Sin que entendiera cómo, tenía la sensación de vivir en un sopor que me arrinconaba, por culpa de la voz en susurro de un desconocido, alguien con la capacidad de simular otra presencia muy distinta, a la de ese timbre falso de vigorosa flor del vencí, y para colmo, dejaba caer la célebre frase: Antes que el gallo cante tres veces, me habrás traicionado. Como si se tratara de una especie de retroalimentación natural, desperté de ese sopor convaleciente y con certeza, de gallo que canta, alto y claro, me dije: Cuál traición?, si no pertenecí nunca y no pertenezco a sindicato alguno, ni siquiera al del guajiro poeta desconocido en los potreros de la capital del mundo, además de ser sin sonrojo una persona tradicional aunque se vista de marca Daaf’y,( tienda de ropa que no repite mucho sus diseños), pero que no me hace en ello el portador de una originalidad dispuesta a romper con ese deseo constante de preservar su concepto de validez intelectual ante posteridad alguna, y mucho menos basado no en el ego del buen o mal verso, sino: aquellos que me recuerden, lo hagan por toda la entrega sin dobleces que puse en la cercanía de sus vidas, un poco de lo que soy sin que tampoco me avergüence. Sin contradecir ni un tramo, aquellos versos que hace mucho me acompañan: Todas las cosas que de mí se cuentan, son inventadas, y sin casualidad me pertenecen.
Para entonces, parado frente a los estantes de libros, recordaba el poema sobre una niña que tenía un juego muy sencillo de esconderse en una caja de agua. Y, como si la rotura de mi computadora, tan desobediente, de pronto improvisara también una negación a ser partícipe de alguna forma de esconderme de mí mismo, o vaya Ud. a saber qué tipo de delirio o acertijo. Lo cierto es que puse mi empeñó en encontrar el libro de Liudmila Quincoces, Plaza de Jesús; (editorial Letras cubanas 2005), donde aparece este poema de su autoría, el de la muchacha que conocí en alguna reunión de colegas hace muchos años en algún sitio de Santa Clara que no preciso, y donde su voz de hermoso timbre, junto a su manera agradable de transmitir lo que siente, como la pieza única de un cuerpo armónico que posee en su proyección, una presencia real que nunca desde su naturaleza se le separa. Sin necesidad de adivinar, aquella vez, tuve la certeza de que esa armonía era tan coherente a su personalidad como el campanario de una de las iglesias principales de la villa de Santi Spíritus donde reside. Luego cuando escuché sus poemas leídos igual a como conversaba, la adiviné en esas lecturas de la Misa del domingo, y como asociación, a una religiosidad que se acentuaba a plenitud en sus escritos. Lo que pude descubrir después, es que nada de esto la prejuiciaba en el relacionarse con un entorno de ciudad que ha cerrado sus puertas a la plaza, abatida en esa precariedad donde el látigo del cochero y sus calles estrechas, muchas veces le daban el aspecto de una ruidosa costumbre aterida al mundanal ruido pero hermosa como una tristeza antigua. Supe que sabía llevar su vocación a todas partes (y en mi interés por su poesía), no fue difícil que domara a mi instinto de lector agudo, que encontró y encuentra, influencia a la hora de admirar la lucidez con la que demuestra no estropearse con el entorno por muy adverso que sea, y como nos incorpora a la idea de la coexistencia tan cercana en contextos generacionales en nuestro caso y a la hora de cargar la cuota de cruz que heredamos al nacer y bajo la mirada escrutadora de la conciencia espiritual, de lo que ha sido tocado por la fuerza divina como esos arcos de los portales techados que cubren los misterios de la piedra y la madera, en una Villa. Supe, además, en ella transcurre su poética por la fuerza con la que su voz respira fuera de toda moda de aparentar una inspiración que no sea la mirada que salva y puede dar vida, por ejemplo, a una fotografía sin rostro de alrededor de 1947.
En su discurso observo como reitera el describir las cosas cotidianas desde otro prisma menos improvisado y menos fatal, y en ello condensa lo solemne o filosófico de esas lecturas y experiencias ante el tema del Cristo que regresa y de una relectura muy bien aprovechada de la biblia, sin irse a extremos que desafinen o apresure desde el lenguaje conciso con el cual logra no se nos haga una retórica de simpleza ante la experiencia del creyente, y tampoco desempeñe una estrategia de mostrarnos el camino de la luz, sujeta a una obediencia sincronizada en el deseo de representarse como ángel.
Ahora en mi relectura de su libro Plaza de Jesús, reafirmo la esencia de esta poética, que es un constante peregrinar de la conciencia, por las calles de su villa, Conciencia y retrato que se ha incorporado desde la madurez previsora que la poeta asume, al sentirse provocada en el reflejo de una sensibilidad que sabe: “ todo esto era polvo, simple polvo antes de mi llegada/ yo he levantado el huerto, como una tristeza antigua/ en medio del pecho he sembrado mi casa/ en esta tierra ajena que será mi tierra, la de mis hijos./ Que dibujé con mis manos que bautizaré con mi nombre”. (de su poema: La fundación).
El tema religioso define mucho en el libro, pero tiene la gracia de lograrlo en el ámbito donde se sostiene la profundidad de su alma, nunca desde el roce por puro placer lirico. Luidmila usa muy bien las armas de su fe y la transparencia de una forma constructiva del verso que cuando canta es melodiosa, porque sus ojos ven lo que otros rasgan en sus oscuridades y nos permite en esa especie de contexto confesionario, quedarnos sin escudar la presencia de Dios, y la sabia de un paso atemporal en los temas tratados con elegancia.
Hay mucho acierto, en la contraportada desde donde nos advierten, que la poeta, y cito: Bajo la advocación del poeta griego Constantino Kavafis (“no hallaras otra tierra ni otro mar./ La ciudad ira en ti siempre”) escribe una hermosa crónica lirica de Santi Spíritus.
Y como este reencuentro en mi biblioteca me ha despertado el deseo espiritual de nombrarla, les dejo sentada no en el polvo de alguna posteridad escrita por ego, sino en esa parte que no olvide su ciudad antigua y por coherencia donde se repite como la geografía de Cuba, las corrientes de aire de un ser humano que sin divinizar su estatura de poeta, ya hace rato se nos muestra visible a esa paz donde su voz y su caudal van unidas.
Juan C Recio.
ALQUIEN HA CERRADO LAS VENTANAS DE LA PLAZA
Hay una plaza inmensa allá afuera.
Me separan de ella las ventanas,
la madera antigua con que fueron hechos los postigos.
Ya no veo la plaza, ahora la imagino.
Ahora sé por qué ha resistido tantos años.
Está hecha de nada,
de recuerdos que le dan forma.
Y uno puede quitar las rejas, las estatuas,
quitar la plaza. Caminar sobre la tierra espesa.
Mirar la iglesia, la torre, el campanario,
sentir el ruido del bronce que ahuyenta las palomas.
Mirar la plaza de lejos sobre el puente,
regresar luego a los arcos, a los portales.
Regresar a esas ruinas que aún no fueron fundadas,
Regresar a uno mismo.
Y abrir los ojos, las ventanas,
caminar luego por la plaza.
Palparla talcomo es, volver a hacerla,
morirse de viejo,
fundarla.
INTERPRETACIONES DE LA LUZ EN LA INMOVILIDAD
Todas las cosas están en su sitio.
Los libros esperan el momento de ser abiertos,
la luz entra apenas por esos cristales a medio dibujar.
Los perros me miran con sus ojos mansos,
saludan a un ser inexistente.
Las luces de la ciudad han sido apagadas.
Todo es silencio,
toda mi soledad es armoniosa.
Escucho los acordes de tu voz,
muevo una silla y me siento a contemplar el patio,
donde crecen las hojas en vano.
Solo el viento me calma y me atormenta.
Nadie advierte mi rostro deforme en el espejo.
CAJA DE AGUA
Íbamos a la casa de unas costureras,
me sorprendía la penumbra de la sala,
los adornos de una gastada porcelana,
los tesoros de aquellas pobres damas.
Nunca las llamaba por su nombre,
era como deshacer el milagro,
yo no estaba.
Recuerdo un tocador inmenso
con sus piezas de mármol,
una cocina, y un lavabo preso en la madera,
como una fuente muerta.
Lo más sorprendente era la caja de agua
Con su piedra blanca y la tinaja misteriosa.
¿Dónde estará la niña?, preguntaban las costureras.
Mi juego era simple, entraba en aquel mueble,
mi cuerpo se ajustaba a la madera,
era la misma sensación de estar en un cofre.
Durante toda la tarde me escondía,
casi sin respirar, para que no me encontraran,
sepultada, en la caja de agua.
Fotografía
La foto seguramente tenía una dedicatoria,
Pero alguien la pegó al álbum familiar.
Mejor así,
algunos rostros no se definen,
aunque la atmósfera que rodea al momento
permanece.
Puede verse el largo mantel,
y los platos abandonados después del almuerzo.
Era un día de fiesta, seguramente domingo,
los invitados que estaban al fondo
se han levantado para posar y sonreír.
Los invitados que estaban al fondo
se han levantado,
salieron a la muerte.
Los demás no entendemos
los ojos encendidos, ni la belleza de la fiesta.
Es un instante como este
que seguramente también dormirá en el olvido.
SOMBRA DEL CONDENADO
Yo soy quién te habla del otro lado del sendero,
altivo caminante no me evites.
No cierres esos ojos que el miedo ha de anularte,
no dejes que se borren las huellas del dolor.
Hay un atardecer que no se acaba nunca,
y rostros en los sueños que no tienen vida.
Yo siempre estoy contigo,
no es el viento quien mueve las ramas en la noche.
Escúchame, te llamo desde el sitio más solo,
te llamo sin mi voz.
Soy el paso del ciego hacia el abismo inmenso,
y el reo que en silencio se fuga hacia la muerte.
No creas que te acoso, esto no es agonía.
Agonía es no tenerte dormido ni despierto,
sino siempre distante.
Haz un alto en tu absurdo camino,
susúrrame algo, una frase, una queja.
Yo soy tu voluntad,
Sin mí los cerros altos se tornan imposibles.
Desde que sé tu nombre lo escribo sobre el agua,
porque de agua es tu cuerpo
y tus ojos son agua.
Ese sol ya no me anuncia que has de regresar.
Noche tras noche te he librado de los grandes señores
que con faz tenebrosa tratan de separarnos.
El universo es solo un circulo,
Una sutil serpiente que se muerde la cola.
Yo habría querido paz y no la tengo,
yo habría querido descansar y no hay reposo,
yo habría querido ser piedra y solo soy sombra
como tú has de serlo.
Pero tu belleza es tanta,
es tanta tu tristeza
que no puedo llevarte a lo oscuro conmigo.
En aquellos lugares donde la penumbra es luz
siniestras imágenes de lo que fue tu rostro
viven en el agua.
El tiempo no existe,
son dos metales el oro del día y el bronce de la noche
impresos en una misma moneda
que no para de rodar, no se detiene.
Atraviesa laberintos, paisajes difíciles,
atraviesa mi alma atravesada ya
y no llega nunca.
En los días que aquí suelen llamarse noches
he reconocido tu voz
que en silencio vibra, me condena.
Dame una mano tuya y líbrame del miedo.
Yo vivo en las sombras llévame a la luz,
a la intensa luz.
Ha venido a buscarte los Siervos del Maldito,
si en el último momento descubres mi presencia
sé que te habré salvado.
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DATOS DE LA POETA
Liudmila Quincoces Clavelo (Santi Spíritus, 1975) Poeta y narradora. Licenciada en Educación, en la especialidad de Español. Literatura. Textos suyos han sido incluidos en antologías naconales y extranjeras. PREMIO DE La ciudad de Santa Clara en 1994, Dador, 1996, Pinos nuevos 2001, Calendario 2002 y Nosside Caribe, 203. Ha publicado entre otros, los poemarios, Un libro raro, 1995, Los territorios de la muerte, 2001 y Poemas en el último sendero, 2002.
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