autor concibió el abarcador proyecto de parirlo por aquellos días cercados (o cercanos) de período especial y en un país del tercer mundo.
Pero si bien no puedo caer en la mariconería, ni por recuerdo, de decir que me enamoré de la pinta del Gume, si estoy claro que me quedé en Babia como en la luna de valencia y todo incluído por su originalidad, o más bien incorporado a la belleza con la que necesita el lector, al mirarse ante la fluidez de su narración; que cuando Gumersindo lee, él adopta cada uno de los personajes, uno le puede mirar a la frente, a los ojos y verle sus rasgos, (los de los personajes) y eso que en la lectura se pierde un poco, lo que en otra, de cara a sus libros, te abarca y no pierdes nada, al contrario, sumas y ganas cada detalle significante que te incorpora a ese cuerpo de trama con la que él, Gumersindo, a dispuesto para que no pares hasta la página final.
Pero si bien no puedo caer en la mariconería, ni por recuerdo, de decir que me enamoré de la pinta del Gume, si estoy claro que me quedé en Babia como en la luna de valencia y todo incluído por su originalidad, o más bien incorporado a la belleza con la que necesita el lector, al mirarse ante la fluidez de su narración; que cuando Gumersindo lee, él adopta cada uno de los personajes, uno le puede mirar a la frente, a los ojos y verle sus rasgos, (los de los personajes) y eso que en la lectura se pierde un poco, lo que en otra, de cara a sus libros, te abarca y no pierdes nada, al contrario, sumas y ganas cada detalle significante que te incorpora a ese cuerpo de trama con la que él, Gumersindo, a dispuesto para que no pares hasta la página final.
Resulta que de está novela de título Maria Virginia y yo en la Luna de Valencia que luego fue editada en Colombia bajo el título de Maria Virginia mi amor por el Sello Editorial Norma, y hace poco en la editorial cubana, Gente Nueva, resulta que ese mundo alegórico de cierta edad principesca, (si juzgamos la edad donde más se sueña y se juega a ser héroe y conquistador de cuanta idea o batalla se nos ocurra), pero resulta o resultante es que al leer lo que este hombre noble y siempre afable nos da de soporte, de alimento para esa edad, se convierte como esas respuestas inauditas de los adolescentes, en una lectura que se hace y está para nuestra edad, la de vosotros, la de ellos, ellas, acullá y acá también, les aseguro sin líneas que delimiten una frontera cultural, porque, y también le aseguro, que ud no necesita ser adolescente para ser conquistado por los personajes del Gume, quien construye con finura de buen carpintero, y siempre desde que uno comienza en la primera oración queda auscultado de esa magia que como una medicina para el alma, uno no bebe a sorbos, sino que va como sus personajes, dispuestos al conflicto, aunque el mundo con cielos, galaxias, astros y el copón divino se te venga encima, porque una vez que conoces lo que Gumersindo Pacheco escribe, te haces adicto, con la soberana diferencia que es una adición de altura.
Juan Carlos Recio/NY/22 de febrero del 2010
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Dibujo de Zaida del Río (Signos número 37, 1989)
MARÍA VIRGINIA MI AMOR
CUATRO
CUATRO
Al fin Cobarde decidió esperarme en el patio, y ya en el aula me dispuse a buscar a la muchacha nueva, mientras la gorda pasaba la lista y yo iba escuchando a ver cómo se llamaba. Sin embargo primero tomé asiento, y me aseguré de no tener nada encima que pudiera caérseme. Cuando di con ella, se me cayeron los párpados y un empaste medio flojo (los empastes medio flojos siempre están locos por caerse). Luego me sobrepuse y comencé a voltearme lentamente, bien concentrado, con la vista fija y una cara de tipo más fenomenal que Billy el niño. Pero no tuve tiempo ni de pensar. Ella disparó primero, y de una sola mirada me tumbó los párpados y el revólver, al mismo tiempo que la profe decía María Virginia, y antes de que ella dijera presente supe que era su nombre porque se fueron al diablo los libros de Tom y Huck. Y cuando me incliné a recogerlos, se me cayó el pupitre junto a los libros. Y cuando fui a levantar el pupitre un poco turbado, me caí yo junto al pupitre y los libros, y me puse más rojo que el triángulo de la bandera.
—A ver, Ricardo, déme acá esos libros —dijo la profe de lo más insinuante, incolora e insípida—. Tal parece que estás muy nervioso.
Imagínate. Decir eso después de haber dicho María Virginia. Ella lo hizo para que me diera más nerviosismo estar nervioso; pero rápidamente me puse a pensar en Helena de Troya y me calmé los nervios. (Cuando yo quiero olvidar algo, o calmarme los nervios o excitármelos, me pongo a pensar en Helena de Troya). Luego me sujeté el párpado derecho, y me volví hacia María Virginia, bien decidido, pensando en su voz tan especial, tan como si nada que parecía ser la mismísima Helena. Cuando me vio, me aguanté más fuerte aún el párpado derecho, pero se me cerró el izquierdo. Por lo que en lugar de ser el príncipe Paris, debí parecer un maldito pirata del Caribe, rayos y truenos, y no le agradó en nada esa expresión. El pirata vio que hizo un gesto de molestia. El gesto fue lindo, pero estaba tan fea en sentido general, que el viejo marino, acostumbrado y todo a la rudeza y a los rigores y avatares de la vida, no pudo seguir mirándola y cerró el ojo al tiempo que la gente aseguraba que debía darnos vergüenza a estas alturas no saber distinguir un sustantivo de un adjetivo, que aquéllos nombraban, y éstos ca-li-fi-can. Y ya nunca olvidaré que los profesores son unos dichosos adjetivos que se pasan la vida calificando, dándole regular a los regulares, bien a los buenos y mal a los malos. Aunque si somos regulares, buenos y malos, ya estamos calificados.
La profe siguió con su perorata. Y cuando nos pusimos indisciplinados— porque como somos el grupo más indisciplinado del mundo, siempre ocurre que nos ponemos indisciplinados—, la gorda se enardeció tanto que de un tirón se quitó los espejuelos. Y ella, que sin espejuelos no se fija bien en lo que dice, nos dedicó cuatro verbos consecutivos. Y no conforme con eso nos soltó cuatro gerundios, cuatro artículos, cuatro participios, nueve preposiciones, y como dieciocho adjetivos y predicados y formas gramaticales. El copón divino no lo dijo porque la pobre no habla en lenguaje figurado, sino más bien en lenguaje desfigurado, incoloro e insípido. Y cuando ella se impulsa de esa manera, casi siempre sucede el timbre, que es lo único que nos salva.
Así que sonó el timbre, altísimo, en medio de dos infinitivos, y entró la Hipotenusa con sus cálculos y triángulos rectángulos. Fue Silvio quien le puso ese nombrete. Y a los jimaguas le puso Catetos. Y ahora se cumple bien el teorema de Pitágoras porque la profe al cuadrado es igual a la suma al cuadrado de los jimaguas. Este Silvio tiene gracia para los nombretes. Ésa es otra de las buenas cosas que se ha inventado: los nombretes. La vida sin nombretes sería demasiado solemne. Un día Mariano trataba de meter cabeza en la cola de la merienda, cuando Silvio le dijo, dándole un empujoncito: ¡Échate para allá, Jesusón! Para qué fue aquello. Casi nos morimos de la risa, que es la manera más cómica que hay de morirse. A nadie le importó lo que quería decir esa palabra, pero miramos a Mariano y nos dimos cuenta que era eso mismo: un Jesusón. Los nombretes son así: regionalistas. Fíjate, que él también se dio cuenta que lo habían retratado, y la cosa se puso tan fea, que tuvimos que intervenir. Por poco se arma la gorda. Desde entonces Mariano y Silvio no se hablan. Y aunque nadie lo dice delante de él, el Jesusón no se lo quita ni quedándose tuerto: le dirían Jesusón el tuerto, o el tuerto de Jesusón. A Silvio por su parte le dicen nada menos que Trompetilla, que es el nombrete más sonoro que hay, y que él mismo se buscó la vez que nos juntamos cuatro o cinco a ver cuál era el más mal malhablado que decía la más mala mala palabra. Imagínate. Se formó tremenda discusión por el primer lugar. Mariano Jesusón sostenía que era suyo porque Pinga no solamente era la mala palabra más usada, sino también la que primero acudía a la memoria. Pero Ferna no estuvo de acuerdo ya que era una palabra femenina. Ella, la pinga, era femenina. Jesusón se defendió alegando que también se le llamaba Pene, él, el Pene, que era bien masculino. Y ahí mismo perdió legal porque Pene no es una mala palabra, sino una palabra científica. A veces las palabras científicas y las malas palabras quieren decir lo mismo. En ese momento saltó Bemba para aprovecharse y declaró que había ganado él, que entonces había ganado él porque Cojones, los cojones, además de masculinos y de ser dos, uno más uno, eran una mala palabra encojonada, pero Mariano Jesusón que ya estaba irritado, le dijo que ni pinga, que en definitiva Cojones no era una mala palabra tan mala sino más bien dos bolitas ahí forradas de pellejo, en cuyos ocultos laberintos se fabricaban los espermatozoides, que daban lugar a una vida, a los hijos del alma.
Yo me callé la boca y no dije el nombre de unos pelitos ahí, que tampoco podían aspirar al primer premio. Nadie dijo malas palabras con los órganos de la mujer porque como somos machistas-leninistas, sabíamos que estaban descalificadas. Y también, porque —de haberla conocido— a mí me hubiera dado una lástima de madre pensar en María Virginia, tan flaquita y tan sincera, con tantas malas palabras en su cuerpo; pensar que por muy bien que se vistiera la pobre, y mucho perfume que se untara, me hubiera dado lástima pensar que llevara en su cuerpo unas cuantas malas palabras de las cuales no tenía la más mínima culpa.
De modo que nos pusimos a buscar otras candidatas, y oye, cuando parecía que ya no quedaba ninguna, y todo el mundo estábamos en primer lugar, saltó Silvio con su Trompetilla y se llevó el premio. Sin embargo se ganó también el nombrete, el más ruidoso de los nombretes…
La Hipo seguía con su clase de monomios y binomios y polinomios y cuarenta mil nomios. Tú la ves siempre con el luego entonces: si a y b son no sé cuánto, luego entonces no sé qué. Si el lado ab es paralelo al cd, y éste a su vez es perpendicular al lado opuesto y suplementario de la bisectriz del ángulo y la base del pentágono irregular y el copón divino, luego entonces…
Si mi abuela tuviera ruedas y catalina y manubrio y sillín y cadena, y si además no estuviera ponchada, ni bajita de aire, luego entonces yo no vendría a pie e la escuela.
Al fin terminó el turno mientras la mitad del grupo estábamos dormidos, luego entonces cabeceando, o mirando ese otro mundo que está más allá de las persianas.
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Sindo Pacheco (Cabaiguán, Cuba, 1956) Premio El Caimán Barbudo (1990). Ha publicado Oficio de Hormigas (cuentos, 1990) Premio Abril; y las novelas Esos Muchachos y María Virginia está de Vacaciones. Esta última recibió el Premio latinoamericano Casa de las Américas, el premio anual La Rosa Blanca que concede la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y el Premio de la Crítica a las mejores obras publicadas en Cuba durante 1994.
En 1995 recibió el premio Bustar Viejo, de Madrid, España, por su cuento Legalidad Post Mortem.
Cuentos suyos han aparecido en las antologías “Cuentos de la Remota Novedad”, “Los muchachos se divierten”, “Diana”, “Fábulas de ángeles”, “Antología del cuento espirituano”, “Punto de partida”, y en diferentes revistas como Bohemia, El Caimán Bardudo, Letras Cubanas, Casa de las Américas, entre otras. Textos suyos han sido publicados en México, Rusia, Venezuela, Argentina y España. En 1998 la Editorial Norma, Colombia, publicó su novela juvenil María Virginia, mi amor (finalista del Premio Norma-Fundalectura); y en el 2001, su novela Las raíces del tamarindo, fue finalista del Premio EDEBÉ, y publicada por dicha editorial en Barcelona. En el 2003 la Editorial Plaza Mayor, de Puerto Rico reeditó María Virginia está de vacaciones. En el 2009 salió Mañana es Navidad por la editorial Iduna de Miami, y María Virginia mi amor por Gente Nueva, La Habana.
Actualmente reside en Miami, Estados Unidos.
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Juan Carlos, tengo pendiente leer esta novela del gran Gume, quien ya en la placenta escribía, de eso no hay dudas: Merece el guajiro bien "plantao" más difusión... Pero todo esto es cuestión de suerte y talento, que de esto le sobra el hijo ilustre de Cabaiguán.
ResponderEliminarMuy merecida tu introducción.
Gracias.
Félix Luis Viera
Dios mío¡, como quiero a ese guajiro, como quiero lo que escribe, nunca se como devolverle lo que me ha dado ser su amiga.
ResponderEliminarSonia Diaz
Gracias por tus palabra, Félix, no tan merecidad pero sí sentidas. No todo el mundo tiene un maestro como tú al alcance de la mano, gracias.
ResponderEliminarSonia: siempre me diste más que yo a ti, cuando te sacabas, (te sacas) esas maravillas de tu frente. Te quiero como tú.
Gracias a ti, Juan Carlos por tan bonita crónica.
Gume