viernes, 29 de julio de 2011

La distancia no es mi sitio


La nostalgia no siempre debe ser interpretada como un sentimiento de angustia. Tampoco de desarraigo o no pertenencia. Pero un poeta que vive una experiencia lejos de su hábitat cotidiano, de sus seres queridos, de un lugar adonde pertenece no por instinto, puede y es el caso de Arístides Vega Chapú, captar con profundidad ese estado donde algo que falta provoca comparaciones y recuerdos que se incorporan no como una recreación mental de ese estado, mejor como una definición de saber el por qué se pertenece a un sitio determinado y la certeza de que no sabremos vivir mucho tiempo fuera de ese ámbito donde uno es lo natural, como el agua que alimenta un roble, como la raíz que sostiene ese roble y que de alguna forma es una parte inseparable de nuestra identidad. Al leer unos poemas inéditos que me acaba de enviar el poeta y que ahora comparto, supe de lo cercano en temas que podemos encontrarnos, porque además del verso y la crónica nos une un sentimiento de esa identidad que define las cosas que el alma impide bloquear, y por tanto nos comunica con una carga extraordinaria de belleza.












LA DISTANCIA NO ES MI SITIO.


Cómo sería estar lejos para siempre,

renunciar a ese mínimo espacio de la mesa de casa

a la que se acercan mis antepasados

a ocupar los sitios que ahora pertenecen a mis hijos.

Cómo perderme ese instante en que mi mujer ordena la

mesa,

que aún sigue oliendo a resina silvestre,

para que no falte sitio para los que no están

y pueden regresar a cualquier hora

de las muchas que posee la noche.

Cómo serían mis sueños en paisajes desconocidos,

con todos los gajos secos apuntando a mi corazón,

que ya solo almacenaría recuerdos

imposibilitados de saltar los aros de fuego

porque en la lejanía

han perdido veracidad.

Tendría la angustia de no saber relatar mi verdad

en otra lengua,

como quien no sabe regresar

al sitio en que tuvo un instante de sosiego,

o retorna de un largo viaje a una casa que ya no existe.

Sería mi culpa no aprender a escuchar

lo que se describe desde otra dimensión.

Ni encontraría a quién encargar el cuidado

de mis recuerdos y libros,

de preservar el nombre de las calles

en las que nunca me perdería,

de que no se derriben las casas a las que puedo acceder

más allá de cualquier puerta o ventana.













Domingo en Caracas



Camino bajo la sombra extendida entre los árboles

mutilados constantemente por la aplomada luz de Caracas.

Creo caminar por la avenida en que accedo a mi casa,

aunque esta en nada se asemeje a la de los sedantes tilos

que florecen en esta fecha

para cubrir como brumosa cortina

las desvencijadas casas.

A falta de símbolos reverencio la sombra

colgada de un árbol a otro, como bandera

que hondea en los días festivos de la isla.

La emoción me deja sin sentido de orientación.

El asfalto ha sido cubierto de hojas brillosas,

otras mustias y desechas por una persistente brisa

que las ha movido, durante días, de un lado a otro,

como el aleteo de un ave afligida

que decide volar a ras del suelo.

A todos los veo en el rostro de los desconocidos,

caminan a mi lado

sin sospechar que mi nostalgia es tan grande

como estos árboles.














Estancia en Camatagua


Veía no llegar a nadie a la Plaza Bolívar,

por sobre la oscuridad

de las vacías calles de Camatagua,

sin el circular recorrido de provincia

alrededor de una glorieta ocultada por el follaje.

No es de noche, solo domingo

y los animales se aíslan.

Las hojas caídas de los árboles

crecidos para la horca

descienden como ingrávidas frutas

sobre la cabeza de los que se marchan a disfrutar

el mediodía de sus calurosas casas de barro.

Espero encontrar en las líneas de mi mano

este sitio.








PALO DE AGUA


Cada tarde se acerca con suspicacia la lluvia

desde los azules cerros de San Felipe

que simulan ser borrosas manchas en el cielo.

Acomodan los destellantes rayos a las mujeres

en sus humildes casas

que apenas resisten la aguada.

Entibian a sus hombres

bajo sábanas almidonadas,

le acercan guaro en recipientes de barro,

hombres de mi edad

que rejuvenecen bajo la protección de ese vaho

que ni siquiera la lluvia perturba.















Camino a los cerros, desde Carora

A Laura

Detrás del grueso cristal que nos protege

del encuentro con un viento áspero y rudo

veo los árboles desprenderse de raíz,

pasar velozmente,

enfrentándose con temor al paisaje

regido por los cerros.

Estuve antes aquí,

no sé en cuál de mis otras vidas

pero reconocí detrás de la neblina,

que suavemente se deja caer,

los espléndidos paisajes de Torres.

El auto avanza por mínimos senderos

que la lluvia ha estrechado

y recorren con pereza las cabras

que saben de la simpleza de ascender

los cerros sujetos por un sereno cielo

que ha puesto cierto orden a mis recuerdos.













Cumpleaños de Salma


A la distancia de varias millas del mar

del trópico

y al arquero paso de varios astros

estoy pensando en ti, hija.

Doy tumbo a las manos

sobre mi quejoso pecho

e intento dormir bajo el inhóspito cielo

en que se cruzan los plomos

que mañana los periódicos convertirán en letras.

Contengo el aliento

y al tacto de mis cerrados ojos

apago el cigarro en el aterrador silencio.

Muerdo los labios

y pongo mi oído sobre una almohada

que nada sabe de mí.

Sentiría miedo, hija,

sino te hubieras acomodado

en mis pensamientos.













Noche en Coro


El plomizo silencio de Coro asciende

hasta ocultarse en un cielo

que solo muestra su compasiva oscuridad.

Prefiero cerrar los ojos y caminar

aún cuando me aterra el ruidoso viento del anochecer

recorriendo los tejados de una ciudad que apenas conozco.

En lo más alto de la catedral su campanario se agita.

Estoy solo y prevenido del peligro

de no encontrar la salida de esta calle

que ha arrastrado desde las profundidades del infinito

el aire indomable que me impide llegar

a la puerta exacta donde deberé tocar.

















En los médanos.

A Gonzalo Ramírez.

Al final de la avenida, de los edificios

en que dibujan con lumínicos la prosperidad

mostrada como cierta,

justo en los inicios de la carretera

a la Península de Paraguaná,

se extiende el desierto

en que me hice tomar una fotografía.

Como calígrafo marqué en la arena

la menuda palabra que nombra la Isla.

Manera de anclar mi país

en este sobrenatural paisaje adormilado por el calor.

Llevo meses lejos de Cuba

y ni siquiera la inmóvil nube de vapor

que ensancha los médanos de Coro,

hasta hacerme creer que mi sombra se ha carbonizado,

me ha aliviado la nostalgia.

















Silueta de los días



Sobre qué árbol o lindero del cielo

está el ave que sobrevolará este tiempo

en que estoy sujeto a mis recuerdos.

Por mis ojos pasan veloces los paisajes

a los que quizás nunca volveré.

Con la rapidez con que quisiera

se sucedieran estos días

acomodados a un vacío oceánico

que ha obtenido el favor de toda la oscuridad

de las noches

descendiendo a ras de tierra baldía.

Nunca pude aprenderme el nombre de las calles,

a veces ni siquiera el de las ciudades

a las que llegué

como si no pudiese hacer algo mejor.

Me coloqué varias veces en línea recta

sobre el alféizar de una ventana

que mostraba la ciudad

sin mucha precisión.

Como la virgen que se hacen dibujar

a las espaldas

los taxistas que inflaman el claxon

de sus aparcados autos

como manera de advertir

que resistirán el peso de las horas.

Quizás deba aprender de ellos

a saber aguardar con serenidad

la venida de los sucesos convenientes










Preciso una palabra en voz de otro


El silencio es sanador

solo si se ha elegido.

Se extienden con saña los días

de la prueba,

andar a solas, sin señal

de otra boca.

Demasiadas medias lunas

sobre un estático cielo

que cruzan las aves

venidas desde la Florida.

Cuando se desploma la lluvia

sobre mí,

o amanece por una mínima ventana

que descifra con su luz el nuevo día,

llego al risco

en que no diviso

cuánto me he alejado de la casa.

Espero por ti,

líneas mecánicas que deletreo

a través de una mínima pantalla.

Sobre la eternidad de los días,

para tantear el peso que adquieren

las noches se hacen demasiado largas

y lastiman mi sueño















Fría playa de Punto Fijo


Cerca del frío mar,

como el que no se espera

bajo un sol que nos curte.

Decididas a asilarse

hacía donde se a acomodado el horizonte.

Atardecer radiante de un dócil y liviano sol

como pájaro que se adentra

con un leve movimiento de las olas

en nubes que han adquirido

una dudosa tonalidad naranja

aquietando el cielo

que finalmente desciende

hasta juntarse con las aguas demasiado frías.

________________Fin______________













Para leer sobre este autor y sus datos pulse los siquientes links:

http://es.wikipedia.org/wiki/Ar%C3%ADstides_Vega_Chap%C3%BA#Datos_biogr.C3.A1ficos

miércoles, 20 de julio de 2011

una novela con raíces africanas (afrocubanas): LA LEYENDA DE TAITA OSONGO.



La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas proclamó 2011 como Año Internacional de los Afrodescendientes. La resolución 64/169 de la ONU pretende así poner en marcha medidas en favor de los derechos económicos, culturales, sociales, civiles y políticos de las personas de ascendencia africana, y promover el desarrollo de acciones que coadyuven al mejor conocimiento, respeto de la herencia y cultura de los afrodescendientes, contribuyendo a la eliminación del racismo y la discriminación.
Precisamente en febrero de este año se ha publicado en Cuba la cuarta versión de esta novela juvenil. Antes aparecieron la traducción francesa (Ibis Rouge, 2004), la versión mexicana (Fondo de Cultura Económica, 2006) y la traducción brasileña (Ediçoes SM, 2007). Lo cierto es que el interés por el que quizás sea mi mejor libro, ha crecido este año. (Editorial Capiro. Santa Clara); primera que lleva mis propios dibujos.



La investigadora mexicana Mariana Reyes Payán me hizo recientemente, entre otras, las siguientes preguntas:


La leyenda de Taita Osongo es una novela corta, pero muy cargada de acción,¿usted considera que puede estar dirigida tanto a niños como a jóvenes, o tenía ya,al momento de escribirla en la mente un público más específico?

Quienes nos dedicamos por entero a la literatura infantil raramente nos preguntamos a qué público se destina una u otra obra. Como escritores profesionales, hemos construido nuestro estilo con una determinada forma de contar que “nos sale” automáticamente. La separación entre forma y contenido es solo una etapa de la interpretación literaria y no de su génesis. Determinada trama exige determinado desarrollo argumental, determinado lenguaje, determinada complejidad psicológica en los personajes y determinados conocimientos históricos, geográficos o filosóficos por parte de un lector... que el autor incorpora de la misma manera que un buen actor incorpora el personaje que representa. De alguna manera el autor es poseído por la obra y ésta le dicta el discurso apropiado. Cuando uno termina puede darse cuenta de que hay alguna palabra o situación que su lector supuesto no podrá captar-disfrutar, pero el procedimiento es similar al del poeta que corrige las palabras que no están en su sitio o a la altura necesaria dentro de un poema.
Generalmente escribo textos “estereofónicos”, que los adultos sintonizan en una frecuencia, los adolescentes en otra y los niños en la suya. A veces la “banda” adulta es más ancha, a veces es más ancha la infantil, y excepcionalmente no hay mucho espacio para uno o para otro de mis “radioescuchas”. Un librito como La Nube es definitivamente para niños de 4-5 años, mientras la novela Mi tesoro te espera en Cuba complacerá a lectores de 11-12, abrumando a los de 8 y aburriendo a los de 15 (con la flexibilidad que demanda el hecho de que edad cronológica y edad intelectual varían de un individuo a otro). Entre tanto, un cuento como Pájaros en la cabeza puede ser leído y difrutado entre 6 y 16 años, cada cual a su aire.
Por su parte, La leyenda de Taita Osongo no aprovechará a un niño que aún no tenga 10 años. Eso lo supe desde el principio, aunque el episodio de la persecución de Alma y Leonel por los cazadores de esclavos tiene la estructura y el atractivo de un cuento maravilloso que sí apreciaría niños de 7 años (al extremo que he escrito un cuento centrado en los personajes y tonalidad de ese episodio, que cuando se publique será un álbum para la edad en que el gusto por la fantasía se confunde con en interés por las parábolas y lo épico).
Desde la primera línea de La leyenda... yo sabía que iba a escribir una historia de amor desdichado, situada en tiempos de las plantaciones esclavistas en el Caribe (siglos XVIII-XIX), y con una intensidad dramática y una prosa que la hacían particularmente adaptada para lectores, digamos, de entre 11 y 15 años. Pero escribí la historia que quería escribir, respondiendo a la necesidad de liberar una tensión emocional específica y el deseo de llevar a sus últimas consecuencias el lenguaje poético explorado en mi libro precedente (hoy publicado con el título La lechuza me contó).

El peso del pasado es de gran importancia en su obra, ¿De qué manera esa visiónbusca proyectar un futuro distinto para la sociedad?La leyenda de Taita Osongo es mi única obra situada en el pasado histórico. El resto de mis libros transcurren en nuestra época (en un país concreto, como Exploradores en el lago, o cualquiera, como El pájaro libro y Don Agapito el apenado) o en espacio-tiempos convencionales (en Pájaros en la cabeza y Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes puede haber reyes y castillos, pero incluso un chico de 8 años se da cuenta de que lo que cuento refleja problemas de nuestro tiempo). La leyenda... es también es uno de mis raros libros situados en un espacio geográfico bien determinado. La novela de aventura contemporánea Mi tesoro te espera en Cuba y la novela mágico-realista La tremenda bruja de La Habana Vieja declaran desde el título su ubicación, mientras que en la obra que nos ocupa la referencia a La Habana, al África y la propia circunstancia de la esclavitud remiten al lector a un espacio que abarca toda la zona tropical-subtropical de las Américas donde hubo plantaciones: de la Louisiana a Yucatán, de Cuba a Trinidad-Tobago, de Venezuela a Brasil, e incluso más al sur.Sin embargo, como dice el protagonista en su parlamento final, el conflicto solo se resolverá en el futuro: el amor de Alma y Leonel será imposible mientras la explotación de unos humanos por otros pretenda ser justificada por las diferencias étnicas, religiosas o sociales; pero un día esa artificiales barreras serán abolidas. Muchos de mis lectores de principios del siglo XXI pueden considerar que ya ha llegado ese porvenir de plenitud, pero otros saben que todavía hay muchos barrotes encerrando vidas y sueños. Sí, mi novela tiene un mensaje también para el futuro. Aunque inserta en un marco histórico y geográfico particular y en torno a las temáticas del racismo y la esclavitud, su lectura no está reservada a los jóvenes de países que tuvieron mano de obra esclava africana. Es un relato universal que puede rebotar en cualquier circunstancia de injusticia que impida convivir a jóvenes de diferente clase social, nacionalidad, cultura, religión, etc.

¿Cómo y cuándo llegó a usted el tema de La leyenda de Taita Osongo?


No puedo recordar las circunstancias exactas pues de eso hace mucho tiempo; mucho más del que sugiere el copyright del libro (primera edición, francesa en 2004 y primera edición en castellano en 2006). Fue en 1984: desde hacía tres años yo vivía en Santiago de Cuba, la pretendida capital del Caribe e indiscutible capital de los cubanos de origen africano. La vitalidad de la cultura afrocubana me estaba penetrando cuando recibí la convocatoria del Premio Heredia. Lo auspiciaba la Unión de Escritores en la provincia y si bien se dirigía a escritores de todo el país, los escasos autores que entonces nos dedicábamos a la literatura infanto-juvenil en la región oriental éramos particularmente esperados. Ninguno de los manuscritos que yo tenía entonces se adaptaba a la convocatoria, pero no siendo autor que salte sobre la ocasión, deduzco que ya entonces me rondaba la idea de lo que inicialmente titulé “La leyenda del algarrobo y la orquídea”. La imagen de un algarrobo con una orquídea en el tronco inmenso y negro, me rondaba desde hacía algún tiempo, pues frente a mi casa santiaguera crecía una veintena de esos árboles formidables y en mi lejano hogar paterno siempre hubo una blanquísima orquídea prendida a un madero oscuro. O sea que la trama se me presentó por la imagen final, pero mis primeras líneas hablaban del viaje de un barco negrero al África, la captura de su rey-brujo y la vida de éste, entre cadenas, primero, y como cimarrón después, para concluir con el amor imposible entre la hija del amo y el niego del antiguo esclavo.
El centro dramático tenía inevitablemente que ser ese impedido amor. Yo estaba viviendo una situación de ese tipo, aunque nada tenía que ver la diferencia de color, y la rapidez inhabitual con que escribí revela que el relato me sirvió de catársis.

¿Cómo entra la realidad histórica para conformar la visión mítica de la cultura del
libro?

El romanticismo de mis sentimientos se refleja en el estilo, pero no me nubló la razón: yo quería escribir sobre el racismo (demasiado visibles eran, en la ciudad donde vivía, las consecuencias positivas y negativas de la violenta unión entre blancos y negros, iniciada más de cuatro siglos atrás... y todavía inconclusa). El momento histórico idóneo era la época esclavista que abarcó prácticamente toda la existencia colonial de Cuba, entre principios del siglo XVI y 1886, año de la supresión definitiva de la esclavitud (doce años antes de que España perdiera la guerra de independencia). Me documenté en textos históricos y antropológicos para aquella primera versión que ganó el Premio Heredia y debió publicarse, pero que yo no llegué a entregar a la editorial Oriente, pues consideraba que mi texto tenía un grave defecto en su primera parte; concretamente en la composición del personaje del traficante de esclavos, demasiado plano y maniqueo como equipararlo a Taita Osongo. Demoré 18 años en encontrar la solución narrativa de ese problema, y no lo lamento, pues esa larga maduración me permitió ahondar en la historia de las colonias de plantación esclavistas españolas y francesas, y en el esclavismo brasileño, llegando así a recrear una realidad transnacional y transtemporal.

¿Por qué constituir esta novela a manera propiamente de “leyenda”?

Alma y Leonel no son Romeo y Julieta, como Severo Blanco y Taita Osongo no son variantes de las familias Montesco y Capuleto. En el gran drama shakespereano, ambas familias tienen la misma culpa, practican el mismo odio secular y estúpido. No es el caso de Severo Blanco y Taita Osongo. La culpa de Severo Blanco y de todos los negreros y esclavistas es imperdonable e incomparable con cualquier error que pudiera reprocharse a la mayoría de los pueblos africanos que fueron sus víctimas por el simple hecho de que los colonialistas occidentales eran el resultado de una larga historia de civilización y cultura que, incluso después del Siglo de las Luces y de revoluciones como la Inglesa y la Francesa, e incluso tras las independencias norteamericana y brasileña siguieron explotando con salvaje egoísmo la sangre y no solo el sudor de otros seres humanos. El crimen de Montescos y Capuletos es un crimen estúpido. El de Severo Blanco y todas las elites europeas y americanas que él representa es un crimen de lesa humanidad. Por eso el amor entre Alma y Leonel no tenía ninguna esperanza. Pero al mismo tiempo, al dirigirme a jóvenes de nuestra época, no quise apabullarlos con el peso de esta Culpa que no es la suya. De ahí que buscara una “puerta de salida”, y la única posible era una redención mágica. Utilicé el viejo recurso de la metamorfosis y quien dice metamorfosis dice leyenda.
Aprovecho para corregir la errónea suposición de que mi trama se apoya en algún mito o leyenda cubano. Sobre todo en Francia, donde estrené esta obra, pero también en España y otros países europeos hay cierta tendencia a creer que la literatura infantil latinoamericana se nutre básicamente de su rica tradición oral. Al margen de que Cuba es quizás el país de América Latina con menos literatura popular (hasta ahora nadie ha explicado la razón y no este lugar para hacerlo), lo cierto es que los escritores latinoamericanos contemporáneos explotamos nuestra imaginación tanto como lo hacen nuestros colegas europeos. La leyenda de Taita Osongo es una “leyenda” completamente inventada: no hay en mi novela la más mínima referencia a relato popular alguno.


¿Qué tanta importancia tienen las narraciones de piratas dentro de la obra?Este es un aspecto que solo me lo reveló la Guía del profesor elaborada por un especialista brasileño para la edición en portugués (A lenda de Taita Osongo. Brasil, 2007), donde se insiste en la significación de la gran epopeya marina de los siglos XVI al XIX en el famoso comercio trinangular (esclavos de Africa, manufacturas de Europa y materias primas de América), que engendró piratería, mestizaje, guerras coloniales...Adolescente, leí muchos libros de piratas (Salgari, Stevenson, Jack London, Sabatini, Verne...) y ese substrato de haber quedado en mi subconsciente hasta el momento de narrar el viaje de La Habana a Sóngoro Cosongo. El negrero como pirata especializado en el tráfico de seres humanos fue un concepto que se me impuso naturalmente. Por otra parte, la idea de que los elementos (el Océano y demás fuerzas de la naturaleza) se opongan al tráfico de esclavos fue inicialmente un mero recurso mágico, necesario en la primera parte para equilibrar la fuerte presencia mágica en la tercera parte y el desenlace; pero retrospectivamente lo considero como un importante mensaje ético en el sentido de que la expoliación brutal entre miembros de la misma especi humana es una perversión social contraria a las leyes de la naturaleza.

¿Cuál es su relación biográfica con sus libros, en especial con La leyenda de TaitaOsongo?


Nunca he escrito un texto de ficción autobiográfico. Tal es mi bloqueo en ese sentido que ni siquiera la narración en primera persona me resulta fácil (y sé perfectamente que un narrador en primera persona es una creación literaria como otra cualquiera: se puede escribir en “yo” sin hablar de uno mismo). En mis cuentos y novelas, en unos más que otros, me puedo haber apoyado en experiencias personales, en el conocimiento directo de paisajes, personas, situaciones, y he podido incluso explotar alguna anécdota personal atribuyéndosela a un personaje enteramente ficticio en una situación enteramente ficticia. Por ejemplo, en mi cuento Javi y los leones hablo de un niño tímido que tiene como amigo imaginario a uno de los dos leones de piedra del parque que atraviesa para ir cada día al colegio. El tiene tratos con el león sonriente, pero le teme al león feroz. Mucho tiempo después de haber escrito ese cuento, llegué a la conclusión de que mi madre era el león sonriente y mi padre, con quien tuve siempre una comunicación difícil, era el león feroz (era un hombre de gentileza y generosidad a toda prueba, pero incapaz de mostrarse afectuoso por lo menos con sus hijos varones). Solo cuando Javi tiene que afrontar un enemigo poderoso (un chico que le hace chantaje en el colegio) se anima a pedir ayuda al león feroz... quien se la ofrece inmediatamente. Cuando yo tenía 9 ó 10 años me regalaron (¿mi madre o mi padre?) un cuento sobre un niño tímido que era entrenado por un leoncito de peluche rojo hasta adquirir la fuerza física que lo ayudaba a superar sus miedos. Perdí ese libro más de 20 años antes de imaginar Javi y los leones, que veo también como un homenaje a mis lecturas de infancia.En cuanto a La leyenda de Taita Osongo, ya dije que yo estaba viviendo una frustración amorosa en el momento de escribir la versión original. Un poder externo (social e incluso estatal) nos separaba cruelmente, y eso está transformado en el drama de Alma y Leonel. Pero también su historia está inspirada de un drama de familia: mi abuela amó a un hombre que le dio dos hijos que nunca reconoció (por eso llevo el apellido de mi abuela y no el de mi abuelo paterno). Uno de esos muchachos murió prematuramente y el otro sufrió mucho, tanto quizás como su madre. Mi abuelo era blanco, de clase media, y mi abuela era mestiza de negro y aborigen, más pobre. Aunque yo no pensaba en ello cuando escribí “La leyenda del algarrobo y la orquídea” y quizás aún no lo tenía claro cuando acabé la versión “La leyenda de Taita Osongo”, hoy estoy completamente convencido de haber contado no solo la historia del pueblo cubano, sino la de mi familia paterna.Por otra parte, personalmente nunca debí afrontar prejuicios racistas en relación con mi vida amorosa (y la mayoría de mis amores han tenido la piel blanca). Eso sí le ocurrió a mi hermano. Recuerdo la carta y el poema que me envió a Santiago de Cuba, a raíz de la ruptura con su novia. La familia de la muchacha, campesinos blancos, sin duda más conservadores que el cubano medio, le rechazó por el mero color de su piel (mi hermano ya era entonces un apreciado profesor universitario, así que no se trataba de prejuicio social). No me consta, pero es posible que esto haya tenido alguna influencia en la La leyenda de Taita Osongo.
Se ha mencionado que para realizar este libro usted se alimentó en fuentes literarias cubanas, de Europa Occidental y hasta de Rusia. ¿Es esto cierto? ¿Cuáles fueron estas fuentes?


Hubo en la Cuba del siglo XIX una importante literatura de denuncia de la trata y la esclavitud que estudié en la universidad, pero no releí ni creo haber pensado en esos libros cuando escribí La leyenda... Fuentes literarias cubanas explícitas son, en cambio, dos libros del siglo XX: el poemario de Nicolás Guillén Sóngoro cosongo (1931), uno o dos de los cuentos para niños incluidos por Onelio Jorge Cardoso en Caballito blanco (1974). Algún compatriota creyó ver la excesiva influencia de Pedro Blanco, el negrero (1933), de Lino Novás Calvo, pero debo confesar no haber leído hasta hoy esa obra, sin embargo, imprescindible. Las dos referencias que acabo de mencionar, no datan, empero, de la versión inicial, cuando el protagonista se llamaba Taita Yayo. Fue muchos años después, buscando un nombre más sonoro y significativo, que se me ocurrió llamar Sóngoro Consongo al país y Osongo a uno de sus reyes-brujos. De esa manera quise indicar que el África de mi libro es el África mítica, tal como se la inventaron los poetas afronegristas cubanos (y no solo ellos) y establecer una relación con el procedimiento de Guillén, que entre 1930 y 1931 exploró la expresión y vida de los negros habaneros como García Lorca había explorado la cultura gitana para su Romancero. La otra referencia, en forma de intertextualidad directa; en la página 56 de mi novela cito textualmente una frase y situación del cuento “La serpenta” que integra el clásico de la literatura infantil cubana Caballito blanco, una manera de anclar mi texto, de manera muy sutil, dentro de la tradición a la que pertenezco y en la línea ética de un autor que admiro y respeto y con el que tuve el honor de relacionarme.
Menos esperables son las fuentes europeas. La leyenda de Taita Osongo, como la mayoría de mis libros, pertenecen a una tradición occidental. Escribo cuentos y novelas que tipológicamente no se diferencian mucho de lo que cualquier autor español o francés podría destinar a niños y adolescentes. En particular, mi novela recupera algunos recursos cuyas raíces pueden encontrarse en las mitologias europeas y los cuentos estudiados y caracterizados por Vladimir Propp en su Morfología del cuento. Pero antes de leer al famoso folclorista ruso, bebí en la misma fuente que él; en una de las recopilaciones de Alexander Afanásiev leí un cuento que termina con la fuga de dos enamorados que persigue el terrible padre de la moza. Varias barreras mágicas son levantadas y derribadas sucesivamente por la una y el otro, y eso me dio la idea del capítulo 18, uno de los primeros episodios que escribí, y que generó la aparición de los cuatro servidores de Taita Osongo: el murciélago, la lechuza, la serpiente (todos protagonistas de sendos cuentos de Onelio Jorge Cardoso), y el güije (el más importante personaje del folclor cubano que, sin embargo, empieza apenas a disponer de una bibliografía de ficción).

Tomado de:

Blog de literatura infantil y juvenil del autor cubano Joel Franz Rosell

http://elpajarolibro.blogspot.com/2011/06/una-novela-con-raices-afrocubanas-la.html