Sigfredo Ariel lee «Embargo y elegía» (en una noche perfecta de noviembre) a mi gran amigo Alexis Castañeda, que también escribió su poema por Doris de la Torre, «la cantante» Yo vi perderse a una generación... Damaris Calderón
Es una noche lluviosa en Santa Clara. Perfecta noche de noviembre. Sigfredo Ariel está en la ciudad. En su ciudad. Santa Clara lo vio partir a inicios de la década de los 80 del pasado siglo. La Habana lo vio llegar «desecho en menudos pedazos», como él narra en una de esas crónicas que habitan nuestra memoria. Muchas veces lo vi -siempre de lejos- en La Habana o Santa Clara, conversando con alguien, caminando de un lado a otro, escurridizo como un gato montés. Sus primeros poemas los leí gracias a aquel breve cuaderno que publicó Ediciones Sed de Belleza, allá por 1995. Luego vendrían otros libros, otros desencuentros. Hablábamos de él. Leíamos sus textos. Se recordaban anécdotas de cuando él...; o se decía: «Mañana llega Sigfredo Ariel para presentar Hotel Central». «La semana próxima vendrá Sigfredo...» Y allá íbamos: Alexis Castañeda, Edelmis Anoceto, Diego Gutiérrez, Alain Garrido, Leonardo García, y otros amigos, y otros trovadores, a escuchar a Sigfredo, a llevarnos a casa Manos de obra, Born in Santa Clara, Escrito en Playa Amarilla. A escuchar su voz de ritmo acompasado (que me perdone Sigfredo esta breve incursión en la teoría musical); su voz de tenues resonancias medievales. Tres poetas (cubanos) me han hecho vibrar mientras leen sus textos: Lina de Feria (es mejor estar muy lejos cuando ella lee su poema «Gala», para no quebrantarse, quiero decir); Teresa Melo (no sé si alguien ha tenido la suerte de escucharle entonar -pues para Teresa Melo la poesía es un Himno- «Los hermosos ahogados»); y Sigfredo Ariel.
En esa noche lluviosa, en Santa Clara, perfecta noche de noviembre, en el Café literario cuyas ventanas te dejan ver la cercanía de los árboles del Parque Vidal, Sigfredo Ariel leyó «Embargo y elegía»:
Abro la puerta de mi casa / está el bloqueo con un ojo cerrado y otro abierto está el bloqueo ante mí que no comprendo nada, que entiendo la mitad de esas noticias de África.
Sigfredo Ariel lee. Yo observo el rostro de Arístides Vega, y Arístides está en silencio. Observo a Noël Castillo, y Noël está en silencio. Observo a Juan Carlos Recio (recién llegado desde Nueva York, una ciudad tremenda), y Juan Carlos está en silencio. Los rostros de Aramís Castañeda, de Lidia Meriño, amigos y desconocidos, y observo sus silencios. Miro a Leonardo García (con su guitarra, muy cerca de mí), «ese poeta enorme (...) que tiene, además, la suerte de poder cantar y tocar la guitarra...», y Leonardo está en silencio. Nadie perturba a Sigfredo Ariel. Nadie perturba su poesía.
«Embargo y elegía» es de esos pocos textos que te abren a la mitad, que te hacen hurgar, una y otra vez en ese pasado y en este presente que nos corroe y nos ilumina por igual, a nosotros, los cubanos. Él nos advierte la paráfrasis de su título con «Nocturno y elegía», de Ballagas. Aquí y allá, palabras que ralentizan nuestro espacio nacional; sustantivos adjetivados que trazan, edifican, palpan nuestro Ser: «amor perdido», «cohetes rusos», «escuela interna», «trenes ominosos», «agua verdinegra», «madre patria», «vinos caseros», «música foránea», «pequeño patio», «destino luminoso».
«Comprendan» -lee Sigfredo. Nos mira unos segundos-. «Imaginen un país en medio del bloqueo (...) entrecierra los ojos di qué ves...»
Me atrevería a decir que la palabra «bloqueo», tan plena de circunstancias, denotaciones, connotaciones y otredades para Cuba, para su gente, tiene sus espacios propios: múltiples, diarios, cotidianos. Sigfredo logra ¡Oh, magia del poeta!, retribuirle a la palabra «bloqueo» una cercanía, una tristeza, un alma, una piedad, unos colores, una tessitura, que desconocíamos en la poesía cubana. Y es que, como bien aclara Antonio José Ponte:
Isla y canciones son (...) sus tigres y sus laberintos. Pero si es cierto que todos somos obsesos y reiterativos, no todos alcanzamos a justificarlo con una mitología. Sigfredo Ariel ha conseguido hacerse de una mitología propia. Su fuerza consiste en persistir en ella, en ensancharla. En «Embargo y elegía», Sigfredo mitologiza la palabra «bloqueo», la resemantiza, le agrega un cuerpo nuevo: manos y pies a la palabra «bloqueo»; corazón a la palabra «bloqueo»; adrenalina y cortisona a la palabra «bloqueo»:
Criatura nacida del bloqueo mira en tu pequeño patio cómo algo está naciendo sin dirección sin el gran peso de tus ojos sin permiso ni instrucciones ni destino luminoso una planta una persona un hijo / algo.
Esa noche perfecta de noviembre: noche lluviosa en Santa Clara, yo, que tantas veces vi a Sigfredo Ariel -a lo lejos-, conversando con alguien, caminando de un lado a otro, escurridizo como un gato montés, lo escuché leer «Embargo y elegía». Conversamos de temas tan profundos como la música cubana, y de temas tan vagos como la poesía: ¡como debe ser!, me aclaró Sigfredo. No sé si «se borrarán los nombres y las fechas / y nuestros desatinos».* Solo sé que persistirá su voz de tenues resonancias medievales: la voz de Sigfredo Ariel leyendo «Embargo y elegía», aquella noche -perfecta- de noviembre, mientras todos aplaudían, y algunos -creo recordar-, quedaron allí, tendidos: «sobre el extenso territorio del bloqueo...»
Geovannys Manso Santa Clara, 17 de noviembre de 2010.
La luz, bróder, la luz
Mirar caer la nieve en la oficina de registro cuando uno es la señal como un pañuelo, un sauce que huele a mar del trópico, un animal aislado.
Pudiera caer ahora mismo la nieve sobre los edificios en copos graves y pudiera morirme si me viera en una cerrazón que tumba la cabeza hasta las manos de los padres que esperan sentados en el parque y que no saben nada.
Un hombre quitaría con una vieja pala esta ceniza. Vagamente regresa a aquel lugar donde llovía detrás de la cabeza cuando tuvo otro nombre y una cicatriz en la barbilla y era hipócrita y humano como un pobre diablo.
Bebía en los circos de ocasión y tenía el bolsillo repleto de llaves inservibles y un temor absoluto a la soledad.
Seré yo mismo acaso si fuera tenedor de libros o fuera neerlandés y conociera la magia o si en el extremo de mi vida la nostalgia me pasmara las manos sobre el hielo.
Job pudo reposar sobre este caracol marino y las sabanas pudieran estar llenas de alfalfas o de termas brillantes o de casas de troncos.
Quiénes seríamos entonces/ calle abajo acaso compraríamos el periódico de la mañana cayéndonos de sueño y las mandarinas y el pan dulce.
Estos años románticos los querrán los hijos de los hijos y buscarán la letra en el registro, nuestros discos los papeles sucios.
Voy a morir sin ver la nieve qué hubiéramos adelantado bajo la nieve harinosa esa pequeña aventura de nuestra luz: el paso de un astro, la carrera de una estrella.
Estos días van a ser imaginados por los dioses y los adolescentes que pedirán estos días para ellos.
Y se borrarán los nombres y las fechas y nuestros desatinos y quedará la luz, bróder, la luz y no otra cosa.
NUESTROS LARES LUMINOSOS.
Oigo los mismos discos un año y otro año debajo del agua cruzo el parque voy y regreso a la frontera y hago amigos en el tren después de todo.
En el bar de la marinería respiro el vaho de los fumadores. Estoy contigo en el fondo de las jarras en el sucio tragaluz lleno de humo te abrazo como un soldado.
Tengo un hermano en las cisternas marinas hinco mi caballo, doy el tumbo a seguir buscando sitio.
Más allá se aduermen los enamorados con los dedos tejidos, más allá ladran los perros y después está alzándose mi casa.
Entro a tus ojos, doy el tumbo honrado, oigo los mismos discos, creo en el misterio de los puentes, en el día que va a caer mañana.
Duermo en cualquier cielo del país después he visto amanecer mil veces.
DISCOS CUBANOS
Voy por Manrique bajo mazos de alambre e ideogramas chinos que el agua va borrando. Es marzo en el parque de los estudiantes a veces huele al parque de Ranchuelo a los bancos de madera frente a La Diana cuando llovía sobre mí y sobre mi comida y amaba a una mujer
y vuelvo a oir delirio de mi alma atravesando el barrio chino entre los signos negros que quizás ya no significan nada.
Y AQUEL MIRAR DE NUESTRO AMOR AL FUEGO
Guarda la almendra amarga y la fruta de la mora que nadie picotea por su agriura.
Ten en la boca la semilla seca, cuida la hojalata que nunca vio la luz y espera también en Asmodeo, demonio cauteloso que sobre ti adormece con sus pies de plata.
Espera en la línea de la mano y en las ciudades que no viste nunca: verás Atenas y Estambul y San Esteban de los Abisinios / te rozará la boca como hace tanto tiempo, cruzarás entre violines raspados en Hungría, verás su barca entre las barcas de corcho que bajan el Yang Tsé / en el ojo del tifón verás su mano en tu frente, sentirías miedo si no fueras tan joven.
Traba la yema que no da simiente en la vena del árbol. Dale de comer a los abandonados y espera su regreso en el patio familiar en la estación de trenes.
Espera en ti, oirás su voz de nuevo en la noche portuguesa, en el día de Malasia bajo el sueño del tigre / en los muelles de La Habana.
en los viajes sin término.
Su voz que entonces parecía la esperanza vana.
Ah, si no tuviera la ambición de este tímpano
Ah, si no tuviera la ambición de este tímpano qué iba a estar corriendo por la hierba siempre a punto de caer dando bandazos en el alambre de los circos, qué iba a estar por un solo raíl del tren vertiginoso.
Tenme la mano en paz, tenme ese pájaro que va a estrellarse siempre como la piedra al vidrio, así puede perder cualquiera su laborioso digamos corazón.
Ah, pero los desvanecidos no recuerdan tu cuarto es tan oscuro, te estoy voceando siempre en cuanto pozo encuentro.
Donde pude respirar bien, pon una espada de estaño, donde abrían sus dos manos enormes los padres celebrando que volviera, pon un pequeño barco hundido, el sabor de la boca que se desvanecía.
Ah, si mi paloma pudiera contra el viento sur que raspa la azotea y mueve los anuncios de neón. Si mi paloma pudiera contra el viento que triza la hojarasca y reúne a los ahogados en las desembocaduras.
CISNES, HORRORES
Me sentaría en las tardes con quien amara entonces sobre un banco de cemento. Cuarenta años de dormir en hoteles, yendo los domingos a la montaña rusa como si nada hubiera sucedido antes.
Me doblaría tranquilo en los últimos libros que mi amor repasaría, cabeceando con los ojos perdidos.
Escaparía de los cines en medio de películas descomunales, mi amor se miraría en el espejo de los carros a los cuarenta años, se iría a lavar para acostarse entre los mismos cisnes, en esta misma densa oscuridad.
EL ENORME VERANO
Esta isla sucede en otra isla. En sus linderos vendrán a sucederse como han sido, tal como han sido, dormidas nuestras formas. Tu mano la aísla para reconocerse entre músicas perdidas, esos puentes que vemos a veces entreabiertos y la torre que habremos de habitar bajo el ciclón. Nos han acostumbrado a las encrucijadas y a dejar para luego la fatiga / has dibujado un camino sobre el día que corre y contigo traspasarlo será un juego.
En la yema del pie sucederá la descripción de un pájaro. Fuera vista en tus ojos la isla verdadera.
Y en medio de una nube tinta, y otra nube de azogue veremos cómo sube desde el mar la cinta de anudarnos, aliento que sostuve para ti cuando un torrente no de luz, sino de sombra inclina la punta del ojo hacia otra tierra: un ser de nada hacia otra boca puedo ver quien imgagina sobre tu mano mi mano transparente. ERA DURO EL INVIERNO
Fantasma de Julián del Casal no te parece que hoy es demasiado tarde. Mientras se acostaban juntos en Bélgica en su cuarto y eran novios tormentosos Verlaine el joven y Rimbaud el niño tú escribiste sudoroso cegato, tú escribiste sacrificio es obtener ventaja sobre Dios. Cifrada está la lengua desde entonces.
La Habana era La Habana no Cantón ilusivo. Los primeros tumbos del amanacer siguen llegando al cuerpo. Como antes traspasan las paredes de tiza y el cuerpo está buceando sin molestar a nadie, sin tocar a nadie.
Sostuviste una conversación a media lengua -siempre a la mitad- con desvaídos rostros que miraban a dónde con recelo, los labios que volaban y quizás no sepa quién me ama.
Ciertas visiones te asustaron a la puerta del cuarto en Mercaderes donde estuve por cierto a punto de vivir y festejar los novecientos siglos de tu muerte súbita o la muerte que tengo adormecida en la calle Zanja frente a dos o tres chinos con los ojos perdidos y la cabeza ida.
No te parece que hoy es demasiado tarde.
Cuando se preparaban las citas en el Prado y los hombres se miraban como los relámpagos, tú dormías disfrazado, remoto, dejándote adular bajo el cielo de Cuba.
Ahora que estás entre la luz y en Guane o Artemisa volando como un vaho como un cero a la izquierda en la vida de los vivos y los muertos.
Fantasma de Julián del Casal no me dejes este frío a mí.
LA HORA DE COMER
Estos son los plátanos que ha mandado mi hermana desde Oriente, y un poco de café porque imagina que a la hora de comer cae la penuria como un relámpago y la memoria camina hacia los pueblos buscando la señal, la cueva humana con los perros ladrando alrededor de las iglesias y los magos plomizos entre el ruedo de mosquitos y la Natividad.
A la hora de comer, cuando el plátano chirría y la conserva da un golpe, mete su arponazo en nuestra tarde brevemente histórica una de éstas en que llovizna siempre la familia anterior espera nuestra prueba un signo de calor en nuestra cueva humana.
Entonces uno apaga el globo de la luz duerme como el hombre más viejo como el príncipe cansado de probar sus mejores caballos.
DULCELOYNAZ
Te acuerdas que la vimos sola como una abuela en aquel absurdo corredor flanqueada de estatuas sin cabeza ante un árido jardín que no cuidaba nadie.
Te acuerdas de su cara sobresaltada porque la habíamos sorprendido mientras barría y comenzaste a hacerle señas para llamar su atención y se acercara un poco a la negra reja de presidio y cómo sonrió moviendo de un lado a otro la cabeza aunque le gritaste, creo, la llamabas por su nombre y apellido.
le gritabas y ella seguía negando con las manos en la espalda para disimular la escoba de plástico / te acuerdas que lanzaste la rosa que había comprado para ti esa tarde a la tierra vacía del jardín antes de irnos / creo recordar no me hizo la menor gracia pero bueno.
MANOS DE OBRA
Conocí ciertos oficios: el insomnio y una lámpara de gas la antigua imprenta de El Crisol, el plomo indócil removí durante veinte madrugadas cayéndome de sueño.
Conozco el ruido del caballo de vapor y la manzana de agua que gotea en uno. Viví de los relojes menores, al arrimo de ese fuego aparencial curé de mis viruelas y del guao.
Sentí nostalgia de la patria viajando por la patria esquivé el espolón, no me averguenza. He resistido tanto para quedarme aquí.
Artesanías
Después de la telenovela sentí un golpe en la pared, luego otro golpe. Sucedían con ritmo apagado otro y luego otro, de metal y madera. Los vecinos hacían el amor. Ayer, es decir hace cien años apareció en mi puerta la vecina -esta comida si quieres para el gato. Agua en los ojos tal vez demasiado separados yo sabía: él no ha venido en toda la noche para el gato insistió y era una fuente enorme.
Habían discutido en el atardecer mucho antes de la telenovela.
Ella ha metido sus ropas de cualquier modo en una caja de cartón: viejas ropas de barman espantosos calcetines, cosas de mucho uso la navaja oxidada de afeitarse, supongo el cepillo de dientes.
Él habla bajo. apenas artícula ella promete un cambio, un tremendo cambio mañana a más tardar. No dije una palabra, yo sabía.
Pegué el oído a la pared, comenzaron de nuevo. Ni un suspiro pude oir, ni una frase de ésas que la gente dice.
Seguro se miraban a los ojos serios, graves, mordiéndose los labios.
Puse un disco al azar. Alguien cantó La ausencia.
EN LA ZONA DEL PARQUE
En la zona del parque en otro tiempo reservada a los negros discutimos largamente sobre asuntos que a la larga no tuvieron solución.
Por esos días sentías unos grandes deseos de viajar a Birmania a Pekín a New York y encontrar allí entre otras cosas amigos que tuvimos en una temporada: gente con pulóvers de color pastel y nosotros redondeados de los veinte años.
En la zona del parque que fuera exclusiva de los blancos los muchcachos que salían del dancing se sentaron a hablar sobre mujeres excitados con cabellos de piedra por el gel sobre mujeres los reclutas del servicio obligatorio los reclutas con las manos finas.
Poco antes de que amaneciera dijiste qué distinto si estuviéramos digamos en Miami y entonces recordé que en aquel sitio existió una pérgola si hubiesen perdurado esa y otras edificaciones que hicieron derribar en los últimos años aquellos asuntos espinosos tampoco habrían tenido solución
Automedicación
Remedio chino e infalible... Argelia Pera, en Radio Reloj
Es menester que en la despensa o mejor en el rincón de la menuda casa que llamas en secreto la despensa almacenes agua de tempestad por si asomase el enemigo primordial con sus armas afiladas y su boca pendenciera.
Agua de lluvia caída a inicios del estío sirve para lavar la cara y las manos de los hijos para la perfección del sexo y tal vez apaciguar la boca que se hunde en el sexo palpitante.
El agua que procede del granizo o imcluso de la escarcha del refrigerador habrá de refrescar los episodios nacionales más ardientes los sangrientos, incluso los más desatinados. Podrías nombrarla si gustas agua del hielo y del deshielo.
El agua que resbala de las estalactitas y que habrás de recoger en el hueco de la mano será remedio para curarlo todo hasta la vieja herida de hacha propinada por alquien antes o después de la hora del amor.
(No me gusta recordar con demasiada precisión no lo aconsejo a nadie.)
Embargo y elegía.
Abro la puerta de mi casa / está el bloqueo con un ojo cerrado y otro abierto está el bloqueo ante mí que no comprendo nada, que entiendo la mitad de esas noticias de África.
El bloqueo baila, se enardece, comenta las actualidades habla incluso del período romántico de Mahler de un lejano amor perdido, de los cortes de pelo, de los cortes de electricidad:
en la pantalla del Rex-Duplex proyectan La Aventura sin un centímetro cúbico de oxígeno la cinta está cortada / es el bloqueo dicen a mi lado
mi madre me da a luz y a las dos horas la sacan de la clínica advierten la amenaza los cohetes rusos los cohetes que esperan palpitando como un taxi.
El bloqueo en la casa de los padres desde el primer día y en la escuela interna /no es nuestro desamor, no son nuestros desdenes es el bloqueo trepado al árbol puro de la presa y en los trenes ominosos sin agua ni luz de un cardinal a otro de la isla.
Bloqueo caída de una estatua en el agua verdinegra en diálogos con la madre patria en los amigos que vienen a beber vinos caseros de las crisis / bloqueo en la escena que llamamos con cariño bar de la esquina, casa de nuestro semejante.
Comprendan imaginen un país en medio del bloqueo supongan que perdura con sus enormes listas sus granjas de rehabilitación sus grandes hospitales donde antes se estiraban los desiertos sus intérpretes de música foránea sus presencias constantes en la frágil memoria de la radio los huecos de la ausencia sus fabulosos pecados de omisión / entrecierra los ojos di qué ves:
con su antifaz pasa el bloqueo del viejo carnaval con el padre y la esposa despidiendo al médico despidiendo al amigo a los amantes cíclicos
en la barra pides una heineken y el bloqueo vuelve su cabeza de buen mozo hacia tí y en el aereopuerto te sonríe agita su pañuelo de hilo, llora por tí a lo largo de una noche ante el bloqueo tras el bloqueo sobre el extenso territorio del bloqueo.
Criatura nacida del bloqueo mira en tu pequeño patio cómo algo está naciendo sin dirección sin el gran peso de tus ojos sin permiso ni instrucciones ni destino luminoso una planta una persona un hijo / algo.
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Diseño de cubierta Gipsy Duque-Estrada
Foto de cubierta: Jean-Mare De Coninck
Foto de contracubierta: Hanoy Carmenate
Ilustraciones: Zaida del Río.
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DATOS DEL AUTOR:
SIGFREDO ARIEL ( Santa Clara, 1962). Ha publicado La imprenta (plaquete, 1985) y los libros de poesía Algunos pocos conocidos (1987), El cielo imaginario (1996), El enorme verano (1996), Las primeras itálicas (1997), Hotel Central (1998), Los peces & la vida tropical (2000), Manos de obra (2002), Escrito en playa Amarilla (2004). Born in Santa Clara y Cielo imaginario. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 2002 y 2006. Desde la década de 1980 trabajos suyos aparecen recogidos en numerosas muestras y antologías de la poesía cubana contemporánea.
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Post anterior sobre Born en Santa Clara:
Sigfredo Ariel lee sus poemas:
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Un texto que no pertenece a La luz, bróder, la luz, pero me gusta mucho:
Non, je ne regrette rien
El punto que se ve en la lejanía es el cigarro hollywood de Gloria y la llama naranja que se inclina sobre vanos papeles de efímeros turistas es su cabeza entre nubes azules technicolor
puedo ver desde aquí su boca roja cantando bajo un chorro de enormes reflectores que es la forma que consuela a gente francamente inconsolable.
Mientras arropa el sueño de sus hijos recorrerá las calles de la única parranda verdadera altísima clarina de los coros de clave, gloriosa como la libertad que guía al pueblo en el cuadro demagógico que sirve incesantemente de portada a los libros de Historia Universal, pero mejor.
Cuando sonríe a los gerentes adorables y a sus esposas vacas está agradeciendo al público su aplauso esas muestras de lealtad y simpatía que no cesan.
Cuando entra al mar está mostrando a Cindy Crawford cómo hacer en trance parecido y si demora un café en la mesa del Parkview retrasa ese momento en que termina la primera juventud para dar paso a otra y otra sucesiva juventud.
y si algún día alrededor de su cabeza ennegrecen las nubes technicolor el clima tornadizo del planeta acabará por hacerse de una vez irrespirable.
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