Prólogo: Ernesto Pérez Chang.
Dibujo en la superficie del agua
Las palabras de ciertos hombres
son los propios sonidos
del lugar que habitan...
Wallace Steven.
Ahora me acerco a un patio interior, y puede ser que más allá encuentre el bosque o el páramo o el jardín vacío: sólo piedras cordenadas y figuras en la niebla. También la casa. A ratos un remolino de hojas secas simula una presencia, a ratos un pájaro vuela (o simula volar), una nube se desploma, una piedra cae y se esparce en la bruma. Allá, o aquí, el mar: Arcanias y Cnosos _como el New Hamspshire de Carl Sandburg: obsesiones, sueños..._, luces, acantilados, cuerpos desnudos bañados con aceite y Rita Doove.
Así es el verso de José Félix León: tras la imagen suave, la palabra que irrumpe y quiebra. Puede ser el ámbar o los hospitales; las naves y los héroes hundidos en Salamina y devorados por las algas verdes o un hexámetro de Teognis confundido con unas tardes imaginadas en Mallorca, Atenas y Bizancio; es un duelo a muerte (la muchacha o el muchacho frente al toro, tal vez en Creta), -mejor recito un verso de Paul Celan-, <<la danza de dos palabras hechas de otoño, de seda y nada>> , junto a aquellas otras <<secas y sin jinete>> como susurra un poema de Sylvia Plath.
A diferencia de Demencia del hijo y Donde espera la trampa que un día pisó el ciervo, aquí la suavidad es mayor y el discurso es breve: anotaciones hechas a pincel, dibujadas en la superficie del agua; parpadeos de una mente que mezcla las historias y las diluye en un tiempo pendular. Pero otra vez la penumbra, y el viaje desde la inmovilidad de un sujeto insatisfecho, el viaje del inmóvil hecho desde la inmensidad donde soñamos quizá acunado por la soledad de un baile, el bienestar de una flauta o por una canción de Forsell, o e. e. cummings, los más hermosos pretendientes: <<el gran sonido sombrío profundo/ de la lluvia y de siempre, y de nadie, y en blanco/ !qué dulce acogedora oscuridad>>
Evocaciones, fantasmas. Aire que corre entre los árboles del bosque, entre los poemas. Crecen lianas y las teje el poeta como persistentes asociaciones; el tiempo parece una espesa mancha de miel que gotea de hoja en hoja y de rama en rama y es la soledad más el deleite frente a un mar como una vez al niño Salvatore Quasimodo o al desesperado William Carlos williams: <<No hay luz...Estoy solo>>
Ahora dejo el patio interior. Contra los escudos, las espadas, las grebas y los mármoles antiguos crecen las hierbas que el poeta aparta con el verso(<<...como lágrimas, como el agua que lucha por restaurar el espejo sobre la roca>> Sylvia Plath). Detrás queda el bosque o el páramo. <<desde el demo de Acarnias busco la ciudad>> -también entre las dunas que se evaporan a lo lejos y que recuerdan el cuerpo del hermano de Antígona- y hallo el laberinto, y otra vez Creta, el mar, las luces y nuevas figuras en la niebla.
La violencia
Entre las fresas verdes hubo mar.
Entre mi mano y alguna superficie
fluyeron otras aguas,
monedas recorriendo el espacio
que separa tu vida de otra vida.
La rada de Falero era pequeña sobre el mapa.
La primavera del 480 nunca existió,
los persas no cruzaron estos valles.
No conozco los hierros ni el amor,
algas sobre el asfalto que bordea
unas briznas de hierba y sendero.
Apenas esa sombra en rediles sucesivos
sobre escombros de mármol
y láminas que nunca volveré a mirar.
La violencia no existe.
Su expresión son unas flores congeladas
o el viento de abril en Salamina
o un hexámetro perdido de Teognis
donde cantaba a las fresas y a la mar.
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4
(Invierno entre los toldos)
Los vagoneros descargan vagones amarillos:
Oíl Company, sueño de felicidad
sobre la línea oscura
que ha cubierto la hierba quemada por la seca.
Como este andén estaba solo una tarde en La
Habana.
Mis manos son las mismas. Los pasajeros
arrastran pesados equipajes,
jaulas con pájaros dormidos
y entre sueños vuelvo a ver al ángel de la consu-
mación.
Estación en invierno.
Mi vecino come una salchicha de París
y habla de Paul Celan.
Soy un personaje de Lowry: la ilusión
es tan perfecta que los turistas lloran.
Veré pasar la espesa
la demorada luz que hilaba en mí
mis posesiones todas con cada aparición:
la luna, el tonto, esperé que esos labios
nombraron otra ruina,
no la ciudad, la mar, los barcos
que entrarían o saldrían tal vez de nuestra vida.
Luego he buscado el fin
o los días en que la dulce calma
petrifica las ramas..
Mi rostro en el follaje
queriendo convencer del odio o de la dejación.
Pez. Pájaro. Ceniza.
La podrida estación arde en mi mano.
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7
<<Bebo láudano.
En la agonía del gimnasio,
ahogado en el vapor que deja nubes tibias en el aire,
bebo láudano.
Hoy impera la frugalidad.
Son frugales las comidas
y los vinos se escancian en brevísimos vasos.
La ropa es ligera, las telas
cada vez más delicadas.
El aceite impregna cuerpos.
El aceite impregna cuerpos.
El roce de la seda contra el mármol.
Los hombros se distienden,
las manos sujetando un par de astas.
Hay un estanque donde me sumergo,
me sumerjo en un estanque y bebo láudano.
En el norte la guerra,
en las cárceles del sur la peste ha devastado.
A mi alrededor hay competencias:
caen las vestiduras y el sándalo arde.
Pero no presto atención.
Me sumerjo en un estanque y bebo láudano.>>
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Poemas y prólogo, tomados del libro Patio interior con bosque, de José Félix León, (Pinar del río, 1971). Ha publicado los poemarios Demencia del hijo en las Ediciones Loynaz, 1996 y Donde espera la trampa que un día pisó el ciervo, en la colección Calendario de Ediciones Abril, 1997. poemas suyos aparecen en revistas literarias y antologías de la más reciente poesía cubana.
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Recuerdo la primera vez que encontré este patio interior con bosque, entre libros de uso en la librería de 25 y o, muy cerca, al lado de la casa en que Luis Cernuda, ese otro amante de las ruinas y de la belleza, vivió en La Habana. Guardo ese ejemplar entre los libros que tengo en Cuba.
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